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Lección 8

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Sep-26-21 Lectura adicional 2

Lección 8

La Santa Biblia

Mensaje

M. Russell Ballard, “El milagro de la Santa Biblia”, Liahona, mayo de 2007, págs. 80–82.

El milagro de la Santa Biblia

Elder M. RusselE Ballard

Del Quorum de los Doce Apóstoles

Somos creyentes fieles y verídicos en el Señor Jesucristo y en Su palabra revelada por medio de la Santa Biblia.

Mis hermanos y hermanas, ¡la Santa Biblia es un milagro! Es un milagro que los 4.000 años de historia sagrada y secular de la Biblia fueran registrados y preservados por los profetas, apóstoles y clérigos inspirados.

Es un milagro que tengamos la poderosa doctrina, los principios, la poesía y los relatos de la Biblia, pero, por encima de todo, es un milagro maravilloso que tengamos el registro de la vida, del ministerio y de las palabras de Jesús, que fue protegido durante la época del oscurantismo y a través de los conflictos de innumerables generaciones para que pudiésemos tenerlo en la actualidad.

Es un milagro que la Biblia contenga literalmente en sus páginas el Espíritu de Cristo que convierte y sana, y que durante siglos haya hecho volver el corazón de los hombres, guiándolos a orar, a elegir el sendero correcto y a buscar para encontrar a su Salvador.

La Santa Biblia lleva bien su nombre; es santa porque enseña la verdad, es santa porque nos consuela con su espíritu, es santa porque nos enseña a conocer a Dios y a comprender Sus tratos con los hombres, y es santa porque a través de sus páginas testifica del Señor Jesucristo.

Abraham Lincoln dijo acerca de la Biblia: “Este Gran Libro… es el mejor don que Dios haya dado al hombre. Todo lo bueno que el Salvador dio al mundo se comunicó por medio de ese libro, y de no ser por él, no podríamos discernir el bien del mal” (Speeches and Writings, 1859–1865 [1989], pág. 628).

No es casualidad ni coincidencia que tengamos la Biblia en la actualidad. El Espíritu indujo a hombres rectos a registrar tanto las cosas sagradas que vieron como las inspiradas palabras que hablaron y oyeron. Otras personas devotas estuvieron prestas a proteger y a preservar esos registros; hombres como John Wycliffe, el valiente William Tyndale y Johannes Gutenberg fueron inducidos, contra mucha oposición, a traducir la Biblia en un lenguaje que la gente pudiera entender, y publicarla en libros que la gente pudiera leer. Creo que hasta los eruditos de la época del rey Santiago tuvieron impresiones del Espíritu durante sus labores de traducción.

La época del oscurantismo fue oscura porque la luz del Evangelio se le ocultó a las personas; éstas no tenían a los apóstoles ni a los profetas, ni tenían acceso a la Biblia. El clero mantenía las Escrituras en secreto y fuera del alcance de las personas. Mucho les debemos a los valientes mártires y reformadores como Martín Lutero, John Calvin y John Huss, quienes exigieron la libertad para adorar y el acceso común a los libros sagrados.

William Tyndale dio su vida porque creía profundamente en el poder de la Biblia; él dijo: “La naturaleza de la palabra de Dios es tal, que el hombre que la lea o que oiga explicaciones y debates en cuanto a ella, comenzará de inmediato a convertirse en una persona cada vez mejor, hasta que llegue a ser un hombre perfecto” (S. Michael Wilcox, Fire in the Bones: William Tyndale—Martyr, Father of the English Bible [2004], pág. xv).

El estudio sincero y diligente de la Biblia nos hace cada vez mejores, y siempre debemos tener presente a los incontables mártires que sabían de este poder y dieron su vida a fin de que halláramos en las palabras de este texto el sendero que conduce a la felicidad eterna y a la paz del reino de nuestro Padre Celestial.

Si bien aquellos primeros reformadores cristianos coincidían en muchas cosas, al final discreparon en muchos puntos de doctrina, lo cual resultó en la organización de numerosas denominaciones cristianas. Roger Williams, un antiguo defensor de la libertad religiosa, llegó a la conclusión de que no había “ninguna iglesia de Cristo debidamente constituida sobre la tierra, ni persona alguna autorizada para administrar ninguna de las ordenanzas de la Iglesia, ni las [podía] haber hasta que [fuesen] enviados nuevos apóstoles por el gran Director de la Iglesia, cuya venida yo busco” (“La restauración de todas las cosas”, Liahona, mayo 2006, pág. 61).

Decenas de millones de personas han hallado fe en Dios y en Jesucristo al buscar la verdad en la Biblia. Innumerables son las personas que no tenían nada, excepto la Biblia para nutrir y guiar su fe.

Gracias al esfuerzo de los reformadores, “la Biblia se convirtió en una posesión familiar. La palabra de Dios se leía tanto alrededor del fuego del hogar de los humildes como en las salas de los grandes” (John A. Widtsoe, en Conference Report, abril de 1939, pág. 20).

Millones de familias se han unido en la búsqueda por encontrar la Iglesia de Jesucristo mediante el estudio de la Biblia. Una de esas familias, a comienzos del siglo XIX, que residía en el norte del estado de Nueva York, era la familia de Joseph Smith. Uno de sus hijos era José Smith, un joven que escudriñaba la Biblia para saber cuál de las numerosas denominaciones religiosas era igual a la Iglesia que Jesucristo organizó. Las palabras de la Biblia le indujeron a orar para obtener mayor luz y conocimiento espirituales de Dios. Decidido a buscar la sabiduría prometida en las Santas Escrituras, José se arrodilló en humilde oración a comienzos de la primavera de 1820. ¡Ah, qué maravillosa luz y verdad se derramaron sobre él cuando aquel día contempló la gloriosa manifestación de Dios el Padre y del Señor Jesucristo! Una vez más, Dios llamó a un profeta tal y como lo hizo en los días de Noé, Abraham y Moisés.

Cuán agradecidos debiéramos sentirnos por la Santa Biblia; en ella aprendemos no sólo de la vida, de las enseñanzas y de las doctrinas de Cristo; aprendemos sobre Su Iglesia, Su sacerdocio y sobre la organización que Él estableció y llamó la Iglesia de Jesucristo en aquel entonces. Nosotros creemos en esa Iglesia y creemos también que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es esa misma Iglesia, restaurada en la tierra, completa y con la misma organización y el mismo sacerdocio.

Sin la Biblia, no tendríamos conocimiento de Su Iglesia en aquel entonces, ni tendríamos hoy la plenitud de Su Evangelio.

Amo la Biblia, sus enseñanzas, sus lecciones y su espíritu. Amo los significativos y profundos relatos del Antiguo Testamento, así como a sus grandes profetas que testifican de la venida de Cristo. Me encantan los trayectos y los milagros apostólicos, así como las epístolas de Pablo en el Nuevo Testamento, pero sobre todo, me encantan los relatos de los testigos oculares en cuanto a las palabras, el ejemplo y la Expiación de nuestro Salvador Jesucristo. Amo la perspectiva y la paz que me infunde la lectura de la Biblia.

Hermanos y hermanas, estoy seguro de que muchos de ustedes han pasado por la experiencia de oír a alguien decir que “los mormones no son cristianos porque tienen su propia Biblia: El Libro de Mormón”. A cualquiera que dé cabida a esta idea errónea, le decimos que creemos en el Señor Jesucristo como nuestro Salvador y el autor de nuestra salvación; y que creemos, reverenciamos y amamos la Santa Biblia. Contamos con Escrituras sagradas adicionales, como el Libro de Mormón, pero éste corrobora la Biblia, y nunca la sustituye.

Jesús enseñó que debíamos “[escudriñar] las Escrituras; porque… ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Estas palabras brindan entendimiento e inspiración a todo el que sinceramente desee conocer y entender la verdad sobre Jesucristo. Las Escrituras son ricas en historia, doctrina, relatos, sermones y testimonios, todo lo cual está centrado definitivamente en el Cristo eterno y Su misión física y espiritual para con los hijos de nuestro Padre Celestial.

Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días creen que “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil” (2 Timoteo 3:16). Amamos la Biblia y las demás Escrituras. Esto tal vez sorprenda a quien no sepa de nuestra creencia en la Biblia como la palabra revelada de Dios; éste es uno de los pilares de nuestra fe, un poderoso testimonio del Salvador y de la influencia constante de Cristo en la vida de quienes le adoran y le siguen. Cuanto más leamos y estudiemos la Biblia y sus enseñanzas, más claramente veremos la base doctrinal del evangelio restaurado de Jesucristo. Tenemos la tendencia de amar aquellas Escrituras a las que le dedicamos más tiempo. Tal vez debamos equilibrar nuestro estudio a fin de amar y comprender todas las Escrituras.

Especialmente ustedes, jóvenes, no pasen por alto la Biblia ni le resten valor; es el registro sagrado y santo de la vida de nuestro Señor. La Biblia contiene cientos de páginas más que todas nuestras otras Escrituras juntas; es el cimiento de todo el cristianismo. Nosotros no criticamos ni menospreciamos las creencias de ninguna persona. Nuestra gran responsabilidad como cristianos es compartir todo lo que Dios ha revelado con todos Sus hijos e hijas.

Aquellos que se unen a esta Iglesia no abandonan su fe en la Biblia, antes bien, la fortalecen. El Libro de Mormón no le quita valor, ni le resta importancia a la Biblia; al contrario, la amplía, la extiende y la exalta. El Libro de Mormón testifica de la Biblia y ambos testifican de Cristo.

El primer testamento de Cristo es el Antiguo Testamento de la Biblia, que predijo y profetizó la venida del Salvador, Su vida trascendente y Su Expiación liberadora.

El segundo testamento bíblico de Cristo es el Nuevo Testamento, que registra Su nacimiento, Su vida, Su ministerio, Su Evangelio, Su Iglesia, Su Expiación y Su resurrección, así como los testimonios de Sus apóstoles.

El tercer testamento de Cristo es El Libro de Mormón, en el que también se predice la venida de Cristo, se confirma el relato bíblico de Su Expiación salvadora y se revela la visita del Señor resucitado al otro hemisferio de la tierra. Con un propósito aclaratorio, El Libro de Mormón lleva impreso en la cubierta de cada ejemplar el subtítulo “Otro Testamento de Jesucristo”.

Cada uno de estos tres testamentos es una parte de la gran e indivisible palabra revelada del Señor a Sus hijos; contienen las palabras de Cristo en las cuales se nos ha amonestado que debemos deleitarnos, a fin de ser merecedores de la vida eterna (véase 2 Nefi 31:20). Quienes piensen que una parte es más importante o más verdadera que otra, pasan por alto la belleza y la totalidad del canon de las Escrituras antiguas.

Y aquellos que piensen que los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no creen en Jesucristo ni en la Biblia, deberían tomarse el tiempo para entender la Iglesia, la importancia de su nombre y el poder de su mensaje.

Me sorprende todo aquel que cuestiona la creencia de esta Iglesia en la Biblia y nuestra postura como cristianos. El nombre de la Iglesia es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En la última conferencia general, aquí en este mismo edificio, los líderes de nuestra Iglesia citaron la Biblia casi en 200 ocasiones. Esta Iglesia está organizada y funciona como la Iglesia que Cristo y Sus apóstoles establecieron en el Nuevo Testamento. Sentado en este estrado están el Profeta y los apóstoles del Señor Jesucristo.

Testifico solemnemente que somos creyentes fieles y verídicos en el Señor Jesucristo y en Su palabra revelada por medio de la Santa Biblia. No sólo creemos en la Biblia, sino que nos esforzamos por vivir sus preceptos y enseñar su mensaje. El mensaje de nuestros misioneros es Cristo, Su Evangelio, Su Expiación, y las Escrituras son el texto de ese mensaje. Decimos a todas las personas: “Les extendemos nuestro amor y les invitamos a venir. Permítannos compartir todo lo que Dios ha revelado”.

Mis hermanos y hermanas, debemos ayudar a todos, entre ellos a nuestros propios miembros, a comprender el poder y la importancia de la Santa Biblia. La Biblia es un libro de Escrituras que nos conduce a nosotros y a todo el género humano a aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador. Dios nos conceda el deseo y la capacidad de aceptar y vivir Sus enseñanzas, es mi humilde oración, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

Material Adicional 1

Lenet H. Read, “How the Bible Came to Be, Part 2: The Word Is Preserved”, Ensign, febrero de 1982, págs. 32–37.

Cómo surgió la Biblia:

Parte 2, La palabra se conserva

Por Lenet H. Read

Regalos de sacrificio y amor

Métodos antiguos de conservación de registros

Antiguamente había varias formas de registrar y preservar los registros, ninguna de ellas fácil. La más común era usar papiro, hecho de médula raspada de la planta del papiro, luego humedecida y prensada. Los escribas podían escribir tanto en el anverso como en el reverso. (Véase Ezequiel 2:10.) Para obtener más espacio, se podían pegar pergaminos adicionales en la parte inferior, y el conjunto se enrollaba alrededor de varillas. Algunos rollos podían alcanzar hasta treinta y cinco pies de largo, aunque obviamente tal longitud se volvería muy torpe y poco manejable.

También se escribía en tablillas de arcilla, que se cocían al sol o en hornos. Más duraderas que el papiro, las tablillas de arcilla se descubren con más frecuencia en las ruinas antiguas.

Los registros también se hacían en tableros de escritura, tablas planas de madera o marfil recortadas de manera que se pudiera escribir sobre ellas una incrustación de cera. Las tablas se unían con bisagras para formar un libro plegable. Tal vez sea éste el tipo de registro al que se refiere Ezequiel cuando habla de los palos de Judá y Efraín unidos en un solo palo. (Véase Ezequiel 37:16-17.)

La piel de animal (cuero) también era utilizada por los hebreos. Y para registros religiosos muy significativos, se usaban metales. (Las placas de bronce de Labán son un ejemplo).

Aunque podemos mencionar todos estos métodos fácilmente de pasada, hacemos una injusticia a los antiguos escribas si no reconocemos al menos el gran trabajo manual que se requería para preparar estos materiales de escritura antes de que se pudiera poner una sola letra sobre ellos. El proceso de escritura es tedioso y enormemente exigente incluso en las mejores condiciones. Gastar todas las energías necesarias para escribir en aquellos días con lo que consideraríamos una luz inadecuada, instrumentos de escritura incómodos, materiales de escritura difíciles y un entorno incómodo supondría unos sacrificios que sólo podemos imaginar vagamente.

La conservación de los registros era una gran preocupación para los hebreos. Desde el principio, las escrituras fueron tratadas con el máximo cuidado: Los escritos de Moisés se conservaron en el arca de la alianza. Las escrituras registran los nombres de aquellos que fueron llamados a ser escribas del estado, ya que esto se consideraba un cargo de gran importancia. A los escribas mayores se les daba incluso sus propias habitaciones en los palacios y templos. Los escritos antiguos quedaban sólo en manos de los sacerdotes y eran leídos únicamente por los escribas. Cada pergamino tenía que ser copiado directamente de otro pergamino, y hasta la destrucción del templo, las copias oficiales se tomaban directamente de la copia maestra en el templo. Los pergaminos oficiales eran los objetos más sagrados de la sinagoga y eran tratados en todo sentido como tesoros.

Los nuevos escribas eran cuidadosamente instruidos acerca de lo sagrado de su tarea: "Hijo mío, ten cuidado en tu trabajo, pues es una obra celestial, no sea que te equivoques omitiendo o añadiendo una jota [la letra más pequeña del alfabeto hebreo] y causes así la destrucción de todo el mundo".1

Estilo y forma

Las Escrituras son mucho más que historia: son la palabra del Señor. Como tales, merecen ser colocadas en el marco más bello posible. Y, en su mayor parte, lo fueron, aunque cada escritor habló desde su propio tiempo y cultura, y a pesar de las debilidades humanas. El registro no es simplemente prosa: es una prosa rítmica, y a menudo incluso poesía. De hecho, varios de los libros proféticos son parcial o casi totalmente poéticos, aunque no lo reconozcamos al principio, ya que la poesía hebrea difiere de la española. En lugar de utilizar una repetición de sonidos para ser eficaz, la poesía hebrea logra su impacto mediante una repetición rítmica y un equilibrio de ideas, ya sean similares o contrastadas. Este estilo lleva la verdad al oído de una manera más poderosa, más agradable y más memorable. Imagínate, ¡ser profeta y poeta a la vez!

Pero seguramente las dotes poéticas no se daban fácilmente. Sólo podemos imaginar las muchas horas adicionales, la mayor fatiga mental, la mayor paciencia requerida para trabajar y reelaborar, para escribir y reescribir las escrituras hasta que la forma fuera rítmica y las imágenes y el lenguaje poéticos.

Esta cualidad de las escrituras hebreas aumenta otra cualidad única: la historia saturada de similitudes y profecías de Cristo, el Siervo Sufriente por excelencia. Algunos de los autores hebreos no sólo escribieron, sino que también experimentaron sus profecías. A uno se le pidió que ofreciera a un hijo como sacrificio; otro luchó por el desierto como salvador de un pueblo rebelde y esclavizado. Sólo cuando nos damos cuenta de que su último regalo a la palabra de Dios fue la vida que llevaron, podemos comprender plenamente lo mucho que realmente dieron por el bien de la verdad.

Los desafíos de la traducción

Generalmente se piensa que el arameo fue la lengua general de los hebreos después de su cautiverio en Babilonia. Al ser también la lengua utilizada en el comercio y las relaciones diplomáticas en una amplia zona, se afianzó como el habla cotidiana de los habitantes de Judá. Por lo tanto, a partir del siglo IV a.C., las escrituras hebreas eran un enigma para la mayoría de los judíos a menos que se tradujeran para ellos. Sin embargo, en ese momento, según la tradición judía, las traducciones escritas estaban prohibidas, como si la lengua y los conceptos fueran inseparables. Se permitían las traducciones orales, pero sólo por parte de los traductores oficiales de la sinagoga. Incluso entonces, la traducción debía hacerse verso a verso en la Torá y al menos después de cada tercer verso en los "Profetas".2

Las traducciones orales, o Targums, eran más que simples traducciones. Eran interpretaciones y explicaciones, que a veces se extendían hasta los sermones. Los líderes religiosos encontraron estos métodos realmente útiles para superar lo que consideraban pasajes fácilmente malinterpretados. Un ejemplo utilizado por un erudito de traducción explicativa es el que se da para Éxodo 24:10 [Ex. 24:10], que dice: "Y vieron al Dios de Israel". En arameo se traduciría e interpretaría así: "Y vieron la gloria del Dios de Israel".3 Resulta especialmente interesante que los pasajes que indican un Dios antropomórfico (físico) sean los que más se explican. No es de extrañar, pues, que cuando uno llegó unos siglos más tarde afirmando ser el Hijo de Dios, su afirmación fuera recibida con hostilidad: el rechazo a un Dios con cuerpo de carne y huesos había comenzado mucho antes.

Con el tiempo, también se permitieron los Targums escritos, pero las traducciones debían escribirse entre las líneas del hebreo en los pergaminos. La traducción al arameo llegó a ser bastante extensa: se han descubierto restos de Targums de casi todos los libros del Antiguo Testamento.

Pero también se necesitaban otras traducciones. Con la conquista de Palestina por Alejandro Magno en el año 333 a.C., se produjo otra dispersión de judíos, esta vez a Egipto. Una vez más, muchos de los que se adaptaron a vivir en otras tierras nunca regresaron. Ahora había dos grandes centros de la diáspora (dispersión): Babilonia y Alejandría. Las conquistas de Alejandro habían extendido el uso del griego por una zona muy amplia, y el griego se convirtió en la lengua utilizada en las empresas comerciales y literarias. La mayoría de los judíos que vivían en tierras distintas de Judá pasaron a hablar griego.

Así, alrededor del año 250 a.C. se realizó una traducción de las escrituras hebreas al griego. La forma en que se produjo es muy discutible. Un relato antiguo, popular entre los primeros cristianos pero considerado como leyenda por los estudiosos de hoy, está contenido en una narración llamada "Carta de Aristeas". Según esta historia, el rey Ptolomeo de Egipto oyó hablar de los excelentes registros judíos y deseó una copia en griego para su creciente biblioteca. Para obtenerlos, envió un grupo, incluido Aristeas, al sumo sacerdote en Jerusalén, cargado de regalos. Los judíos aceptaron su oferta y enviaron eruditos a Egipto para llevar a cabo el trabajo de traducción. Según la leyenda, cada uno de estos setenta y dos ancianos trabajó en las traducciones por separado, pero cuando compararon los resultados de su progreso, sus traducciones fueron idénticas. El trabajo se realizó en un período de setenta y dos días. Debido a estos elementos de setenta -setenta y dos ancianos y setenta y dos días- la obra llegó a conocerse como la Septuaginta, que en latín significa setenta.4

Los eruditos modernos tienen obviamente dudas sobre la autenticidad de tal leyenda. En general, están de acuerdo en que la traducción probablemente se produjo en Alejandría y que probablemente fue realizada por traductores judíos de Jerusalén. Independientemente de sus orígenes exactos, la Septuaginta fue bien aceptada por los judíos de Alejandría y, como veremos más adelante, se convirtió en una poderosa influencia en años posteriores.

El Antiguo Testamento en la época de Cristo

Lo que llegó a ser el registro de los judíos, aunque escaso en partes, se había construido paso a paso desde la época de Adán. Había crecido hasta convertirse en una colección de muchos escritos sagrados y había sido traducido a las cambiantes lenguas comunes del pueblo. Pero ahora su mismo Autor, Aquel de quien todo había surgido originalmente, apareció en escena. Las propias escrituras relatan este maravilloso acontecimiento:

"En el principio era el Verbo, ... y el Verbo era Dios. ... Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". (Juan 1:1, 14.)

Aquel que desde el principio había pronunciado las palabras que los profetas habían escrito y el hombre había estudiado y vocalizado y repetido -aquel de quien todas las escrituras habían dado testimonio- vino entre su pueblo. Aunque poseían sus palabras, no las entendían, y él los reprendió diciendo: "Os equivocáis al no conocer las Escrituras". (Mat. 22:29.)

Y aunque poseían sus palabras, no las ponían en práctica, y los reprendía diciendo: "Los escribas y los fariseos se sientan en la cátedra de Moisés: Por tanto, todo lo que os manden observar, eso observad y haced; pero no hagáis según sus obras, porque ellos dicen y no hacen". (Mateo 23:2-3.)

Mientras estaba en la carne, repitió su palabra con asombrosa ironía: "¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los constructores, ésa es la cabeza del ángulo?" (Mt. 21:42.)

Y por último, cumplió su palabra ante sus propios ojos e incluso en su obra. Su expiación, crucifixión y resurrección fueron el cumplimiento de todo lo que habían dicho los profetas.

Después de su resurrección, mostró a sus discípulos cómo el Antiguo Testamento había dado testimonio de todos los acontecimientos que acababan de producirse. En el camino de Emaús, los que iban con él exclamaron: "¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros... mientras nos abría las Escrituras?" . (Lucas 24:32.)

Y luego partió, y sus discípulos se quedaron con la alegre noticia de que la antigua palabra -las leyes, las profecías y los pactos- se había cumplido mediante la vida y la muerte de Cristo.

La escritura básica de los primeros cristianos era la Septuaginta, el registro hebreo traducido al griego. Pero el registro se utilizó de una manera nueva: como testigo de Cristo. Fue en este papel que la Septuaginta comenzó a jugar un papel muy importante. Cuando el mensaje cristiano comenzó a difundirse fuera de las fronteras de Palestina, la Septuaginta se convirtió en el principal instrumento de enseñanza y conversión. Ya en la lengua internacional del griego, permitió una rápida difusión del evangelio a muchas naciones. (Y curiosamente, su nombre, Septuaginta, adquiere un nuevo significado: se convirtió en un misionero -un setenta- para todas las naciones).

Varios incidentes en el Nuevo Testamento detallan conversiones que ocurren mediante el uso del Antiguo Testamento. Un misionero, Apolos, "convenció poderosamente a los judíos, y esto públicamente, mostrando por las Escrituras [el Antiguo Testamento] que Jesús era el Cristo". (Hechos 18:28.)

Los registros hebreos, por tanto, no fueron abandonados por los primeros cristianos. Por el contrario, fueron estudiados con mayor diligencia, pero con nuevos ojos. A diferencia de los judíos inconversos, que creían que estos registros lo contenían todo, a los cristianos (tanto judíos como gentiles) se les enseñó que no contenían más que el primer paso: los testimonios que conducirían a una nueva vida a través del Salvador.

Así como surgieron vastas diferencias en la forma en que judíos y cristianos interpretaban los escritos antiguos, también hubo algunas diferencias en los manuscritos reales que utilizaron. Hay diferencias en la redacción encontrada en los pergaminos griegos y hebreos. El "una virgen concebirá" de la Septuaginta era "una mujer joven" en la versión masorética posterior. No se sabe con exactitud cómo y en qué momento surgieron estas diferencias.5

Además, los primeros apóstoles cristianos hicieron referencia a enseñanzas que se encuentran en escritos atribuidos a Moisés y Enoc, pero que no se encuentran en las escrituras que posee el judaísmo tradicional. Varios manuscritos descubiertos en tiempos modernos afirman que, tras su resurrección, el propio Cristo entregó a sus Apóstoles ciertos escritos antiguos que los judíos no poseían.6

Después de la época de Cristo

El hecho de que la Septuaginta fuera utilizada tan extensamente por los seguidores de Cristo, perturbaba enormemente a los judíos rabínicos. Renegando de la Septuaginta, prepararon traducciones del griego que eran más aceptables para ellos, haciendo menos obvias las referencias a un Dios antropomórfico.7

Muchos acontecimientos de esta época tuvieron un impacto devastador en los judíos: el surgimiento del cristianismo, que para ellos fue una gran apostasía; la apropiación indebida de sus escrituras por parte del cristianismo; la caída de Jerusalén y la segunda destrucción del templo. Estos acontecimientos les llevaron a reexaminar la situación de sus registros. Como el templo, su lugar central de culto, había sido destruido de nuevo, se convirtieron aún más en "la religión del libro", ya que el libro era lo único religioso de naturaleza física que les quedaba.8

En algún momento del primer siglo, los judíos tomaron una decisión definitiva sobre lo que constituía la autoridad de las escrituras judías. Hay pruebas de que el Concilio de Jamnia en el año 90 d.C. puede haber sido la culminación de este esfuerzo, ya que el concilio debatió la autoridad de ciertos libros y estableció un canon fijo de los escritos judaicos.9 Entre los libros no incluidos había algunos aceptados por los cristianos. Los escritos apocalípticos, en particular, fueron los más discriminados y han sobrevivido (excepto Daniel y partes de Ezequiel, Isaías y Zacarías) sólo en obras no canónicas.10

Para garantizar a partir de entonces que el canon se conservara de manera uniforme, todos los futuros manuscritos hebreos debían ajustarse a un determinado patrón, y los textos variantes se destruían o suprimían.11

Gran parte de la labor de conservación de las escrituras hebreas a lo largo de los siglos posteriores a Cristo fue realizada por los masoretas, eruditos judíos tradicionales que trabajaron en Palestina y Babilonia entre los siglos VI y X d.C. El manuscrito hebreo con el que trataban era una masa sólida de consonantes: no había vocales escritas, ni separaciones de palabras, ni puntuaciones. El tedioso trabajo de transcripción y la falta de espacio habían llevado a los escribas hebreos a utilizar este sistema de taquigrafía. Al considerar el texto como sagrado, los masoretas eran reacios a insertar vocales, pero desarrollaron un sistema de uso de puntos y rayas que representaban ciertas vocales. En esencia, rellenaban las palabras sin cambiar el texto consonántico.12

Los métodos de copia de los masoretas estaban estrictamente prescritos por la ley talmúdica. Entre las reglas estaban las siguientes: (1) Un rollo de la sinagoga tenía que ser escrito en pieles de animales limpias preparadas específicamente por un judío de la sinagoga. (2) Sólo se debían copiar copias auténticas, y los escribas no debían desviarse en lo más mínimo. (3) Nada debe ser escrito de memoria.13

Durante años, los eruditos que buscaban copias originales de nuestras escrituras no pudieron encontrar ninguna copia del Antiguo Testamento en hebreo que fuera más antigua que el siglo IX d.C. Esto se debe en parte a que, a medida que se hacían nuevas copias, las antiguas se quemaban o se enterraban.14 Aunque con el tiempo aparecieron partes de algunos manuscritos, el verdadero avance se produjo en la década de 1940, cuando se descubrieron los Rollos del Mar Muerto. Entre los rollos había uno de Isaías y partes de otros libros del Antiguo Testamento. Aunque en general coinciden con las copias posteriores, también hay importantes puntos de divergencia, lo suficiente como para despertar la creencia de que alguna vez existieron textos prístinos variantes.15

Aunque el Antiguo Testamento ha sido canonizado y teóricamente completado, los estudiosos siguen buscando sus fuentes y sus textos originales.

A pesar de sus defectos, el Antiguo Testamento conservado por los judíos merece un gran homenaje. Es elogiado por estudiosos de muchos credos. Algunos señalan que, a diferencia de los relatos de otras culturas del Cercano Oriente, las pruebas arqueológicas demuestran que la historia de Israel es verdadera y merece elogios por su respeto a los hechos, sobre todo porque el respeto a los hechos no prevalecía en general durante la época en que se escribió. Otros señalan que, aunque las culturas vecinas tenían registros de creencias y formas de vida, estas creencias murieron y se conocen ahora sólo gracias a las excavaciones realizadas siglos después.

Pero la historia y el registro de las creencias judías, lejos de morir y ser enterradas, "han proporcionado una tradición continua y una fuente de estudio constante; la gente la ha leído, la ha reexaminado y ha vivido según ella".16

Así, desde el principio, la palabra salió de Dios. Los hombres la recibieron y trataron de mantenerla. Aunque algunos se perdieron, muchos se salvaron. Nuestro octavo artículo de la fe reconoce este hecho, y sin embargo afirma el origen divino del registro, y que debe ser leído con un oído afinado a la voz del Espíritu. Aunque esperamos el momento en que los registros estén completos, los que tenemos ahora son reverenciados y apreciados.

Es una buena base sobre la que se han construido y se construirán muchas cosas.

Fin de la segunda parte. Continuará.

Traducido en: https://www.deepl.com/en/translator

DMU Timestamp: September 17, 2021 21:58

Added September 26, 2021 at 11:08pm by Rafael Treviño
Title: Lectura adicional 2

CAPÍTULO TRES

Una nueva palabra se añade a la antigua

Debido a los judíos, los cristianos poseían desde el principio un cuerpo de escrituras como herencia única. Pero a diferencia de los judíos ortodoxos, que creían que la colección era una escritura completa, los discípulos de Cristo sabían que ahora había una porción más rica. No abandonaron la Antigua Palabra, ya que la nueva comprensión la había hecho más valiosa que nunca. Pero ahora también tenían una Nueva Palabra: las enseñanzas de Cristo y el poderoso ejemplo y los actos de su vida.

Los testimonios que nos han llegado de esta Nueva Palabra son los de los apóstoles o de los discípulos estrechamente relacionados con los apóstoles: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Varias fuentes antiguas confirman que el evangelio que lleva el nombre de Mateo fue escrito por el apóstol Mateo, llamado también Leví, el recaudador de impuestos, de quien se dice que fue atravesado con una lanza como consecuencia de su testimonio escrito y oral.

Mateo se dirigió con fuerza a su propio pueblo, anhelando que se les abrieran los ojos para que pudieran ver que el hombre Jesús cumplía las profecías del Antiguo Testamento y que era su tan esperado Mesías. Su testimonio está endulzado por muchas citas directas de las propias palabras del Salvador. Es a Mateo a quien debemos el relato detallado del Sermón de la Montaña de Cristo. De hecho, hay una declaración registrada de un obispo llamado Papías en la primera mitad del siglo II que dice que Mateo fue quien compiló un registro de los dichos de Cristo en hebreo, y que otros usaron su registro como fuente para sus propios testimonios de la vida y las enseñanzas de Cristo. 1

El testimonio de Marcos puede ser en cierto modo el testimonio de Pedro, ya que Marcos era el intérprete de Pedro, y la relación era tan estrecha que Pedro se refería a él como "hijo". Hay algunas pruebas de que Marcos hizo su registro bajo la guía y autoridad de Pedro. El mismo obispo Papías escribió que Marcos viajó con Pedro y registró las cosas que Pedro enseñó sobre la vida y las enseñanzas de Cristo. 2

Así pues, Marcos, reflejando en gran medida el testimonio de Pedro, retrató a Cristo sobre todo en su misión de Redentor, siendo los actos de la vida de Cristo su principal objetivo. En general, se acepta que su testimonio se dirigía a los gentiles. Su mensaje era que Cristo podía curar a los sordos, a los ciegos y a los cojos, y que podía redimir a los que estaban atados por el pecado, que había resucitado y, por tanto, había vencido a la muerte para todos. Un mundo gentil espiritualmente hambriento necesitaba tal conocimiento y esperanza.

Tanto el Evangelio de Lucas como los Hechos de los Apóstoles fueron escritos por Lucas, un compañero cercano de Pablo (Hechos 16:10, 20:6; 2 Tim. 4:11), y por lo tanto llevan la influencia de Pablo. Pero la autoridad del relato de Lucas se deriva también de su afirmación de ser un mensajero del Salvador y de haber buscado las fuentes originales, los testigos de los propios apóstoles originales y otros testigos oculares. (Véase JST Lucas 1:1-4.)

Muchos consideran que el testimonio de Lucas subraya la universalidad de la misión de Cristo. Traza el linaje de Cristo claramente hasta Adán, quizás como testimonio de que Cristo tiene relación con toda la humanidad. Dado que el testimonio de Lucas incluye tanto su evangelio como el libro de los Hechos, su relato es más completo, pues revela la historia del cristianismo desde su humilde nacimiento en Belén hasta sus luchas por sobrevivir en Roma. Dado que Lucas viajó mucho con Pablo, pudo relatar no sólo la vida de Cristo, sino también los dolores de parto de la propia iglesia cuando ésta empezó a extenderse por el mundo.CAPÍTULO TRES

Una nueva palabra se añade a la antigua

A causa de los judíos, los cristianos poseían desde el principio un cuerpo de escrituras como herencia única. Pero a diferencia de los judíos ortodoxos, que creían que la colección era una escritura completa, los discípulos de Cristo sabían que ahora había una porción más rica. No abandonaron la Antigua Palabra, ya que la nueva comprensión la había hecho más valiosa que nunca. Pero ahora también tenían una Nueva Palabra: las enseñanzas de Cristo y el poderoso ejemplo y los actos de su vida.

Los testimonios que nos han llegado de esta Nueva Palabra son los de los apóstoles o de los discípulos estrechamente relacionados con los apóstoles: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Varias fuentes antiguas confirman que el evangelio que lleva el nombre de Mateo fue escrito por el apóstol Mateo, llamado también Leví, el recaudador de impuestos, de quien se dice que fue atravesado con una lanza como consecuencia de su testimonio escrito y oral.

Mateo se dirigió con fuerza a su propio pueblo, anhelando que se les abrieran los ojos para que pudieran ver que el hombre Jesús cumplía las profecías del Antiguo Testamento y que era su tan esperado Mesías. Su testimonio está endulzado por muchas citas directas de las propias palabras del Salvador. Es a Mateo a quien debemos el relato detallado del Sermón de la Montaña de Cristo. De hecho, hay una declaración registrada de un obispo llamado Papías en la primera mitad del siglo II que dice que Mateo fue quien compiló un registro de los dichos de Cristo en hebreo, y que otros usaron su registro como fuente para sus propios testimonios de la vida y las enseñanzas de Cristo. 1

El testimonio de Marcos puede ser en cierto sentido el testimonio de Pedro, ya que Marcos era el intérprete de Pedro, y la relación era tan estrecha que Pedro se refería a él como "hijo". Hay alguna evidencia de que Marcos hizo su registro bajo la guía y autoridad de Pedro. El mismo obispo Papías escribió que Marcos viajó con Pedro y registró las cosas que Pedro enseñó sobre la vida y las enseñanzas de Cristo. 2

Así pues, Marcos, reflejando en gran medida el testimonio de Pedro, retrató a Cristo sobre todo en su misión de Redentor, siendo los actos de la vida de Cristo su principal objetivo. En general, se acepta que su testimonio se dirigía a los gentiles. Su mensaje era que Cristo podía curar a los sordos, a los ciegos y a los cojos, y que podía redimir a los que estaban atados por el pecado, que había resucitado y, por tanto, había vencido a la muerte para todos. Un mundo gentil espiritualmente hambriento necesitaba tal conocimiento y esperanza.

Tanto el Evangelio de Lucas como los Hechos de los Apóstoles fueron escritos por Lucas, un compañero cercano de Pablo (Hechos 16:10, 20:6; 2 Tim. 4:11), y por lo tanto llevan la influencia de Pablo. Pero la autoridad del relato de Lucas se deriva también de su afirmación de ser un mensajero del Salvador y de haber buscado las fuentes originales, los testigos de los propios apóstoles originales y otros testigos oculares. (Véase JST Lucas 1:1-4.)

Muchos consideran que el testimonio de Lucas subraya la universalidad de la misión de Cristo. Traza el linaje de Cristo claramente hasta Adán, quizás como testimonio de que Cristo tiene relación con toda la humanidad. Dado que el testimonio de Lucas incluye tanto su evangelio como el libro de los Hechos, su relato es más completo, pues revela la historia del cristianismo desde su humilde nacimiento en Belén hasta sus luchas por sobrevivir en Roma. Dado que Lucas viajó mucho con Pablo, pudo relatar no sólo la vida de Cristo, sino también los dolores de parto de la propia Iglesia cuando empezó a extenderse por el mundo.

El evangelio de Juan es único, el tenor de su contenido es único. Según el Libro de Mormón, a Juan se le dio un llamado especial relacionado con el Libro del Cordero de Dios. Nefi escribe:

"Y miré y contemplé a un hombre, que estaba vestido con una túnica blanca. Y el ángel me dijo He aquí uno de los doce apóstoles del Cordero. He aquí, él verá y escribirá lo que queda de estas cosas [a Nefi se le habían mostrado los aspectos más destacados de la vida de Cristo]; sí, y también muchas cosas que han sido. Y también escribirá sobre el fin del mundo. . . . Pero las cosas que verás en adelante no las escribirás; porque el Señor Dios ha ordenado al apóstol del Cordero de Dios que las escriba.

"Y yo, Nefi, oí y doy fe de que el nombre del apóstol del Cordero era Juan, según la palabra del ángel". (1 Ne. 14:19-22, 25, 27.)

Es interesante que durante un tiempo el evangelio de Juan fue una obra cuya autenticidad fue atacada con más fuerza por los estudiosos de la alta crítica. Sin embargo, en los tiempos modernos se han encontrado más fragmentos de Juan en forma antigua que de cualquiera de los evangelios sinópticos, y su gran valor se está reconociendo más ampliamente.

Parte de la diferencia en el evangelio de Juan es que lo escribió a miembros de la iglesia. Por lo tanto, habló en un plano superior, dando una comprensión más profunda a las cosas ya conocidas. Reafirmó, por encima de todo, que Cristo era realmente Dios que había tomado carne, diciendo: "Estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por su nombre." (Juan 20:31.)

Fue Juan quien, escuchando las enseñanzas del Salvador, fue más sensible a sus significados simbólicos. Fue él quien registró para nosotros que Jesucristo era el cordero que sería sacrificado por nosotros, el pan del cielo que nos alimentaría, la luz que nos iluminaría, la vid de la que podríamos sacar fuerza y por la que podríamos dar fruto. Y, por último, fue Juan, en general, quien reveló algunas de las enseñanzas más íntimas de Cristo, las dadas sólo a sus apóstoles, como en la última cena y después de su resurrección.

Los primeros y mejores textos del Nuevo Testamento, pues, al igual que los del Antiguo, salieron de los profetas, ya sea por sus propias manos o por las de asistentes muy cercanos, algo así como escribas apostólicos.

Vemos también, porque Cristo es visto desde muchos ángulos o perspectivas diferentes, que cada escritor de un evangelio añade distintivamente a la imagen general. De hecho, el hecho de tener cuatro relatos diferentes de la vida de Cristo tiene un valor especial. Aunque hay algunas desemejanzas y numerosas teorías sobre el porqué de las mismas, debemos recordar que hay mucha más unidad que desunión. Como señala A. R. Fausset en una ayuda bíblica para el lector: "La diversidad reconciliable es una confirmación de la verdad, porque refuta la colusión y muestra que los testigos son independientes. La igualdad en los cuatro evangelios haría que todos, excepto el primero, fueran meras copias". 3

Por supuesto, desde hace algún tiempo algunos estudiosos no aceptan que los evangelios procedan de los apóstoles o del periodo apostólico, pues creen que fueron escritos bastante tiempo después de los hechos reales. Sin embargo, el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto muestra que una amplia actividad literaria formó parte de ese período y muy probablemente también del nuevo movimiento cristiano. Para los Santos de los Últimos Días, a quienes se les ha enseñado que el Señor proveyó con cuidado desde el principio un registro de su obra entre los hombres, y que saben que él instruyó cuidadosamente a sus seguidores nefitas durante su visita a ellos para que hicieran registros de sus dichos, sería muy difícil creer que él no hizo provisiones para el registro de sus enseñanzas en Palestina y para sus actos de expiación, crucifixión y resurrección, particularmente porque él tenía la intención de que el evangelio llegara a todo el mundo para las generaciones sucesivas. La única manera de lograrlo eficazmente sería a través de registros escritos.

Aunque debemos alabar a los escritores de los cuatro evangelios, que trabajaron mucho en un período de severa persecución para preservar para nosotros estos preciosos relatos, también debemos reconocer el mayor regalo que hay detrás de ellos: el del propio Salvador. El regalo de su increíble vida fue la "materia prima" a la que los escritores de los evangelios dieron forma escrita. Él era la Palabra. Él era la Antigua Palabra que se cumplía, y era la Nueva Palabra que se vivía. Esta "historia más grande jamás contada" no surgió de la imaginación de alguien; más bien, su impacto y poder están ineludiblemente ligados a su realidad, y más aún porque fue vivida deliberadamente, incluso hasta su máxima amargura:

"Después de esto, sabiendo Jesús que ya se habían cumplido todas las cosas, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Y se puso una vasija llena de vinagre; y llenaron una esponja con vinagre, y la pusieron sobre un hisopo, y se la acercaron a la boca. Cuando Jesús recibió el vinagre, dijo: "Está consumado"; e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. . . .

"Pero cuando [los soldados] se acercaron a Jesús, ... uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. . . . Porque estas cosas se hicieron para que se cumpliera la Escritura: Un hueso de él no será quebrado. Y otra escritura dice: Mirarán al que traspasaron". (Juan 19:28-30, 33-34, 36-37.)

Las contribuciones de Cristo a la fuerza del Nuevo Testamento también pueden verse en su palabra hablada. Un escritor dice: "Cuando se dirigía a un grupo y con fervor profético, el discurso [de Cristo] se caracterizaba por una intensidad y un ritmo no muy diferentes a los pasajes poéticos de los profetas del Antiguo Testamento." 4

Así como el Antiguo Testamento se había establecido paso a paso, el Nuevo Testamento había comenzado a crecer. El libro La Biblia a través de los tiempos afirma que, aparentemente, los cuatro evangelios se unieron con el tiempo en un manuscrito de cuatro evangelios. Algunos creen que, como Mateo era el más popular, se colocó primero. Sabemos con más certeza que hacia el año 170 d.C. había códices (o libros) que contenían los evangelios, los Hechos y las cartas de Pablo. 5 Sin embargo, parece que otros evangelios fueron escritos por otros apóstoles. En los últimos años se han dado a conocer y están disponibles manuscritos de escritos que dicen serlo. No cabe duda de que hubo tales evangelios. Los problemas consisten en encontrarlos en su forma pura y en determinar la verdadera autoría. Todo el problema de los materiales corrompidos o perdidos por completo del registro fue profetizado en el Libro de Mormón, al igual que la eventual influencia de este creciente cuerpo de escritos.

El ángel me dijo [Nefi]: ¿Sabes el significado del libro?

Y yo le dije: No lo sé.

Y él dijo: He aquí que sale de la boca de un judío. Y yo, Nefi, lo vi; y él me dijo El libro que ves es un registro de los judíos, que contiene los convenios del Señor, que él ha hecho a la casa de Israel; y también contiene muchas de las profecías de los santos profetas; y es un registro semejante a los grabados que están en las planchas de bronce, salvo que no hay tantos; sin embargo, contienen los convenios del Señor, que él ha hecho a la casa de Israel; por lo tanto, son de gran valor para los gentiles.

Y el ángel del Señor me dijo Has visto que el libro salió de la boca de un judío; y cuando salió de la boca de un judío contenía la plenitud del evangelio del Señor, del cual dan cuenta los doce apóstoles; y dan cuenta según la verdad que hay en el Cordero de Dios. Por lo tanto, estas cosas salen de los judíos en pureza hacia los gentiles, según la verdad que hay en Dios.

Y después de que salgan por la mano de los doce apóstoles del Cordero, de los judíos a los gentiles, ves la formación de esa grande y abominable iglesia...; porque he aquí, ellos [los gentiles] han quitado del evangelio del Cordero muchas partes que son claras y preciosas. (1 Ne. 13:20-26.)

En efecto, hay muchos testimonios de que existía un cuerpo de literatura mucho más grande del período cristiano primitivo que el que tenemos ahora en nuestro poder. De hecho, es sorprendente lo escaso que es nuestro registro. Aunque los cuatro testimonios que dan fe de la vida de Cristo lo hacen con mucha fuerza, no cubren la mayor parte de su vida. En el relato de Marcos, por ejemplo, sólo se cuentan treinta y un días. Además, en el Nuevo Testamento el total de los dichos atribuidos a Cristo puede leerse en una hora. Si tenemos en cuenta las numerosas ocasiones en las que enseñó, y las veces que sus sermones se extendieron hasta bien entrado el día o la noche, nos damos cuenta de que sólo ha sobrevivido una parte muy pequeña de sus enseñanzas.

Pero el verdadero vacío en los relatos del Nuevo Testamento es el período posterior a la resurrección. Sabemos que en ese momento Cristo pasó cuarenta días con sus apóstoles, cuarenta días en los que amplió su palabra. ¡Qué vitales debieron ser esas enseñanzas e instrucciones! Sin embargo, faltan casi por completo en nuestro actual Nuevo Testamento.

Además, como sabemos, después de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, gran parte del Nuevo Testamento consiste en una colección de cartas. El hecho de que gran parte del Nuevo Testamento esté redactado en forma de cartas ha resultado ser tanto un punto fuerte como un problema para el cristianismo. Richard L. Anderson señala los puntos fuertes y muestra que, además de su valor para la elevación espiritual, las cartas ayudan a verificar la exactitud de la historia y la doctrina expresada en los Evangelios. 6

Por otra parte, debido a la pérdida de valiosos conocimientos de los textos del Nuevo Testamento, las cartas han tenido que asumir un papel para el que nunca fueron concebidas. Los Evangelios, tal como los tenemos, se centran principalmente en la vida de Cristo, en las enseñanzas que dan testimonio de que es el Cristo y en sus enseñanzas sobre cómo debe vivir el hombre. No contienen una presentación completa de toda la gama de doctrinas y principios evangélicos. Por ello, las sectas cristianas han obtenido generalmente muchas de sus doctrinas de las epístolas. Pero las epístolas mismas, aunque contienen doctrina, lo hacen a retazos. La mayoría de ellas fueron escritas en respuesta a necesidades y cuestiones específicas que surgieron en zonas geográficas concretas de la Iglesia primitiva.

Además, algunas eran bastante informales o personales, y aunque a veces sus autores pedían que se leyeran en la iglesia, en su mayor parte los autores probablemente no pretendían que sus cartas se encuadraran como escrituras. Además, las cartas a menudo contenían muchos elementos de peso e importancia desigual. Se suponía que las congregaciones de la Iglesia primitiva tenían un conocimiento básico del Evangelio, por lo que los detalles de muchos principios evangélicos se omitieron en las epístolas. Así, muchas cosas sólo se aludían, como el bautismo por los muertos y las funciones de los distintos líderes del sacerdocio. Es esta explicación parcial la que ha causado confusión a los lectores posteriores. De hecho, se podría argumentar que esta desafortunada falta de claridad en la doctrina es en gran parte responsable de muchas de las posteriores divisiones de creencias entre las sectas cristianas.

Pero aunque nos lamentemos por lo que se perdió, podemos alegrarnos por lo que tenemos en el registro del Nuevo Testamento. A pesar de sus imperfecciones, sólo este registro, como "Libro del Cordero de Dios", tiene el honor de detallar los sacrificios y sufrimientos de Jesús el Cristo. Sólo él contiene el poder del ejemplo mortal de Cristo y la mayoría de sus enseñanzas terrenales. Incluso los fragmentos de los evangelios son preciosos por lo que contienen, y por cómo los recibimos. Casi siempre, detrás de cada pieza literaria valiosa hay una historia fascinante. Y sabiendo que la revelación nunca llega fácilmente, las historias que hay detrás de la formación de las escrituras seguramente serían las más fascinantes de todas.

Desgraciadamente, en la mayoría de los casos sabemos poco de los detalles de esas fuerzas que presionaron a cada escritor del Nuevo Testamento y sacaron de su pluma la palabra de Dios. Pero sabemos que las cosas que Cristo les profetizó vendrían a sus mentes más tarde. Sabemos que en la víspera de su muerte advirtió que serían odiados, que serían perseguidos, que serían expulsados de sus propias sinagogas y que serían asesinados. Los primeros escritos cristianos y la tradición afirman que estas advertencias se hicieron realidad. Clemente de Roma escribió que antes de su muerte los apóstoles sufrieron mucho. "A causa de la rivalidad y la envidia, los pilares más grandes y justos [de la Iglesia] fueron perseguidos y golpeados hasta la muerte. . . . Pedro, que a causa de los celos inicuos, no sólo una o dos veces, sino frecuentemente, soportó el sufrimiento y así, dando su testimonio, fue al lugar glorioso que merecía.  A causa de la rivalidad y la contención, Pablo mostró cómo ganar el premio de la resistencia paciente". 7

Dado que poseemos un conjunto de escritos más prolífico y personal de Pablo, podemos aprender a través de sus experiencias un poco de lo que todos deben haber soportado. Las ideas y los escritos de Pablo surgieron de la experiencia. Podía escribir, pues, sobre el milagro de la gracia de Cristo porque lo había experimentado personalmente. Se había propuesto aplastar las semillas del cristianismo, pero la intervención directa del Señor le apartó de ese desastroso camino. El peso de esa deuda fue una de las razones por las que aceptó tan fácilmente sus misiones designadas a tierras y pueblos desconocidos, predicando y escribiendo en todas partes sobre la salvación que viene a través de Cristo.

Pero la fuerza de los escritos de Pablo se debe también a otras influencias. En su labor experimentó apedreamientos, azotes, burlas, enfermedades y acusaciones. Se enfrentó a la muerte muchas veces, y sus escapadas fueron estrechas. Sus viajes por la palabra fueron constantes. Naufragó. Conoció la soledad. Como Cristo, fue abandonado por sus amigos. Fue acusado, encadenado, encarcelado, con encarcelamientos de hasta dos años. Fue juzgado una y otra vez, finalmente condenado, y por último martirizado.

De todas estas experiencias surgieron sus cartas. Escribió cuando sufría "angustia, como malhechor, hasta las prisiones" (2 Tim. 2:9); sin embargo, pudo levantarse y decir: "Pero esto lo determiné conmigo mismo, que no volvería a ir a vosotros con pesadez" (2 Cor. 2:1). Y escribió: "Estábamos presionados por encima de nuestras fuerzas, hasta el punto de desesperar incluso de la vida". (2 Cor. 1:8.) Y finalmente escribió sumisamente: "Porque ya estoy listo para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cerca". (2 Tim. 4:6.)

Mientras estaba en prisión, suplicó por sus escrituras: "El manto que dejé..., cuando vengas, tráelo contigo, y los libros, pero sobre todo los pergaminos". (2 Tim. 4:13.) Amaba las escrituras, y en su amor, escribió las escrituras: "Desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden hacerte sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto." (2 Tim. 3:15-17.)

Así como Pablo hablaba de los escritos que tanto amaba, con el tiempo sus escritos han llegado a ser muy amados, al igual que los escritos de todos sus compañeros que dieron testimonio a través de la pluma de su fe en Jesucristo. Aunque sabemos más de las pruebas de Pablo, seguramente habló en nombre de todos los que usaron la pluma para difundir el Evangelio cuando dijo: "Porque de mucha aflicción y angustia de corazón os escribí con muchas lágrimas." (2 Cor. 2:4.)

El Libro del Apocalipsis, escrito por Juan, comenzó también en un período y lugar de dolor-desde un exilio solitario en una roca estéril: "Yo Juan, que también soy vuestro hermano y compañero de tribulación, ... estuve en la isla que se llama Patmos, por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesucristo". (Apocalipsis 1:9.) Sin duda, más poderoso incluso que el aislamiento físico y la soledad que rodeaban a Juan era el aislamiento espiritual que sufrió. Podemos sentirlo al leer sus palabras. Porque Juan no escribió en una época de éxito, sino de oscuridad. Probablemente era el único apóstol que quedaba en el Viejo Mundo, y estaba profundamente apenado por las terribles muertes de tantas personas a las que apreciaba. El joven reino en lucha era acosado por todos lados. Los santos eran cazados, perseguidos y asesinados. Pero lo más angustioso es que la Iglesia estaba siendo asolada desde dentro por falsas enseñanzas. Sin duda, la soledad y el dolor que agobiaban a Juan contribuyeron en gran medida a la pasión de sus palabras por la alegría de la luz y la esperanza que le inundaron al ver al Cristo revelado y vivo: "Yo soy el que vive y estaba muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén, y tengo las llaves del infierno y de la muerte. Escribe las cosas que has visto, las que son y las que serán después". (Ap. 1:18-19.)

Juan escribió, como se le ordenó y como se le mostró, las pruebas y sufrimientos y juicios contenidos en la historia de la tierra y cómo todas las cosas progresaban inevitablemente hacia un reino glorificado en un mundo glorificado. El contraste de la oscuridad que había experimentado con la luz que ahora experimentaba ayudó a convertir su registro de esa visión en una literatura poderosa y sorprendente.

Aunque el Apocalipsis se sitúa al final de nuestra colección de escrituras del Nuevo Testamento, no es el último libro escrito. El último escrito fue el de Juan, pero la distinción de la finalidad de los libros del Nuevo Testamento corresponde a sus epístolas. 8

Una autoridad comenta este cese de los escritos: "En lo que respecta a la Dispensación Bíblica, [Juan I] es probablemente el último escrito inspirado del que tenemos constancia. Después de que fue escrito, la larga noche de las tinieblas apóstatas descendió sobre la tierra; los cielos fueron sellados y Dios ya no se comunicó con los hombres en visión abierta y por ministración angélica". 9

Así como cesaron los testamentos de aquellos profetas que dieron testimonio de la venida de Cristo, también cesaron los testimonios de aquellos que conocieron a Cristo en la carne. Otra dispensación había terminado. Por un tiempo los cielos se cerraron y debían esperar otro día para que el amor de Dios por sus hijos necesitados los abriera de nuevo.

Se había escrito el Libro del Cordero de Dios, que con el tiempo se uniría como Antiguo y Nuevo Testamento. Aunque muchas culturas han desarrollado y transmitido a las generaciones posteriores riquezas selectas, la más selecta de todas procede de los hebreos.

"[Los hebreos] lograron poco en las esferas política o militar; su historia posterior fue una amarga e infructuosa lucha por la libertad contra una serie de amos extranjeros. . . . No dejaron ni pintura ni escultura, ni teatro, ni poesía épica. Lo que sí dejaron es una literatura religiosa. . . . [Tenían] una actitud diferente a la de todos los pueblos que los rodeaban, una concepción del poder divino y del gobierno del universo tan simple que a nosotros, que la hemos heredado de ellos, nos parece obvia, pero en su momento tan revolucionaria que los convirtió en una nación aparte, a veces reída, a veces temida, pero siempre ajena." 10

Como preguntó Nefi: "¿Habéis obtenido una Biblia si no es por los judíos?" (2 Ne. 29:6), sería sabio que todos percibiéramos y recordáramos más conmovedoramente la grandeza de este don de la herencia, y los afanes, labores, dolores y diligencia que acompañan a quienes registraron sus poderosos testimonios y, por lo tanto, ayudaron a traer la salvación a un mundo oscuro y moribundo.

Notas a pie de página

^1. Véase Irving Francis Wood y Elihu Grant, The Bible as Literature (Nueva York: Abingdon Press, 1914), p. 232.

^2. Véase Fred Gladstone Bratton, A History of the Bible (Boston: Beacon Press, 1959), pp. 165-66.

^3. The Bible Reader's Manual, a Supplement to the King James Version of the Holy Bible (Glasgow, Escocia: Collins Clear-Type Press, 1959), p. 58.

^4. Wood y Grant, p. 253.

^5. Véase Harry Thomas Frank, Charles William Swain y Courtlandt Canby, The Bible through the Ages (Nueva York: The World Publishing Co., 1967), p. 127.

^6. Véase Richard L. Anderson, "Types of Christian Revelation", en Literature of Belief (Provo, Utah: Religious Studies Center, Brigham Young University, 1981), p. 61.

^7. "Carta de Clemente de Roma a la Iglesia de Corinto", tr. C. C. Richardson, en A History of Christianity: Readings in the History of the Early and Medieval Church, ed. Ray C. Petry. Ray C. Petry (Englewood Cliffs, Nueva Jersey: Prentice-Hall, 1962), p. 7.

^8. Véase J. R. Dummelow, ed., A Commentary on the Holy Bible (Nueva York: The MacMillan Company, 1936), p. 1057.

^9. Bruce R. McConkie, Doctrinal New Testament Commentary, Vol. 3 (Salt Lake City, Utah: Bookcraft, 1973), pp. 371-72.

^10. Maynard Mack, ed. general, World Masterpieces, Vol. 1 (Nueva York: W. W. Norton and Co., 1956), p. 2.

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DMU Timestamp: September 25, 2021 03:47





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