Lección 18
José Smith—Historia 1:5–26
Perla de Gran Precio
5 Durante el segundo año de nuestra residencia en Manchester, surgió en la región donde vivíamos una agitación extraordinaria sobre el tema de la religión. Empezó entre los metodistas, pero pronto se generalizó entre todas las sectas de la comarca. En verdad, parecía repercutir en toda la región, y grandes multitudes se unían a los diferentes partidos religiosos, ocasionando no poca agitación y división entre la gente; pues unos gritaban: “¡He aquí!”; y otros: “¡He allí!” . Unos contendían a favor de la fe metodista, otros a favor de la presbiteriana y otros a favor de la bautista.
6 Porque a pesar del gran amor expresado por los conversos de estas distintas creencias en el momento de su conversión, y del gran celo manifestado por los clérigos respectivos, que activamente suscitaban y fomentaban este cuadro singular de sentimientos religiosos —a fin de lograr convertir a todos, como se complacían en decir, pese a la secta que fuere— sin embargo, cuando los conversos empezaron a dividirse, unos con este partido y otros con aquel, se vio que los supuestos buenos sentimientos, tanto de los sacerdotes como de los conversos, eran más fingidos que verdaderos; porque siguió una escena de gran confusión y malos sentimientos —sacerdote contendiendo con sacerdote, y converso con converso— de modo que toda esa buena voluntad del uno para con el otro, si es que alguna vez la abrigaron, se había perdido completamente en una lucha de palabras y contienda de opiniones.
7 Por esa época tenía yo catorce años de edad. La familia de mi padre se convirtió a la fe presbiteriana; y cuatro de ellos ingresaron a esa iglesia, a saber, mi madre Lucy, mis hermanos Hyrum y Samuel Harrison, y mi hermana Sophronia.
8 Durante estos días de tanta agitación, invadieron mi mente una seria reflexión y gran inquietud; pero no obstante la intensidad de mis sentimientos, que a menudo eran punzantes, me conservé apartado de todos estos grupos, aunque concurría a sus respectivas reuniones cada vez que la ocasión me lo permitía. Con el transcurso del tiempo llegué a inclinarme un tanto a la secta metodista, y sentí cierto deseo de unirme a ella, pero eran tan grandes la confusión y la contención entre las diferentes denominaciones, que era imposible que una persona tan joven como yo, y sin ninguna experiencia en cuanto a los hombres y las cosas, llegase a una determinación precisa sobre quién tenía razón y quién no.
9 Tan grande e incesante eran el clamor y el alboroto, que a veces mi mente se agitaba en extremo. Los presbiterianos estaban decididamente en contra de los bautistas y de los metodistas, y se valían de toda la fuerza del razonamiento, así como de la sofistería, para demostrar los errores de aquellos, o por lo menos, hacer creer a la gente que estaban en error. Por otra parte los bautistas y los metodistas, a su vez, se afanaban con el mismo celo para establecer sus propias doctrinas y refutar las demás.
10 En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?
11 Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las contiendas de estos grupos religiosos, un día estaba leyendo la Epístola de Santiago, primer capítulo y quinto versículo, que dice: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
12 Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que este en esta ocasión, el mío. Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era yo; porque no sabía qué hacer, y a menos que obtuviera mayor conocimiento del que hasta entonces tenía, jamás llegaría a saber; porque los maestros religiosos de las diferentes sectas entendían los mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto, que destruían toda esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia.
13 Finalmente llegué a la conclusión de que tendría que permanecer en tinieblas y confusión, o de lo contrario, hacer lo que Santiago aconsejaba, esto es, recurrir a Dios. Al fin tomé la determinación de “pedir a Dios”, habiendo decidido que si él daba sabiduría a quienes carecían de ella, y la impartía abundantemente y sin reprochar, yo podría intentarlo.
14 Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir a Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue por la mañana de un día hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820. Era la primera vez en mi vida que hacía tal intento, porque en medio de toda mi ansiedad, hasta ahora no había procurado orar vocalmente.
15 Después de apartarme al lugar que previamente había designado, mirando a mi derredor y encontrándome solo, me arrodillé y empecé a elevar a Dios el deseo de mi corazón. Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que me dominó por completo, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude hablar. Una densa obscuridad se formó alrededor de mí, y por un momento me pareció que estaba destinado a una destrucción repentina.
16 Mas esforzándome con todo mi aliento por pedirle a Dios que me librara del poder de este enemigo que se había apoderado de mí, y en el momento en que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la destrucción —no a una ruina imaginaria, sino al poder de un ser efectivo del mundo invisible que ejercía una fuerza tan asombrosa como yo nunca había sentido en ningún otro ser— precisamente en este momento de tan grande alarma vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
17 No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!
18 Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado lo suficiente para poder hablar, pregunté a los Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera (porque hasta ese momento nunca se me había ocurrido pensar que todas estuvieran en error), y a cuál debía unirme.
19 Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque todas estaban en error; y el Personaje que me habló dijo que todos sus credos eran una abominación a su vista; que todos aquellos profesores se habían pervertido; que “con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de mí; enseñan como doctrinas los mandamientos de los hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando el poder de ella”.
20 De nuevo me mandó que no me uniera a ninguna de ellas; y muchas otras cosas me dijo que no puedo escribir en esta ocasión. Cuando otra vez volví en mí, me encontré de espaldas mirando hacia el cielo. Al retirarse la luz, me quedé sin fuerzas, pero poco después, habiéndome recobrado hasta cierto punto, volví a casa. Al apoyarme sobre la mesilla de la chimenea, mi madre me preguntó si algo me pasaba. Yo le contesté: “Pierda cuidado, todo está bien; me siento bastante bien”. Entonces le dije: “He sabido a satisfacción mía que el presbiterianismo no es verdadero”. Parece que desde los años más tiernos de mi vida el adversario sabía que yo estaba destinado a perturbar y molestar su reino; de lo contrario, ¿por qué habían de combinarse en mi contra los poderes de las tinieblas? ¿Cuál era el motivo de la oposición y persecución que se desató contra mí casi desde mi infancia?
Algunos predicadores y otros profesores de religión rechazan el relato de la Primera Visión — Se desata la persecución contra José Smith — Él testifica de la realidad de la visión. (Versículos 21–26).
21 A los pocos días de haber visto esta visión, me encontré por casualidad en compañía de uno de los ministros metodistas, uno muy activo en la ya mencionada agitación religiosa; y hablando con él de asuntos religiosos, aproveché la oportunidad para relatarle la visión que yo había visto. Su conducta me sorprendió grandemente; no solo trató mi narración livianamente, sino con mucho desprecio, diciendo que todo aquello era del diablo; que no había tales cosas como visiones ni revelaciones en estos días; que todo eso había cesado con los apóstoles, y que no volvería a haber más.
22 Sin embargo, no tardé en descubrir que mi relato había despertado mucho prejuicio en contra de mí entre los profesores de religión, y fue la causa de una fuerte persecución, cada vez mayor; y aunque no era yo sino un muchacho desconocido, apenas entre los catorce y quince años de edad, y tal mi posición en la vida que no era un joven de importancia alguna en el mundo, sin embargo, los hombres de elevada posición se fijaban en mí lo suficiente para agitar el sentimiento público en mi contra y provocar con ello una encarnizada persecución; y esto fue general entre todas las sectas: todas se unieron para perseguirme.
23 En aquel tiempo me fue motivo de seria reflexión, y frecuentemente lo ha sido desde entonces, cuán extraño que un muchacho desconocido de poco más de catorce años, y además, uno que estaba bajo la necesidad de ganarse un escaso sostén con su trabajo diario, fuese considerado persona de importancia suficiente para llamar la atención de los grandes personajes de las sectas más populares del día; y a tal grado, que suscitaba en ellos un espíritu de la más rencorosa persecución y vilipendio. Pero, extraño o no, así aconteció; y a menudo fue motivo de mucha tristeza para mí.
24 Sin embargo, no por esto dejaba de ser un hecho el que yo hubiera visto una visión. He pensado desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando presentó su defensa ante el rey Agripa y refirió la visión, en la cual vio una luz y oyó una voz. Mas con todo, fueron pocos los que le creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese hecho; y aunque lo persiguieran hasta la muerte, aun así sabía, y sabría hasta su último aliento, que había visto una luz así como oído una voz que le habló; y el mundo entero no pudo hacerlo pensar ni creer lo contrario.
25 Así era conmigo. Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me vilipendiaban, y decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión; y, ¿quién soy yo para oponerme a Dios? O, ¿por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación.
26 Mi mente ya estaba satisfecha en lo que concernía al mundo sectario: que mi deber era no unirme a ninguno de ellos, sino permanecer como estaba hasta que se me dieran más instrucciones. Había descubierto que el testimonio de Santiago era cierto: que si el hombre carece de sabiduría, puede pedirla a Dios y obtenerla sin reproche.
Algunos predicadores y otros profesores de religión rechazan el relato de la Primera Visión — Se desata la persecución contra José Smith — Él testifica de la realidad de la visión. (Versículos 21–26).
21 A los pocos días de haber visto esta visión, me encontré por casualidad en compañía de uno de los ministros metodistas, uno muy activo en la ya mencionada agitación religiosa; y hablando con él de asuntos religiosos, aproveché la oportunidad para relatarle la visión que yo había visto. Su conducta me sorprendió grandemente; no solo trató mi narración livianamente, sino con mucho desprecio, diciendo que todo aquello era del diablo; que no había tales cosas como visiones ni revelaciones en estos días; que todo eso había cesado con los apóstoles, y que no volvería a haber más.
22 Sin embargo, no tardé en descubrir que mi relato había despertado mucho prejuicio en contra de mí entre los profesores de religión, y fue la causa de una fuerte persecución, cada vez mayor; y aunque no era yo sino un muchacho desconocido, apenas entre los catorce y quince años de edad, y tal mi posición en la vida que no era un joven de importancia alguna en el mundo, sin embargo, los hombres de elevada posición se fijaban en mí lo suficiente para agitar el sentimiento público en mi contra y provocar con ello una encarnizada persecución; y esto fue general entre todas las sectas: todas se unieron para perseguirme.
23 En aquel tiempo me fue motivo de seria reflexión, y frecuentemente lo ha sido desde entonces, cuán extraño que un muchacho desconocido de poco más de catorce años, y además, uno que estaba bajo la necesidad de ganarse un escaso sostén con su trabajo diario, fuese considerado persona de importancia suficiente para llamar la atención de los grandes personajes de las sectas más populares del día; y a tal grado, que suscitaba en ellos un espíritu de la más rencorosa persecución y vilipendio. Pero, extraño o no, así aconteció; y a menudo fue motivo de mucha tristeza para mí.
24 Sin embargo, no por esto dejaba de ser un hecho el que yo hubiera visto una visión. He pensado desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando presentó su defensa ante el rey Agripa y refirió la visión, en la cual vio una luz y oyó una voz. Mas con todo, fueron pocos los que le creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese hecho; y aunque lo persiguieran hasta la muerte, aun así sabía, y sabría hasta su último aliento, que había visto una luz así como oído una voz que le habló; y el mundo entero no pudo hacerlo pensar ni creer lo contrario.
25 Así era conmigo. Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me vilipendiaban, y decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión; y, ¿quién soy yo para oponerme a Dios? O, ¿por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación.
26 Mi mente ya estaba satisfecha en lo que concernía al mundo sectario: que mi deber era no unirme a ninguno de ellos, sino permanecer como estaba hasta que se me dieran más instrucciones. Había descubierto que el testimonio de Santiago era cierto: que si el hombre carece de sabiduría, puede pedirla a Dios y obtenerla sin reproche.
James E. Faust, “La gloriosa visión cerca de Palmyra”, Liahona, julio de 1984, págs. 111–115.
La gloriosa visión cerca de Palmyra
Élder James E. Faust
Del Quórum de los Doce Apóstoles
En la historia de José Smith no hubo acontecimiento más glorioso, de mayor controversia, ni más importante que esta visión. Tal vez sea el suceso más extraordinario que haya ocurrido en la tierra desde la resurrección.
Doy la bienvenida a todas las nuevas Autoridades Generales y me regocijo en los llamamientos del élder Oaks y del élder Nelson al Consejo de los Doce Apóstoles. El hermano Nelson me ha tocado el corazón más profundamente de lo que cualquier otro hombre lo haya hecho, por ser él un cirujano del corazón. El ha tenido mi corazón en sus manos y lo ha cortado y reparado en ocho puentes arteriales. Literalmente él y el Señor me han dado un corazón nuevo y ese corazón está lleno de amor por él, por el hermano Oaks y por todos vosotros.
Hace muchos años visité por primera vez una arboleda situada cerca de Palmyra, Nueva York, cuya belleza natural es extraordinaria. Dicho lugar es conocido por los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como la “Arboleda Sagrada.” El día de nuestra visita a ese lugar de perfecta paz y serenidad, las abejas besaban las flores silvestres v la suave brisa hacía mecer las hojas de los gigantescos árboles. No quedaba la más mínima duda de que los cielos se abrieron y de que allí se llevó a cabo una gloriosa manifestación.
Me refiero a la extraordinaria visión de José Smith, cuando en la primavera de 1820 vio a Dios el Padre y a su Hijo, Jesucristo. En la historia de José Smith no hubo acontecimiento más glorioso, de mayor controversia, ni más importante que esta visión. Tal vez sea el suceso más extraordinario que haya ocurrido en la tierra desde la resurrección. Para quienes no lo aceptan es muy difícil justificar su opinión. Han sucedido tantas cosas desde ese entonces, que no se puede negar que en verdad ocurrió. Pocos años después, todavía bajo el impacto de esa experiencia, José Smith dijo: “Si eso no me hubiera sucedido a mí, yo mismo no lo habría sabido.”
Durante la primavera de 1820, cuando José Smith tenía 14 años, vivía con su familia cerca de Palmyra, Nueva York, y al igual que muchos otros pudo sentir la influencia que ejercían las religiones de la época. Deseando saber por sí mismo cuál era la verdad, y animado por la epístola de Santiago, se dirigió a la hermosa arboleda cerca de su casa y se arrodillo en ferviente oración. Al principio fue dominado violentamente por el “poder de un ser efectivo del mundo invisible”. En un esfuerzo por deshacerse de tan terrible influencia, hizo uso de todos sus poderes para pedir a Dios que lo liberara de aquel maligno poder. Estas son sus palabras:
“. . . precisamente en este momento de tan grande alarma vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” .
El mensaje que José recibió del Padre y del Hijo era que la verdad no se hallaba sobre la tierra y por lo tanto, no debía afiliarse a las religiones de ese entonces, así como otras cosas de importancia trascendental las cuales no estaban escritas.
José declaró en su relato: “. . . y muchas otras cosas me dijo que no puedo escribir en esta ocasión” (José Smith-Historia 20). Evidentemente, José estaba asombrado por la visión y las instrucciones que recibió.
José pronto relató esta experiencia maravillosa a otras personas aparte de su familia. Como resultado, mucha fue la burla, el desprecio y el odio de que fue objeto. Su madre, Lucy Mack Smith, dijo que después de la Primera Visión, “desde este momento hasta el 21 de septiembre de 1823, José continuó, como siempre, trabajando con su padre y nada de gran importancia ocurrió durante ese período, excepto que sufrió toda clase de oposición y persecución de los seguidores de las diferentes congregaciones religiosas”. (History of Joseph Smith by his Mother, ed. Preston Nibley, Salt Lake City Bookcraft, 1958, pág. 74.) El prejuicio y el odio siguieron a José hasta su martirio.
De esta experiencia José dijo: “Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me censuraban, y decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? . . . yo lo sabía, y comprendía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación”.
Existen diferentes declaraciones sobre la maravillosa visión cerca de Palmyra, registradas por compañeros y amigos del Profeta antes de su muerte, quienes, en diferentes ocasiones, oyeron de José tan maravillosa experiencia. Estos testimonios corroboran lo sucedido en la Primera Visión tal como lo escribió el mismo José Smith.
En los relatos del Profeta y de su madre, Lucy Mack Smith, muchos son los antecedentes históricos que han sido confirmados como correctos por otras fuentes. Por ejemplo, en el relato publicado de la Primera Visión, el profeta hace referencia a la agitación religiosa en la región donde la familia Smith residía en esa época. Brigham Young, entre otros, confirmó más adelante: “Recuerdo muy bien el cambio que surgió en el país entre las diferentes denominaciones cristianas: los bautistas, metodistas, presbiterianos y otros partidos, cuando José era apenas un niño” (Journal of Discourses, 12:67).
Tres años después de la visión cerca de Palmyra, ocurrió la visita del ángel Moroni. Más tarde, José recibió las planchas de oro y de ellas tradujo el Libro de Mormón. Con el tiempo recibió las llaves y poderes del Santo Sacerdocio de Dios y estableció La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
El propósito evidente de José Smith al relatar su historia fue: “Sacar del error a la opinión pública y presentar a los que buscan la verdad los hechos tal como han sucedido”.
¿Qué aprendemos de la Primera Visión?
La Primera Visión confirmó el hecho de que hay tres Dioses diferentes: Dios el Padre, Elohim, a quien nos dirigimos en oración; Jesús el Cristo, Jehová; y el Espíritu Santo, el Consolador, por medio de quien podemos llegar a conocer la verdad de todas las cosas.
Según este relato de tan profunda manifestación, fue Jesús el portador de tal instrucción. El presidente Joseph Fielding Smith dijo:
“Quisiera llamarles la atención a un solo aspecto de la Primera Visión del Profeta José Smith. Es de gran relevancia y José Smith no lo sabía. Si nos hubiera estado engañando, él ni siquiera se hubiera dado cuenta de este hecho. Se acordarán que el Padre y el Hijo se aparecieron, y el Padre presentó al Hijo y le dijo al Profeta que lo escuchara.
“Ahora, supongamos que el Profeta hubiera regresado del bosque diciendo que el Padre y el Hijo se le habían aparecido y que el Padre le había dicho: `José, ¿qué deseas?’ y que después de haberle hecho esa pregunta, entonces el Padre le hubiera respondido. En ese caso hubiéramos sabido que el relato del Profeta no podía haber sido verdadero. “Toda revelación viene de Jesucristo. No tengo tiempo para buscar en las Escrituras y en donde se hace referencia a ello; mas esa es la realidad” (Answers to Gospel Questions, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1957-66, 1:16).
¿Cuál fue el resultado de la Primera Visión que introdujo la anunciada dispensación del cumplimiento de los tiempos?
¿Qué se sabe de este hombre, José Smith, que habló con Dios? ¿Qué reputación tenía? ¿Qué efecto, si hubo alguno, pareció tener en él la gran visión cerca de Palmyra? Como lo prometió el ángel Moroni, desde ese momento se ha hablado de él bien y mal. En 1843 uno de los periódicos decía:
“El tal José Smith, fundador de los mormones, es un hombre de mucho talento, gran filósofo, orador elocuente, un escritor muy capaz y un hombre de gran poder mental; nadie que haya seguido de cerca su carrera podría dudarlo. Todos creemos que sus seguidores han sido engañados.” (New York Sun.)
“Pocos son los que en esta época han realizado proezas similares y efectuado tan obvios milagros. En medio de este esplendoroso siglo diecinueve no es insignificante dar a los hombres una nueva revelación, fundar una nueva religión, establecer nuevas normas de adoración, edificar una ciudad con leyes, instituciones y estilos de arquitectura nuevos, establecer jurisdicción eclesiástica, civil y militar, fundar universidades, enviar al mundo misioneros v obtener conversos en dos hemisferios. Sin embargo, todo esto lo ha hecho José Smith, a pesar de toda clase de oposición, ridículo y persecución” (History of the Church, 6:3).
Un hombre que no era miembro de la Iglesia dijo refiriéndose a él: “La primera vez que vi al General Smith fue en el año 1823. Tendría unos 18 años de edad y vino a mi ciudad donde vivió por dos años, tiempo durante el cual llegué a conocerlo muy bien. Sé que su carácter era irreprochable y se le conocía muy bien por su honorabilidad y rectitud. Frecuentaba los mejores círculos sociales y a menudo se le refería como a un joven de gran inteligencia, de elevada moral y poseedor de grandes virtudes” (Times and Seasons, 1° de junio de 1844, pág. 549).
El gobernador de Boston, Josiah Quincy, dijo: “Qué joven tan apuesto, es lo que invariablemente comentaban los que llegaban a conocer a tan extraordinario individuo” (Figures of the Past, Roberts Brothers, 1883, pág. 381).
William M. Allred, uno de sus seguidores, dijo que algunas personas demasiado puritanas no podían aceptar que el Profeta jugara a la pelota con los jóvenes. Refiriéndose al profeta dijo: “Entonces les relató la historia de cierto profeta que en una ocasión estaba sentado bajo la sombra de un árbol con el fin de pasar un rato ameno, cuando un cazador se acercó a él con su flecha y arco y le reprochó. El profeta le preguntó si siempre mantenía `en tensión’ la cuerda de su arco. A lo que el cazador le dijo que no.
“— ¿Por qué no?— preguntó el profeta.
“— Porque perdería su elasticidad— le respondió.
“El profeta le dijo que lo mismo ocurría con su mente, no la quería ‘en tensión’ a toda hora” (Juvenile Instructor, agosto de 1893, pág. 472).
William Taylor, hermano del presidente John Taylor, comentó con respecto a la personalidad del Profeta:
“Se ha hablado mucho de su cordialidad y magnetismo personal. De esto fui testigo: la gente, jóvenes o ancianos, lo querían y confiaban en él espontáneamente”. Y añadió: “Mi lealtad al Profeta era similar a la que por él tenían todos los que estaban bajo su influencia” (Young Woman’s Journal, diciembre de 1906, pág. 548).
En una carta que Emma escribió a uno de sus hijos después de la muerte del Profeta, confirmó el magnetismo personal que éste tenía: “No espero que puedas trabajar en la hortaliza más de lo que lo hacía tu padre. De hecho, a mi no me gustaba que él lo hiciera porque nunca pasaban más de quince minutos sin que tres, cuatro 0 hasta media docena de hombres se acercaran para hablarle, dañando así con sus pies todo lo plantado” (Emma. Smith Papers, lo de agosto de 1868 ó 69, pág 4, Independence Missouri: RLDS Library and Archive).
El sabio práctico, Brigham Young, murió con el nombre de José en los labios. Anteriormente había dicho: “Respeto y reverencio el nombre de José Smith. Me deleita escucharlo; me gusta tanto como su doctrina.
“. . . Siento deseos de gritar con felicidad al pensar que conocí a José Smith, el Profeta, a quien El Señor escogió . . .
“. . . Aun me atrevo a decir que con excepción de Jesucristo, no ha vivido ni vive en la tierra mejor hombre que él. Soy su testigo” (Discourses of Brigham Young, selec. John A. Widtsoe, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1954, págs. 458-59).
Mis compañeros y yo somos también sus testigos. Hemos visto los frutos de su obra en todo el mundo. A los seguidores del evangelio restaurado de Cristo se les puede encontrar en más de cien países del mundo. En su mayoría son decentes, sobrios, castos, honrados, obedientes a la ley, amantes de la familia, y patriotas de los países en que viven.
“Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas”.
En el corazón mismo de esta gran obra de enseñar y establecer el evangelio de Cristo está la Primera Visión del joven José cerca de Palmyra, Nueva York en 1820. Mucho ha sucedido que da fe de esta visión maravillosa.
En vista de que nadie estuvo con José en el momento de esta gran visión en la arboleda cerca de Palmyra, el testimonio de este hecho real sólo se puede adquirir creyendo en el propio relato de José Smith o por medio del Espíritu Santo o de ambos. De ello estoy convencido; convicción que llevo aferrada a lo profundo de mi alma. Como testigo especial del mismo Cristo que vino con el Padre e instruyó al joven José Smith, testifico de la veracidad de la gloriosa visión cerca de Palmyra. Esto lo declaro con solemnidad en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos, Manual del alumno, págs. 15–27.
Durante siglos, el mundo estuvo en la oscuridad espiritual por haber rechazado a los Apóstoles del Señor. Con excepción de unos pocos rayos de luz, como los que vieron los reformadores, los cielos permanecieron cerrados. Todo eso cambió con la experiencia que tuvo un jovencito, en la primavera de 1820, en un bosque del norte del estado de Nueva York. Entonces amaneció un día de luz espiritual.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó lo siguiente: “…Esa gloriosa Primera Visión… fue la cortina que se descorrió para abrir ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos. No hay nada en la base de nuestra doctrina, nada en lo que enseñamos, nada de lo que rige nuestra vida que sea de mayor importancia que esa primera declaración. Sostengo que si José Smith habló con Dios el Padre y con Su Hijo Amado, entonces todo lo demás que él dijo es también verdad. Esa es la bisagra con la cual gira la puerta que se abre al sendero que conduce a la salvación y a la vida eterna”.
EL ESTABLECIMIENTO EN EL OESTE DE NUEVA YORK
Joseph Smith decidió establecerse en Palmyra, un pueblecito del estado de Nueva York, que se hallaba en la región de los Lagos Finger, llamada así por la forma de los lagos, que se asemeja a los dedos. Escasamente habitada a principios del siglo diecinueve, la población de la zona fue aumentando rápidamente y para 1820 ya había muchas comunidades alrededor de los lagos.
La fertilidad del suelo y la profusión de bosques fueron los factores principales que contribuyeron al desarrollo de la región. El Canal Erie, una vía fluvial muy importante para el transporte de personas y de artículos a través del estado, desde Albany hasta los Grandes Lagos, también llevó el progreso a esa zona; después de construirse casi totalmente con labor manual y a un costo de más de siete millones de dólares, al llegar la obra a su fin en 1825, este canal de más de 580 km de longitud hizo que el tiempo de transporte a través del estado se redujera de tres semanas a sólo seis días y también redujo considerablemente los gastos. El canal pasaba a una cuadra de distancia de la calle principal de Palmyra.
Joseph Smith, que para 1821 ya tenía una familia de once hijos, trabajaba arduamente para ganarse la vida. A los dos años de estar en Palmyra, había juntado bastante dinero para hacer la primera entrega de la compra de aproximadamente cuarenta hectáreas de tierra forestada en el municipio vecino de Farmington. Durante el primer año que estuvieron allí, él y sus hijos limpiaron unas doce hectáreas de terreno cubierto de espesos bosques, lo prepararon para el cultivo y sembraron trigo. Esa limpieza del terreno no se limitaba sólo a cortar los árboles con hachas y sierras de mano, sino que también había que arrancar los troncos de raíz empleando la fuerza bruta de hombres y bestias de labor. El joven José comentó más adelante que dicho trabajo “exigía los esfuerzos de todos los que estuvieran en condiciones de prestar ayuda para el sustento de la familia”. Al cabo de un tiempo, el municipio de Farmington se dividió y, en 1822, la granja de los Smith pasó a formar parte del nuevo municipio de Manchester.
En esa época, las posibilidades de recibir instrucción escolar eran muy limitadas para los hijos de los Smith; el Profeta atribuía esto a “la situación de pobreza” en que se había criado. “Nos vimos privados de los beneficios de la educación académica; baste decir que apenas se me enseñó a leer, a escribir, así como algunos conocimientos básicos de aritmética, y en eso constituyó toda la instrucción didáctica que recibí”.
Cada vez era mayor el número de personas que atravesaban las montañas Catskill y Adirondack para establecerse en la región de los Lagos Finger, en la parte occidental del estado de Nueva York; esa gente tendía a perder contacto con las religiones establecidas en la zona de donde provenía. Los líderes religiosos de las denominaciones principales, en particular los bautistas, metodistas y presbiterianos, estaban preocupados por “esa gente sin religión” y, debido a ello, comenzaron a llevar a cabo programas de proselitismo entre esos hermanos a quienes consideraban en condición desventajosa.
Los metodistas y los bautistas eran particularmente fervorosos en su afán por llevar la religión a los que no gozaban de sus beneficios. Los metodistas empleaban “jinetes de circuito”, quienes eran ministros viajantes que iban a caballo de pueblo en pueblo, recorriendo una región o circuito determinado y atendían a las deficiencias religiosas de la gente. Los bautistas empleaban el método del “granjero predicador”, por el cual un hombre del lugar, que durante la semana se ganaba la vida trabajando en una granja, ocupaba el púlpito para predicar el día de reposo.
Estas labores se vieron reforzadas por el Segundo Gran Despertar religioso que en esa época predominaba en los Estados Unidos. Casi todas las religiones de esa zona del estado de Nueva York llevaban a cabo reuniones de renovación que tenían por objeto evangelizar a la gente para despertar el entusiasmo religioso. Muchas veces se hacían campamentos con ese propósito, al borde o en medio de un bosque, y los asistentes recorrían grandes distancias por caminos polvorientos para plantar su tienda o colocar su carreta en círculo alrededor del campamento; estas reuniones duraban a veces varios días, y algunas de las sesiones llevaban todo el día e incluso parte de la noche. Los ministros se alternaban para predicar, pero no era infrecuente que hubiera varios predicando a la vez. Durante la primera parte del siglo, el celo religioso era tan ferviente en esa región que a toda esa zona oeste de Nueva York se le dio el nombre de “Distrito de Fuego”; y como toda el área de los Lagos Finger estaba metafóricamente en brasas debido al ardor evangélico, no es de extrañar que la familia de José Smith se viera también envuelta en ese fervor.
LA BÚSQUEDA PERSONAL DE JOSÉ SMITH
Farmington (lo que después pasó a ser el municipio de Manchester) fue una de las diversas poblaciones de la zona afectadas por ese ardor religioso. Más adelante, Lucy Mack Smith escribió que había sido “una gran renovación religiosa, que se extendió entre todas las denominaciones de los alrededores del lugar donde residíamos. Mucha gente, preocupada por la salvación de su alma, aparecía buscando una religión”. La mayoría de las personas deseaban afiliarse a una religión, pero estaban indecisas con respecto a cuál unirse. El profeta José Smith dijo que dos años después de haberse mudado a la granja hubo “una agitación extraordinaria sobre el tema de la religión. Empezó entre los metodistas, pero pronto se generalizó entre todas las sectas de la comarca. En verdad, parecía repercutir en toda la región, y grandes multitudes se unían a los diferentes partidos religiosos, ocasionando no poca agitación y división entre la gente…” (José Smith—Historia 1:5).
Las renovaciones y las reuniones de campamento religiosas tuvieron su influencia en el joven José. En su historia personal, él escribió: “Alrededor de la edad de doce años, me vi seriamente impresionado con respecto a todas las inquietudes que atañían al bienestar de mi alma inmortal”.
Este hecho, a su vez, lo llevó a escudriñar las Escrituras y a procurar el perdón de sus pecados. En cuanto a las enseñanzas de los diversos líderes religiosos, él comentó lo siguiente: “No sabía quién estaba en lo cierto ni quién estaba en el error, pero consideraba que para mí era de fundamental importancia que yo estuviera en lo cierto en los asuntos… que tendrían consecuencias eternas”. También dijo: “…Concurría a sus respectivas reuniones cada vez que la ocasión me lo permitía… era imposible que una persona tan joven como yo, y sin ninguna experiencia en cuanto a los hombres y las cosas, llegase a una determinación precisa sobre quién tenía razón y quién no” (José Smith—Historia 1:8).
Además, se hallaba confuso ante la acritud y la hipocresía que observaba en los ministros y en los otros cristianos. Con respecto a eso, comentó: “El conocer bien a los de las diversas denominaciones religiosas me causaba gran asombro, pues descubrí que sus alegaciones de ser cristianos sinceros no iban acompañadas de las acciones santas ni de la conversación devota que estaban de acuerdo con lo que yo había encontrado en aquel sagrado escrito [las Escrituras]. Esto causaba pesar a mi alma”. Cuando los conversos empezaron a afiliarse a una religión primero y luego a otra, él se dio cuenta de lo siguiente: “…Se vio que los supuestos buenos sentimientos, tanto de los sacerdotes como de los conversos, eran más fingidos que verdaderos; porque siguió una escena de gran confusión y malos sentimientos —sacerdote contendiendo con sacerdote, y converso con converso— de modo que toda esa buena voluntad del uno para con el otro, si es que alguna vez la abrigaron, se había perdido completamente en una lucha de palabras y contienda de opiniones” (José Smith—Historia 1:6).
Sólo tenemos una vaga idea del impacto que habrán tenido esas condiciones en la mente inquisitiva del jovencito. Los mismos hombres que, en su opinión, debían ser quienes conocieran el camino que conducía a Dios, “entendían los mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto, que destruían toda esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia” (Ibíd. vers. 12). También explicó lo que sentía de la siguiente manera: “En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?” (Ibíd., vers. 10).
José Smith provenía de una familia religiosa; su madre, una hermana y dos de sus hermanos se habían afiliado a la Iglesia Presbiteriana, pero esa religión no le satisfacía. De todos modos, sus padres lo habían criado desde la infancia en el cristianismo y él pensaba que una de las religiones existentes tenía que ser la correcta, pero ¿cuál? En su afán de encontrar la iglesia verdadera, nunca pensó en iniciar él mismo una ni se le ocurrió que la verdad divina no existiera en la tierra. No sabía dónde encontrarla, pero, por habérsele enseñado a creer en las Escrituras, se volvió a ellas en procura de la respuesta.
Lo mismo que muchas otras familias que vivían en esas tierras de colonización, los Smith tenían en su casa una Biblia. Las semillas que los “buenos padres” habían plantado fueron nutridas por el Santo Espíritu. No es posible saber cuántos días y noches pasó el Profeta reflexionando, averiguando y orando; tampoco sabemos si confió sus inquietudes y anhelos a alguien de la familia. Pero los años de preparación y el tiempo, interés y meditación que había dedicado al tema tuvieron su recompensa: a los catorce años, encontró una posible solución a su dilema mientras leía este pasaje de la Biblia: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).
Ese versículo causó al jovencito una profunda impresión: “Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que éste en esta ocasión, el mío. Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era yo; porque no sabía qué hacer, y a menos que obtuviera mayor conocimiento del que hasta entonces tenía, jamás llegaría a saber…” (José Smith—Historia 1:12).
La Biblia no le aclaraba a qué religión debía afiliarse, pero le aseguraba que la oración le resolvería el problema, y eso lo hizo reflexionar.
“Finalmente llegué a la conclusión de que tendría que permanecer en tinieblas y confusión, o de lo contrario, hacer lo que Santiago aconsejaba, esto es, recurrir a Dios…
“Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir a Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue por la mañana de un día hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820…” (Ibíd. 1:13, 14). Esa era la primera vez que trataba de pronunciar una oración vocalmente (véase el vers. 14).
Lo que sucedió a continuación hizo que José Smith se distinguiera de sus contemporáneos para siempre: Dios el Padre Eterno y Su Hijo Jesucristo aparecieron ante él. Las apariciones de la Deidad son reales y la Biblia las confirma. En Peniel, Jacob declaró con gran gozo: “…Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis 32:30). Dios le habló a Moisés “cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11; véase también Números 12:8). E Isaías escribió: “…han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5).
Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo aparecieron juntos ante el joven José Smith, de catorce años. Desde la resurrección de Jesucristo no había existido una amenaza semejante para el reino del diablo; no es de sorprender, entonces, que esa mañana Satanás también haya estado presente.
Igual que Moisés, este joven Profeta tuvo que enfrentar la oposición del adversario. Esto es lo que relató: “Después de apartarme al lugar que previamente había designado, mirando a mi derredor y encontrándome solo, me arrodillé y empecé a elevar a Dios el deseo de mi corazón. Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que me dominó por completo, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude hablar. Una densa obscuridad se formó alrededor de mí, y por un momento me pareció que estaba destinado a una destrucción repentina” (José Smith—Historia 1:15).
Los poderes de las tinieblas fueron aterradores, pero hubo un poder superior que lo liberó. José Smith se empeñó con todas sus fuerzas en suplicar a Dios que lo librara del enemigo que se había apoderado de él, y describió esa experiencia con estas palabras:
“…En el momento en que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la destrucción… vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
“No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” (Ibíd. 1:16–17).
Satanás con su poder fue expulsado y, en lugar de él, aparecieron el Padre y el Hijo en Su gloria inmortal. Tan pronto como pudo hablar, José Smith preguntó a los Personajes cuál de las sectas religiosas estaba en lo cierto, y a cuál debía afiliarse. Él describió así la respuesta que recibió:
“Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque todas estaban en error; y el Personaje que me habló dijo que todos sus credos eran una abominación a su vista; que todos aquellos profesores se habían pervertido; que ‘con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de mí; enseñan como doctrinas los mandamientos de los hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella’.
“De nuevo me mandó que no me uniera a ninguna de ellas… Cuando otra vez volví en mí, me encontré de espaldas mirando hacia el cielo…” (Ibíd. 1:19–20). El haber estado en presencia de la Deidad lo dejó debilitado y pasó algún tiempo antes de que pudiera reponerse y regresar a su casa.
El jovencito quedó profundamente afectado por aquella visión. Además de haberle dado la respuesta a sus dudas en cuanto a cuál iglesia era la verdadera, también se le dijo que se le habían perdonado sus pecados, y que “en un tiempo futuro se [le] daría a conocer la plenitud del Evangelio”. Los efectos de esa experiencia influenciaron al Profeta por el resto de su vida. Años más tarde, recordaba vívidamente la forma en que lo había afectado el suceso: “Mi alma se llenó de amor, y durante muchos días me regocijaba con inmenso gozo y el Señor estaba conmigo”.
LA REACCIÓNDE LA GENTE A LA VISIÓN DE JOSÉ SMITH
Poco después de llegar a su casa, la madre, al notar quizás el estado de debilitamiento en que se hallaba su hijo, le preguntó qué le pasaba. Él le contestó: “Pierda cuidado, todo está bien; me siento bastante bien… He sabido a satisfacción mía que el presbiterianismo no es verdadero” (José Smith—Historia 1:20). José Smith no aclaró si le dijo algo más a su madre en ese momento; sabemos que después confió a otros miembros de la familia la visión que había tenido. Su hermano William comentó: “Todos tuvimos la más absoluta confianza en lo que nos había dicho. Siempre decía la verdad. Papá y mamá le creían, ¿por qué no habríamos de creerle también nosotros [sus hermanos]?” . El trascendental suceso le aclaró las dudas al joven José pero no tuvo el mismo efecto en otras personas, según lo demuestran sus propias palabras: “Sin embargo, no tardé en descubrir que mi relato había despertado mucho prejuicio en contra de mí entre los profesores de religión, y fue la causa de una fuerte persecución, cada vez mayor…” (José Smith—Historia 1:22).
Uno de las primeras personas, aparte de sus familiares, que escuchó el relato de lo que le había ocurrido fue “uno de los ministros metodistas, uno muy activo en la ya mencionada agitación religiosa”. El jovencito pensó ingenuamente que el ministro estaría encantado de saber las grandiosas nuevas de los cielos. Pero, esto es lo que contó sobre su conversación con él: “…Su conducta me sorprendió grandemente; no sólo trató mi narración livianamente, sino con mucho desprecio, diciendo que todo aquello era del diablo; que no había tales cosas como visiones ni revelaciones en estos días; que todo eso había cesado con los apóstoles, y que no volvería a haber más” (Ibíd.l 1:21).
Esa manera de pensar era común entre las sectas religiosas. A todos les parecía inconcebible que el mismo Dios Todopoderoso condescendiera a presentarse ante un muchachito de catorce años en 1820 como se había presentado a los Profetas de la antigüedad. Por ese motivo, la experiencia sagrada de José Smith le acarreó una encarnizada persecución. Aél le era muy difícil entender el odio de todos aquellos que profesaban ser cristianos, según lo explicó: “…no era yo sino un muchacho desconocido, apenas entre los catorce y quince años de edad, y tal mi posición en la vida que no era un joven de importancia alguna en el mundo, sin embargo, los hombres de elevada posición se fijaban en mí lo suficiente para agitar el sentimiento público en mi contra… y a menudo fue motivo de mucha tristeza para mí” (Ibíd. 1:22–23). William Smith comentó más adelante: “Hasta que José habló de la visión que había tenido, no teníamos idea de que podíamos ser mala gente [a los ojos de los demás]. Se nos había considerado personas respetables hasta entonces, pero inmediatamente después empezaron a circular rumores falsos e historias asombrosas”.
La realidad de lo que le había ocurrido preparó al Profeta para soportar la persecución, que cada vez fue mayor. Él comparó su situación con la de Pablo, el Apóstol, que vio al Señor resucitado y oyó Su voz, pero muy pocas personas le creyeron y algunos hasta lo tacharon de mentiroso o de loco; sin embargo, esas acusaciones no pudieron destruir la verdad de lo que había visto. José Smith dijo lo siguiente: “Así era conmigo. Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto…”
El joven se sentía como los niños a los que se acusa y castiga injustamente: “…yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios?, o ¿por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo…” (José Smith—Historia 1:25). El negar lo habría puesto bajo condenación y no se atrevía a ofender a Dios de esa manera.
LA IMPORTANCIA DE LA PRIMERA VISIÓN
La Primera Visión fue un acontecimiento esencial para el establecimiento del Reino de Dios en la tierra en los últimos días. Apesar de ser solamente un muchacho iliterato, José Smith aprendió verdades profundas que se convirtieron en el cimiento de la fe de los Santos de los Últimos Días. Él en realidad vio a Dios el Padre y a Su Hijo Jesucristo y, de ese modo, supo que la promesa que se encuentra en el libro de Santiago es verídica, que Dios contesta sin reproche la oración sincera. Dios se convirtió para él en un Ser real y accesible, una fuente vital de la verdad y un amoroso Padre Celestial; su creencia en un Dios real ya no era un asunto de fe sino de experiencia propia. De ahí que el Profeta haya podido ser, como el apóstol Pedro, un testigo elegido por Dios y mandado a predicar y testificar de Jesucristo (véase Hechos 10:39–43). También estaba en condiciones de testificar que el Padre y el Hijo eran Seres gloriosos, distintos y separados, a cuya imagen el hombre ha sido hecho, hablando literalmente.
Además, supo de la realidad de Satanás, un ser con extraordinario poder, el enemigo que está determinado a destruir la obra de Dios; a pesar de que fracasó en la Arboleda Sagrada, ese fue sólo el principio de un gran conflicto. Antes de llegar al fin de su obra, José Smith pelearía muchas batallas con este adversario de la rectitud. Más aún, la respuesta del Señor a la pregunta que él le había hecho sobre cuál de las religiones era la verdadera fue una acusación de toda la cristiandad del siglo diecinueve, puesto que ninguna de las iglesias existentes recibió la aprobación divina. De la misma manera en que el Salvador había puesto sobre aviso a Sus discípulos en cuanto a “la levadura de los fariseos y de los saduceos” (véase Mateo 16:6–12), también le enseñó al Profeta que en esos días las religiones enseñaban “los mandamientos de los hombres” (José Smith—Historia 1:19) y que, por lo tanto, no debía afiliarse a ninguna de ellas.
Joseph F. Smith, sobrino del Profeta y sexto Presidente de la Iglesia, explicó lo siguiente sobre la importancia de la Primera Visión: “El acontecimiento más grande que se ha verificado en el mundo, desde la resurrección del Hijo de Dios del sepulcro y Su ascensión a los cielos, fue la visita del Padre y del Hijo al joven José Smith con objeto de preparar el camino para poner los fundamentos de Su reino —no el reino del hombre— para nunca jamás cesar ni ser derribado. Habiendo aceptado esta verdad, encuentro que es fácil aceptar todas las demás verdades que él anunció durante su misión de catorce años en el mundo…”.
Gordon B. Hinckley, “El maravilloso fundamento de nuestra fe”, Liahona, noviembre de 2002, págs. 78–81.
Presidente Gordon B. Hinckley
Gracias sean dadas a Dios por Su maravilloso otorgamiento de testimonio, autoridad y doctrina relacionados con ésta, la Iglesia restaurada de Jesucristo.
Mis queridos hermanos y hermanas, pido la inspiración del Señor al dirigirme a ustedes. No salgo de mi asombro ante la tremenda responsabilidad de dirigirme a los Santos de los Últimos Días. Estoy agradecido por su bondad y su paciencia. Ruego constantemente ser digno de la confianza de la gente.
Acabo de regresar de un viaje muy largo; ha sido muy pesado, pero ha sido maravilloso estar entre los santos. Si fuese posible, dejaría a cargo de otras personas los asuntos administrativos y rutinarios de la Iglesia, y luego, me dedicaría a visitar a la gente de las ramas pequeñas así como a la de las estacas grandes. Me gustaría reunirme con los santos dondequiera que estén. Considero que todo miembro de esta Iglesia merece una visita. Lamento que debido a las limitaciones físicas ya no me sea posible saludar con un apretón de manos a todos, pero puedo mirarles a los ojos con gozo en mi corazón y expresar mi amor y dejarles una bendición.
El motivo de este viaje reciente fue la rededicación del Templo de Freiberg, Alemania y la dedicación del Templo de La Haya, Holanda. Tuve la oportunidad de dedicar el Templo de Freiberg hace 17 años. Era un edificio un tanto modesto, construido en lo que antes era la República Democrática Alemana, la Zona Oriental de una Alemania dividida. Su construcción fue literalmente un milagro. El presidente Monson, Hans Ringger y otros se habían ganado la simpatía de los oficiales gubernamentales de Alemania Oriental, quienes dieron su aprobación.
El templo ha sido maravillosamente útil a través de estos años. El abominable muro ya ha desaparecido, lo que facilita que nuestros miembros viajen a Freiberg. El edificio se había deteriorado después de esos años y ya era inadecuado.
El templo se ha ampliado, al mismo tiempo que se ha hecho más hermoso y práctico. Efectuamos sólo una sesión dedicatoria, a la que concurrieron santos de una extensa región. En la espaciosa sala en la que nos encontrábamos sentados, podíamos ver las marcadas facciones en el rostro de muchos de esos firmes y maravillosos Santos de los Últimos Días quienes, a través de todos esos años, en los tiempos buenos como en los malos, bajo restricciones impuestas por el gobierno, y ahora en perfecta libertad, han guardado la fe, han servido al Señor y han sido grandes ejemplos. Lamento tanto no haber podido poner mis brazos alrededor de esos heroicos hermanos y hermanas y decirles lo mucho que los quiero. Si me están escuchando en estos momentos, espero que sepan de ese amor y que disculpen mi apresurada partida.
De ahí viajamos hasta Francia para atender unos asuntos de la Iglesia. Luego volamos a Rotterdam y por auto fuimos hasta La Haya. El trabajar en tres naciones en un día es un horario un tanto pesado para un anciano.
Al día siguiente dedicamos el Templo de La Haya, Holanda, donde se efectuaron cuatro sesiones. ¡Fue una experiencia conmovedora y maravillosa!
El templo es un edificio hermoso ubicado en un buen lugar. Estoy muy agradecido por la Casa del Señor que satisfará las necesidades de los santos de Holanda, Bélgica y partes de Francia. En 1861 se enviaron misioneros a esa parte de Europa. Miles se han unido a la Iglesia, habiendo emigrado la mayoría a los Estados Unidos. No obstante, ahora tenemos allí un maravilloso grupo de fieles y queridos Santos de los Últimos Días que son merecedores de una Casa del Señor en su país.
Decidí que mientras nos encontrábamos en esa parte del mundo visitaríamos otras regiones. Es así que viajamos a Kiev, en Ucrania, lugar que visité hace 21 años. Allí se respira una nueva sensación de libertad. ¡Qué inspiración reunirnos con más de 3.000 santos ucranianos! Las personas se congregaron de todas partes del país a costa de grandes incomodidades y gastos para llegar allí.
Una familia no podía pagar los pasajes para ir con todos sus integrantes, de modo que los padres se quedaron en casa y enviaron a sus hijos para que tuviesen la oportunidad de estar con nosotros.
De ahí fuimos a Moscú, Rusia, lugar donde estuve también hace 21 años. Se ha realizado un cambio; es como la electricidad: no se puede ver pero se puede sentir. Allí también tuvimos una maravillosa reunión, con la oportunidad de conversar con importantes oficiales del gobierno, como lo habíamos hecho en Ucrania.
¡Qué valioso e inestimable privilegio el reunirnos con esos extraordinarios santos que se han congregado “uno de cada ciudad, y dos de cada familia” en el redil de Sión, en cumplimiento de la profecía de Jeremías! (véase Jeremías 3:14). La vida no es fácil para ellos; sus cargas son pesadas, pero su fe es firme y sus testimonios son vibrantes.
En esos lugares lejanos, desconocidos para la mayoría de los miembros de la Iglesia, la llama del Evangelio arde brillante y alumbra el camino para miles.
Luego viajamos a Islandia, un bello lugar con gente bella. Allí sostuvimos una larga entrevista con el presidente de la nación, un hombre sumamente distinguido y capaz que ha estado en Utah y que se expresa muy favorablemente de nuestra gente.
De nuevo nos reunimos con los santos. ¡Qué inspiración el mirar sus rostros que abarrotaban el centro de reuniones de la ciudad de Reykjavík!
En todos esos lugares, y en todas las oportunidades de hablar ante tantas personas, había algo que ocupaba mi mente en todo momento: la maravilla de esta obra, su absoluta maravilla. Las palabras de nuestro gran himno que acaba de entonar el coro acudían a mi mente repetidas veces:
“¡Qué firmes cimientos, oh santos de Dios,
tenéis por la fe en Su palabra de amor!”
(“Qué firmes cimientos” Himnos, Nº 40).
Como Santos de los Últimos Días, ¿comprendemos y apreciamos de verdad la fortaleza de nuestra posición? Entre las religiones del mundo es singular y admirable.
¿Es esta Iglesia una institución educativa? Sí; constante e interminablemente nos encontramos enseñando en una gran variedad de circunstancias. ¿Es una organización social? Lo es. ¿Es una gran familia de amigos que pasan tiempo juntos y disfrutan de la compañía de unos y otros? ¿Es una sociedad de ayuda mutua? Sí. Posee un extraordinario programa para edificar la autosuficiencia y brindar ayuda a los necesitados. Es todas esas cosas y más. Pero más que eso, es la Iglesia y reino de Dios, establecidos y dirigidos por nuestro Padre Celestial y Su amado Hijo, el Señor Jesucristo resucitado, para bendecir a todos aquellos que entren en Su redil.
Declaramos sin duda alguna que Dios el Padre y Su Hijo, el Señor Jesucristo, se aparecieron en persona al joven José Smith.
Cuando Mike Wallace me entrevistó en el programa 60 Minutos, me preguntó si en efecto yo creía eso. Le respondí: “Sí, señor; ese es lo milagroso”.
Así me siento al respecto. Nuestra fortaleza entera se basa en la validez de esa visión. O sucedió o no sucedió; si no ocurrió, quiere decir que esta obra es un fraude; si ocurrió, quiere decir que es la obra más importante y maravillosa debajo de los cielos.
Piensen en ello, hermanos y hermanas. Los cielos permanecieron sellados durante siglos. Varios hombres y mujeres buenos —personas realmente grandiosas y maravillosas— trataron de corregir, fortalecer y mejorar su sistema de adoración y el conjunto de su doctrina. A ellos rindo honor y respeto. El mundo es un lugar mejor debido a sus acciones valientes. Aunque considero que su obra fue inspirada, no se vio favorecida con la abertura de los cielos ni con la aparición de la Deidad.
Luego, en 1820, se recibió esa gloriosa manifestación en respuesta a la oración de un jovencito que en la Biblia familiar había leído las palabras de Santiago: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).
Sobre esa singular y extraordinaria experiencia se basa la validez de esta Iglesia.
En todos los registros de la historia religiosa no hay nada que se le compare. En el Nuevo Testamento se encuentra el relato del bautismo de Jesús, en que se oyó la voz de Dios y el Espíritu Santo descendió como paloma. En el monte de la transfiguración, Pedro, Santiago y Juan vieron delante de ellos al Señor transfigurado; oyeron la voz del Padre, pero no le vieron.
¿Por qué tanto el Padre como el Hijo se aparecieron a un muchacho, un simple jovencito? Por una razón: Ellos vinieron para dar inicio a la más grandiosa de las dispensaciones del Evangelio de todos los tiempos, en que todas las generaciones anteriores se congregarían y se agruparían en una.
¿Duda alguien de que la época en la que vivimos sea la más maravillosa en la historia del mundo? En la ciencia, la medicina, los medios de comunicación y de transporte se ha llevado a cabo un asombroso florecimiento sin igual en todas las crónicas de la humanidad. ¿Sería razonable creer que también debería haber un florecimiento de conocimiento espiritual como parte de ese renacimiento incomparable de luz y entendimiento?
El instrumento en esta obra de Dios fue un jovencito cuya mente no estaba atestada de las filosofías de los hombres. Esa mente estaba limpia y sin el adiestramiento en las tradiciones de esa época.
Es fácil ver por qué la gente no acepta este relato. Es algo casi incomprensible, y sin embargo es sumamente razonable. Las personas que están familiarizadas con el Antiguo Testamento admiten la aparición de Jehová a los profetas que vivieron en esa época relativamente sencilla. ¿Pueden ellas con razón negar la necesidad de que el Dios de los cielos y Su Hijo resucitado aparecieran en este periodo sumamente complejo de la historia del mundo?
Testificamos de estas cosas extraordinarias: de que Ambos vinieron, de que José les vio en Su gloria resplandeciente, de que Ellos le hablaron y que él oyó y registró Sus palabras.
Conocí a alguien que decía ser intelectual, que dijo que la Iglesia era prisionera de su propia historia. Le respondí que sin esa historia no tenemos nada. La veracidad de ese acontecimiento singular, excepcional y extraordinario es el elemento fundamental de nuestra fe.
Pero esa gloriosa visión era tan sólo el comienzo de una serie de manifestaciones que constituyen la historia de los primeros días de esta obra.
Como si esa visión no fuese suficiente para corroborar la personalidad y la realidad del Redentor de la humanidad, a ello le siguió la aparición del Libro de Mormón; he aquí algo que el hombre podía tener en sus manos, que podía “sopesar”, por así decirlo; podía leerlo, podía orar en cuanto a él, ya que contenía una promesa de que el Espíritu Santo declararía su veracidad si ese testimonio se buscaba por medio de la oración.
Este libro extraordinario se yergue como un tributo a la realidad viviente del Hijo de Dios. La Biblia declara que “en boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mateo 18:16). La Biblia, el testamento del Viejo Mundo, es un testigo; El Libro de Mormón, el testamento del Nuevo Mundo, es otro testigo.
No puedo comprender por qué el mundo cristiano no acepta este libro. Pienso que estarían en busca de cualquier cosa y de todo lo que estableciese sin duda alguna la realidad y la divinidad del Salvador del mundo.
A todo ello siguió la restauración del sacerdocio: primero, el Aarónico bajo las manos de Juan el Bautista, quien había bautizado a Jesús en el Jordán.
Luego vinieron Pedro, Santiago y Juan, apóstoles del Señor, quienes confirieron en esta época aquello que habían recibido de las manos del Maestro con quien habían caminado, incluso “las llaves del reino de los cielos” con autoridad para atar en los cielos lo que ellos ataren en la tierra (véase Mateo 16:19).
Posteriormente se confirieron llaves adicionales del sacerdocio bajo las manos de Moisés, Elías y Elías el profeta.
Piensen en ello, hermanos y hermanas. Piensen cuán maravilloso es.
Ésta es la Iglesia restaurada de Jesucristo. Nosotros somos Santos de los Últimos Días. Testificamos que los cielos se han abierto, que se ha partido el velo, que Dios ha hablado y que Jesucristo se ha manifestado a Sí mismo, a lo que siguió el otorgamiento de la autoridad divina.
Jesucristo es la piedra angular de esta obra, y está edificada sobre un “fundamento de… apóstoles y profetas” (Efesios 2:20).
Esa maravillosa restauración debe hacer de nosotros personas de tolerancia, de amor al prójimo, de agradecimiento y bondad hacia los demás. No debemos ser jactanciosos; no debemos ser orgullosos. Podemos ser agradecidos, y debemos serlo; podemos ser humildes, y debemos serlo.
Amamos a los miembros de otras iglesias; trabajamos juntos en buenas empresas. Les respetamos. Mas nunca debemos olvidar nuestras raíces; esas raíces que están en lo profundo del suelo del inicio de ésta, la última dispensación, la dispensación del cumplimiento de los tiempos.
¡Qué inspiración ha sido el mirar el rostro de hombres y mujeres a través del mundo, quienes llevan en su corazón una convicción solemne de la veracidad de este fundamento!
En lo que respecta a la autoridad divina, esto es lo más básico y fundamental de todo.
Gracias sean dadas a Dios por Su maravilloso otorgamiento de testimonio, autoridad y doctrina relacionados con ésta, la Iglesia restaurada de Jesucristo.
Éste debe ser nuestro grandioso y singular mensaje al mundo, el cual no ofrecemos con jactancia. Testificamos con humildad, pero con solemnidad y absoluta sinceridad. Invitamos a todos, a la tierra entera, a que escuchen este relato y evalúen su veracidad. Dios nos bendiga por creer en Sus manifestaciones divinas y nos ayude a extender el conocimiento de esos extraordinarios y gloriosos sucesos a todos los que estén dispuestos a escuchar. A éstos decimos, en un espíritu de amor: traigan todo lo bueno y toda la verdad que hayan recibido de cualquier fuente y veamos si podemos añadir a ellas. Extiendo esta invitación a los hombres y a las mujeres de todas partes con mi solemne testimonio de que esta obra es verdadera, y sé que es verdad por el poder del Espíritu Santo, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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