NowComment
2-Pane Combined
Comments:
Full Summaries Sorted

Lección 17

Lección 17

José Smith: Un vidente escogido

Escritura

2 Nefi 3

Libro de Mormón

José, en Egipto, vio a los nefitas en visión — Profetizó en cuanto a José Smith, el vidente de los últimos días; en cuanto a Moisés, que libraría a Israel; y en cuanto al advenimiento del Libro de Mormón. Aproximadamente 588–570 a.C.

1 Y ahora te hablo a ti, José, mi postrer hijo. Tú naciste en el desierto de mis aflicciones; sí, tu madre te dio a luz en la época de mis mayores angustias.

2 Y el Señor te consagre también a ti esta tierra, la cual es una tierra tan preciosa, por herencia tuya y la herencia de tu posteridad con tus hermanos, para vuestra seguridad para siempre, si es que guardáis los mandamientos del Santo de Israel.

3 Y ahora bien, José, mi último hijo, a quien he traído del desierto de mis aflicciones, el Señor te bendiga para siempre, porque tu posteridad no será enteramente destruida.

4 Porque he aquí, tú eres el fruto de mis lomos; y yo soy descendiente de José que fue llevado cautivo a Egipto. Y grandes fueron los convenios que el Señor hizo con José.

5 Por lo tanto, José realmente vio nuestro día. Y recibió del Señor la promesa de que del fruto de sus lomos el Señor Dios levantaría una rama justa a la casa de Israel; no el Mesías, sino una rama que iba a ser desgajada, mas no obstante, sería recordada en los convenios del Señor de que el Mesías sería manifestado a ellos en los últimos días, con el espíritu de poder, para sacarlos de las tinieblas a la luz; sí, de la obscuridad oculta y del cautiverio a la libertad.

6 Porque José en verdad testificó diciendo: El Señor mi Dios levantará a un vidente, el cual será un vidente escogido para los del fruto de mis lomos.

7 Sí, José verdaderamente dijo: Así me dice el Señor: Levantaré a un vidente escogido del fruto de tus lomos, y será altamente estimado entre los de tu simiente. Y a él daré el mandamiento de que efectúe una obra para el fruto de tus lomos, sus hermanos, la cual será de mucho valor para ellos, aun para llevarlos al conocimiento de los convenios que yo he hecho con tus padres.

8 Y le daré el mandamiento de que no haga ninguna otra obra, sino la que yo le mande. Y lo haré grande a mis ojos, porque ejecutará mi obra.

9 Y será grande como Moisés, de quien dije que os lo levantaría para librar a mi pueblo, ¡oh casa de Israel!

10 Y levantaré a Moisés para librar a tu pueblo de la tierra de Egipto.

11 Pero del fruto de tus lomos levantaré a un vidente, y a él daré poder para llevar mi palabra a los de tu descendencia; y no solamente para llevarles mi palabra, dice el Señor, sino para convencerlos de mi palabra que ya se habrá declarado entre ellos.

12 Por lo tanto, el fruto de tus lomos escribirá, y el fruto de los lomos de Judá escribirá; y lo que escriba el fruto de tus lomos, y también lo que escriba el fruto de los lomos de Judá, crecerán juntamente para confundir las falsas doctrinas, y poner fin a las contenciones, y establecer la paz entre los del fruto de tus lomos, y llevarlos al conocimiento de sus padres en los postreros días, y también al conocimiento de mis convenios, dice el Señor.

13 Y de la debilidad él será hecho fuerte, el día en que mi obra empiece entre todo mi pueblo para restaurarte, oh casa de Israel, dice el Señor.

14 Y así profetizó José, diciendo: He aquí, el Señor bendecirá a ese vidente, y los que traten de destruirlo serán confundidos; porque se cumplirá esta promesa que he recibido del Señor tocante al fruto de mis lomos. He aquí, estoy seguro del cumplimiento de esta promesa;

15 y su nombre será igual que el mío; y será igual que el nombre de su padre. Y será semejante a mí, porque aquello que el Señor lleve a efecto por su mano, por el poder del Señor, guiará a mi pueblo a la salvación.

16 Sí, José así profetizó: Estoy seguro de esto, así como estoy seguro de la promesa de Moisés; porque el Señor me ha dicho: Preservaré a tu descendencia para siempre.

17 Y ha dicho el Señor: Levantaré a un Moisés; y le daré poder en una vara, y le daré prudencia para escribir. Mas no desataré su lengua para que hable mucho, porque no lo haré grande en cuanto a la palabra. Pero le escribiré mi ley, con el dedo de mi propia mano, y prepararé a un portavoz para él.

18 Y también me dijo el Señor: Levantaré a uno para el fruto de tus lomos, y prepararé para él un portavoz. Y he aquí, le concederé que escriba la escritura del fruto de tus lomos, para el fruto de tus lomos; y el portavoz de tus lomos la declarará.

19 Y las palabras que él escriba serán las que yo en mi sabiduría juzgue conveniente que lleguen al fruto de tus lomos; y será como si los del fruto de tus lomos les hubiesen clamado desde el polvo, porque conozco su fe.

20 Y clamarán desde el polvo; sí, el arrepentimiento a sus hermanos, sí, aun después de haber pasado sobre ellos muchas generaciones. Y sucederá que su clamor saldrá, sí, según la sencillez de sus palabras.

21 A causa de su fe sus palabras saldrán de mi boca a sus hermanos, que son el fruto de tus lomos; y la debilidad de sus palabras yo fortaleceré en su fe, a fin de que recuerden mi convenio que hice con tus padres.

22 Y ahora bien, he aquí, mi hijo José, así fue como profetizó mi padre de antaño.

23 Por lo tanto, bendito eres por causa de este convenio; porque tus descendientes no serán destruidos, pues escucharán las palabras del libro.

24 Y se levantará entre ellos uno poderoso que efectuará mucho bien, tanto en palabras como en obras, siendo un instrumento en las manos de Dios, con gran fe, para obrar potentes maravillas y realizar aquello que es grande a la vista de Dios, para efectuar mucha restauración a la casa de Israel y a la posteridad de tus hermanos.

25 Y ahora bien, bendito eres tú, José. He aquí, eres pequeño; escucha, por tanto, las palabras de tu hermano Nefi, y será hecho contigo de conformidad con las palabras que he hablado. Recuerda las palabras de tu padre, que está para morir. Amén.

Mensaje

Tad R. Callister, “José Smith: Profeta de la Restauración”, Liahona, noviembre de 2009, págs. 35–37.

José Smith: Profeta de la Restauración

Élder Tad R. Callister

De los Setenta

Por medio de José Smith se han restaurado todos los poderes, las llaves, las enseñanzas y las ordenanzas necesarios para la salvación y la exaltación.

Supongan por un momento que alguien les diera estos tres datos sobre un personaje del Nuevo Testamento y nada más: Primero: el Salvador dijo acerca de este hombre: “¡Oh hombre de poca fe!” (Mateo 14:31); segundo: este hombre, en un momento de enojo, le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote; y tercero: este hombre negó conocer al Salvador en tres ocasiones aunque había caminado con Él a diario. Si eso fuese lo único que hubiesen sabido o tenido en cuenta, podrían haber considerado a este hombre un truhán o bueno para nada; pero al hacerlo, no hubieran llegado a conocer a uno de los hombres más extraordinarios que caminó sobre la tierra: el apóstol Pedro.

Del mismo modo, algunos han tratado de concentrarse en algunas de las debilidades mínimas del profeta José Smith, o de exagerarlas; pero, en el transcurso de ello, también le han errado al punto principal, al hombre y a su misión. José Smith fue el ungido del Señor para restaurar la Iglesia de Cristo a la tierra. Después de salir de la arboleda, con el tiempo aprendió cuatro verdades fundamentales que la mayor parte del mundo cristiano de la época no enseñaba.

Primero, aprendió que Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo son dos seres separados y distintos. La Biblia confirma el hallazgo de José Smith; nos dice que el Hijo sometió Su voluntad al Padre (véase Mateo 26:42). Nos conmueve la sumisión del Salvador y encontramos fortaleza en Su ejemplo para hacer lo mismo; pero, ¿cuál habría sido la profundidad y el fervor de la sumisión de Cristo, o cuál sería el poder motivador de ese ejemplo si el Padre y el Hijo fuesen la misma persona y en realidad el Hijo sólo estuviese haciendo Su propia voluntad bajo otro nombre?

Las Escrituras dan más evidencia de esta gran verdad: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito” (Juan 3:16). Que un padre dé como ofrenda a su hijo es la demostración suprema de amor que la mente y el alma humana puedan concebir y sentir. Está simbolizada en la enternecedora historia de Abraham e Isaac (véase Génesis 22). Pero si el Padre y el Hijo son el mismo ser, entonces ese sacrificio supremo ya no existe, y Abraham ya no está ofreciendo a Isaac; Abraham está ofreciendo a Abraham.

La segunda gran verdad que José Smith descubrió fue que el Padre y el Hijo tienen cuerpos glorificados de carne y huesos. Después de la resurrección del Salvador, Él se apareció a Sus discípulos y dijo: “…palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo” (Lucas 24:39). Algunas personas han sugerido que ésa fue una manifestación física temporaria, y que cuando ascendió al cielo dejó Su cuerpo y regresó a Su forma de espíritu. Pero las Escrituras nos enseñan que eso no era posible. Pablo enseñó: “…sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él” (Romanos 6:9). En otras palabras, una vez que Cristo había resucitado, Su cuerpo ya no podía separarse de Su espíritu; de otro modo, sufriría la muerte, la misma consecuencia que Pablo dijo que no era posible después de Su resurrección.

La tercera verdad que José Smith aprendió fue que Dios todavía habla al hombre, que los cielos no están cerrados. Sólo es necesario hacerse tres preguntas, propuestas en una ocasión por el presidente Hugh B. Brown, para llegar a esa conclusión (véase “El perfil de un profeta”, Liahona, junio de 2006, pág. 13). Primero: ¿nos ama Dios hoy tanto como amó a las personas a quienes les habló en la época del Nuevo Testamento? Segundo: ¿tiene Dios el mismo poder que tenía entonces? Y tercero: ¿lo necesitamos tanto hoy como lo necesitaban en la antigüedad? Si la respuesta a esas preguntas es “sí”, y si Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre, como se declara en las Escrituras (véase Mormón 9:9), entonces, cabe muy poca duda: Dios sí habla con el hombre hoy, tal como lo testificó José Smith.

La cuarta verdad que José Smith aprendió fue que la total y completa Iglesia de Jesucristo no estaba sobre la tierra en ese entonces. Desde luego que había buenas personas y algunos componentes de la verdad, pero el apóstol Pablo había profetizado antiguamente que la segunda venida de Cristo no sucedería “sin que antes venga la apostasía” (2 Tesalonicenses 2:3).

Después de la primera visión de José Smith, comenzó la restauración de la Iglesia de Cristo “línea sobre línea, precepto tras precepto” (D. y C. 98:12).

Por medio de José Smith se restauró la doctrina de que el Evangelio se predicó a los muertos en el mundo de los espíritus, a aquellos que no habían tenido la oportunidad debida de escucharlo (véase D. y C. 128:5–22; véase también D. y C. 138:30–34). Esto no fue la invención de una mente creativa, sino la restauración de una verdad bíblica. Pedro había enseñado mucho antes: “Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos; para que sean juzgados en la carne según los hombres, pero vivan en el espíritu según Dios” (1 Pedro 4:6). Frederic W. Farrar, el muy conocido autor y teólogo de la Iglesia de Inglaterra, hizo la siguiente observación acerca de esta enseñanza de Pedro: “Se ha hecho todo esfuerzo posible por desestimar de forma convincente el significado claro de este pasaje. Es uno de los pasajes más valiosos de las Escrituras, y no encierra ninguna ambigüedad… Ya que, si el lenguaje tiene significado, estas palabras significan que Cristo, cuando Su espíritu descendió al mundo inferior, proclamó el mensaje de salvación a los muertos que anteriormente habían sido impenitentes” (The Early Days of Christianity, 1883, pág. 78).

Hay muchos que enseñan que hay un cielo y un infierno. José Smith restauró la verdad de que hay varios cielos. Pablo habló de un hombre que fue arrebatado al tercer cielo (véase 2 Corintios 12:2). ¿Puede haber un tercer cielo sin que haya un segundo o primer cielo?

En muchas maneras, el evangelio de Jesucristo es como un rompecabezas de mil piezas. Cuando José Smith entró en escena, quizás habría cien piezas armadas. Entonces vino José Smith y colocó muchas de las otras novecientas piezas en su lugar, de modo que la gente podía decir: “Oh, ahora comprendo de dónde vine, por qué estoy aquí y hacia dónde voy”. En cuanto a la función de José Smith en la Restauración, el Señor la definió claramente: “…esta generación recibirá mi palabra por medio de ti” (D. y C. 5:10).

A pesar de este torrente de verdades bíblicas restauradas, algunos que sinceramente buscan la verdad han comentado: “Puedo aceptar estas doctrinas, pero en cuanto a todos los ángeles y visiones que José Smith afirma haber visto, resulta muy difícil de creer en estos tiempos modernos”.

A ellos les respondemos con amor: “¿No había ángeles y visiones en la Iglesia de Cristo en la época del Nuevo Testamento? ¿No se les apareció un ángel a María y a José? ¿No se les aparecieron ángeles a Pedro, a Santiago y a Juan en el Monte de la Transfiguración? ¿No fue un ángel el que rescató a Pedro y a Juan de la prisión? ¿No se les aparecieron ángeles a Cornelio, y luego a Pablo antes del naufragio, y a Juan en la Isla de Patmos? ¿No tuvo Pedro una visión de que el Evangelio iría a los gentiles, Pablo una visión del tercer cielo, Juan una visión de los últimos días y Esteban una visión del Padre y del Hijo?” .

Sí, José Smith vio ángeles y tuvo visiones, porque era un instrumento en las manos de Dios para restaurar la Iglesia de Jesucristo como existía en tiempos antiguos, con todo su poder y todas sus doctrinas.

Sin embargo, lamentablemente, en ocasiones algunas personas están dispuestas a dejar de lado las valiosas verdades del Evangelio que José Smith restauró porque se distraen con algún punto histórico o hipótesis científica que no es primordial para su exaltación; y al hacerlo, canjean su primogenitura espiritual por un guisado de lentejas. Cambian la absoluta certeza de la Restauración por una duda y, tras ello, caen en la trampa de perder la fe en muchas cosas que sí saben por causa de unas pocas cosas que no saben. Siempre habrá alguna crisis aparentemente intelectual que surgirá en el horizonte mientras se requiera de la fe y nuestras mentes sean finitas. Pero, del mismo modo, siempre estarán las doctrinas seguras y sólidas de la Restauración a las cuales nos podemos aferrar y que proporcionarán el fundamento sobre la roca en el cual podemos edificar nuestro testimonio.

Cuando muchos de los discípulos de Cristo se apartaron de Él, Él preguntó a Sus apóstoles: “¿También vosotros queréis iros?” .

Pedro entonces dio una respuesta que debería estar grabada en todo corazón: “…¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:66–68).

Si alguien se aleja de estas verdades restauradas, ¿adónde irá para conocer la verdadera naturaleza de Dios como se enseñó en la arboleda? ¿Adónde irá para encontrar las doctrinas de la existencia premortal, del bautismo por los muertos y del matrimonio eterno? ¿Y adónde irá para encontrar los poderes selladores que unen al esposo, a la esposa y a los hijos más allá de la tumba?

Por medio de José Smith se han restaurado todos los poderes, las llaves, las enseñanzas y las ordenanzas necesarios para la salvación y la exaltación. No pueden ir a ningún otro lado del mundo para encontrarlos; no los hallarán en ninguna otra iglesia ni en ninguna filosofía de los hombres, revista científica ni peregrinación personal, por más intelectual que parezca. La salvación se encuentra en un solo lugar, como lo indicó el Señor mismo al decir que ésta es “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra” (D. y C. 1:30).

Doy mi testimonio de que José Smith fue el profeta de la Restauración, tal como él lo afirmó, y hago eco a la letra de ese himno conmovedor: “Al gran profeta rindamos honores” (“Loor al Profeta”, Himnos, núm. 15). En el nombre de Jesucristo. Amén..

Material Adicional 1

La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos, Manual del alumno, págs. 15–27.

CAPÍTULO DOS

LA INFLUENCIA DE NUEVA INGLATERRA SOBRE JOSÉ SMITH

A todos nos afecta y en todos influye el ambiente en que nos criemos. Nuestra familia y amigos nos dan cariño y nos enseñan, y el ambiente ejerce gran influencia sobre nosotros. José Smith creció en la granja de su familia y la influencia que recibió estaba limitada casi exclusivamente al núcleo familiar. Lo que aprendió en su hogar fue el legado más importante que Nueva Inglaterra le otorgó, sus padres hacían hincapié en el trabajo arduo, el patriotismo y la devoción religiosa. Escuchó, prestó atención y aprovechó mucho del patrimonio cultural de sus familiares y del ambiente que lo rodeaba. Durante sus primeros años, comenzó a incorporar a su carácter y a manifestar las cualidades que le ayudarían a cumplir con la misión para la que se le había preordenado.

LA ASCENDENCIA PATERNA DE JOSÉ SMITH

Un estudio de los antepasados de José Smith demuestra que su familia poseía importantes rasgos de carácter que se continuaron en él: Desarrolló fuertes vínculos familiares, aprendió a trabajar con ahínco, a tomar sus propias decisiones, a servir a sus semejantes y a apreciar la libertad. Él comentó: “Mis abuelos instilaron en mi alma el amor a la libertad mientras me mecían en sus rodillas”. A pesar de que no siempre se afiliaban a una denominación religiosa en particular, varias generaciones de sus antepasados procuraron vivir de acuerdo con principios religiosos y algunos de ellos previeron que de su posteridad saldría un importante líder espiritual.

El distrito de Topsfield, donde vivieron muchos de los antepasados del profeta José Smith, se encuentra entre ondulantes colinas a unos 32 km al norte de Boston, Massachussets. Cinco generaciones de la familia Smith vivieron en ese distrito: el primero fue Robert Smith, que cuando era adolescente había emigrado de Topsfield, Inglaterra, a Boston en 1638. Robert se casó con Mary French y después de una estadía breve en Rowley, se radicaron en Topsfield, Massachusetts. Tuvieron diez hijos y cuando Robert murió en 1693, dejó una herencia evaluada en 189 libras esterlinas, una cantidad grande para esa época. Samuel Smith, hijo de Robert y Mary, nació en 1666. Los registros de la ciudad y del condado se referían a él como a un “caballero” y aparentemente tenía un cargo público. Se casó con Rebecca Curtis y tuvieron nueve hijos.

El primer hijo de Samuel y Rebecca Smith, llamado también Samuel, nació en 1714, y fue un líder distinguido en la comunidad y un promotor de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. De acuerdo con lo que se dijo cuando falleció: “Era partidario sincero de la libertad del país y defensor acérrimo de las doctrinas del cristianismo”. Contrajo matrimonio con Priscilla Gould, descendiente de uno de los fundadores de Topsfield, la cual falleció después de haber dado a luz cinco niños, y él volvió a casarse, esta vez con la prima de la esposa, que también se llamaba Priscilla; con ésta no tuvo hijos, pero ella crió a los cinco de la primera, entre los cuales se encontraba el abuelo de José Smith, Asael, nacido en 1744.

Asael Smith, nacido en 1744, había estado afiliado a la secta de los Congregados, una de las religiones de Nueva Inglaterra, pero más adelante se volvió escéptico de la religión organizada. Él pensaba que las enseñanzas de las iglesias organizadas no concordaban con las Escrituras ni con el sentido común. A los veintitrés años se casó con Mary Duty, una joven de Rowley, Massachusetts, y se mudó de Derryfield, New Hampshire, otra vez a Topsfield, donde trabajó cinco años con el fin de liquidar las deudas que su padre no había podido pagar antes de morir, lo que fue un gran contratiempo tanto para él como para su familia.

Los Smith permanecieron en Topsfield hasta 1791. De allí el matrimonio y sus once hijos se mudaron a Ipswich, estado de Massachusetts, y casi en seguida a Tunbridge, estado de Vermont, en busca de tierras vírgenes que no costaran mucho dinero. Durante los treinta años que vivió en ese lugar, Asael Smith, además de trabajar para mantener a su familia, ocupó casi todos los cargos de gobierno que se llevaban a elecciones.

Su filosofía religiosa concordaba con la de los universalistas, que creían que Jesucristo era un Dios de amor que salvaría a todos Sus hijos. Como los de esa secta, se sentía más a gusto creyendo en un dios que tenía más interés en salvar que en destruir a la humanidad; también tenía la creencia de que la vida continúa después de la muerte.

En una carta a su familia, él escribió: “El alma es inmortal… Todo lo que hagan por Dios háganlo con reverencia. Cuando piensen en Él, cuando hablen de Él, cuando oren o de otro modo se acerquen a Su gran majestad, háganlo con sinceridad… Y en lo que se refiere a la religión, estúdienla para ver si se compone de ritos externos o de lo que se oculta en el corazón…

“Estoy seguro de que mi Salvador, Cristo, es perfecto y que nunca nos fallará, en ninguna circunstancia. A Él le encomiendo el alma, el cuerpo, las posesiones, el nombre, el carácter, la vida y la muerte más todo lo de cada uno de ustedes. En cuanto a mí, sólo espero que Él transforme mi humilde cuerpo en un cuerpo glorioso semejante al de Él”.

Asael Smith también predijo que “Dios levantaría a una rama de su familia para hacer un gran beneficio a la humanidad”. Muchos años más adelante, cuando su hijo, Joseph Smith, le dio un ejemplar del Libro de Mormón que recientemente se había publicado, le interesó muchísimo el libro. George A. Smith escribió lo siguiente: “Mi abuelo Asael creía totalmente en el Libro de Mormón y alcanzó a leerlo casi todo”. Asael Smith murió hacia fines de 1830, convencido de que su nieto José era el Profeta por tantos años anhelado y que había dado comienzo a una nueva era religiosa.

Mary Duty Smith vivió seis años más que el esposo; en 1836 viajó a Kirtland, Ohio, acompañada por Elías Smith, uno de sus nietos que era misionero, para reunirse con sus hijos, nietos y bisnietos que se habían congregado allí. “Cuando la abuela se encontró con su descendiente, el Profeta, y con el hermano de éste, se desarrolló una escena muy emotiva. José Smith la bendijo y le dijo que ella era la mujer más venerada de la tierra”. Ella aceptó completamente las palabras de su nieto y tuvo intenciones de bautizarse, pero lamentablemente no llegó a hacerlo debido a su avanzada edad y poca salud. Falleció el 27 de mayo de 1836, sólo diez días después de haber llegado a Kirtland.

LOS ANTEPASADOS MATERNOS DE JOSÉ SMITH

En comparación, se sabe muy poco de la familia Mack, de la cual era descendiente Lucy Mack, la madre de José Smith. John Mack, que descendía de una línea de clérigos escoceses, partió de Inverness, su pueblo natal, y llegó a Nueva Inglaterra en 1669. Muchos de sus antepasados habían sido pastores protestantes. Durante varios años vivió en Salisbury, Massachusetts, y en 1696, él y su esposa se mudaron a Lyme, Connecticut. Ebenezer, que era el octavo de sus hijos, se casó con una joven llamada Hannah Huntley y el matrimonio prosperó por un tiempo trabajando en la propiedad de la familia Mack; pero esa prosperidad no duró, y se vieron forzados a colocar a Solomon, que había nacido en 1732, como aprendiz en la granja de un vecino de Lyme a la tierna edad de cuatro años. Él comentó después esto: “Mi patrón me trataba como si fuera un objeto de su propiedad y no como a una persona”. Trabajó allí de aprendiz hasta los veintiún años, pero su patrón nunca le enseñó nada sobre religión, ni siquiera le habló nunca de ese tema.

Durante casi todo el resto de su vida, Solomon Mack anduvo en busca de la seguridad que nunca tuvo de niño. Una vez que cumplió el contrato de aprendiz, se enroló en el ejército para pelear en la guerra que hubo entre Francia e Inglaterra, guerra que se libró en su país. En los años que siguieron a la guerra, fue vendedor, corredor de tierras, capitán de barco, molinero y agricultor. A pesar de que trabajó arduamente, no hizo fortuna y se vio acosado por accidentes, dificultades y reveses económicos.

Pero a este simpático aventurero le tocó la suerte en 1759 cuando conoció a Lydia Gates y al poco tiempo se casó con ella; Lydia Gates, maestra de escuela y mujer muy inteligente, era la hija mayor del respetado diácono de la Iglesia Congregacional, Daniel Gates, y había practicado esa religión desde niña. Aunque los dos jóvenes habían sido criados en situaciones muy distintas, tuvieron una unión duradera. Ella se encargaba de la educación secular y religiosa de los ocho hijos que tuvieron, y posiblemente haya enseñado a su marido a leer y a escribir, a la vez que enseñaba a sus hijos. Solomon Mack opinaba que Lydia no sólo “era una persona refinada, sino que también tenía una virtud que en una esposa y madre era como una perla de gran precio: tenía un carácter piadoso y devoto”.

Poco después de casados, Solomon Mack compró 648 hectáreas de tierra virgen en la zona norte del estado de Nueva York. Pero, se lastimó una pierna y, como no pudo talar el monte de acuerdo con lo que estipulaba el contrato, perdió la propiedad. En 1761 se establecieron con sus dos hijos mayores en Marlow, New Hampshire, y allí se quedaron diez años y tuvieron cuatro hijos más. En 1771 se mudaron a Gilsum, New Hampshire, donde nacieron otros dos hijos. Lucy, la menor de los dos, era la madre del profeta José Smith.

Solomon sirvió en el ejército durante la Revolución Americana por un período breve. Más adelante volvió a enrolarse, esa vez en la artillería, pero al poco tiempo se enfermó y lo mandaron de regreso a la casa. Sin embargo, quizás hubiera estado más a salvo en el ejército, ya que poco después de su regreso le cayó encima un árbol que uno de sus hijos había cortado, y a los cuatro meses de estar recuperándose cayó sobre una rueda de molino de agua. A partir de entonces, sufrió períodos en los que perdía el sentido y quedaba inconsciente; él les llamaba “ataques”.

Pero Solomon Mack no podía permanecer mucho tiempo sin emprender una aventura. Junto con sus hijos adolescentes, se alistó en la tripulación de un barco corsario. Al terminar la guerra, se fue de marinero en un barco pesquero que había sido dañado por un huracán, lo perdió en un naufragio y luego cayó enfermo. Cuando regresó a la casa, sin un solo centavo después de una ausencia de cuatro años, se encontró con que la esposa y los hijos habían sido desalojados de su casa por los tratos fraudulentos de un acreedor. Con respecto a ese período, él escribió: “No me importaba vivir o morir”. No obstante, trabajando duramente logró ganar lo necesario para mantener a su familia otra vez.

Solomon Mack no había sido muy religioso, pero creía en Dios y tenía buen corazón. No le interesaba leer la Biblia ni asistir a la iglesia, pero en 1810 el reumatismo lo forzó a evaluar lo que era importante para él. “Después de esto decidí no vivir más de ilusiones y dedicar el resto de mi vida a servir a Dios y a mi familia”. En ese invierno leyó la Biblia y oró con fervor; al fin encontró paz interior y tranquilidad mental. Hasta su fallecimiento en 1820, pasó la mayoría del tiempo hablando con otras personas acerca de su conversión, así como aconsejándoles que sirvieran al Señor. Escribió una autobiografía con la esperanza de que al leerla otros evitaran enamorarse del dinero. Hablaba con entusiasmo de sus convicciones a sus nietos, entre los cuales se encontraba José Smith. Murió tres semanas antes de cumplir ochenta y ocho años, y varios meses después que su nieto tuvo la grandiosa visión del Padre y del Hijo, de la cual es muy probable que no tuviera conocimiento.

Durante los años de las aventuras y desventuras de su esposo, Lydia Gates era quien brindaba estabilidad y guía a sus hijos, y en el carácter de todos ellos, especialmente de Lucy, la hija menor, se manifestó la influencia de la madre. Lucy dijo después que debía a su madre “toda la instrucción religiosa además de la mayor parte de la educación” que había recibido.

Lucy, aunque era segura de sí, inteligente y criada en un ambiente religioso, no despertó espiritualmente hasta los diecinueve años. Muchas veces se preguntaba si la vida tendría propósito, y al fin sacó en conclusión que debía tratar de cambiar su actitud pesimista. Para que no la consideraran una joven mundana quería afiliarse a alguna religión, pero al mismo tiempo la desanimaba ver la rivalidad que existía entre los ministros que predicaban todos creencias diferentes. “¿Cómo puedo decidirme entre una u otra cuando no se parecen en nada a la Iglesia de Cristo que existía en la antigüedad?” .

Apesar de su dilema espiritual, no encontró una solución que la contentara; convencida, aparentemente, de que las religiones existentes no la satisfarían, abandonó por un tiempo la búsqueda de una iglesia y, gradualmente, se tranquilizó. Durante los dos años siguientes conoció a Joseph Smith y se casó con él. Ni siquiera imaginaba entonces que de ese matrimonio nacería un hijo que sería Profeta y que daría seguridad y guía a todos los que, como ella, ansiaban encontrar la Iglesia de Jesucristo.

LOS PADRES DEL PROFETA

Lucy Mack conoció a Joseph Smith en Tunbridge, Vermont, cuando fue a visitar a su hermano Stephen. Joseph tenía veinticinco años, medía más de un metro ochenta de altura y era musculoso como su padre, Asael. Después de la boda, celebrada el 24 de enero de 1796, se fueron a vivir a una de las granjas de la familia en Tunbridge; allí pasaron seis años y tuvieron los tres hijos mayores. En 1802 arrendaron la finca de Tunbridge, posiblemente por ser el terreno muy pedregoso, y se mudaron a Randolph, donde abrieron un establecimiento mercantil.

En Randolph, Lucy Smith enfermó y el doctor le diagnosticó tuberculosis, la misma enfermedad de la que habían muerto sus dos hermanas, Lovisa y Lovina. Cuando los doctores dijeron que iba a morir, ella le rogó al Señor que le salvara la vida para poder cuidar a su esposo e hijos.

Más tarde escribió: “Hice un pacto solemne con Dios de que si me permitía seguir viviendo, pondría todo mi empeño en servirlo. Poco después oí una voz que me decía: ‘Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Consuélese tu corazón. Crees en Dios, cree también en mí’.

“…En cuanto me fue posible procuré diligentemente encontrar a alguien que fuera capaz de enseñarme mejor el camino de la vida y la salvación…

“…Fui de aquí para allá con el fin de encontrar, si fuera posible, un espíritu afín que me comprendiera y que, por lo tanto, pudiera fortalecerme y ayudarme a cumplir con mis resoluciones…

“…En mi corazón había decidido que no existía en ese entonces en la tierra la iglesia que yo buscaba, por lo que resolví estudiar la Biblia y dejar que Jesús y Sus discípulos me guiaran, para tratar de obtener de Dios lo que el hombre no podía darme ni quitarme…

“Al fin consideré que era mi deber entrar en las aguas bautismales, busqué un ministro que estuviera dispuesto a bautizarme y a no presionarme para que me uniera a ninguna religión determinada, y cumplí con esta ordenanza”.

Al mismo tiempo que Lucy Mack Smith se ocupaba de la religión y de la posibilidad de salvarse, su esposo emprendió un negocio que les produjo grandes pérdidas. Había averiguado que la raíz del ginseng, una hierba que abundaba en Vermont, era muy valorada en China. Como había tenido muchas dificultades económicas, en un esfuerzo por prosperar invirtió bastante dinero para comprar ginseng y revenderlo. Un tal Stevens, de Royalton, le ofreció comprarle por tres mil dólares la cantidad que tenía, que era considerable, pero él no aceptó. Cuando fue a Nueva York a hacer los arreglos del embarque, Stevens lo siguió para saber en qué barco iba la mercancía. Como él también tenía ginseng para vender, mandó a su hijo en representación suya y de Joseph Smith. El joven vendió la hierba con excelente ganancia, pero cuando volvió lo engañó con respecto al rendimiento del negocio llevándole sólo un cofre de té. Más tarde, al descubrirse la deshonestidad de Stevens, éste se escapó a Canadá con todo el dinero y dejó a los Smith con una deuda de mil ochocientos dólares. Lucy Smith comentó después lo siguiente: “Mi marido vendió la granja, que valía unos mil quinientos dólares, por sólo ochocientos para poder pagar la deuda pronto”. Aesto ella agregó mil dólares que había recibido como regalo de bodas y pagaron la deuda; pero se quedaron sin un centavo.

Joseph y Lucy Smith se mudaron brevemente a Royalton, Vermont, y de allí a Sharon, condado de Windsor, donde él alquiló la hacienda de Solomon Mack, su suegro. Joseph Smith se dedicaba a la agricultura en verano y a la docencia en invierno. Mientras vivían allí, tuvieron otro hijo que nació el 23 de diciembre de 1805, al que nombraron José. Al ponerle ese nombre, se cumplió la profecía de José, el hijo de Jacob (Israel), que predijo en Egipto que de sus descendientes nacería un “vidente escogido”. Una de las formas de identificar a este Profeta sería por el nombre, ya que se llamaría como el antiguo patriarca y también llevaría el nombre de su padre (Joseph es la forma en inglés del nombre José). (Véase 2 Nefi 3:14–15.)

Joseph y Lucy Smith fueron buenos padres que se esforzaron por enseñar a sus hijos preceptos religiosos. La madre, sobre todo, les enseñaba a estudiar la Biblia. William, uno de los hijos, nacido en 1811, recordaba el interés que tenía ella en asuntos religiosos: “Mi madre, una mujer muy devota que se interesaba mucho por el bienestar de sus hijos, tanto en esta tierra como en el más allá, ponía en práctica cualquier cosa que le dictara su amor materno para conseguir que nos interesáramos en la salvación de nuestra alma”.

Joseph Smith era tan grande de alma como de estatura. Heber C. Kimball dijo de él: “era uno de los hombres más alegres que he conocido e inocente como un niño”. Su esposa decía que “era un compañero cariñoso y el mejor padre que pueda existir para inspirar confianza a su familia”.

A pesar de que no les hablaba mucho de religión a sus hijos, era un hombre religioso. William comentaba de su padre: “Mi padre era un hombre de buenas costumbres y devoto en sus creencias religiosas”. Joseph Smith, como su padre, Asael, no confiaba en las iglesias tradicionales, pero siempre creyó firmemente en Dios. Por el año 1811, empezó a pensar excesivamente acerca del tema de la religión. Mientras estaba en ese estado de inquietud espiritual, tuvo el primero de una serie de sueños que tuvo en un período de ocho años. En el primer sueño, se veía andando por un campo desolado lleno de árboles muertos; un espíritu que lo acompañaba le dijo que el campo representaba el mundo sin religión, y agregó que encontraría una caja con comida, y que si la comía, le daría entendimiento o sabiduría. Trató de comer pero unas bestias con cuernos no se lo permitieron. Después, le dijo a su esposa que se había despertado temblando pero contento, porque estaba convencido de que incluso los religiosos no sabían nada del reino de Dios.

Más adelante, ese mismo año, tuvo otro sueño importante relacionado con su familia. Fue parecido al sueño de Lehi con el árbol de la vida. Se encontró en un camino que conducía a un árbol frutal; cuando empezó a comer la deliciosa fruta, se dio cuenta de que debía llevar allí a su esposa e hijos para que disfrutaran juntos de ella. Los llevó y comenzaron a comer. Comentando sobre este sueño, él dijo: “Nos sentíamos muy felices, tanto que era casi imposible expresar nuestro gozo”.

El último sueño que tuvo fue en el estado de Nueva York en 1819, poco antes de la primera visión de su hijo, José. Un mensajero le dijo en el sueño: “Siempre te he encontrado sumamente honrado en todos tus tratos… He venido a decirte que ésta es la última visita que te hago y que hay sólo una cosa que no tienes todavía, la que te permitirá obtener la salvación”. Despertó antes de que se le dijera qué le faltaba. Esta comunicación celestial que había tenido por medio de los sueños hizo que fuera fácil para él aceptar el llamamiento de su hijo como Profeta. Más adelante se dio cuenta de que lo que aún necesitaba eran los principios y las ordenanzas salvadores del Evangelio de Jesucristo que el Señor restauró por medio de su hijo José.

LA NIÑEZ DE JOSÉ SMITH

Cuando José Smith era niño, la familia se mudó varias veces tratando de encontrar tierras fértiles u otras formas de ganarse la vida. La primera mudanza después que él nació los llevó del distrito de Sharon al de Tunbridge. En 1807, casi en seguida del nacimiento de Samuel, se mudaron a Royalton, Vermont, donde nacieron otros dos varones. Poco después que nació William en 1811, se mudaron al pequeño pueblo de West Lebanon, en New Hampshire, y empezaron, según comentó Lucy Smith, “a sentirnos satisfechos de la prosperidad que gozamos allí gracias a nuestros recientes esfuerzos”. Pero su optimismo se volvió desesperación cuando llegó al pueblo una epidemia de tifus que arrasó la zona norte del estado de Connecticut y que dejó un saldo de seis mil muertos. Los hijos de los Smith se enfermaron uno por uno. Sophronia estuvo enferma tres meses y al borde de la muerte, pero empezó a recuperarse después que sus padres le rogaron al Señor que le salvara la vida.

José Smith tenía entonces siete años y se recuperó de la fiebre en sólo dos semanas, pero sufrió complicaciones que con el paso del tiempo le requirieron cuatro operaciones; la peor fue que contrajo una infección en la tibia y se le inflamó la pierna izquierda, condición que en esta época se llama osteomielitis. Por consecuencia, sufrió horriblemente durante dos semanas. A través de esa penosa experiencia, su hermano mayor, Hyrum, fue muy bueno con él. La madre escribió que “Hyrum pasaba casi todo el día y parte de la noche con José, tomando entre las manos la parte afectada y apretándola para que su hermano pudiera soportar el dolor”.

Las primeras dos veces que trataron de drenar el pus y bajar la hinchazón de la pierna fallaron y el cirujano principal recomendó que se la amputaran. Pero la madre se opuso terminantemente y dijo a los doctores: “No deben cortarle la pierna; no voy a permitirlo hasta que hagan otro intento”. Milagrosamente, “el único médico de los Estados Unidos que operaba la osteomielitis con buenos resultados” era un destacado doctor llamado Nathan Smith, de Dartmouth Medical College de Hanover, estado de New Hampshire, y fue el cirujano a cargo de la operación o por lo menos el principal asesor en el caso de José Smith. Aquel doctor estaba varias generaciones adelantado en el tratamiento de dicha condición.

El niño insistió en que podría resistir la operación sin que lo ataran y sin tomar bebidas alcohólicas que lo insensibilizaran, pero le pidió a su madre que saliera del cuarto para no verlo sufrir. Ella aceptó, mas cuando los doctores le rompieron parte del hueso con fórceps y el pequeño gritó de dolor, ella volvió corriendo a la habitación. “¡Mamá, vete, vete!”, gimió él. La madre salió otra vez, pero volvió a entrar y nuevamente tuvieron que sacarla del cuarto. Después de esta traumática experiencia, mandaron a José con el tío Jesse Smith al puerto de Salem, Massachusetts, con la esperanza de que la brisa del mar le ayudara a recuperarse. Aun así, la recuperación fue lenta debido a la seriedad de la operación. Caminó tres años con muletas y de vez en cuando cojeaba al andar, pero después recobró la salud y llevó una vida activa.

De acuerdo con su madre, esa operación parece haber sido el único incidente notable de la niñez del Profeta. Alrededor del año 1813, la familia se mudó a Norwich, Vermont, donde José Smith probablemente haya asistido a la escuela primaria por poco tiempo. También recibía educación religiosa en su hogar y posiblemente participaba en las actividades y los juegos al aire libre propios de esa época. Era alto, atlético y estaba lleno de energías, pero también era una persona pensativa y tranquila. Su madre decía que él “no leía tantos libros como sus hermanos, pero meditaba y estudiaba a fondo lo que leía, mucho más que los demás”. En Norwich, los Smith empezaron a labrar las tierras de un señor Murdock, como último intento de ganarse el sustento en Vermont trabajando en la agricultura. Lucy Mack Smith escribió lo siguiente: “El primer año no cosechamos nada; pero vendimos la fruta de los árboles que había en la propiedad y pudimos comprar el pan para la familia”. La plantación del segundo año también fracasó completamente.

El tercer año, 1816, los cultivos de los Smith se congelaron junto con los de casi todos los agricultores de la región ya que ese año, famoso en los Estados Unidos por no tener verano, hubo temperaturas extremadamente bajas. El volcán Tambora, de Indonesia, había tenido una violenta erupción en abril de 1815, considerada la más grande que se conocía en toda la historia. Esparció lo que se calcula fueron unos 105 kilómetros cúbicos de materia volcánica. La ceniza que voló a la estratosfera oscureció el sol como no se había visto desde 1600, y cambió el clima por un período extenso.

En los estados de Nueva Inglaterra cambiaron drásticamente las condiciones del tiempo. Entre el 6 de junio y el 30 de agosto de 1816 (el verano en el hemisferio norte), hubo cuatro terribles heladas que congelaron casi todos los plantíos. Aunque no sabían cuál era la causa de ese cambio en el tiempo, cientos de descorazonados colonos que habían perdido la cosecha año tras año abandonaron Nueva Inglaterra, entre ellos los Smith de Norwich, Vermont. En la década de 1810 a 1820, muchos se mudaron de Vermont y más de sesenta pueblos se vieron diezmados. La mayoría de los que emigraron fueron hacia el oeste, motivados por avisos en los periódicos que anunciaban la venta de tierras en los estados de Nueva York, Pensilvania y Ohio, “cubiertas de bosques, bien irrigadas, con facilidad de acceso y muy fértiles. A la venta con facilidades de pago a largo plazo por dos o tres dólares el acre”.

LA MUDANZA A PALMYRA

En 1816, Joseph Smith fue a Palmyra, condado de Ontario, estado de Nueva York, en compañía de un señor de apellido Howard. Antes de partir, pagó sus deudas a algunos de sus acreedores y arregló con las personas que le debían dinero para que éstas les pagaran a los otros; con eso, pensó que había dejado todos sus asuntos arreglados. Pero algunos de los acreedores no tenían consigo los libros para registrar las transacciones, aunque él lo había hecho todo en frente de testigos. En seguida, se marchó a Palmyra y allá compró tierras. Entonces le mandó decir a su esposa que cargara una carreta con sus bienes y se preparara para la mudanza; había hecho arreglos con Caleb Howard, primo del señor Howard que había viajado con él hasta Palmyra, para que condujera la carreta y ayudara a su familia a mudarse al estado de Nueva York. Pero cuando Lucy Smith ya estaba lista para partir con sus hijos, se presentaron acreedores reclamándole el pago de deudas que, según decían, Joseph no había saldado. Ella lo describió con estas palabras: “Saqué en conclusión que sería mejor pagar lo que pedían en lugar de arriesgarme a que me llevaran ante un tribunal. Por lo tanto, con mucho esfuerzo, conseguí el dinero, que eran ciento cincuenta dólares, y les pagué”. Cuando algunos vecinos bien intencionados le propusieron hacer una colecta para ayudarles, ella no aceptó, “porque la idea de recibir dinero de una colecta iba en contra de mi naturaleza”.

Una vez que canceló la deuda, Lucy Smith, los ocho hijos y la abuela Lydia, emprendieron el viaje hacia Nueva York con Caleb Howard. Las edades de los hijos fluctuaban de entre la de Don Carlos, que era un bebé, y la de Alvin, que tenía diecisiete años. Durante el viaje, la madre de la hermana Smith se lastimó al volcarse la carreta en la que viajaba; cuando la llevaron a recuperarse a Tunbridge, a la casa de uno de sus hijos, madre e hija se despidieron con tristeza y la anciana le recomendó: “Te suplico que te mantengas fiel al servicio de Dios hasta el fin de tus días, para que yo tenga el placer de abrazarte en otro mundo mejor”. Lydia Mack falleció dos años más tarde en Royalton a consecuencia del accidente que había sufrido.

Durante el viaje de la mudanza, Lucy Smith se dio cuenta de que, según sus propias palabras, “El Sr. Howard, el conductor de la carreta, era un canalla insensible e inmoral”. El dinero que Joseph Smith le había dado para que llevara a la familia a Nueva York se lo gastó todo bebiendo y jugando. José Smith, que en ese entonces era un niño de diez años, decía más adelante que aunque todavía no se había recuperado completamente de la operación que le habían hecho en la pierna, Howard lo obligó a caminar en la nieve más de sesenta kilómetros por día durante varios días, lo cual le causó un dolor y un cansancio insoportables.

En el pueblo de Utica, a varios kilómetros del lugar adonde se dirigían, Howard descargó la carreta y estaba por marcharse con los bueyes de los Smith cuando Lucy lo enfrentó con estas palabras: “Señor, le prohíbo que toque a los bueyes o que los haga andar un paso más”. La decidida señora volvió a cargar la carreta con las pertenencias de la familia y la condujo el resto del trayecto hasta que llegaron a Palmyra. A su arribo sólo le quedaban dos centavos pero, según dijo, “me sentía feliz de estar en compañía de mi esposo otra vez y de poder entregarnos todos al cuidado y al afecto de tan cariñoso compañero y padre”.

LA INFLUENCIA DEL AMBIENTE DE NUEVA INGLATERRA SOBRE JOSÉ SMITH

Aparte de los Smith, hubo muchas otras familias de Nueva Inglaterra que estuvieron ligadas a la Restauración: el sucesor de José Smith, Brigham Young, Heber C. Kimball, un fiel Apóstol; además de muchos otros líderes de la Iglesia que también tenían raíces en Nueva Inglaterra. Entre los antepasados de ellos se encontraban personas que habían llegado a América en el buque Mayflower [el barco que llevó al continente americano a los primeros peregrinos procedentes de Inglaterra] o que habían luchado en la guerra de la independencia estadounidense. Esta gente industriosa e independiente que colonizó las deshabitadas extensiones de Nueva Inglaterra eran personas admirables, eran patriotas, responsables y religiosas. José no tenía por qué sentirse avergonzado de lo que se consideraría una humilde cuna, puesto que su ascendencia le había dejado un legado moral duradero.

Muchas de las creencias de los puritanos con las que José Smith se había criado fueron una preparación para los principios y las doctrinas que recibió más tarde por revelación. Cuando recibió la revelación de que no debemos ser ociosos (véase D. y C. 42:42), eso le confirmó que la vida de la gente de Nueva Inglaterra, tan frugal e ingeniosa, era apropiada; cuando el Señor le dijo que buscara conocimiento de los mejores libros “tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118), la revelación afirmó en él la importancia que daban los puritanos a la educación. Y más adelante, cuando el Profeta promulgó el concepto de una sociedad ideal gobernada por Dios, dio a conocer un principio que los puritanos de Nueva Inglaterra podían aceptar sin dificultad.

No obstante, José Smith no era esclavo de sus tradiciones. Durante su vida introdujo doctrinas y ordenanzas del Evangelio que eran diametralmente opuestas a las creencias puritanas, pero que excedían todas las formulaciones teológicas de otros líderes religiosos en su alcance y claridad. Por ejemplo, su concepto de Dios como un ser personal y amoroso se oponía a la creencia calvinista de un dios inflexible y justiciero. Las revelaciones que declararon que la Trinidad estaba compuesta de tres seres distintos contradijeron la teología tradicional calvinista sobre la Trinidad.

A pesar de la importancia que tuvo en la vida de José Smith la influencia del ambiente en que se crió, Dios fue el que dio forma a sus ideas. Por cierto, el concepto de que el Señor conocía al Profeta en una existencia previa y que lo preparó para encargarse de la misión fundamental de restaurar la Iglesia de Dios en la tierra es parte de la teología de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. José Smith mismo habló de su preordenación: “Todo hombre que tenga un llamamiento para ministrar a los habitantes de este mundo fue ordenado con ese propósito en el Gran Concilio de los cielos, antes de que existiera este mundo. Yo supongo que fui ordenado en ese Gran Concilio para desempeñar esta función”.

Brigham Young dijo de José Smith: “En los concilios eternos, mucho antes de que se creara la tierra, fue decretado que él sería el hombre que en esta última dispensación del mundo revelaría la palabra de Dios y recibiría en su totalidad las llaves y el poder del Sacerdocio del Hijo de Dios. El Señor estaba consciente de él, de su padre, de sus abuelos y de sus progenitores hasta Abraham, desde Abraham hasta los del diluvio, desde los del diluvio hasta Enoc y desde Enoc hasta Adán. Él ha observado a esa familia y todo ese linaje desde su origen hasta el nacimiento de ese hombre, que fue preordenado en las eternidades para presidir esta última dispensación”.

DMU Timestamp: October 14, 2021 23:55





Image
0 comments, 0 areas
add area
add comment
change display
Video
add comment

Quickstart: Commenting and Sharing

How to Comment
  • Click icons on the left to see existing comments.
  • Desktop/Laptop: double-click any text, highlight a section of an image, or add a comment while a video is playing to start a new conversation.
    Tablet/Phone: single click then click on the "Start One" link (look right or below).
  • Click "Reply" on a comment to join the conversation.
How to Share Documents
  1. "Upload" a new document.
  2. "Invite" others to it.

Logging in, please wait... Blue_on_grey_spinner