Lección 15
Los Grandes Despertares: El preludio de la Restauración
La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos, Manual del alumno, págs. 9–13, 22–23.
EL DESCUBRIMIENTO Y LA COLONIZACIÓN DE LAS AMÉRICAS
Otro aspecto importante de la preparación para la restauración del Evangelio fue el descubrimiento y la colonización de las Américas, que había sido reservada y era una tierra escogida desde la que se predicaría el Evangelio a todas las naciones de la tierra en los últimos días. Moroni, un Profeta americano de la antigüedad, escribió: “He aquí, ésta es una tierra escogida, y cualquier nación que la posea se verá libre de la esclavitud, y del cautiverio, y de todas las otras naciones debajo del cielo, si tan sólo sirve al Dios de la tierra, que es Jesucristo, el cual ha sido manifestado por las cosas que hemos escrito” (Éter 2:12).
Nefi, otro profeta de la antigüedad, vio la llegada de Cristóbal Colón en una visión más de dos mil años antes de que éste hubiera nacido. “Y miré, y vi entre los gentiles a un hombre que estaba separado de la posteridad de mis hermanos por las muchas aguas; y vi que el Espíritu de Dios descendió y obró sobre él; y el hombre partió sobre las muchas aguas, sí, hasta donde estaban los descendientes de mis hermanos que se encontraban en la tierra prometida” (1 Nefi 13:12). Colón mismo confirmó en sus escritos que sintió la guía de Dios en sus aventuras de marino y en sus esfuerzos por establecer la religión entre los indios.
Nefi continúa con su profecía: “Y aconteció que vi al Espíritu de Dios que obraba sobre otros gentiles, y salieron de su cautividad, cruzando las muchas aguas” (1 Nefi 13:13). Mucha gente que colonizó la tierra prometida fue guiada hacia allí por la mano de Dios (véase 2 Nefi 1:6).
Nefi vio muchos otros acontecimientos en las Américas. Vio que los lamanitas serían esparcidos por toda la tierra por los gentiles y que éstos se humillarían ante Dios y el Señor los acompañaría; vio que los gentiles que se habían establecido en las Américas estarían en guerra con las “madres patrias de los gentiles” y serían librados por la mano de Dios (véase 1 Nefi 13:14–19).
El presidente Joseph Fielding Smith dijo: “El descubrimiento [de América] fue uno de los factores más importantes para cumplir con los objetivos del Todopoderoso en cuanto a la restauración del Evangelio en su plenitud para la salvación de los hombres en los últimos días”.
LA LIBERTAD DE RELIGIÓN EN LOS ESTADOS UNIDOS
Aunque muchos historiadores actuales insisten en que la mayoría de los colonizadores emigraron a las Américas por razones económicas, muchos de ellos también buscaban libertad religiosa. Entre éstos se encontraban los puritanos, los que establecieron una fuerte comunidad religiosa en Nueva Inglaterra. Ellos creían que tenían la única religión verdadera y, por lo tanto, no toleraban ninguna otra religión. Esta intolerancia tenía que superarse antes de que pudiera restaurarse la Iglesia de Cristo.
Algunos disidentes de los puritanos, el más importante de ellos llamado Roger Williams, argumentaban que debía haber una distinción clara entre la iglesia y el Estado, y que no se debía imponer a los ciudadanos ninguna religión en particular; también enseñaba que todas las iglesias se habían apartado de la que tenía la verdadera sucesión apostólica. En 1635 exiliaron a Williams de Massachusetts, y al cabo de pocos años, él y otros con ideas similares obtuvieron autorización legal para establecer una colonia en Rhode Island, en la que se permitió la tolerancia total de cualquier religión.
Una osada mujer llamada Anne Hutchinson, que fue a Massachusetts en 1634, estaba en desacuerdo con los líderes locales sobre dos temas teológicos: la función de las buenas obras para obtener la salvación y el hecho de si una persona puede o no recibir inspiración del Espíritu Santo. La señora Hutchinson también fue expulsada de Massachusetts, y buscó refugio en Rhode Island en 1638. A pesar de la dedicación de Roger Williams, Anne Hutchinson y otros, la tolerancia religiosa no se logró en Nueva Inglaterra sino hasta un siglo y medio después.
Mientras tanto, varios grupos motivados por la fe religiosa establecieron poblaciones en todas las demás colonias de lo que hoy es los Estados Unidos, las que contribuyeron de una forma u otra al ambiente religioso de toda la nación. Los católicos romanos que se establecieron en Maryland pasaron la primera ley de la historia americana que promulgaba la tolerancia religiosa. Los cuáqueros de Pensilvania también estaban de acuerdo con la tolerancia religiosa y la separación de la iglesia y el Estado. Los colonos pertenecían a tantas sectas religiosas que era imposible que una de ellas predominara. Esa pluralidad de cultos fue una de las mayores razones por las que hubo libertades religiosas, característica muy particular.
Sin embargo, aunque existían muchas iglesias, la mayoría de los colonos no estaban afiliados a ninguna en particular. Alrededor de 1739, comenzó un movimiento religioso conocido en la historia de los Estados Unidos como el Gran Despertar, que continuó desarrollándose durante los veinte años siguientes. Esta primera renovación religiosa constituyó un ferviente ímpetu de restaurar la devoción de la gente y se esparció por toda la extensión de las trece colonias. Los ministros religiosos y los predicadores ambulantes hacían reuniones en diversos lugares como casas particulares, establos y hasta en medio del campo. El Gran Despertar dio comienzo a una devoción religiosa que el pueblo no había sentido por muchos años, y logró que tanto los ministros como la gente del pueblo participaran más en los asuntos de las religiones organizadas; también despertó en los colonos el deseo de unirse en un gobierno democrático.
A pesar del fervor, la libertad religiosa no se hizo realidad en las colonias hasta que la revolución para independizarse de Inglaterra favoreció esta condición. Los colonos, al tener que unirse para luchar contra los británicos, descubrieron que las diferencias religiosas no tenían importancia en la causa de la independencia y que, después de todo, estaban de acuerdo en las creencias básicas de la fe. Además, Tomás Jefferson se oponía tenazmente a que las religiones ejercieran presión excesiva o inapropiada sobre el gobierno. La Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, escrita por él, establece que las personas son capaces de escoger solas (sin ayuda de la religión) las instituciones políticas correctas.
Con la nueva libertad que siguió a la guerra revolucionaria, varios estados trataron de proteger los derechos humanos básicos, incluso la libertad de religión. Virginia fue uno de los primeros estados que en 1785 adoptó la ley propuesta por Jefferson sobre este derecho, la que garantizaba que no se podía forzar a nadie a afiliarse a ninguna iglesia y que no se podría discriminar en contra de una persona por su preferencia religiosa.
Después de mantener algunos años una confederación de estados que no dio resultado, los Estados Unidos crearon una nueva constitución en 1787, la que fue adoptada en 1789. Este documento, establecido “por mano de hombres sabios” que el Señor levantó para ese propósito (véase D. y C. 101:80), incorporaba tanto el impulso democrático de libertad como la necesidad fundamental de que exista el orden. La primera enmienda a dicha constitución garantizó la libertad religiosa.
El profeta José Smith dijo que “la Constitución de los Estados Unidos es un glorioso estandarte: está fundada en la sabiduría de Dios. Es una bandera celestial; es como la fresca sombra para todos aquellos que tienen el privilegio de saborear la dulzura de la libertad, y como las aguas refrescantes de una peña grande en terreno árido y desolado”. Una de las razones de esto es que “bajo el amparo de la Constitución, el Señor pudo restaurar el Evangelio y restablecer Su Iglesia… Tanto la Constitución como la Restauración formaban parte de un todo y cumplían con los objetivos de Dios para los Últimos Días”.
Al mismo tiempo que ocurrió la Revolución y el establecimiento de la Constitución hubo un Segundo Despertar religioso que trajo como resultado la reorientación de la filosofía cristiana. Varias religiones nuevas se fortalecieron y trataron de imponer sus creencias, entre ellas los unitarios, los universalistas, los metodistas, los bautistas y los discípulos de Cristo. En la nueva nación surgieron muchas otras creencias incluso la idea de que debía ocurrir una restauración del cristianismo del Nuevo Testamento. A los que esperaban esa restauración se les llamaba buscadores y muchos de ellos estaban preparados para la Restauración divina y fueron los primeros conversos de la Iglesia.
Durante este Segundo Gran Despertar surgió un nuevo interés en la religión; los predicadores ambulantes hacían reuniones entusiastas en las que se observaba gran fervor entre los colonos de las regiones recién pobladas de los Estados Unidos, cuya colonización se extendía cada vez más. Los colonos de las granjas y pueblecitos circunvecinos se juntaban para asistir a estas reuniones; los ministros tenían por lo general mucha elocuencia y daban un ambiente festivo a las juntas religiosas a la vez que trataban de conseguir conversos para su fe.
También, el Segundo Gran Despertar influenció de tal modo que se formaron asociaciones voluntarias para promover la obra misional, la educación, las reformas morales y para llevar a cabo esfuerzos humanitarios; el fervor religioso llegó a un nivel emocional muy alto, lo que favoreció el crecimiento de las religiones más populares, especialmente la metodista y la bautista. Este Despertar religioso duró por lo menos cuarenta años y estaba en su apogeo en la época en que José Smith tuvo la primera visión.
La restauración del Evangelio y de la Iglesia verdadera del Señor no hubiera podido realizarse en medio de la intolerancia religiosa que existía en Europa y en los primeros días de las colonias; sólo podía lograrse donde hubiera libertad de religión, donde se revaluara la filosofía cristiana y donde se llevara a cabo el movimiento de renovación espiritual que tuvo lugar en los Estados Unidos de principios del siglo diecinueve. Es evidente la mano del Señor en la dirección de los acontecimientos que hicieron que la Restauración ocurriera en ese preciso momento.
De acuerdo con un historiador, había un momento determinado en el que la Restauración debía llevarse a cabo:
“La época en que ocurrió, 1830, fue providencial. Apareció precisamente en el mejor momento de la historia de los Estados Unidos; si hubiera sido mucho antes o mucho después, la Iglesia no hubiera echado raíces. Quizás no se hubiera publicado el Libro de Mormón en el siglo dieciocho, puesto que en el mundo todavía prevalecía la transmisión oral de las creencias populares, aun antes de la gran revolución democrática, base del tumulto religioso que ocurrió a principios de la república. En el siglo dieciocho, el mormonismo tal vez hubiera sido sofocado y considerado por la clase aristocrática y educada otra de las tantas supersticiones del pueblo común. Por otra parte, si hubiera emergido más adelante, después de la consolidación del gobierno y la proliferación de la ciencia a mediados del siglo diecinueve, quizás hubiera tenido el problema de tener que probar la legitimidad de sus escritos y revelaciones”.
Dios sabe el fin desde el comienzo y Él es el Autor del grandioso plan de la historia de la humanidad. Él dirigió todos los acontecimientos históricos a fin de que Estados Unidos fuera el suelo fértil para la semilla del Evangelio restaurado que José Smith, el Vidente escogido, plantó y cultivó.
Joseph y Lucy Smith fueron buenos padres que se esforzaron por enseñar a sus hijos preceptos religiosos. La madre, sobre todo, les enseñaba a estudiar la Biblia. William, uno de los hijos, nacido en 1811, recordaba el interés que tenía ella en asuntos religiosos: “Mi madre, una mujer muy devota que se interesaba mucho por el bienestar de sus hijos, tanto en esta tierra como en el más allá, ponía en práctica cualquier cosa que le dictara su amor materno para conseguir que nos interesáramos en la salvación de nuestra alma”.
Joseph Smith era tan grande de alma como de estatura. Heber C. Kimball dijo de él: “era uno de los hombres más alegres que he conocido e inocente como un niño”. Su esposa decía que “era un compañero cariñoso y el mejor padre que pueda existir para inspirar confianza a su familia”.
A pesar de que no les hablaba mucho de religión a sus hijos, era un hombre religioso. William comentaba de su padre: “Mi padre era un hombre de buenas costumbres y devoto en sus creencias religiosas”. Joseph Smith, como su padre, Asael, no confiaba en las iglesias tradicionales, pero siempre creyó firmemente en Dios. Por el año 1811, empezó a pensar excesivamente acerca del tema de la religión. Mientras estaba en ese estado de inquietud espiritual, tuvo el primero de una serie de sueños que tuvo en un período de ocho años. En el primer sueño, se veía andando por un campo desolado lleno de árboles muertos; un espíritu que lo acompañaba le dijo que el campo representaba el mundo sin religión, y agregó que encontraría una caja con comida, y que si la comía, le daría entendimiento o sabiduría. Trató de comer pero unas bestias con cuernos no se lo permitieron. Después, le dijo a su esposa que se había despertado temblando pero contento, porque estaba convencido de que incluso los religiosos no sabían nada del reino de Dios.
Más adelante, ese mismo año, tuvo otro sueño importante relacionado con su familia. Fue parecido al sueño de Lehi con el árbol de la vida. Se encontró en un camino que conducía a un árbol frutal; cuando empezó a comer la deliciosa fruta, se dio cuenta de que debía llevar allí a su esposa e hijos para que disfrutaran juntos de ella. Los llevó y comenzaron a comer. Comentando sobre este sueño, él dijo: “Nos sentíamos muy felices, tanto que era casi imposible expresar nuestro gozo”.
El último sueño que tuvo fue en el estado de Nueva York en 1819, poco antes de la primera visión de su hijo, José. Un mensajero le dijo en el sueño: “Siempre te he encontrado sumamente honrado en todos tus tratos… He venido a decirte que ésta es la última visita que te hago y que hay sólo una cosa que no tienes todavía, la que te permitirá obtener la salvación”. Despertó antes de que se le dijera qué le faltaba. Esta comunicación celestial que había tenido por medio de los sueños hizo que fuera fácil para él aceptar el llamamiento de su hijo como Profeta. Más adelante se dio cuenta de que lo que aún necesitaba eran los principios y las ordenanzas salvadores del Evangelio de Jesucristo que el Señor restauró por medio de su hijo José.
LA NIÑEZ DE JOSÉ SMITH
Cuando José Smith era niño, la familia se mudó varias veces tratando de encontrar tierras fértiles u otras formas de ganarse la vida. La primera mudanza después que él nació los llevó del distrito de Sharon al de Tunbridge. En 1807, casi en seguida del nacimiento de Samuel, se mudaron a Royalton, Vermont, donde nacieron otros dos varones. Poco después que nació William en 1811, se mudaron al pequeño pueblo de West Lebanon, en New Hampshire, y empezaron, según comentó Lucy Smith, “a sentirnos satisfechos de la prosperidad que gozamos allí gracias a nuestros recientes esfuerzos”. Pero su optimismo se volvió desesperación cuando llegó al pueblo una epidemia de tifus que arrasó la zona norte del estado de Connecticut y que dejó un saldo de seis mil muertos. Los hijos de los Smith se enfermaron uno por uno. Sophronia estuvo enferma tres meses y al borde de la muerte, pero empezó a recuperarse después que sus padres le rogaron al Señor que le salvara la vida.
José Smith tenía entonces siete años y se recuperó de la fiebre en sólo dos semanas, pero sufrió complicaciones que con el paso del tiempo le requirieron cuatro operaciones; la peor fue que contrajo una infección en la tibia y se le inflamó la pierna izquierda, condición que en esta época se llama osteomielitis. Por consecuencia, sufrió horriblemente durante dos semanas. A través de esa penosa experiencia, su hermano mayor, Hyrum, fue muy bueno con él. La madre escribió que “Hyrum pasaba casi todo el día y parte de la noche con José, tomando entre las manos la parte afectada y apretándola para que su hermano pudiera soportar el dolor”.
Las primeras dos veces que trataron de drenar el pus y bajar la hinchazón de la pierna fallaron y el cirujano principal recomendó que se la amputaran. Pero la madre se opuso terminantemente y dijo a los doctores: “No deben cortarle la pierna; no voy a permitirlo hasta que hagan otro intento”. Milagrosamente, “el único médico de los Estados Unidos que operaba la osteomielitis con buenos resultados” era un destacado doctor llamado Nathan Smith, de Dartmouth Medical College de Hanover, estado de New Hampshire, y fue el cirujano a cargo de la operación o por lo menos el principal asesor en el caso de José Smith. Aquel doctor estaba varias generaciones adelantado en el tratamiento de dicha condición.
El niño insistió en que podría resistir la operación sin que lo ataran y sin tomar bebidas alcohólicas que lo insensibilizaran, pero le pidió a su madre que saliera del cuarto para no verlo sufrir. Ella aceptó, mas cuando los doctores le rompieron parte del hueso con fórceps y el pequeño gritó de dolor, ella volvió corriendo a la habitación. “¡Mamá, vete, vete!”, gimió él. La madre salió otra vez, pero volvió a entrar y nuevamente tuvieron que sacarla del cuarto. Después de esta traumática experiencia, mandaron a José con el tío Jesse Smith al puerto de Salem, Massachusetts, con la esperanza de que la brisa del mar le ayudara a recuperarse. Aun así, la recuperación fue lenta debido a la seriedad de la operación. Caminó tres años con muletas y de vez en cuando cojeaba al andar, pero después recobró la salud y llevó una vida activa.
De acuerdo con su madre, esa operación parece haber sido el único incidente notable de la niñez del Profeta. Alrededor del año 1813, la familia se mudó a Norwich, Vermont, donde José Smith probablemente haya asistido a la escuela primaria por poco tiempo. También recibía educación religiosa en su hogar y posiblemente participaba en las actividades y los juegos al aire libre propios de esa época. Era alto, atlético y estaba lleno de energías, pero también era una persona pensativa y tranquila. Su madre decía que él “no leía tantos libros como sus hermanos, pero meditaba y estudiaba a fondo lo que leía, mucho más que los demás”. En Norwich, los Smith empezaron a labrar las tierras de un señor Murdock, como último intento de ganarse el sustento en Vermont trabajando en la agricultura. Lucy Mack Smith escribió lo siguiente: “El primer año no cosechamos nada; pero vendimos la fruta de los árboles que había en la propiedad y pudimos comprar el pan para la familia”. La plantación del segundo año también fracasó completamente.
James E. Faust, “La restauración de todas las cosas”, Liahona, mayo de 2006, págs. 61–62, 67–68.
Presidente James E. Faust
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Creemos que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es una restauración de la Iglesia original que estableció Jesucristo.
Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días nos preocupamos por todos los hijos de Dios que viven o que han vivido sobre la faz de la tierra. “Nuestro mensaje”, declaró la Primera Presidencia en 1978, “refleja el amor que sentimos por la humanidad y el interés en su bienestar eterno, sin importarnos sus creencias religiosas, su raza o nacionalidad, sabiendo sin lugar a dudas que somos hermanos y hermanas debido a que somos hijos e hijas del mismo Padre Eterno”. Tal como el élder Dallin H. Oaks dijo hace unos años:
“La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene muchas creencias en común con otras iglesias cristianas, pero también tenemos diferencias, y son esas diferencias las que explican por qué enviamos misioneros a otros cristianos, por qué edificamos templos, además de las capillas, y por qué nuestras creencias nos brindan tanta felicidad y fortaleza para hacer frente a las dificultades de la vida y de la muerte”.
Hoy deseo testificar de la plenitud del Evangelio restaurado de Jesucristo, la cual contribuye de manera positiva a las creencias religiosas de otras denominaciones, sean cristianas o no. Originalmente, esa plenitud fue establecida por el Salvador durante Su ministerio terrenal, pero entonces se produjo un alejamiento.
Algunos de los primeros apóstoles sabían que se produciría una apostasía antes de la segunda venida del Señor Jesucristo. De hecho, Pablo escribió a los tesalonicenses al respecto: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía”.
Durante la apostasía se perdieron las llaves del sacerdocio, y algunas de las preciadas doctrinas de la Iglesia que organizó el Salvador fueron alteradas, entre las que destacan el bautismo por inmersión; la recepción del Espíritu Santo mediante la imposición de manos; la naturaleza de la Trinidad, respecto a que son tres Personajes diferentes; que toda la humanidad resucitará merced a la Expiación de Cristo,“así… justos como… injustos; la revelación continua, en cuanto a que los cielos no están cerrados; y la obra del templo tanto por los vivos como por los muertos.
El período siguiente se llegó a conocer como el Oscurantismo. Dicho alejamiento de la verdad fue predicho por el apóstol Pedro cuando declaró que “es necesario que el cielo reciba [a Jesucristo] hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo”. La restitución sólo sería necesaria si se hubieran perdido esas cosas preciadas.
Durante los siglos siguientes, hombres religiosos admitieron que se había producido un alejamiento o una apostasía gradual de la Iglesia que organizó Jesucristo. Algunos de esos hombres padecieron enormemente por sus creencias durante la etapa que se denominó la Reforma, un movimiento del siglo XVI que tenía por objeto reformar el cristianismo occidental, lo cual desembocó en la separación de las iglesias protestantes de la corriente principal del cristianismo.
Entre aquellos reformadores estaba el reverendo John Lathrop, vicario de la Iglesia de Egerton en Kent, Inglaterra. Dicho sea de paso, el profeta José Smith es descendiente de John Lathrop. En 1623, este hombre dimitió de su cargo porque cuestionaba la autoridad de la Iglesia Anglicana para actuar en el nombre de Dios. Al leer la Biblia, se dio cuenta de que las llaves apostólicas no estaban en la tierra. En 1632 se convirtió en ministro religioso de una iglesia independiente e ilegal y fue encarcelado. Su esposa falleció mientras él estaba en la cárcel y sus hijos, huérfanos, suplicaron al obispo que lo liberara. Éste accedió a su liberación a cambio de que Lathrop dejara el país, lo cual hizo, y con 32 miembros de su congregación se embarcó con destino a los Estados Unidos.
Roger Williams, pastor del siglo XVII que fundó Rhode Island, se negó a seguir como pastor religioso en Providence alegando que no había “ninguna iglesia de Cristo debidamente constituida sobre la tierra, ni persona alguna autorizada para administrar ninguna de las ordenanzas de la Iglesia, ni las [podía] haber hasta que [fuesen] enviados nuevos apóstoles por el gran Director de la Iglesia, cuya venida yo busco”.
Ésos son tan sólo dos eruditos religiosos que reconocieron la existencia de una apostasía de la Iglesia organizada por Jesucristo y la necesidad de restaurar las llaves del sacerdocio, las cuales se habían perdido. El apóstol Juan vio en una visión la época cuando “[volaría] por en medio del cielo… otro ángel, que [tendría] el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”. Esta profecía se ha cumplido. Dado que nosotros creemos que el Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado en su plenitud por el profeta José Smith en nuestros días, deseamos dar a todos la oportunidad de conocer y aceptar este mensaje.
En la Iglesia restaurada contamos ahora con apóstoles, profetas, pastores, maestros y evangelistas, los cuales Pablo mencionó al dirigirse a los efesios. El Salvador estableció esos oficios del sacerdocio cuando organizó Su Iglesia en el meridiano de los tiempos. Reconocemos los dos órdenes del sacerdocio y sus correspondientes oficios: el sacerdocio menor es el Sacerdocio Aarónico, nombre que recibe de Aarón; y el sacerdocio mayor es el Sacerdocio de Melquisedec, que recibe su nombre de Melquisedec, a quien Abraham pagó el diezmo. El Sacerdocio Aarónico fue restaurado el 15 de mayo de 1829 por Juan el Bautista, y el Sacerdocio de Melquisedec fue restaurado antes de haber transcurrido un mes por los apóstoles de la antigüedad, Pedro, Santiago y Juan, a José Smith y Oliver Cowdery. Por ello los poseedores actuales del sacerdocio afirman tener el poder para actuar en el nombre de Dios por medio del sacerdocio, “el poder que se respeta tanto en el cielo como en la tierra”.
En el Templo de Kirtland, el 3 de abril de 1836, Moisés se apareció a José Smith y a Oliver Cowdery, y les entregó las llaves del recogimiento de Israel. Después, Elías se apareció y entregó la dispensación del Evangelio de Abraham, “diciendo que en nosotros y en nuestra descendencia serían bendecidas todas las generaciones después de nosotros”. Tras él se presentó Elías el profeta, quien les entregó las llaves de esta dispensación, llaves que incluyen el poder para sellar y atar en el cielo lo que se ate en la tierra en el interior de los templos. De ese modo, los profetas de dispensaciones anteriores del Evangelio entregaron sus llaves al profeta José Smith en ésta, la “dispensación del cumplimiento de los tiempos”, de la que habló el apóstol Pablo a los efesios.
Me siento agradecido por que el Señor consideró establecer nuevamente la ley del diezmo y las ofrendas entre Su pueblo. Cuando guardamos la ley del diezmo, las ventanas de los cielos se abren de par en par para nosotros, y recibimos grandes bendiciones cuando tenemos la fe para observar dicha ley.
A lo largo de la historia de la tierra, la adoración en el templo ha sido una parte importante de la devoción de los santos, pues mediante ella muestran su deseo de acercarse más a su Creador. El templo fue un lugar de aprendizaje para el Salvador cuando se hallaba en la tierra; era parte integral de Su vida. Las bendiciones del templo vuelven a estar a nuestro alcance en la actualidad. Algo exclusivo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la enseñanza que relaciona los templos con la trascendencia eterna de lo que sucede en ellos. Tenemos templos majestuosos y hermosos en gran parte de la tierra, y en ellos se realiza una obra sumamente sagrada. El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho de ellos: “Hay muy pocos lugares en la tierra donde las preguntas del hombre sobre la vida reciban respuestas de la eternidad”. Los solemnes misterios en cuanto a de dónde venimos, por qué estamos aquí y a dónde vamos obtienen una respuesta más plena en los templos. Vinimos de la presencia de Dios y estamos en la tierra para prepararnos para volver a Su presencia.
Pero mayor importancia tiene el que, dentro de los templos, los esposos y las esposas realizan convenios eternos sellados por la autoridad del sacerdocio. Los hijos que nacen de esa unión, si son dignos, pueden disfrutar de una relación eterna como parte de una familia y como hijos de Dios. El apóstol Juan escribió: “Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son?… Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo”.
El Señor ha dicho que Su obra consiste en “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”, de lo cual se desprende que toda persona, viva o muerta, tendrá la oportunidad de oír el Evangelio, ya sea en esta vida o en el mundo de los espíritus. Pablo dijo a los corintios: “De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” . Por esa razón realizamos ordenanzas en los templos a favor de nuestros antepasados que han fallecido. No por ello se restringe la capacidad de elegir ni el albedrío de nadie. Aquellos por quienes se realiza la obra pueden aceptarla o no, como ellos decidan.
El apóstol Juan vio en una visión la época en que un ángel descendería a la tierra como parte de la restauración del Evangelio. Ese ángel fue Moroni, el que se apareció a José Smith y le indicó dónde se hallaban unas planchas de oro con escritos antiguos. José Smith procedió a traducir esas planchas por el don y el poder de Dios, y todo ello se publicó con el nombre del Libro de Mormón. Éste es un registro de dos grupos de personas que vivieron hace siglos en el continente americano. Poco se sabía de ellos antes de la publicación del Libro de Mormón, pero lo realmente importante es que el Libro de Mormón es otro testamento de Jesucristo que ha restaurado preciadas verdades relativas a la Caída, a la Expiación, a la Resurrección y a la vida después de la muerte.
Antes de la Restauración, los cielos habían estado cerrados durante siglos, pero con los profetas y apóstoles otra vez sobre la tierra, los cielos se abrieron de nuevo con visiones y revelaciones. Muchas de las revelaciones que recibió José Smith se publicaron en un libro que llegó a conocerse como Doctrina y Convenios, el cual arroja mayor luz sobre los principios y las ordenanzas, y constituye una valiosa fuente de consulta sobre la estructura del sacerdocio. Además, tenemos otro libro de Escrituras: la Perla de Gran Precio. Éste incluye el libro de Moisés, que José Smith recibió por revelación, y el libro de Abraham, que tradujo de un papiro egipcio que había adquirido. Aparte de obtener mucha más información sobre Moisés, Abraham, Enoc y otros profetas, de ambos documentos aprendemos muchos detalles adicionales sobre la Creación. Aprendemos que el Evangelio de Jesucristo se enseñó a todos los profetas desde el principio, incluso desde la época de Adán.
Creemos que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la restauración de la Iglesia original que estableció Jesucristo, que se edificó “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. Esta Iglesia no procede de la división de ninguna otra iglesia.
Creemos que el Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado en su plenitud, pero éste no es motivo para que nadie se sienta superior a ningún otro hijo de Dios. Antes bien, ello conlleva una obligación mayor, como es la de aplicar la esencia del Evangelio de Cristo en nuestra vida, a fin de amar, servir y bendecir a los demás. De hecho, tal y como la Primera Presidencia declaró en 1978, creemos que “los grandes líderes religiosos del mundo como Mahoma, Confucio y los Reformadores, al igual que los filósofos como Sócrates, Platón y otros, recibieron una porción de la luz de Dios. Dios les concedió verdades morales para iluminar a naciones enteras y para llevar un mayor nivel de entendimiento a las personas”. Por ello, respetamos las creencias religiosas sinceras de los demás y apreciamos que se tenga la misma cortesía y respeto por las creencias que nosotros valoramos.
Tengo un testimonio personal de la veracidad de los convenios, las enseñanzas y la autoridad restaurados por conducto del profeta José Smith. Esta certeza me ha acompañado toda la vida. Me siento agradecido por que la restauración de la plenitud del Evangelio tuvo lugar en nuestra época, pues en ella se halla el sendero que conduce a la vida eterna. Ruego que nos acompañen la fortaleza, la paz y el interés de Dios el Padre y el amor y la gracia eternos del Señor Jesucristo. En el nombre de Jesucristo. Amén.
David F. Boone, “Prepared for the Restoration”, https://www.churchofjesuschrist.org/study/ensign/1984/12/prepared-for-the-restoration?lang=eng.
Por David F. Boone
Las manifestaciones espirituales presagiaron el regreso del evangelio a la tierra
"Alrededor del tiempo en que José Smith encontró el registro de oro, comencé a sentir que se acercaba el momento en que el Señor, de una u otra forma, haría surgir su Iglesia.
Hice algunas averiguaciones en el país donde viajaba para ver si había alguna obra extraña de Dios, como no había habido en la tierra desde los días de Cristo.
No pude escuchar nada, yo vivía a unas 20 millas al este de donde se encontró el registro de oro".
Aunque Solomon Chamberlain vivía cerca de la zona donde tuvieron lugar los primeros acontecimientos de la Restauración, no oyó nada de ellos hasta que, viajando a Canadá para predicar, fue movido por el Espíritu a hacer un desvío no programado. Fue a Palmyra, donde conoció y visitó a la familia Smith. Cuando compartió con ellos su propio testimonio espiritual, le sorprendió su reacción.
"Yo... abrí mi boca y comencé a predicarles", escribió Chamberlain, "con las palabras que el ángel me había dado a conocer en la visión, que todas las Iglesias y Denominaciones en la tierra se habían corrompido, y que no había ninguna Iglesia de Dios en la tierra, sino que pronto se levantaría una Iglesia, que nunca sería confundida ni derribada y sería como la Iglesia Apostólica. Se preguntaron mucho quién me había estado diciendo estas cosas, porque dijeron que tenemos las mismas cosas escritas en nuestra casa, tomadas del registro de oro, que tú nos estás predicando. Dije, el Señor me dijo estas cosas hace varios años, entonces dije, si ustedes son una casa visionaria, desearía que dieran a conocer algunos de sus descubrimientos, porque creo que puedo soportarlos. Entonces me dieron a conocer que habían obtenido un disco de oro, y que acababan de terminar de traducirlo aquí. Ahora el Señor me reveló por el don y el poder del Espíritu Santo que éste era el trabajo que yo había estado buscando."
Se quedó con los Smith durante dos días y escuchó su mensaje sobre el Libro de Mormón. Luego los acompañó a la imprenta donde se estaba imprimiendo el Libro de Mormón por primera vez. "Tan pronto como hubieron impreso 64 páginas, las tomé con su permiso y seguí mi viaje a Canadá, y prediqué todo lo que sabía sobre el mormonismo, a todos, tanto a los altos como a los bajos, a los ricos y a los pobres, y así, como ven, fue la primera vez que se predicó el mormonismo impreso a esta generación. No vi a nadie en un viaje de 800 millas que hubiera oído hablar de la Biblia de Oro (así llamada). Exhorté a toda la gente a prepararse para la gran obra de Dios que estaba a punto de salir, y que nunca sería derribada ni confundida".
Solomon Chamberlain había salido de casa con la sensación de que la restauración de la iglesia de Cristo era inminente. Pero después de conocer a la familia Smith, adquirió la convicción de que lo que había sentido anteriormente era ahora una certeza.
Los sentimientos de Salomón acerca de la restauración de la verdad no eran raros durante el período justo antes del amanecer de la dispensación de la plenitud de los tiempos. Sentimientos y experiencias similares tuvieron otros que, con fe, buscaron conocer la mente y la voluntad de Dios.
Durante siglos, el mundo había estado desprovisto del Evangelio, esperando el día en que se cumpliera la "restitución de todas las cosas". (Hechos 3:21.) Pero no fue hasta el siglo XIX que tal promesa se convirtió en una esperanza tangible. En esa época, se dio a conocer a un número limitado de buscadores de la verdad que una restauración ocurriría efectivamente en el futuro inmediato, y a algunos incluso se les prometió que ocurriría en su propia vida.
Wilford Woodruff, que más tarde llegó a ser Presidente de la Iglesia, tuvo una experiencia impresionante al principio de su vida que le llevó a esperar la Restauración. Un caballero anciano, Robert Mason, a quien visitaba a menudo, le contó una extraña visión que había recibido años antes. "Fui llevado en una visión", le dijo el anciano, "y me encontré en medio de un vasto huerto de árboles frutales. Me entró hambre y me paseé por este inmenso huerto buscando fruta para comer, pero no encontré ninguna. Mientras me quedaba asombrado al no encontrar fruta en medio de tantos árboles, éstos empezaron a caer al suelo como si fueran arrancados por un torbellino. Siguieron cayendo hasta que no quedó un árbol en pie en todo el huerto. Inmediatamente vi brotar de las raíces los siguientes retoños, que se convirtieron en jóvenes y hermosos árboles. Estos brotaron, florecieron y dieron frutos que maduraron y fueron los más hermosos que mis ojos hayan contemplado jamás. Extendí la mano y cogí algunos de los frutos. La contemplé con deleite; pero cuando estaba a punto de comerla, la visión se cerró y no probé el fruto".
Al concluir la visión, el Sr. Mason oró para que el Señor le diera la interpretación. "Entonces la voz del Señor vino a mí diciendo: 'Hijo de hombre, me has buscado diligentemente para conocer la verdad sobre mi Iglesia y mi Reino entre los hombres. Esto es para mostrarte que mi Iglesia no está organizada entre los hombres en la generación a la que perteneces; pero en los días de tus hijos la Iglesia y el Reino de Dios se manifestarán con todos los dones y las bendiciones que disfrutaron los santos en las épocas pasadas. Viviréis para conocerlo, pero no participaréis de sus bendiciones antes de partir de esta vida. Serás bendecido por el Señor después de la muerte porque has seguido el dictado de mi Espíritu en esta vida'".
Entonces el anciano caballero miró al joven e hizo una profecía inusual: "Wilford, yo nunca participaré de este fruto en la carne, pero tú sí lo harás y llegarás a ser un actor conspicuo en el nuevo reino".
Por supuesto, Wilford Woodruff se sintió conmovido por lo que había escuchado. "Para mí fue una circunstancia muy llamativa", escribió más tarde. "Había pasado muchos días durante un período de veinte años con este viejo Padre Mason. Nunca me había mencionado esta visión. En esta ocasión dijo que se sentía impulsado por el Espíritu del Señor a relatármela."
Además de escuchar la profecía del anciano de que viviría para abrazar la verdad, el joven Wilford llegó él mismo a la misma conclusión después de su propia búsqueda sincera: "Me había entregado a la lectura de las Escrituras y a la oración ferviente ante Dios día y noche hasta donde podía años antes de escuchar la plenitud del evangelio predicado por un Santo de los Últimos Días. Había suplicado al Señor muchas horas en el bosque, entre las rocas, en los campos y en el molino, a menudo a medianoche, para que me diera luz y verdad y para que Su Espíritu me guiara en el camino de la salvación. Mis oraciones fueron respondidas y muchas cosas me fueron reveladas. Mi mente se abrió a la verdad de tal manera que me sentí plenamente satisfecho de vivir para ver la verdadera Iglesia de Cristo establecida en la tierra y para ver un pueblo levantado que guardara los mandamientos del Señor."
El cumplimiento de la profecía del Padre Mason fue tan inusual como la profecía misma. "La visión le fue dada [al padre Mason] alrededor del año 1800", escribió el élder Woodruff. "Me la relató en 1830, la primavera en que se organizó la Iglesia. Tres años más tarde, cuando fui bautizado en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, casi la primera persona en la que pensé fue este profeta, Robert Mason. Al llegar a Misuri con el Campamento de Sión, le escribí una larga carta en la que le informaba que había encontrado el verdadero evangelio con todas sus bendiciones; que la autoridad de la Iglesia de Cristo había sido restaurada en la tierra como él me había dicho que sería; que había recibido las ordenanzas del bautismo y la imposición de manos; que sabía por mí mismo que Dios había establecido por medio de José Smith, el Profeta, la Iglesia de Cristo sobre la tierra.
"Recibió mi carta con gran alegría y se la hizo leer muchas veces. La manejó como había manejado el fruto en la visión. Era muy anciano y pronto murió sin tener el privilegio de recibir las ordenanzas del Evangelio de manos de un anciano de la Iglesia.
"En la primera oportunidad que tuve después de que se reveló la verdad del bautismo por los muertos, salí y me bauticé por él en la pila del templo de Nauvoo".
Benjamín Brown fue otro que recibió seguridades de la próxima restauración del evangelio. "Se me dio el conocimiento de que los antiguos dones del Evangelio -hablar en lenguas, el poder de sanar a los enfermos, el espíritu de profecía, etc.- estaban a punto de ser restaurados a los creyentes en Cristo. La revelación fue un conocimiento perfecto del hecho, tan seguro y cierto, que sentí como si la verdad hubiera sido estereotipada sobre mí. Lo sabía desde la coronilla de mi cabeza hasta la planta de mi pie, en todo mi sistema, estando lleno del Espíritu Santo. No puedo compararlo con nada mejor que el cambio hecho en una hoja limpia de papel por una imprenta, dejando una impresión indeleble detrás".
Parte de ese conocimiento le había llegado como resultado de una experiencia que había tenido antes. Cuando tenía unos veinticinco años, tuvo "una visión" de su hermano, que había muerto catorce o quince años antes. En la visión, su hermano estaba rezando. "Oí su voz clara y distintamente, y escuché atentamente.
"En el curso de su oración, se refirió a una gran obra que se haría en la tierra durante los últimos días, citando varias Escrituras. Sin embargo, no comprendí plenamente su significado hasta que, al entrar en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, años después, vi la aplicabilidad de sus palabras a los puntos de vista de ese pueblo, con respecto a la restauración de los dones del Evangelio, y a la gran obra de reunir a los santos de todas las naciones en los últimos días, y a la plenitud de la gloria de los últimos días, pues oró particularmente por la aceleración de estas cosas. Pronto desapareció de mi vista, cuando de repente... un sonido, como de un viento poderoso que corría, con alguna influencia que lo acompañaba, pareció llenar la casa y a mí, y oí una voz que decía: "Este es el espíritu del entendimiento".
Daniel Tyler, un santo primitivo que llegó a ser prominente en la historia posterior de la Iglesia, registró que después de que su padre y su abuelo habían estudiado las Escrituras, llegaron a creer que la Iglesia establecida por Jesucristo no estaba en la tierra. Su razón para creer así era que ninguna de las antiguas señales que fueron exhibidas por los seguidores de Cristo se manifestaban entonces.
El hermano Tyler registró además: "Mi abuelo ... profetizó que moriría, pero que mi padre [Andrés] viviría para ver la verdadera iglesia organizada con todos los dones y bendiciones apostólicas". El joven Daniel escuchó y creyó la profecía, e identificó el verdadero evangelio cuando fue restaurado y enseñado posteriormente. Irónicamente, su padre se resistió a ello, incluso amenazando con repudiar a los miembros de la familia que se bautizaran. "Poco después", escribió el hermano Tyler, "mi abuelo se le apareció a mi padre en un sueño, y le dijo que éste era el pueblo del que profetizó mientras vivía, y mis padres se bautizaron". Otros miembros de la familia, incluyendo a Daniel, siguieron.
Antes de escuchar el mensaje de la Restauración, Lorenzo Dow Young, un hermano menor de Brigham Young, se preocupaba por la religión y estudiaba la Biblia con diligencia. Pero no se sentía bien al ser bautizado en ninguna iglesia. "Aunque soy religioso por naturaleza, ... la religión sectaria me parecía vacía y sin valor", escribió. "... No me había unido a ninguna iglesia, aunque había profesado la religión, asistido a reuniones y predicado cuando tuve la oportunidad". De hecho, su predicación dio grandes frutos. Sesenta personas deseaban el bautismo después de escuchar algunos de sus sermones, pero él se excusó de realizar la ordenanza, diciendo "que nunca me había unido a ninguna denominación religiosa, y no me sentía autorizado para administrarla."
Un predicador campbellista bautizó a los conversos de Lorenzo, los organizó en una rama de la iglesia campbellista, y trató de convencer a Lorenzo de que se bautizara él mismo y de que fuera a un circuito de predicación. "Le dije que no predicaría sus doctrinas. Si predicaba, debía predicar toda la Biblia como yo la entendía. ... Un espíritu trabajó conmigo para hacer todo el bien que pudiera, pero no para unirme a ninguna denominación religiosa. Prevaleció dentro de mí contra toda tentación esta vez".
Cuando se le presentó el Libro de Mormón, fue cauteloso. "Leí y comparé el Libro de Mormón con la Biblia, y ayuné y oré para llegar al conocimiento de la verdad. El Espíritu parecía decir: 'Este es el camino; andad por él'". Más tarde se bautizó.
Años antes, Lorenzo había tenido un sueño que, en retrospectiva, lo ayudó a prepararse para aceptar la restauración del evangelio: "En el otoño de 1816, cuando tenía unos nueve años, tuve un sueño peculiar. Me pareció que estaba en un espacio abierto y despejado, y vi un camino llano y fino, que conducía, en un ángulo de 45 grados, al aire, hasta donde yo podía ver. Oí un ruido como el de un carruaje en rápido movimiento, en lo que parecía el extremo superior del camino. En un momento llegó a la vista. Era tirado por un par de hermosos caballos blancos. El carruaje y los arneses parecían brillantes de oro. Los caballos viajaban con la velocidad del viento. Se me hizo evidente que el Salvador estaba en el carruaje, y que era conducido por su siervo. El carruaje se detuvo cerca de mí, y el Salvador preguntó dónde estaba mi hermano Brigham. Después de informarle, preguntó además por mis otros hermanos y por nuestro padre. Después de que respondí a sus preguntas, dijo que nos quería a todos, pero que quería especialmente a mi hermano Brigham. Entonces el equipo dio la vuelta y regresó por el camino que había venido.
"Me desperté de inmediato y no dormí más esa noche. Me sentí asustado y supuse que todos íbamos a morir. No veía otra solución al sueño. Era una sombra de nuestro futuro que entonces no estaba en condiciones de discernir".
Otro joven, John Taylor, tuvo una visión que apuntaba a la Restauración y que tampoco comprendió hasta años después. "Cuando era un niño pequeño", escribe su biógrafo, B. H. Roberts, "vio, en visión, a un ángel en los cielos, sosteniendo una trompeta en su boca, haciendo sonar un mensaje a las naciones. El significado de esta visión no lo comprendió hasta más tarde en su vida".
Sólo podemos adivinar el impacto que tal experiencia habría tenido sobre él cuando, años más tarde, se unió a la Iglesia y descubrió que lo que había visto en visión era un principio de apoyo del evangelio restaurado y el cumplimiento de la profecía como lo vio el apóstol Juan en la isla de Patmos.
A la edad de diecisiete años, mientras servía como predicador metodista en Inglaterra, tuvo un testimonio adicional que no entendió en ese momento. "Tengo una fuerte impresión en mi mente", le dijo a un compañero, "¡que tengo que ir a América a predicar el evangelio!" .
Su biógrafo explica el significado de esos sentimientos: "En ese momento no sabía nada de América, salvo lo que había aprendido en su geografía en la escuela; y la emigración a ese país no había sido pensada entonces por su familia. Tan fuerte fue la voz del espíritu para él en aquella ocasión, que continuó impresionándole mientras permaneció en aquella tierra; e incluso después de llegar a Canadá, se aferró a él un presentimiento que no pudo quitarse de encima, de que tenía una obra que hacer que entonces no comprendía." John Taylor se convirtió más tarde en el tercer Presidente de la Iglesia.
Otro que se convenció de que la Restauración estaba cerca fue Asael Smith, abuelo de José Smith. Asael era un hombre profundamente religioso que fomentaba estrictamente el estudio de las Escrituras entre los miembros de su familia. Aunque sentía predilección por la fe universalista, en general se mantenía alejado de las sectas de su época porque no podía conciliar sus enseñanzas conflictivas con las verdades que se encontraban en las Escrituras.
Pero Asael Smith tenía grandes esperanzas en el futuro. Su tataranieto, el élder Joseph Fielding Smith, escribió sobre él: "A veces el espíritu de inspiración descansaba sobre él. En una ocasión, Asael dijo: 'Ha llegado a mi alma que uno de mis descendientes promulgará una obra que revolucionará el mundo de la fe religiosa'. Tal vez no esperaba vivir para ver ese día, pero así fue".
En efecto, poco después de la organización de la Iglesia y la restauración de la autoridad del sacerdocio, su hijo José Smith, padre, y su nieto Don Carlos Smith lo visitaron y le dieron un ejemplar del Libro de Mormón. Mientras lo leía, el anciano caballero se regocijó, afirmando que estaba seguro de que la obra de su nieto José era de Dios. Según otro nieto, el élder George A. Smith, cuando el anciano caballero "se enteró de la aparición del Libro de Mormón, ... dijo que era verdad, pues sabía que en su familia aparecería algo que revolucionaría el mundo". Así se cumplió la profecía.
El profeta José apoya aún más el relato de su primo en su narración del evento. "Mi abuelo, Asael Smith, predijo hace mucho tiempo que se levantaría un profeta en su familia, y mi abuela estaba plenamente satisfecha de que se cumpliera en mí. Mi abuelo, Asael, murió... después de haber recibido el Libro de Mormón, y de haberlo leído casi por completo; y declaró que yo era el mismísimo Profeta que él había sabido desde hace tiempo que vendría en su familia".
Debido a su avanzada edad y a su mala salud, el abuelo Asael Smith no se bautizó; murió en octubre de 1830 a la edad de 86 años, creyendo firmemente en la restauración del Evangelio. Una nuera que estuvo presente en el momento de su muerte registró: "El abuelo Asael Smith... en su lecho de muerte declaró su plena y firme creencia en el Evangelio eterno y también lamentó no haber sido bautizado cuando José, su hijo, estaba allí y reconoció que la doctrina del universalismo, que tanto había defendido, no era verdadera. Porque aunque había vivido con esta religión durante cincuenta años, ahora renunciaba a ella por considerarla insuficiente para consolarlo en la muerte".
La madre de José Smith, Lucy Mack Smith, también tuvo sueños especiales que apuntaban a la Restauración del evangelio. En una ocasión, después de orar en favor de su esposo - "para que se le presentara el verdadero evangelio y para que su corazón se ablandara a fin de recibirlo, o para que se inclinara más religiosamente"- se le informó en un sueño que se le daría a conocer "el evangelio puro y sin mácula del Hijo de Dios", y que "cuando estuviera más avanzado en la vida, lo escucharía y lo recibiría con todo su corazón, y se regocijaría en él; y se le añadiría inteligencia, felicidad, gloria y vida eterna. "
Por supuesto, José Smith, padre, y su esposa Lucy aceptaron el Evangelio cuando su hijo José se lo enseñó, al igual que muchos otros que habían sido preparados de antemano para la Restauración. Las señales, las maravillas y los dones del Espíritu fueron en sí mismos testimonios de la fuente de la Restauración. Estos dones y bendiciones han sido prometidos a los hombres en todas las épocas del mundo. Fueron evidentes en las primeras épocas del mundo, durante el meridiano del tiempo, antes de la restauración de las llaves y la autoridad del Evangelio, y continúan en la actualidad. El uso y la comprensión adecuados de estos dones y bendiciones ayudarán a edificar a los santos y a cumplir las promesas del Señor a sus hijos obedientes.
Texto original (en inglés): https://www.churchofjesuschrist.org/study/ensign/1984/12/prepared-for-the-restoration?lang=eng
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