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Lección 12

Lección 12

La salida a luz de la Biblia para el hombre común y corriente

Mensaje

D. Todd Christofferson, “La bendición de las Escrituras”, Liahona, mayo de 2010, págs. 32–35.

La bendición de las Escrituras

Por el élder D. Todd Christofferson

Del Quórum de los Doce Apóstoles

El propósito central de todas las Escrituras es llenar nuestras almas de fe en Dios el Padre y en Su Hijo Jesucristo.

El 6 de octubre del año 1536, a una figura lastimosa se le condujo de un calabozo del Castillo Vilvorde, cerca de Bruselas, Bélgica. Durante casi año y medio, el hombre había tenido que soportar estar aislado en una celda oscura y húmeda. Ahora, fuera de los muros del castillo, el prisionero fue atado a un poste. Tuvo tiempo de pronunciar en voz alta su oración final: “¡Señor!, abre los ojos del rey de Inglaterra”, tras lo cual fue ahorcado. De inmediato, quemaron su cuerpo en la hoguera. ¿Quién era ese hombre, y cuál era la ofensa por la cual tanto las autoridades políticas como eclesiásticas lo habían condenado? Se llamaba Guillermo Tyndale, y su crimen fue haber traducido la Biblia al inglés y haberla publicado.

Tyndale, nacido en Inglaterra en la época en que Colón zarpó hacia el nuevo mundo, se educó en Oxford y Cambridge y llegó a ser integrante del clero católico. Hablaba ocho idiomas con fluidez, entre ellos griego, hebreo y latín. Tyndale era un ferviente estudioso de la Biblia, y le preocupaba profundamente la ignorancia generalizada sobre las Escrituras que observaba entre sacerdotes y laicos por igual. En una acalorada discusión con un clérigo que opinaba que no se debían poner las Escrituras al alcance del hombre común, Tyndale juró: “¡Si Dios me concede vida, antes de que pasen muchos años, haré que el joven que conduzca el arado sepa más de las Escrituras que tú mismo!” .

Solicitó la aprobación de las autoridades de la iglesia para preparar una traducción de la Biblia al inglés para que todos pudieran leer la palabra de Dios y llevarla a la práctica. Le fue negada, ya que la opinión que prevalecía era que el acceso directo a las Escrituras por parte de alguien que no fuera del clero ponía en peligro la autoridad de la iglesia y era como echar “perlas delante de los cerdos” (Mateo 7:6).

Sin embargo, Tyndale emprendió la difícil tarea de la traducción. En 1524, viajó a Alemania, bajo un nombre ficticio, donde vivió la mayor parte del tiempo a escondidas, bajo constante amenaza de arresto. Con la ayuda de amigos fieles, Tyndale logró publicar las traducciones al inglés del Nuevo Testamento y más tarde del Antiguo Testamento. Las Biblias se introdujeron clandestinamente en Inglaterra, donde tenían gran demanda y las valoraban grandemente los que podían conseguirlas. Se compartían extensamente, pero en secreto. Las autoridades quemaban todas las copias que encontraban. Sin embargo, en menos de tres años después de la muerte de Tyndale, Dios en verdad abrió los ojos del rey Enrique VIII, y con la publicación de lo que se llamó “La Gran Biblia”, las Escrituras en inglés comenzaron a estar a disposición del público. La obra de Tyndale llegó a ser el fundamento de casi todas las traducciones futuras de la Biblia al inglés, en particular la Versión del Rey Santiago.

Guillermo Tyndale no fue el primero ni el último de los que se han sacrificado, en muchos países e idiomas, aun al grado de morir, para sacar la palabra de Dios de la oscuridad. Les debemos a todos ellos una gran deuda de gratitud. Debemos quizás una deuda aún mayor a aquellos que fielmente registraron y preservaron la palabra a través de las edades, muchas veces con minuciosa labor y sacrificio: Moisés, Isaías, Abraham, Juan, Pablo, Nefi, Mormón, José Smith y muchos más. ¿Qué sabían ellos de la importancia de las Escrituras que nosotros también debamos saber? ¿Qué es lo que entendió la gente de Inglaterra del siglo dieciséis, que pagó enormes sumas de dinero e hizo frente a graves riesgos personales para tener acceso a una Biblia, que nosotros también debamos entender?

Poco antes de morir, el profeta Alma confió los sagrados anales del pueblo a su hijo Helamán. Le recordó a Helamán que las Escrituras habían “ensanchado la memoria de este pueblo, sí, y… convencido a muchos del error de sus caminos, y los han traído al conocimiento de su Dios para la salvación de sus almas” (Alma 37:8). Le mandó a Helamán que preservara los anales a fin de que mediante ellos, Dios pudiera “manifestar su poder a las generaciones futuras” (Alma 37:14).

Por medio de las Escrituras, Dios verdaderamente “manifiesta su poder” para salvar y exaltar a Sus hijos. Por Su palabra, como dijo Alma, Él ensancha nuestra memoria, arroja luz en la falsedad y el error, y nos lleva al arrepentimiento y a regocijarnos en Jesucristo, nuestro Redentor.

Las Escrituras ensanchan nuestra memoria

Las Escrituras ensanchan nuestra memoria al ayudarnos a recordar siempre al Señor y nuestra relación con Él y con el Padre. Nos recuerdan lo que sabíamos en nuestra vida premortal, y ensanchan nuestra memoria en otro sentido al enseñarnos acerca de épocas, personas y acontecimientos que no experimentamos personalmente. Ninguno de nosotros estuvo presente para ver partirse el mar Rojo y cruzar con Moisés al otro lado entre muros de agua. No estuvimos allí para escuchar el Sermón del Monte, para ver a Lázaro al ser levantado de entre los muertos, para ver al Salvador agonizante en Getsemaní y en la cruz; ni oímos, con María, a los dos ángeles testificar en la tumba vacía que Jesús se había levantado de los muertos. Ustedes y yo no avanzamos uno por uno con la multitud en la tierra de Abundancia por invitación del Salvador resucitado, para palpar las marcas de los clavos y bañar Sus pies con nuestras lágrimas. No nos arrodillamos al lado de José Smith en la Arboleda Sagrada ni contemplamos allí al Padre y al Hijo. Sin embargo, sabemos todas esas cosas y mucho más porque tenemos el registro de las Escrituras para ensanchar nuestra memoria, para enseñarnos lo que no sabíamos; y a medida que estas cosas penetren nuestra mente y nuestro corazón, se arraiga nuestra fe en Dios y en Su Hijo Amado.

Las Escrituras también ensanchan nuestra memoria al ayudarnos a no olvidar lo que nosotros y generaciones anteriores hemos aprendido. Los que no tienen la palabra registrada de Dios o que no hacen caso de ella, con el tiempo dejan de creer en Él y olvidan el propósito de su existencia. Ustedes recordarán lo importante que fue para los del pueblo de Lehi llevar las planchas de bronce consigo cuando partieron de Jerusalén. Esas Escrituras eran clave para que tuvieran conocimiento de Dios y de la futura redención de Cristo. El otro grupo que “salió de Jerusalén” poco después de Lehi no tenía Escrituras, y cuando los descendientes de Lehi los encontraron unos trescientos o cuatrocientos años después, se encuentra registrado que “su idioma se había corrompido… y negaban la existencia de su Creador” (Omni 1:15, 17).

En la época de Tyndale, abundaba la ignorancia en cuanto a las Escrituras porque la gente no tenía acceso a la Biblia, especialmente en un idioma que pudieran entender. Actualmente, la Biblia y otras Escrituras están a la mano y, sin embargo, el analfabetismo sobre las Escrituras va en aumento porque la gente no abre los libros. Por consiguiente, han olvidado cosas que sus abuelos sabían.

Las Escrituras son la norma para distinguir la verdad y el error

Dios se vale de las Escrituras para desenmascarar las ideas erróneas, las tradiciones falsas y el pecado con sus devastadores efectos. Él es un padre tierno que desea evitarnos el sufrimiento y el pesar innecesarios, y al mismo tiempo ayudarnos a lograr nuestro divino potencial. Las Escrituras, por ejemplo, desacreditan una antigua filosofía que ahora vuelve a estar de moda: la filosofía de Korihor de que no existen las normas morales absolutas, de que “todo hombre [prospera] según su genio, todo hombre [conquista] según su fuerza; y no [es] ningún crimen el que un hombre [haga] cosa cualquiera” y “que cuando [muere] el hombre, allí [termina] todo” (Alma 30:17–18). Alma, quien había lidiado con Korihor, no dejó a su propio hijo Coriantón con dudas en cuanto a la realidad y a la esencia de un código moral divino. Coriantón había sido culpable de pecado sexual, y su padre le habló con amor pero con claridad: “¿No sabes tú, hijo mío, que estas cosas son una abominación a los ojos del Señor; sí, más abominables que todos los pecados, salvo el derramar sangre inocente o el negar al Espíritu Santo?” (Alma 39:5).

En un cambio total de hace un siglo, hoy muchos cuestionarían a Alma acerca de la seriedad de la inmoralidad. Otros alegarían que todo es relativo, o que el amor de Dios es permisivo. Si hay un Dios, dicen ellos, Él justifica todos los pecados y las transgresiones por motivo de Su amor por nosotros; no hay necesidad de arrepentirse o, a lo sumo, basta con una simple confesión. Se han imaginado a un Jesús que quiere que la gente luche por la justicia social pero que no exige nada de su vida y conducta personales. Pero un Dios de amor no nos deja solos para que aprendamos por triste experiencia que “la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10; véase también Helamán 13:38). Sus mandamientos son la voz de la realidad y nuestra protección contra el dolor que nosotros mismos nos ocasionamos. Las Escrituras son el criterio para medir la exactitud y la verdad y dejan bien claro que la verdadera felicidad no yace en negar la justicia de Dios o en tratar de evadir las consecuencias del pecado, sino en el arrepentimiento y el perdón mediante la gracia expiatoria del Hijo de Dios (véase Alma 42).

En las Escrituras se nos enseñan los principios y los valores morales que son esenciales para mantener la sociedad civil, incluso la integridad, la responsabilidad, el desinterés, la fidelidad y la caridad. En las Escrituras encontramos vívidos ejemplos de las bendiciones que provienen al honrar los principios verdaderos, así como las tragedias que ocurren cuando las personas y las civilizaciones los desechan. Si se hace caso omiso de las verdades de las Escrituras o éstas se abandonan, el núcleo moral esencial de la sociedad se desintegra y en poco tiempo decae. Con el tiempo, no queda nada para sostener las instituciones que sostienen a la sociedad.

Las Escrituras nos llevan a Cristo, nuestro Redentor

Al final, el propósito central de todas las Escrituras es llenar nuestras almas de fe en Dios el Padre y en Su Hijo Jesucristo; la fe en que existen; la fe en el plan del Padre para nuestra inmortalidad y vida eterna; la fe en la expiación y la resurrección de Jesucristo, lo cual da vida a este plan de felicidad; la fe para hacer del evangelio de Jesucristo nuestro estilo de vida; y la fe para llegar a conocer al “único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien [Él ha] enviado” (Juan 17:3).

La palabra de Dios, como dijo Alma, es como una semilla que se planta en nuestro corazón, la cual produce fe a medida que empieza a crecer en nuestro interior (véase Alma 32:27–43; véase también Romanos 10:13–17). La fe no se logrará del estudio de textos antiguos como actividad estrictamente académica. No provendrá de excavaciones ni de descubrimientos arqueológicos; no provendrá de experimentos científicos; ni siquiera provendrá por presenciar milagros. Esas cosas pueden servir para confirmar la fe, o a veces para ponerla a prueba, pero no la crean. La fe viene por el testimonio del Espíritu Santo a nuestra alma, de Espíritu a espíritu, al escuchar o leer la palabra de Dios. Y la fe madura al seguir deleitándonos en la palabra.

Los relatos de las Escrituras sobre la fe de otras personas sirven para fortalecer la nuestra. Recordamos la fe de un centurión que permitió que Cristo sanara a su siervo sin siquiera verlo (véase Mateo 8:5–13), y la curación de la hija de la mujer gentil porque esa humilde madre estuvo dispuesta a aceptar, por así decirlo, incluso las migajas de la mesa del Maestro (véase Mateo 15:22–28; Marcos 7:25–30). Oímos el lamento del sufrido Job: “…aunque él me matare, en él confiaré” (Job 13:15), y lo oímos profesar: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará sobre el polvo. … [y] aún he de ver en mi carne a Dios” (Job 19:25–26). Cobramos valor al escuchar la determinación de un tierno y joven profeta, odiado e implacablemente perseguido por tantos adultos: “…había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo” (José Smith—Historia 1:25).

Debido a que las Escrituras exponen la doctrina de Cristo, van acompañadas del Espíritu Santo, cuya función es dar testimonio del Padre y del Hijo (véase 3 Nefi 11:32). Por lo tanto, el enfrascarnos en las Escrituras es una forma en que recibimos el Espíritu Santo. Naturalmente, el Espíritu Santo es quien da las Escrituras en primer lugar (véase 2 Pedro 1:21; D. y C. 20:26–27; 68:4), y ese mismo Espíritu puede testificarnos a ustedes y a mí de la veracidad de ellas. Estudien las Escrituras de manera detenida y deliberada. Mediten en ellas y oren al respecto. Las Escrituras son revelación y brindarán revelación adicional.

Consideren la magnitud de nuestra bendición de tener la Santa Biblia y unas 900 páginas adicionales de Escritura, incluso el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Luego consideren que, además, las palabras que hablan los profetas cuando son inspirados por el Espíritu Santo en ocasiones como ésta, a las que el Señor llama Escritura (véase D. y C. 68:2–4), fluyen hacia nosotros casi constantemente por televisión, radio, internet, satélite, CD, DVD y material impreso. Supongo que nunca en la historia se ha bendecido a un pueblo con tal cantidad de escritos sagrados, y no sólo eso, sino que todo hombre, mujer y niño puede poseer y estudiar su propio ejemplar personal de estos textos sagrados, la mayoría en su propio idioma. ¡Qué increíble le habría parecido tal cosa a la gente de la época de Guillermo Tyndale y a los santos de dispensaciones anteriores! Ciertamente, con esta bendición, el Señor nos está diciendo que la necesidad de que recurramos constantemente a las Escrituras es más grande que en cualquier época anterior. Ruego que nos deleitemos continuamente en las palabras de Cristo, las cuales nos dirán todas las cosas que debemos hacer (véase 2 Nefi 32:3). He estudiado las Escrituras, las he escudriñado, y en esta víspera de Pascua de Resurrección, les doy mi testimonio del Padre y del Hijo tal como se revelan Ellos en las Santas Escrituras, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Material Adicional 1

Mensaje

Lenet H. Read, “How the Bible Came to Be, Part 5: Glimmers of Light in Darkness”, Ensign, junio de 1982, págs. 38–46.

Cómo surgió la Biblia:

Parte 5, Destellos de luz en la oscuridad

Por Lenet H. Read

Regalos de sacrificio y amor

Es interesante que la oscuridad de la Edad Media duró más o menos lo que durará la luz del Milenio: mil años. La Edad Media comenzó a mediados del siglo V d.C. con la caída del Imperio de Occidente y duró hasta mediados del siglo XV, cuando varios acontecimientos trascendentales, como el Renacimiento, la Reforma y la invención de la imprenta, pusieron fin a esta época oscura y prepararon el camino para la Restauración.

Aunque la Edad Media se caracteriza más por el retroceso que por el progreso, hubo excepciones. Entre las excepciones se encuentra la continuación de la difusión de la religión cristiana en tierras lejanas, incluida Gran Bretaña, que llegó a desempeñar un papel importante en las futuras luchas por hacer que las escrituras estuvieran disponibles en el idioma del hombre común.

Hay pruebas de que el cristianismo había llegado a las costas de Inglaterra en el siglo II, pero los acontecimientos, como las invasiones de los teutones, habían sofocado sus llamas. Sin embargo, en el siglo VI, San Agustín, primer arzobispo de Canterbury, y otros fueron enviados a Gran Bretaña a predicar. Tras ellos llegaron otros misioneros. La Historia Eclesiástica de Bede relata que Teodoro de Tarso, buen conocedor de las Escrituras, llegó como misionero hacia el año 700 d. C. Él y su compañero reunieron a la gente y derramaron "ríos de conocimiento para regar los corazones de sus oyentes", enseñándoles tanto conocimientos bíblicos como seculares. Uno de sus esfuerzos más importantes era enseñar a todo aquel que estuviera dispuesto a leer las escrituras. Pero las escrituras que utilizaban estaban en latín, y normalmente los que decidían aprender eran los que pasaban a formar parte del clero inglés.

A lo largo de los años siguientes, la mayoría de los británicos se nutrieron de historias bíblicas y principios de disciplina y conducta. No había un verdadero estudio de las Escrituras. El culto, como en todas partes, se realizaba mediante ceremonias y en latín. Para recordar las historias de la Biblia, se pintaban escenas bíblicas en las paredes de las iglesias y se tallaban en paneles. Más tarde, se idearon elaboradas obras de teatro religioso.

Dado que la lectura de las Escrituras en los servicios de culto cristianos se había dejado de hacer durante mucho tiempo, la falta de educación por parte de las masas y la escasa disponibilidad de las Escrituras constituían enormes obstáculos para una comprensión significativa de las mismas. Había, sin embargo, algunos buenos pastores que tenían deseos sinceros de alimentar a las ovejas con un alimento que pudieran digerir de verdad.

Uno de los primeros pasos hacia la traducción de las escrituras a un idioma que la gente pudiera entender fue realizado por un simple pastor llamado Caedmon. Según Bede, Caedmon tenía un don especial para componer versos anglosajones basados en las escrituras. Su don era tan inusual que fue llevado a un monasterio donde aprendió las escrituras y luego las convirtió en versos, haciendo que "sus amos fueran a su vez sus oyentes". Ante los humildes y los poderosos cantó el registro de los judíos, sobre "la creación del mundo, el origen del hombre y toda la historia del Génesis". Cantó la historia de los hijos de Israel y la vida y misión del Señor. El valor de su obra fue que proporcionó una Biblia del pueblo que podían memorizar y cantar ellos mismos con facilidad.

Otro que llevó la religión cristiana al pueblo llano en su propia lengua fue Aldhelm, abad de Malmesbury. Durante y después de la misa, que se celebraba en latín y, por lo tanto, era indescifrable para el pueblo, se situaba en un puente y, disfrazado de juglar errante, cantaba canciones que contenían muchas escrituras.

Durante los siglos VII, VIII y IX, hubo varias traducciones escritas al anglosajón de partes de las escrituras, generalmente los Salmos y los Evangelios. Sin embargo, el pueblo llano apenas tenía acceso a estas traducciones, aunque algunos clérigos siguieron fomentando el conocimiento de las Escrituras entre los laicos. El gran erudito y clérigo Bede (673-735 d. C.) dio algunos pasos en esta dirección. En una carta al obispo Egberto escribió: "Pero haz que los indoctos... aprendan [algunos pasajes bíblicos] en su propia lengua, y repítelos cuidadosamente; y esto debe hacerse, no sólo en el caso de los laicos... sino también en el caso de los monjes y los clérigos, que saben latín".

A pesar de estos esfuerzos, las continuas convulsiones políticas impidieron que la alfabetización en las escrituras ganara mucho terreno. Cuando Alfredo se convirtió en rey en el año 871, tras un periodo de gran agitación, se lamentó de que, aunque había habido algunos tipos de progreso, también había habido grandes retrocesos:

"Recordé también cómo vi, antes de que todo hubiera sido asolado y quemado, cómo las iglesias de toda Inglaterra estaban llenas de tesoros y libros, y había también una gran multitud de siervos de Dios, pero tenían muy poco conocimiento de los libros, pues no podían entender nada de ellos, porque no estaban escritos en su propia lengua."

El propio Alfredo era un hombre culto, algo inusual en aquella época para los reyes. Obviamente, estaba muy consternado por el desperdicio de libros que no se podían leer debido a la destrucción y la ignorancia. Así que se propuso hacer cambios. Él mismo tradujo y encargó la traducción de muchos libros, incluyendo partes de las escrituras. Y al establecer las leyes que regirían a su pueblo, comenzó con una versión traducida de los Diez Mandamientos, a la que añadió la regla de oro.

Por muy limitado que fuera, el uso de las Escrituras por parte de Alfredo y su deseo de educar a su pueblo dieron lugar a un notable florecimiento de la civilización. Un historiador observa:

"A mediados del siglo VII no había nada que sugiriera la inminencia de un gran logro inglés en materia de aprendizaje y literatura. El más fuerte de los reyes ingleses era un pagano obstinado [probablemente Penda, c. 632-654]. El país estaba distraído por las guerras, que destruyeron la paz de los eruditos. ... La fe cristiana, que iba a llevar la imaginación a nuevos mundos, sólo estaba segura en el extremo sureste de la isla. En cien años, Inglaterra se convirtió en el hogar de una cultura cristiana que influyó en todo el desarrollo de las letras y el aprendizaje en Europa occidental. ... No hay nada en la historia europea estrechamente paralelo a este repentino desarrollo de una civilización por parte de uno de los pueblos más primitivos establecidos dentro del antiguo imperio romano".

Tras la muerte del rey Alfredo, se dieron algunos pasos adicionales para hacer más utilizables las escrituras. Se hicieron "glosas interlineales", traducciones literales al anglosajón escritas entre las líneas de las Biblias latinas, pero fueron bastante raras. A finales del siglo X se dio un paso más importante cuando Aelfric, arzobispo de Canterbury, tradujo al anglosajón varios libros del Antiguo Testamento. Un poco de luz había brillado en la oscuridad.

Y entonces los normandos conquistaron Inglaterra. El francés se convirtió en la lengua de las clases dirigentes, y aunque se tradujeron partes de la Biblia al francés para que las utilizaran algunos de los gobernantes normandos, se hizo poco para que las escrituras estuvieran disponibles para los anglosajones. Los intentos de traducir la Biblia a la lengua del hombre común tuvieron que esperar otros trescientos años.

La propagación del cristianismo a tierras como Inglaterra demostró con el tiempo ser uno de los mayores desafíos para la iglesia romana. La iglesia griega había continuado con su creencia de que el conocimiento era esencial para la salvación; por lo tanto, cuando los pueblos de otras culturas se convertían, se hacían traducciones a su idioma, como el ruso y el búlgaro. La Iglesia romana, en cambio, no fomentó las traducciones a las lenguas vernáculas, a pesar de que la propia Vulgata latina había sido una traducción a una lengua hablada por el pueblo, antes de que el tiempo y los cambios en el lenguaje la convirtieran en una "lengua sagrada" utilizada sólo en los servicios religiosos.

De hecho, durante la época del papa Gregorio VII (1073-85 d. C.) se perfiló una política contra las traducciones. En una lucha con la iglesia griega por la influencia en ciertos territorios en disputa, Gregorio vio que era una ventaja política para la iglesia romana promover la dependencia del latín en estas áreas. También determinó que sería ventajoso crear una distinción más nítida entre los laicos y el clero. El clero se convirtió así en los maestros de la iglesia, mientras que los laicos se convirtieron en meros receptores. "A partir de la época [del papa Gregorio]", afirma un estudioso, "se endurecieron los prejuicios ortodoxos contra el conocimiento laico del texto bíblico".

En consecuencia, se preparó el escenario para uno de los mayores dramas de la historia del hombre: la lucha por las traducciones en lengua vernácula entre unos pocos valientes y la Inquisición, que barrió Europa durante los últimos siglos de la Edad Media. En las primeras batallas, el peso de la ventaja fue definitivamente para la Inquisición.

En algún momento de la década de 1170, en el sur de Francia, se produjo una de las primeras escaramuzas de esta batalla. Según un relato, comenzó de esta manera:

"Cierto hombre rico de la ciudad [Lyon], llamado Waldo, tenía curiosidad, al oír la lectura del evangelio [en latín], ya que no era muy letrado, por saber lo que se decía. Por lo que hizo un pacto con ciertos sacerdotes, el uno para que le tradujera la Biblia; el otro, para que escribiera como el primero le dictara. Lo cual hicieron; y de la misma manera muchos libros de la Biblia... que cuando el mencionado ciudadano había leído a menudo y aprendido de memoria, él... vendió todos sus bienes, y despreciando el mundo, dio todo su dinero a los pobres, y usurpó el oficio apostólico predicando el evangelio, y aquellas cosas que había aprendido de memoria."

La "predicación" de Waldo entre la gente consistía principalmente en recitar pasajes de las escrituras en la lengua común. Evidentemente, no se propuso oponerse a la Iglesia, sino simplemente iluminar al pueblo. Un testigo presencial del Concilio de Letrán de 1179 escribió sobre los intentos iniciales de Waldo de obtener la aprobación de la Iglesia para sus actividades, y sobre la reacción negativa de ésta:

"Vimos a los valdenses [partidarios de Waldo] en el concilio celebrado en Roma bajo el papa Alejandro III. Eran hombres sencillos y analfabetos... y presentaron al señor papa un libro escrito en lengua francesa, en el que se incluía un texto y una glosa sobre el salterio, y sobre muchos otros libros de ambos testamentos. Estos pidieron con gran urgencia que se les confirmara la autoridad para predicar, pues se creían expertos, cuando apenas eran doctos".

El escritor expresa entonces sentimientos que se afianzaron como argumento contra la entrega de las escrituras al hombre común:

"En cada pequeño punto de la página sagrada, vuelan tantos significados en las alas de la virtud, se acumulan tales almacenes de riqueza, que sólo puede agotarlos plenamente aquel a quien Dios ha inspirado. ¿No será, pues, la Palabra dada a los indoctos como perlas delante de los cerdos, cuando sabemos que no son aptos ni para recibirla, ni para dar lo que han recibido? Que desaparezca esta idea, y que sea desarraigada. El ungüento bajaba de la cabeza hasta las faldas de su ropa: las aguas fluyen del manantial, no del barro de las vías públicas".

Pero los valdenses no se dejaban disuadir fácilmente de la búsqueda del conocimiento bíblico. Al igual que sus coetáneos, no tenían "letras" ni acceso a muchos ejemplares de las Escrituras, pero superaron este obstáculo memorizando extensiones sorprendentes de las Escrituras cuando se les daba la oportunidad.

Los valdenses sufrieron por su deseo de conocimiento. Fueron juzgados por la Inquisición, excomulgados, encarcelados y quemados como herejes. Sus libros fueron prohibidos y, cuando se encontraron, quemados. En sus juicios y en los tratados que se escribieron contra ellos, su gran "crimen" fue que "tradujeron el Nuevo y el Antiguo Testamento a la lengua vulgar y esto lo enseñan y aprenden. Porque he oído y visto a cierto paisano iletrado que solía recitar Job palabra por palabra, y a muchos otros que se sabían todo el Nuevo Testamento perfectamente."

"Todos los hombres y mujeres, no dejen de enseñar y aprender, noche y día. El obrero, que trabaja de día, aprende o enseña de noche. ... Enseñan y aprenden sin libros ... y hasta en las leproserías. ... A los que se excusan diciendo que no pueden aprender, les dicen: 'aprende sólo una palabra al día, y en un año aprenderás trescientas, y así te harás competente'".

A pesar de los intentos por sofocarlo, el movimiento valdense, y otros similares, se extendieron por la vecina Italia y España. Y les siguieron los pronunciamientos oficiales en contra de su labor, prohibiendo la predicación, la lectura, la memorización e incluso la posesión de las escrituras. Las penas por desobediencia eran extremadamente severas. Según el registro de un inquisidor general en una zona cercana a Toulouse, Francia, se dictaron 930 sentencias contra herejes durante un periodo de quince años, y 114 herejes fueron destruidos por las llamas.

Pero incluso mientras la Inquisición intentaba acabar con el movimiento valdense en Francia, Italia y España, el hambre de escrituras surgió en otros lugares, esta vez en Inglaterra y Alemania. El movimiento en Inglaterra comenzó a mediados de la década de 1300. A diferencia del movimiento valdense, que fue iniciado por personas totalmente ajenas a la estructura de poder de la Iglesia (aunque algunos clérigos se unieron a él posteriormente), el movimiento inglés fue encabezado por uno de los eruditos y clérigos más prominentes y respetados de su época: John Wycliffe.

A Wycliffe se le describe como una persona de frágil estatura física, pero intelectual y espiritualmente era un gigante. Fue el erudito más destacado de la escuela más prestigiosa de su época, Oxford, pero su erudición era única para ese tiempo porque incluía un profundo conocimiento y apreciación de las Escrituras, lo que le valió un título especial, "el doctor evangélico". Mientras que sus colegas consideraban la Biblia como un "tesoro de dogmas muertos", Wycliffe llegó a amarla y a sacar su fuerza de ella, y en la controversia posterior, se empeñó en ser juzgado por sus normas.

Fueron en parte las condiciones sociales de Inglaterra en la época de Wycliffe las que lo despertaron. Porque había muchos problemas. Los sacerdotes que estaban más cerca del pueblo eran ellos mismos ignorantes, pero los clérigos que tenían educación vivían en el lujo y eran insensibles al estado miserable en que vivían los campesinos. A menudo, los que supuestamente estaban llamados a ser ejemplos de Cristo buscaban y mantenían sus posiciones de poder a través de la corrupción y el soborno y eran frecuentemente culpables de otros vicios. Había incesantes luchas de poder entre las ramas de la iglesia y entre la iglesia y el estado.

Wycliffe estaba preocupado por lo que veía, y su "alma más íntima se agitó hasta el fondo por el espectáculo de la miseria social que reinaba". Pero el catalizador que lo impulsó a actuar fue el cisma papal de 1378. Gracias a su estudio de la Biblia, Wycliffe se sentía seguro de que sus convicciones religiosas eran coherentes con los principios enseñados por los profetas y los apóstoles. Entendía que el verdadero estándar de la iglesia debía ser la mansedumbre, no la mundanidad; y cuando vio a dos papas opuestos luchando por el estatus y el poder, no pudo contener su consternación.

Desilusionado con la iglesia contemporánea y sintiendo que sus acciones eran inconsistentes con las enseñanzas de la Biblia, Wycliffe llegó a la conclusión de que la única guía justa que el pueblo aún tenía era la Biblia. Era la "Ley de Dios", y consideraba que, en las condiciones actuales, los hombres sólo debían rendir cuentas ante ella.

Pero el pueblo no podía ser responsable de una ley que no conocía. El objetivo de su vida, entonces, fue llevar la "Ley de Dios" a la gente en el idioma que entendían, que era el inglés.

Wycliffe atrajo a otros hombres para que le ayudaran en esta labor. Muchos respondieron a su liderazgo debido a su reputación escolástica y su alto carácter. Los organizó para que fueran predicadores y llevaran las Escrituras al pueblo, no a las iglesias, sino a la gente común en sus calles, en sus casas, en sus campos, en sus tiendas. Allí, en una conversación amistosa, trataban de leer las Escrituras a la gente. Llevaban hojas del Nuevo Testamento traducidas al inglés medio, la lengua de la época.

El trabajo de mantener a los predicadores provistos de las escrituras no era fácil. Después de ser traducidas del latín, cada hoja de las escrituras tenía que ser copiada a mano. También se escribían a mano hojas explicativas para que los predicadores pudieran explicar las escrituras mientras las leían.

Los predicadores enviados por Wycliffe no tenían licencia oficial para predicar. Conocidos como lolardos, eran estudiantes o empleados que realizaban este trabajo durante sus vacaciones. Parecían surgir de repente en todas partes: "No puedes viajar a ningún lugar de Inglaterra sin que de cada dos hombres que encuentres uno sea un lolardo", escribió un hombre.

La obra de Wycliffe y sus lolardos no estuvo ciertamente exenta de oposición. Pero Wycliffe no había asumido que lo sería. En 1379 publicó un tratado titulado Sobre la verdad de las Sagradas Escrituras en el que admitía que esperaba ser silenciado eventualmente mediante alguna forma punitiva de muerte.

Pero en ese sentido se equivocó. No sufrió la muerte por sus acciones, atribuidas generalmente a su posición prominente, a sus amigos políticamente poderosos y a la condición debilitada del papado. Sin embargo, sufrió. Hubo intentos de llevarle a juicio, aunque fracasaron. Fue atacado públicamente desde los púlpitos más prestigiosos, fue objeto de furiosas controversias en las escuelas y finalmente fue destituido de su cargo en Oxford. Quedó severamente aislado de cualquier papel exteriormente respetable en la sociedad.

Abandonado por todos, excepto por los más fieles de sus amigos y seguidores, permaneció, sin embargo, firmemente anclado en su creencia de que, con el tiempo, la verdad prevalecería. Tal vez, en cierto modo, su retiro forzoso fue una bendición, ya que le permitió completar su mayor obra: la traducción de toda la Biblia al idioma del pueblo.

Como hemos visto, hubo varias traducciones anteriores de partes de la Biblia; pero a Wycliffe le corresponde el honor de la primera traducción completa del latín al inglés. Un trabajo así, sobre todo en aquella época, era una empresa tremenda. No está claro qué parte del trabajo realizó Wycliffe y cuántos ayudantes tuvo, pero hay pruebas de que contó con la ayuda de al menos otros dos: Nicholas de Hereford, un líder lolardo, y John Purvey, el talentoso secretario de Wycliffe.

Las anteriores traducciones parciales realizadas en Gran Bretaña fueron de poca ayuda en su trabajo. Según Purvey, estaban en "un Englische tan antiguo que no puede [casi] nadie redimirlas". Por eso, antes de que Wycliffe y los demás comenzaran el trabajo de traducir del latín, hicieron estudios cuidadosos de muchas copias del latín buscando las más antiguas y fiables. En esto, Wycliffe fue muy afortunado. Aunque Inglaterra había tomado la delantera en la conversión de partes de las escrituras a su lengua nativa, también había sido líder en su devoción por la Biblia en latín. Un escritor demuestra que los manuscritos antiguos más fiables que existen de la Vulgata latina fueron copiados y conservados en Inglaterra.

Wycliffe y sus ayudantes también estudiaron los comentarios y escritos de los eruditos bíblicos para poder empezar con la base más segura. Y luego hicieron una traducción lo más literal posible, palabra por palabra, manteniendo incluso el mismo orden de las palabras que en latín, aunque el orden natural en inglés era diferente.

Hay indicios de un dramatismo trágico en el texto de esta traducción. La versión original del Antiguo Testamento termina abruptamente en medio de Baruc 3:20 con esta nota: "Aquí termina la traducción de Nicolás de Hereford". Las pruebas sugieren que el abrupto cese de su trabajo se debió a su arresto; él y otros fueron juzgados y excomulgados en Canterbury, y pasó los siguientes cinco años en prisión o en el continente.

A pesar de la persecución, el trabajo en la Biblia continuó y finalmente se completó el Nuevo Testamento, seguido del Antiguo. La obra apareció en paquetes en lugar de en un solo volumen.

Wycliffe murió poco después de la finalización de toda la obra. "Hacia el final del año [1382] la tensión mental, bajo la cual había seguido trabajando durante mucho tiempo con toda su infatigable industria y coraje, le provocó un ataque de parálisis. Dos años más tarde llegó el final. Mientras celebraba la misa en la iglesia de Lutterworth fue golpeado por segunda vez, y el 31 de diciembre murió".

Tal vez sea bueno que Wycliffe muriera tan poco tiempo después de realizar la traducción. Debido a su gran popularidad entre el pueblo (y a que el conocimiento de la Biblia tendía a aumentar el descontento con la iglesia), la traducción pronto despertó los temores y el odio de mucha gente. Un epitafio escrito en St. Albans llamaba a Wycliffe "el instrumento del diablo, el enemigo de la iglesia, la confusión del pueblo, el ídolo del hereje, el espejo del hipócrita, el propagador del cisma, el sembrador del odio, el forjador de mentiras, el hundidor de lisonjas, que, golpeado por el horrible juicio de Dios, exhaló su alma a la oscura mansión del negro diablo". La animosidad hacia Wycliffe llegó a tal punto que años más tarde se ordenó desenterrar su cuerpo, destruir sus huesos con fuego y arrojar sus cenizas al río.

Con la muerte de Wycliffe y la distribución de los manuscritos de su Biblia, la seguridad de los que se habían asociado con él se vio muy comprometida. Fueron perseguidos, excomulgados, encarcelados, torturados y quemados. Sin embargo, de alguna manera, durante los primeros años de esta persecución, Purvey y Hereford y otros pudieron completar en 1388 una segunda versión de la Biblia traducida. Reconociendo que la forma basada en el latín de la primera versión la hacía demasiado difícil de leer para el hombre común, pusieron su segunda versión en una forma mucho más compatible con el uso inglés de ese día. Purvey, que dirigió el proyecto, explica las razones por las que intentaron mejorar la traducción:

"En primer lugar, hay que saber que la mejor traducción del latín al inglés es traducir después de la frase y no sólo después de las palabras, de modo que la frase sea tan abierta, o más abierta [fácil de entender] en inglés como en latín, y no se aleje de la letra; y si no se puede seguir la letra en la traducción, que la frase sea siempre completa y abierta, porque las palabras deben servir a la intención y a la frase, o de lo contrario las palabras serán superfluas o falsas".

Purvey no ignoraba las grandes responsabilidades que tenía su grupo al intentar traducir las Sagradas Escrituras. Se tomaba este trabajo muy en serio:

"El traductor tiene gran necesidad de estudiar bien el sentido antes y después, y también tiene necesidad de vivir una vida limpia y ser muy devoto en las oraciones, y no tener su ingenio ocupado en las cosas mundanas, para que el Espíritu Santo, autor de toda sabiduría y conocimiento y verdad, lo vista para su trabajo y no le permita errar. De esta manera, con buena vida y gran esfuerzo, los hombres pueden llegar a traducir verdadera y claramente, y a entender verdaderamente las sagradas escrituras, aunque parezca tan difícil al principio."

Al igual que la primera versión, esta segunda versión de la Biblia de Wycliffe apareció de forma anónima, por razones obvias, aunque probablemente las autoridades no dudaron de quién estaba detrás de ella. El pueblo la recibió con avidez. Purvey tenía razón al afirmar que "los indoctos claman por la Sagrada Escritura para conocerla, con gran coste y peligro para sus vidas".

Y la gente, en efecto, arriesgó sus libertades, sus propiedades y sus vidas para tener todo lo que pudiera de esta Biblia, aunque fuera para poseer o escuchar sólo unas pocas páginas. En 1414 se estableció una ley que haría que aquellos que leyeran cualquier escritura en inglés "perdieran la tierra, el catel, la vida y los bienes de sus herederos para siempre". La iglesia estaba en serio, y hubo muchos juicios. Una mujer fue acusada de herejía simplemente por escuchar en el secreto de la noche a su marido leer las palabras de Cristo. Otras sufrieron por memorizar los pasajes de la Biblia, sin importar el contenido. Otra mujer fue juzgada por enseñar a otra persona "la Epístola de Santiago, el primer capítulo de Lucas y el Sermón de la Montaña". Se le ordenó estrictamente que no enseñara más la Biblia, especialmente a sus hijos. Muchos hombres y mujeres condenados fueron quemados en la hoguera, a menudo con sus Biblias colgadas al cuello.

Los líderes del movimiento se salvaron de la muerte, pero sufrieron prisión, y evidentemente experimentaron tales horrores mientras estaban en prisión que finalmente se retractaron, siendo Purvey el último en hacerlo en 1401. Sin embargo, incluso las autoridades reconocieron que su retractación no era sincera, y a partir de entonces se le mantuvo bajo estrecha vigilancia. Hasta donde se atrevió, siguió defendiendo la necesidad de las Biblias inglesas.

A pesar de las quemas, las retractaciones y los severos castigos, el hambre del pueblo por la palabra de Dios era demasiado grande como para aplastarla. Las Biblias de Wycliffe siguieron circulando subrepticiamente, y un número sorprendente de manuscritos (más de 150) se han conservado hasta los tiempos modernos. Hay pruebas de que uno de los métodos utilizados para preservarlas del daño fue disfrazarlas: en algunos de estos manuscritos se cambió deliberadamente la fecha de escritura (los manuscritos escritos antes de que se aprobaran ciertas leyes no estaban sujetos a ellas); otros fueron atribuidos falsamente a otros traductores.

Los manuscritos, incluso las hojas sueltas, eran tan valiosos para el común de los mortales que provocaban sumas que sorprenderían a los lectores modernos. Se dice que se daba una carga entera de heno (imagínese el trabajo que suponía en aquella época criar y cosechar una carga de heno) a cambio de unos pocos capítulos de Santiago o de San Pablo. Un historiador, que escribió en 1956, calculó que el coste de una Biblia entera de Wycliffe equivalía a 150 dólares en su época.

Los registros muestran que los juicios contra los acusados de leer la Biblia de Wycliffe continuaron durante todo el siglo XIV. Incluso en fecha tan tardía como 1496 hay constancia de que cinco lolardos fueron quemados en la Cruz de Pablo, "con los libros de su saber colgando a su alrededor, libros que en el momento del sermón estaban allí quemados".

Pero así como hay tragedia, también hay ironía en esta historia. Debido a que muchas de las Biblias de Wycliffe fueron escritas sin ninguna indicación de que se originaron en Wycliffe y los lolardos, éstas a veces llegaron a la posesión de miembros ortodoxos influyentes de la iglesia. Aunque la posición oficial de la iglesia era que la obra de Wycliffe era del diablo, no se tomaron medidas contra estos individuos por poseerla. De hecho, algunos afirman que cuando la primera Isabel asumió el trono en 1558, la obra de la Verdad que se le presentó públicamente en ese momento era en realidad la odiada Biblia de Wycliffe, todavía prohibida oficialmente.

Obviamente, la iglesia se sintió justificada en lo que nos parece una discriminación muy injusta. Las raíces de esta discriminación se encuentran en varios factores. En primer lugar, continuaba la creencia de que la mayor parte de la Biblia era alegórica y que el hombre común no podía comprenderla sin un intérprete. Como dijo un erudito del siglo XV: "Es peligroso poner cuchillos en las manos de los niños para que corten el pan con ellos, porque pueden cortarse. Así también la Sagrada Escritura, que contiene el pan de Dios".

Parte de esta discriminación se debía también a la mala opinión que se tenía del plebeyo. El Papa Gregorio VII había escrito:

"Es evidente para los que reflexionan sobre ello, que no sin razón ha querido Dios Todopoderoso que las santas escrituras sean un secreto en ciertos lugares, no sea que, si fueran claramente evidentes para todos los hombres, tal vez sean poco estimadas y estén sujetas a falta de respeto; o que sean falsamente entendidas por los de mediocre aprendizaje, y conduzcan al error."

Como dijo otro escritor: "Una cosa era que un rey tuviera la Biblia en francés, o que las monjas inglesas leyeran los salmos en inglés bajo la dirección de su confesor; pero otra cosa muy distinta era que "las mismas cocineras que cagan el potaje hicieran valer su pretensión de leer la Biblia en el inglés de Wycliffe"".

La iglesia reclamaba el derecho de interpretar las escrituras a las masas. Pero, habiendo abandonado en general las escrituras como base de la fe, la iglesia no cumplió con ese deber. Todo el servicio eclesiástico era en latín ceremonial, que pocos de los propios párrocos entendían. Tampoco entendían mejor sus Biblias en latín. En consecuencia, el clero no podía alimentar a las ovejas, pues no tenía conocimientos con los que alimentarlas.

Sin embargo, hubo algunas excepciones en Alemania. En el siglo XIII, el movimiento valdense tuvo una influencia significativa allí; y en los siglos siguientes, a pesar de los conflictos sobre la traducción de las Escrituras a las lenguas nativas, hubo apoyo para las traducciones vernáculas entre algunos clérigos alemanes.

En general, este apoyo procedía de grupos como los Amigos de Dios, que se esforzaban por educar a los laicos interesados. Esta labor llevó naturalmente al deseo de poner a su disposición algunos conocimientos de las Escrituras. Pero como estos clérigos deseaban que se tradujeran muchos libros de edificación, no sólo la Biblia -y entonces sólo las partes "comprensibles" de la Biblia-, sus traducciones no se convirtieron en el pararrayos de la controversia en que se convirtieron las traducciones inglesas. Además, en 1398 se convocó en Colonia a un grupo de eruditos universitarios, a causa de la Inquisición, para que dieran su opinión sobre las traducciones vernáculas. Llegaron a la conclusión de que, lógicamente, no se podían prohibir las traducciones. Citando el número de lenguas a las que ya existían las escrituras -latín, hebreo, caldeo, gótico, egipcio, etc.- argumentaron "¿cuál es, pues, la razón por la que la Sagrada Escritura puede leerse en las lenguas de tantas naciones, pero no en la lengua alemana?"

En 1430 se añadió otra lengua a la lista: se hizo una traducción al español, aunque no para el pueblo llano. Y en 1466 surgió finalmente una Biblia en alemán, probablemente un compuesto de porciones traducidas anteriormente. Su prefacio incluía las siguientes palabras:

"Este es un preámbulo contra quien se opone a la escritura alemana, que es, sin embargo, útil y provechosa para las almas de los hombres, Mis enemigos han hecho hasta ahora violencia a su propia conciencia, porque hasta ahora han guardado silencio respecto a mi plan de traducir el santo evangelio al alemán. Ahora, sin embargo, han adoptado una postura diferente, inspirados por un orgullo insensato, y presentan consejos insensatos, y dicen: '¿Pero qué vamos a predicar ahora, cuando los hombres leen y escuchan las santas escrituras en lengua alemana en sus habitaciones y casas?'

"A él le responderé desde la Sagrada Escritura. ... Ay de vosotros, que llamáis al bien mal, y al mal bien: ... y lucháis contra la justa verdad: es decir, luchan contra las santas escrituras e impiden la difusión de su revelación".

Aunque en Alemania había algunas inclinaciones ortodoxas hacia las traducciones, la mayor concentración de poder se oponía fuertemente a ellas, especialmente como libro de uso común. En Alemania hubo quienes sufrieron la muerte por poseer Biblias, en particular los begardos, que eran considerados heréticos. Después de 1509 hay pruebas de que unos pocos grupos ortodoxos en Alemania permitieron el estudio limitado de partes de la Biblia traducida por miembros del laicado. Pero eran la excepción. A los muchos, en todas partes, se les negó.

El peso de la ventaja en esta gran lucha puede haber permanecido a favor de los que se oponían a la traducción durante siglos más, pero en el siglo XV se produjo un acontecimiento notable que cambió la ventaja hacia el pueblo: la invención de la imprenta.

Sin embargo, la lucha por las traducciones en lengua vernácula aún no había terminado. Muchos individuos aún darían su vida por su causa. Pero la luz había salido de las tinieblas, y con ella el hambre de más luz.

Y la luz es la esencia de todos los buenos comienzos, como Wycliffe había revelado al pueblo a través de su pintoresca Biblia inglesa:

Al principio Dios hizo de la nada el cielo y la tierra.

La tierra, en efecto, era vana por dentro y vacía,

y las tinieblas estaban sobre la faz del mar.

Y el espíritu de Dios nació sobre las aguas.

Y Dios dijo: Hágase la luz

Y se hizo la luz.

Y Dios vio que la luz era buena.

Fin de la quinta parte. Continuará.

Original, en inglés: https://www.churchofjesuschrist.org/study/ensign/1982/06/how-the-bible-came-to-be-part-5-glimmers-of-light-in-darkness?lang=eng

*** Translated with www.DeepL.com/Translator (free version) ***

Material Adicional 2

Lenet H. Read, “How the Bible Came to Be, Part 6: No Price Too Great”, Ensign, julio de 1982, págs. 42–50.

Cómo surgió la Biblia:

Parte 6, No hay precio demasiado grande

Por Lenet H. Read

Regalos de sacrificio y amor

En el año 1500, la oscuridad de la Edad Media estaba llegando a su fin. Los nuevos descubrimientos iluminaban todos los campos del saber y un espíritu de nueva vida impregnaba la sociedad. Era la época del Renacimiento. Dos acontecimientos de esa época tendrían una influencia especialmente reveladora en los años venideros. El primero fue la invención de la imprenta por Johann Gutenberg en la década de 1430.

La invención de Gutenberg requirió un enorme sacrificio por su parte, exigiendo grandes cantidades de tiempo y su endeudamiento personal. Murió sin haber recuperado mucho de su inversión; pero, como tantos otros sacrificios importantes, el resultado sería una bendición para otros, no siendo el menor de ellos el hacer que la Biblia estuviera más fácilmente disponible. De hecho, cuando se dio cuenta de que había dominado la técnica de la imprenta, sintió que su primera responsabilidad era imprimir la Biblia, y una Biblia impresa en latín fue la primera obra importante que surgió de este notable nuevo invento. El desarrollo de la imprenta y el trabajo sobre la Biblia absorbieron juntos más de veinte años de la vida de Gutenberg.

El segundo acontecimiento que influyó en la difusión de la Biblia fue la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453. Esto provocó una importante reorientación de los centros escolásticos de Europa, atrayendo a la iglesia romana y sus áreas de influencia a nuevos pioneros del pensamiento y el estudio procedentes de Oriente. Surgió un gran movimiento para volver a los orígenes mismos del conocimiento; y entre las obras cuyos fundamentos se buscaban estaba la Biblia.

Esta evolución, unida al valor de los hombres dispuestos a sacrificarse por una causa justa, fueron las fuerzas que finalmente allanaron el camino para poner las Sagradas Escrituras en manos del pueblo.

Entre los que impulsaron el movimiento a favor de una Biblia del pueblo se encontraba un holandés más conocido por su nombre griego: Erasmo. A principios del siglo XVI, con un conocimiento recién obtenido del griego, Erasmo pasó varios años enseñando en Cambridge como profesor de griego y divinidad. Sus estudios de griego habían estimulado en él el deseo de producir un Nuevo Testamento lo más cercano posible a su forma griega original, y a partir de él una mejor versión latina. Ambas cosas eran revolucionarias en aquella época, ya que la obra de Jerónimo, aunque en su día fue amargamente atacada, se consideraba ahora sacrosanta e intocable.

Pero Erasmo argumentó que la corrupción a lo largo de los años se había colado en la Vulgata. "¿Cómo es que Jerónimo, Agustín y Ambrosio citan un texto que difiere de la Vulgata? ... ¿Tratando todo esto con desprecio, seguiréis una versión corrompida por algún copista? ... Al hacerlo, seguís los pasos de esos vulgares divinos que acostumbran a atribuir autoridad eclesiástica a cualquier cosa que se cuele en el uso general. ..."

Mientras Erasmo trabajaba en su Nuevo Testamento griego, un cardenal español, Ximines, trabajaba en uno que contenía traducciones hebreas, griegas y latinas. El cardenal terminaría su trabajo antes que Erasmo, pero debido a la oposición de la Inquisición, el trabajo de Erasmo fue el primero en publicarse. Ambos se beneficiaron de las nuevas técnicas de impresión, y ambos afectarían a las traducciones posteriores de la Biblia.

Aunque Erasmo y Ximines experimentaron una amarga oposición, no hay pruebas de que sus vidas corrieran grave peligro. Ambos fueron leales a la autoridad de la Iglesia, buscando reformas desde dentro y no desde fuera. Además, las traducciones que ambos hicieron fueron en lenguas en las que ya existían las escrituras, y se realizaron únicamente con fines académicos.

Sin embargo, el trabajo de Erasmo le llevó a valorar el derecho del pueblo a utilizar las Escrituras. "Estoy totalmente en desacuerdo -escribió- con quienes no quieren que las Sagradas Escrituras, traducidas a la lengua vulgar, sean leídas por los particulares, como si Cristo hubiera enseñado doctrinas tan sutiles que difícilmente pueden ser comprendidas por unos pocos teólogos, o como si la fuerza de la religión cristiana residiera en la ignorancia de los hombres sobre ella. ...

"... Ojalá que hasta la mujer más débil leyera el Evangelio. ... Y deseo que éstos se traduzcan a todas las lenguas, para que puedan ser leídos y comprendidos. ... Anhelo que el labrador cante porciones de ellos para sí mismo mientras sigue el arado, y que el tejedor los tararee al compás de su lanzadera".

Aunque Erasmo había lanzado el grito de anhelo, faltaba que otro, Guillermo Tyndale, cumpliera ese anhelo.

En general, se considera que William Tyndale nació a principios de la década de 1490, más o menos al mismo tiempo que el descubrimiento de América. A la edad de doce o trece años, Tyndale fue a Oxford y luego a Cambridge para recibir educación adicional. Aunque llegó a Cambridge después de que Erasmo se hubiera marchado, no cabe duda de que cayó bajo la persistente influencia de las enseñanzas y los escritos de Erasmo. Aun así, la gran influencia sobre Tyndale fue de un origen más primario. "Guillermo Tyndale era ... [erudito] especialmente en el conocimiento de las Escrituras, a las que su mente era singularmente adicta, [y] leía en privado a ciertos estudiantes y compañeros ... instruyéndolos en su conocimiento y verdad".

Recién salido de la universidad, Tyndale aceptó un puesto en Sodbury como capellán o tutor de la prominente familia Walsh. Era un puesto cómodo que le permitía tener tiempo para estudiar. Pero su descontento crecía al percibir una gran ignorancia sobre asuntos bíblicos entre muchos de los clérigos, así como entre los laicos, y le resultaba difícil mantener la paz. Con el tiempo, sus continuas disputas con otros por falta de conocimiento de lo que decían las Escrituras le llevaron ante la autoridad eclesiástica local, donde fue duramente reprendido por sus opiniones.

Nadie sabe con exactitud cuándo decidió Tyndale el rumbo de su vida, pero en un momento dado, durante un encuentro con un caballero erudito, Tyndale fue provocado a exclamar que si Dios le perdonaba la vida, antes de muchos años el muchacho que guiaba el arado sabría más escrituras que los supuestamente eruditos.

Así, Tyndale se embarcó en una misión para abrir las Escrituras al pueblo. Como tantos otros antes que él, alimentó la esperanza de que su trabajo pudiera realizarse con la bendición de la Iglesia. Sin embargo, esto era difícil, porque existían poderosas leyes contra las traducciones en lengua vernácula, a menos que fueran aprobadas previamente por un obispo. Dado que Erasmo había escrito sobre Tunstal, obispo de Londres, como alguien que apoyaba el nuevo aprendizaje, Tyndale esperaba obtener una posición con Tunstal y su apoyo para el trabajo. Para ayudar a allanar el camino, Tyndale llevó consigo una carta de presentación y muestras de sus habilidades de traducción. La decepcionante y abrupta respuesta de Tunstal fue que no tenía sitio en su casa para él, que debía buscar empleo en otra parte.

Aun así, el viaje de Tyndale a Londres no fue infructuoso. Mientras esperaba su entrevista con Tunstal, predicó algunas veces en una iglesia local. Allí impresionó a un rico comerciante llamado Monmouth, que se hizo amigo suyo y, tras el rechazo de Tyndale por parte de Tunstal, le hizo un hueco en su casa. Tyndale permaneció allí durante seis meses, trabajando tranquilamente, obteniendo información y haciendo útiles amistades entre los socios comerciales de Monmouth, que trajeron noticias del continente sobre el trabajo de Lutero allí y sobre la capacidad de impresión en Alemania. Fortalecido por estos informes y apoyado por sus nuevos amigos, en la primavera de 1524 Tyndale se embarcó hacia Alemania. Nunca regresaría.

La vida de Tyndale en el extranjero ha sido difícil de rastrear porque a veces consideró necesario viajar y vivir bajo nombres falsos, pero ahora se cree que viajó primero a Wittenberg, donde residía Lutero, posiblemente porque éste ya había hecho una traducción vernácula del Nuevo Testamento al alemán. La propagación del luteranismo en Europa había movido a la iglesia romana a una vigilancia constante y a una acción enérgica, por lo que Tyndale consideró prudente trabajar en secreto, y varias veces desaparecer discretamente por seguridad. De hecho, tras un año en Wittenberg, el creciente peligro le obligó a trasladarse a Hamburgo.

Sabemos poco de las dificultades que enfrentó Tyndale en la preparación de su manuscrito para la impresión, pero nos equivocaríamos si asumiéramos que fue fácil. Lutero, relatando las luchas en la realización de su traducción, observó: "A veces, durante tres y cuatro semanas, hemos buscado y pedido una sola palabra y, a veces, ni siquiera la hemos encontrado. Al trabajar en el libro de Job, [mis socios] y yo apenas pudimos terminar tres líneas en cuatro días". Tyndale, trabajando solo, seguramente no encontró la traducción más fácil. Por razones obvias, la impresión tuvo que hacerse en secreto.

Por muy difícil que fuera el trabajo, en agosto de 1525 Tyndale estaba en Colonia, una ciudad muy conocida por sus imprentas, con un manuscrito casi terminado. Por desgracia, los impresores no siempre fueron circunspectos. Uno de ellos comentó a un amigo que cierta obra que estaban imprimiendo convertiría a toda Inglaterra en luterana. El comentario fue notado por un hombre con fuertes sentimientos romanos que, mediante engaños, obtuvo de los impresores una descripción de la obra. Esta información se transmitió a las autoridades de Colonia e Inglaterra, y las autoridades de Colonia impidieron inmediatamente que se siguiera imprimiendo el libro.

Tyndale huyó de nuevo, llevándose las hojas impresas. Su destino esta vez fue Worms, donde las simpatías luteranas eran mucho más fuertes y la impresión más segura. Sabiendo que las autoridades inglesas estaban advertidas y esperaban su obra, Tyndale intentó burlarlas imprimiendo dos ediciones, ninguna de las cuales llevaría su nombre ni los nombres y lugares correctos de las imprentas.

La primera edición que salió de las prensas era una traducción del Nuevo Testamento en inglés. Llevaba una posdata sencilla y sin firma en la que se rogaba a los lectores que se acercaran a las Escrituras con mentes puras y con los ojos bien abiertos a la verdad, para poder cosechar bendiciones espirituales. Tyndale les rogaba además que no fueran demasiado críticos con los defectos, ya que era su primer intento de traducir los libros sagrados. Sin estar todavía totalmente satisfecho con su traducción, prometió que, si Dios lo permitía, perfeccionaría en el futuro esta ofrenda inicial. "Considéralo como una cosa que no tiene su forma completa, sino como si hubiera nacido antes de su tiempo, incluso como una cosa empezada más que terminada".

Una vez terminada la impresión, la ayuda de los comerciantes que Tyndale había conocido en Inglaterra se hizo especialmente valiosa. Las autoridades inglesas estaban en alerta, y se habían dado instrucciones estrictas para evitar que el Nuevo Testamento de Tyndale entrara en Inglaterra. Pero los testamentos entraron de todos modos: seis mil ejemplares, escondidos bajo fardos de mercancías importadas de apariencia inocente. Había muchas manos ansiosas esperando recibirlos.

Al no haber podido evitar que los libros se imprimieran y entraran en Inglaterra, la iglesia tomó fuertes medidas para, al menos, impedir que se leyeran. Para demostrar su oposición, las autoridades eclesiásticas construyeron una hoguera donde quemaron públicamente los libros que encontraron. Tunstal y otros, entre ellos Sir Thomas More, atacaron públicamente la exactitud de la propia traducción, afirmando que contenía miles de errores. Tunstal también ordenó que cualquiera que estuviera en posesión de estos Nuevos Testamentos debía entregarlos para quemarlos o enfrentarse a la excomunión. Las autoridades consideraron justificadas sus acciones, insistiendo en que "Ningún holocausto podría ser más agradable a Dios".

Tyndale comentó más tarde que "al quemar el Nuevo Testamento, no hicieron otra cosa que la que yo esperaba; no harán más si me queman a mí también, si es la voluntad de Dios que así sea." De los 18.000 ejemplares que se calcula que se imprimieron entre 1524 y 1528, menos de un puñado de copias han sobrevivido hasta nuestros días. Sin embargo, irónicamente, la quema ayudó a obtener recursos para una mayor impresión. Se cuenta que Tunstal decidió que la política de quema de libros sería más eficaz si los libros pudieran ser confiscados antes de llegar a Inglaterra. Durante una visita a Amberes, se acercó a un comerciante llamado Packington y le expresó su deseo de obtener y quemar los Nuevos Testamentos debido a sus errores y su mala influencia. Ofreció a Packington un dinero considerable para que comprara todo lo que pudiera. Packington aceptó el trato; pero, simpatizando con Tyndale, se dirigió inmediatamente a él y le describió lo que Tunstal estaba haciendo.

Tyndale se mostró muy satisfecho. Vio dos ventajas en tal trato: el dinero pagado le sacaría de la deuda y le proporcionaría los recursos para continuar su trabajo, y la quema pública de las escrituras escandalizaría al público. El trato fue aceptado.

Gran parte del dinero que Tunstal había pagado para comprar las Biblias para la quema había sido recaudado por él de otros clérigos. Así, sin saberlo, se convirtió en la mayor fuente de ayuda financiera de Tyndale. Pero los libros también se vendieron bien por sí solos, a pesar de las advertencias y las quemas, a pesar de los arrestos y encarcelamientos de vendedores y compradores. A pesar de que el coste de un Nuevo Testamento equivalía a la paga de una semana completa de un trabajador cualificado, los libros se compraban, se guardaban y se leían. De hecho, el mercado era tan bueno que empresarios emprendedores de Holanda imprimieron sus propios ejemplares y trataron de malvender los de Alemania.

Tras la publicación del Nuevo Testamento, Tyndale tradujo el Pentateuco, pero cuando iba a Hamburgo a imprimirlo, su barco naufragó. Todos sus manuscritos se perdieron, todo su trabajo fue destruido. Afortunadamente, a Tyndale se le unió en Hamburgo Miles Coverdale, que le ayudó a retraducir la obra y que con el tiempo haría muchas contribuciones importantes a la traducción de la Biblia. Juntos trabajaron, y en enero de 1530 el Pentateuco se imprimió en inglés, de nuevo con su fuente de impresión disimulada. El Pentateuco también fue enviado a Inglaterra, y allí también se buscó su quema.

Poco después de que el Pentateuco llegara a Inglaterra, algunas personas intentaron persuadir al rey para que Tyndale regresara a Inglaterra en paz si aceptaba ciertas condiciones. Tyndale desconfiaba de la inestable situación en Inglaterra, pero declaró que volvería si se cumplía una condición: que el rey aprobara una especie de Biblia inglesa para el pueblo, si no era la suya propia. Como parte de estas negociaciones, Tyndale reveló mucho de lo que había sufrido por la causa, incluyendo "la pobreza, ... el exilio fuera de mi país natural y la amarga ausencia de mis amigos, ... mi hambre, mi sed, mi frío, el gran peligro con el que estoy rodeado en todas partes, ... y las duras y agudas derechas que soporto". Insistió en que la muerte sería más agradable que la vida si realmente era cierto que los hombres no podían soportar la verdad y que el conocimiento de las escrituras traería más daño que bien.

Cuando las negociaciones fracasaron, se hicieron otros intentos para traer a Tyndale a Inglaterra, aunque no de forma tan pacífica. Se hicieron llamamientos al emperador alemán para que lo entregara, y se dieron instrucciones para secuestrarlo. Viviendo como un fugitivo, consiguió eludir a sus perseguidores.

A pesar de sus frecuentes levantamientos, Tyndale continuó trabajando e incluso rehaciendo lo que ya había hecho. Nada atestigua tanto su deseo de producir una versión inglesa fiel de las Escrituras como sus esfuerzos por mejorar sus propias traducciones anteriores. En 1534 se imprimió "The Newe Testament dyggently corrected and compared with the Greke by Willyam Tindale", y en 1535 "The Newe Testament yet once again corrected by Willyam Tindale", así como ediciones revisadas del Pentateuco. Las correcciones que hizo en el Nuevo Testamento se cuentan por miles. Los eruditos coinciden en que los cambios fueron, en efecto, para mejor, elevando el buen trabajo que había hecho a los reinos de la excelencia.

Pero la pluma de Tyndale quedó pronto inmovilizada. En 1535 vivió en Amberes en una casa establecida por comerciantes ingleses. Allí entabló una estrecha amistad con otro inglés, sin darse cuenta de que la amistad era traicionera. Tyndale se había vuelto tan confiado que le prestó a su amigo cuarenta chelines, justo horas antes de ser traicionado por él a manos de los soldados del emperador. Tyndale fue llevado al castillo de Vilvorde, al norte de Bruselas, donde fue encarcelado.

Nunca sería liberado de la mazmorra, sufriendo su oscuridad y humedad aisladas durante más de dieciséis meses. Durante su estancia en la cárcel, escribió una conmovedora carta que nos da pistas sobre su condición y estado de ánimo.

"Si he de permanecer aquí durante el invierno, rogad al procurador que tenga la amabilidad de enviarme, de entre los bienes que posee, un gorro más cálido, ya que sufro mucho de frío en la cabeza, pues estoy aquejado de un catarro perpetuo, que aumenta considerablemente en esta celda. Un abrigo más cálido también, porque el que tengo es muy delgado: también un trozo de tela para remendar mis polainas: mi abrigo está gastado. Tiene una camisa de lana mía, si es tan amable de enviarla. También tengo con él polainas de tela más gruesa para ponérmelas por encima; también tiene gorros más cálidos para usar por la noche. Deseo también su permiso para tener una lámpara por la noche, ya que es agotador sentarse solo en la oscuridad. Pero, sobre todo, le ruego y suplico a su clemencia que sea urgente con el Procurador para que tenga a bien permitirme tener mi Biblia hebrea, mi Gramática hebrea y mi Diccionario hebreo, para que pueda dedicar mi tiempo a ese estudio."

Sólo dos acontecimientos sacaron a Tyndale de su oscuro calabozo. Uno fue un amargo juicio; otro, un intento de deshonrarlo despojándolo públicamente de su autoridad eclesiástica. A lo largo de su encarcelamiento soportó intensas presiones para que se retractara. Finalmente, el 6 de octubre de 1536, doce años después de su salida de Inglaterra, fue conducido desde la prisión a la hoguera. Allí fue estrangulado y su cuerpo quemado. Tuvo tiempo de lanzar un último grito: "Señor, abre los ojos del Rey de Inglaterra".

Es una de las ironías de la historia que Tyndale muriera sin saber que la batalla estaba casi ganada.

En la década de 1530, el clima político en Inglaterra sufrió muchos cambios significativos. Enrique VIII se había separado de Roma para facilitar su divorcio y nuevo matrimonio, y Ana Bolena, su nuevo amor, estaba a favor de una Biblia traducida. Otros también habían llegado a ver la insensatez de negar las Escrituras al pueblo, incluyendo a Sir Thomas More.

Entre bastidores, algunos hombres ilustrados trabajaron para lograr este cambio de política. Uno de ellos fue el asistente de Tyndale, Miles Coverdale. Hombre de paz, Coverdale estableció buenas amistades con hombres de todas las tendencias; Tyndale, Moro y Cromwell lo consideraban un amigo. En 1530, Coverdale había escrito a Cromwell, razonando pacientemente la necesidad de una escritura inglesa. Evidentemente, ayudó a influir en Cromwell, porque más tarde prestó su apoyo a Coverdale para que realizara esa obra.

Finalmente, en 1534, un grupo de prominentes autoridades eclesiásticas solicitó al rey que permitiera las escrituras en lengua inglesa. El rey, siempre en contacto con la conveniencia política, respondió positivamente, y se inició un proceso por el que se podría obtener una traducción "oficial". Sin embargo, algunos de los elegidos para trabajar con ese fin eran en realidad obstruccionistas, y el proyecto murió silenciosamente.

Pero mientras el trabajo de traducción "oficial" se detenía, Coverdale trabajaba en secreto en su propia versión, un proyecto apoyado por Cromwell. Al hacer su traducción, Coverdale utilizó el Pentateuco y el Nuevo Testamento de Tyndale, pero los mejoró cuando pudo, utilizando su propio sentido natural de la armonía lingüística y el ritmo. El resto del Antiguo Testamento lo tradujo Coverdale por sí mismo, remitiéndose para ello a otras obras, incluida la Biblia de Lutero.

El logro de Coverdale, la primera Biblia inglesa completa impresa, se publicó en el extranjero y se envió a Inglaterra. Esta vez había esperanzas de una recepción favorable, basada en el cambio de opinión y en una dedicación muy halagadora al rey Enrique, a quien Coverdale comparó con Moisés y el rey Josías en la conducción del pueblo de la oscuridad a la luz.

Se cree que Cromwell llamó la atención del rey sobre la nueva traducción. El rey, probablemente cansado de las divisiones eclesiásticas y halagado por la dedicatoria, pidió a los obispos su opinión. Ofrecieron varias críticas, pero Enrique exigió: "¿Hay alguna herejía mantenida en ella?" . Cuando no pudieron señalar ninguna, exclamó: "Si no hay herejías, entonces, en nombre de Dios, que se difunda entre nuestro pueblo".

El pueblo inglés era por fin libre de comprar, poseer y leer una Biblia sin temor a las represalias. Muchos recibieron la nueva Biblia con entusiasmo. Pero todavía había reticencias, incluso hostilidad, entre un número importante del clero. Aunque ya no tenían el poder de confiscar o quemar las escrituras, su fuerte desaprobación iba en contra de su aceptación universal.

Cuando la Biblia de Coverdale salió a la luz, Tyndale aún estaba vivo, en prisión. Coverdale estaba al tanto de la situación de Tyndale y, aunque no se atrevió a utilizar su nombre abiertamente, hizo una vaga referencia a su situación en el prólogo de su Biblia. También reveló las fuerzas que le habían llevado a terminar la obra de Tyndale:

"No era mi trabajo ni mi deseo que esta obra se pusiera en mis manos; sin embargo, me apenaba que otras naciones estuvieran más provistas de la Escritura en su lengua materna que nosotros: ... cuando consideré la gran pena que era que nos faltara tanto tiempo, y recordé la adversidad de ellos [Tyndale principalmente] que no sólo tenían un conocimiento maduro, sino que también habrían realizado con todo su corazón lo que empezaron, si no tuvieran impedimentos."

Así que Coverdale terminó lo que Tyndale comenzó. A diferencia de otros, que sufrieron la muerte por sus funciones, la diplomacia de Coverdale lo mantuvo vivo, aunque se vio obligado a exiliarse al menos tres veces. No obstante, fue capaz de mantener un profundo respeto de diversas partes, y así ejercer una fuerte influencia en varias traducciones bíblicas posteriores. Revisó y volvió a publicar su propia versión en 1537, pero siguió siendo una obra demasiado de Tyndale para ser ampliamente aceptada por el clero.

En 1537 apareció misteriosamente otra versión de la Biblia. Se cree que tras la muerte de Tyndale, entre sus efectos se encontraron sus traducciones de Josué a 2 Crónicas. Estas fueron dejadas a algunos de sus amigos. Uno de ellos, John Rogers, elaboró una nueva Biblia que incluía todas las traducciones de Tyndale, incluidas estas últimas, con la traducción de Coverdale de Esdras a Malaquías. El libro pretendía honrar a Tyndale, ya fallecido, pero se pensó que lo más prudente era no perjudicar la obra con su nombre, que todavía era amargamente despreciado por muchos. De ahí que se publicara como la traducción de "Thomas Matthew", un nombre falso.

Extrañamente, se supiera o no cuánto de esta obra era de Tyndale, las autoridades le concedieron licencia como versión aprobada (aunque las primeras publicaciones de Tyndale seguían siendo condenadas). Había varias razones para la licencia. Era obvio que el público quería una Biblia inglesa, y la petición de 1534 de los líderes eclesiásticos solicitando una Biblia autorizada aún no se había cumplido. De hecho, debido a la oposición de ciertos obispos, el arzobispo Cranmer, un moderado con inclinaciones hacia una Biblia inglesa, decidió que dar licencia a esta versión salvaría la cara tanto de la corona como del clero, ya que podrían seguir con la pretensión de que era "nueva". Así que Cranmer escribió una carta a Cromwell, diciendo de esta obra, que era casi totalmente como la había escrito Tyndale, "recibirás por el traidor herof, una Biblia en inglés, tanto de una nueva traducción como de una nueva prynte, dedicada vn el Kinges Maieste. ... Por lo que he leído de ella, me gusta más que cualquier otra traducción hecha hasta ahora".

Así que ahora se disponía de dos versiones de la Biblia, aunque sólo hasta donde la ignorancia y la pobreza del pueblo lo permitían. Los libros todavía no se usaban, ni se leían, ni se enseñaban en las iglesias, donde los incultos podían aprender y los pobres podían escuchar. Pero finalmente, incluso esa barrera comenzó a desmoronarse.

Ya en 1536, Cromwell había considerado un decreto para que las Biblias inglesas fueran colocadas en todas las iglesias; pero el momento no estaba maduro. Y para muchos, las traducciones de la Biblia disponibles aún no eran las adecuadas. El clero conservador se oponía especialmente a las inclinaciones pro-protestantes de las notas de las Biblias Coverdale y Matthew. Así que Cromwell comenzó a imaginar una Biblia digna de ser colocada en las iglesias, libre de críticas, hecha con lo mejor de la erudición y con una belleza externa digna de su lugar.

Coverdale fue elegido para la tarea. Pero esta vez se le dieron todas las ventajas. Se eligió Francia como lugar para la obra. Allí podrían obtener la mejor calidad de papel e impresión. Cromwell se encargó de que Coverdale tuviera toda la ayuda necesaria en forma de gramáticas, diccionarios, otros recursos académicos y un asistente personal.

El trabajo de Coverdale fue realmente minucioso. Utilizó la Biblia de Mateo como fuente original, haciendo correcciones donde le pareció mejor. Si encontraba una traducción mejor que la de su propio trabajo anterior, no dudaba en dejar de lado la suya.

Después de mucho trabajo, la traducción y la impresión estuvieron a punto de completarse. Entonces, cuando parecía que por fin se había ganado el camino hacia una impresión sin trabas de la Biblia, la obra fue repentinamente confiscada y se ordenó el cese de la impresión. Las relaciones políticas entre Francia e Inglaterra se habían deteriorado y el trabajo fue detenido por el inquisidor general francés. A través de los canales diplomáticos, Inglaterra obtuvo finalmente el permiso para llevar las prensas a Inglaterra, pero sin las hojas impresas. Coverdale había conseguido enviar algunos a casa antes de la incautación, y se recuperaron algunos que habían sido vendidos como papel de desecho a un mercerero; pero en su mayor parte, la obra tuvo que ser reimpresa.

En 1539 se publicó la "Gran" Biblia. Se llamó "Grande" por su tamaño, pero también era espléndida en otros aspectos. Tal vez su único defecto externo era la aparición de pequeñas manos en las páginas que no señalaban nada. En un principio debían significar notas explicativas. Pero el rey, cansado de la controversia sobre las notas, había prohibido su inclusión.

En 1538, antes de la publicación real de esta Biblia, Cromwell había emitido un mandato para que se mantuviera en cada iglesia una Biblia para el pueblo, y que se permitiera al pueblo leerla libremente. Aunque hay pruebas de que la Biblia de Mateo se utilizaba a veces, el decreto fue en previsión de la Grande; y cuando estuvo disponible, se convirtió en la Biblia "destinada al uso de las iglesias".

Hay muchos informes interesantes sobre las reacciones a esta repentina exposición a la Biblia. Ahora estaba disponible para personas de todas las clases, y la gran controversia seguramente había despertado una inmensa curiosidad sobre su contenido. Por un lado, "era maravilloso ver con qué alegría se recibía este libro de Dios, no sólo entre la clase erudita y los que se distinguían por ser amantes de la reforma, sino en general en toda Inglaterra entre todo el vulgo y el pueblo llano; y con qué avidez se leía la palabra de Dios y se acudía a los lugares donde se leía. Todo el que podía compraba el libro o se afanaba en leerlo, o conseguía que otros se lo leyeran si no podían hacerlo ellos mismos, y muchos más ancianos aprendían a leer a propósito".

El camino se había abierto, y la gente respondió. Los que tenían suficiente dinero compraban la Gran Biblia para uso privado, y luego la leían a menudo a las multitudes que se reunían. Pero su coste de diez a doce chelines impedía su disponibilidad para la mayoría, excepto en las iglesias. Allí los más pobres acudían para maravillarse de poder ver, escuchar y manejar una Biblia completa, impresa en lengua inglesa.

Sin embargo, aún quedaban días oscuros por delante. En los últimos años de Enrique se volvió contra los protestantes. Cromwell fue ejecutado. Las persecuciones se reanudaron. "La traducción astuta, falsa y no veraz de Tyndale" (concretamente las versiones de Matthews y Coverdale) fueron denunciadas y de nuevo quemadas públicamente. La Gran Biblia, también obra de Tyndale en su mayor parte, no fue atacada, pero se prohibió de nuevo su lectura por la gente común. Estos acontecimientos fueron sólo los primeros de una época muy turbulenta en la que la opinión sobre las traducciones vernáculas subió y bajó precipitadamente.

Durante el reinado de Eduardo, los protestantes volvieron a ser favorecidos y las Biblias volvieron a instalarse en las iglesias. Incluso se fomentó la lectura semanal de las escrituras en las iglesias.

Entonces María Tudor llegó al poder. Amargamente antiprotestante, María condenó a muerte a los lectores de las Biblias inglesas. Muchos de los que contribuyeron a las traducciones al inglés perdieron la vida, entre ellos el arzobispo Cranmer y John Rogers.

Coverdale y muchos otros líderes protestantes huyeron al continente, encontrando seguridad en Ginebra, de donde surgió otra versión de la Biblia. Pero no se trataba de una versión más. Un clima intelectual libre había llevado a Ginebra a algunos de los mejores eruditos religiosos de toda Europa. Aprovechando los conocimientos de los demás y las fuentes originales no disponibles anteriormente, estos eruditos ayudaron a producir nuevas traducciones de las Biblias inglesas, francesas e italianas. En la inglesa, encontraron la mayor necesidad de revisión en la parte del Antiguo Testamento no realizada por Tyndale.

Cuando la Biblia de Ginebra estuvo lista para su publicación en 1560, la reina Isabel había sustituido a María en el trono, y volvió a permitir el libre acceso a las Biblias inglesas.

Debido a su menor tamaño, a su sencillez y a ciertas innovaciones que facilitaban su lectura (a saber, los tipos romanos en lugar de los góticos y el uso de versículos), la Ginebra se convirtió en la Biblia más popular para uso privado entre el pueblo. De hecho, se convirtió en la Biblia familiar común durante los siguientes 50 años y fue la Biblia que los peregrinos llevaron a América. Sin embargo, debido a su sesgo protestante en las notas marginales, nunca fue aprobada por la Iglesia de Inglaterra, aunque su alta calidad de erudición fue concedida a regañadientes. La Gran Biblia siguió siendo la Biblia de las iglesias.

Esta incómoda situación -una versión de las Escrituras en los hogares, pero otra en las iglesias- suscitó el deseo de una nueva versión. Así, el plan que se había sugerido una vez, de que hubiera una versión "oficial" hecha por las autoridades eclesiásticas de la iglesia, se puso finalmente en marcha. Aproximadamente dieciséis hombres, la mayoría obispos, trabajaron en esta nueva traducción. Por fin había esperanza de una versión que fuera precisa y no controvertida.

Sin embargo, aunque la "Biblia de los Obispos", como fue designada, sustituyó oficialmente a la Gran Biblia en las iglesias, no pudo desarraigar la Biblia de Ginebra en el corazón de la gente. Aunque introdujo mejoras en algunas áreas, en general era demasiado desigual y demasiado literal. La belleza del "Echa tu pan sobre las aguas" de Tyndale, por ejemplo, se había convertido en "Echa tu pan sobre las caras mojadas".

La obra que comenzó Tyndale había sido retomada a lo largo de los años por muchos hombres. Cada uno había tratado de mejorarla, y de hecho lo hicieron; una obra tan vasta y desafiante difícilmente podría haber sido perfeccionada por un solo hombre. Y sin embargo, la sorprendente verdad es que, aunque la obra de Tyndale fue finalmente refinada, era de alta calidad desde el principio. Entre el ochenta y el noventa por ciento del trabajo bíblico realizado por Tyndale permanece hoy en día en la forma en que él lo estableció. Porque suyo era el don de captar la precisión de forma rítmica-poética, añadiendo así belleza y poder al mensaje escritural.

Aunque fueron muchas las circunstancias que se combinaron para hacer accesibles las Escrituras al pueblo inglés, sin duda la obra, la vida y la muerte de Tyndale fueron uno de los principales factores. Él dio por esta causa todo lo que podía dar, pues conocía de manera muy personal el inconmensurable valor de las Escrituras. Y reconoció que para estas joyas eternas, ningún precio era demasiado grande.

La traducción que Tyndale hizo del Sermón de la Montaña bien puede servir como el único epitafio que necesita:

"Bienaventurados los que abrazan y luchan por la justicia, porque ellos serán engañados. ... Bienaventurados los que sufren la persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de Dios. Bienaventurados sois cuando los hombres os reprendan/y os persigan/y digan falsamente toda clase de improperios contra vosotros por mi causa. Reioyce ad be gladde/for greate is yourre rewards in heven. Porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de tus días".

Fin de la sexta parte. Continuará.

Artículo original (en inglés): https://www.churchofjesuschrist.org/study/ensign/1982/07/how-the-bible-came-to-be-part-6-no-price-too-great?lang=eng

*** Translated with www.DeepL.com/Translator (free version) ***

DMU Timestamp: September 30, 2021 11:22





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