| When | Why |
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| Nov-05-21 | Wording change |
| Nov-09-21 | Escritura 1 |
Lección 19
José Smith—Historia 1:55–67
Perla de Gran Precio
55 Debido a que las condiciones económicas de mi padre se hallaban sumamente limitadas, nos veíamos obligados a trabajar manualmente, a jornal y de otras maneras, según se presentaba la oportunidad. A veces estábamos en casa, a veces fuera de casa; y trabajando continuamente podíamos ganarnos un sostén más o menos cómodo.
56 En el año 1823 sobrevino a la familia de mi padre una aflicción muy grande con la muerte de mi hermano Alvin, el mayor de la familia. En el mes de octubre de 1825 me empleó un señor de edad llamado Josiah Stoal, del condado de Chenango, estado de Nueva York. Él había oído algo acerca de una mina de plata que los españoles habían explotado en Harmony, condado de Susquehanna, estado de Pensilvania; y antes de ocuparme ya había hecho algunas excavaciones para ver si le era posible descubrir la mina. Después que fui a vivir a la casa de él, me llevó con el resto de sus trabajadores a excavar en busca de la mina de plata, en lo cual estuve trabajando cerca de un mes sin lograr el éxito en nuestra empresa; y por fin convencí al anciano señor que dejase de excavar. Así fue como se originó el tan común rumor de que yo había sido buscador de dinero.
57 Durante el tiempo que estuve en ese trabajo, me hospedé con el señor Isaac Hale, de ese lugar. Fue allí donde por primera vez vi a mi esposa (su hija), Emma Hale. Nos casamos el 18 de enero de 1827 mientras yo todavía estaba al servicio del señor Stoal.
58 Por motivo de que continuaba afirmando que había visto una visión, la persecución me seguía acechando, y la familia del padre de mi esposa se opuso muchísimo a que nos casáramos. Por tanto, me vi obligado a llevarla a otra parte, de modo que nos fuimos y nos casamos en la casa del señor Tarbill, en South Bainbridge, condado de Chenango, en Nueva York. Inmediatamente después de mi matrimonio dejé el trabajo del señor Stoal, me trasladé a la casa de mi padre y con él labré la tierra esa temporada.
59 Por fin llegó el momento de obtener las planchas, el Urim y Tumim y el pectoral. El día veintidós de septiembre de mil ochocientos veintisiete, habiendo ido al fin de otro año, como de costumbre, al lugar donde estaban depositados, el mismo mensajero celestial me los entregó, con esta advertencia: que yo sería responsable de ellos; que si permitía que se extraviaran por algún descuido o negligencia mía, sería desarraigado; pero que si me esforzaba con todo mi empeño por preservarlos hasta que él (el mensajero) viniera por ellos, entonces serían protegidos.
60 Pronto supe por qué había recibido tan estrictos mandatos de guardarlos, y por qué me había dicho el mensajero que cuando yo terminara lo que se requería de mí, él vendría por ellos. Porque no bien se supo que yo los tenía, comenzaron a hacerse los más tenaces esfuerzos por privarme de ellos. Se recurrió a cuanta estratagema se pudo inventar para realizar ese propósito. La persecución llegó a ser más severa y enconada que antes, y grandes números de personas andaban continuamente al acecho para quitármelos, de ser posible. Pero mediante la sabiduría de Dios permanecieron seguros en mis manos hasta que cumplí con ellos lo que se requirió de mí. Cuando el mensajero, de conformidad con el acuerdo, llegó por ellos, se los entregué; y él los tiene a su cargo hasta el día de hoy, dos de mayo de mil ochocientos treinta y ocho.
61 Sin embargo, la agitación continuaba, y el rumor con sus mil lenguas no cesaba de hacer circular calumnias acerca de la familia de mi padre y de mí. Si me pusiera a contar la milésima parte de ellas, llenaría varios tomos. Sin embargo, la persecución llegó a ser tan intolerable que me vi obligado a salir de Manchester y partir con mi esposa al condado de Susquehanna, estado de Pensilvania. Mientras nos preparábamos para salir —siendo muy pobres, y agobiándonos de tal manera la persecución que no había probabilidad de que se mejorase nuestra situación— en medio de nuestras aflicciones hallamos a un amigo en la persona de un caballero llamado Martin Harris, que vino a nosotros y me dio cincuenta dólares para ayudarnos a hacer nuestro viaje. El señor Harris era vecino del municipio de Palmyra, condado de Wayne, en el estado de Nueva York, y un agricultor respetable.
62 Mediante esta ayuda tan oportuna, pude llegar a mi destino en Pensilvania, e inmediatamente después de llegar allí, comencé a copiar los caracteres de las planchas. Copié un número considerable de ellos, y traduje algunos por medio del Urim y Tumim, obra que efectué entre los meses de diciembre —fecha en que llegué a la casa del padre de mi esposa— y febrero del año siguiente.
63 En este mismo mes de febrero, el antedicho señor Martin Harris vino a nuestra casa, tomó los caracteres que yo había copiado de las planchas, y con ellos partió rumbo a la ciudad de Nueva York. En cuanto a lo que aconteció, respecto de él y los caracteres, deseo referirme a su propio relato de las circunstancias, cual él me lo comunicó a su regreso, y que es el siguiente:
64 “Fui a la ciudad de Nueva York y presenté los caracteres que habían sido traducidos, así como su traducción, al profesor Charles Anthon, célebre caballero por motivo de sus conocimientos literarios. El profesor Anthon manifestó que la traducción era correcta y más exacta que cualquiera otra que hasta entonces había visto del idioma egipcio. Luego le enseñé los que aún no estaban traducidos, y me dijo que eran egipcios, caldeos, asirios y árabes, y que eran caracteres genuinos. Me dio un certificado en el cual hacía constar a los ciudadanos de Palmyra que eran auténticos, y que la traducción de los que se habían traducido también era exacta. Tomé el certificado, me lo eché en el bolsillo, y estaba para salir de la casa cuando el Sr. Anthon me llamó, y me preguntó cómo llegó a saber el joven que había planchas de oro en el lugar donde las encontró. Yo le contesté que un ángel de Dios se lo había revelado.
65 “Él entonces me dijo: ‘Permítame ver el certificado’. De acuerdo con la indicación, lo saqué del bolsillo y se lo entregué; y él, tomándolo, lo hizo pedazos, diciendo que ya no había tales cosas como la ministración de ángeles, y que si yo le llevaba las planchas, él las traduciría. Yo le informé que parte de las planchas estaban selladas, y que me era prohibido llevarlas. Entonces me respondió: ‘No puedo leer un libro sellado’. Salí de allí, y fui a ver al Dr. Mitchell, el cual confirmó todo lo que el profesor Anthon había dicho, respecto de los caracteres, así como de la traducción”.
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Oliver Cowdery sirve de escribiente en la traducción del Libro de Mormón — José y Oliver reciben el Sacerdocio Aarónico de manos de Juan el Bautista — Son bautizados y ordenados, y reciben el espíritu de profecía. (Versículos 66–75).
66 El día 5 de abril de 1829, vino a mi casa Oliver Cowdery, a quien yo jamás había visto hasta entonces. Me dijo que había estado enseñando en una escuela que se hallaba cerca de donde vivía mi padre y, siendo este uno de los que tenían niños en la escuela, había ido a hospedarse por un tiempo en su casa; y que mientras estuvo allí, la familia le comunicó el hecho de que yo había recibido las planchas y, por consiguiente, había venido para interrogarme.
67 Dos días después de la llegada del señor Cowdery (siendo el día 7 de abril), empecé a traducir el Libro de Mormón, y él comenzó a escribir por mí.
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68 El mes siguiente (mayo de 1829), encontrándonos todavía realizando el trabajo de la traducción, nos retiramos al bosque un cierto día para orar y preguntar al Señor acerca del bautismo para la remisión de los pecados, del cual vimos que se hablaba en la traducción de las planchas. Mientras en esto nos hallábamos, orando e implorando al Señor, descendió un mensajero del cielo en una nube de luz y, habiendo puesto sus manos sobre nosotros, nos ordenó, diciendo:
69 Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en rectitud.
70 Declaró que este Sacerdocio Aarónico no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo, pero que se nos conferiría más adelante; y nos mandó bautizarnos, indicándonos que yo bautizara a Oliver Cowdery, y que después me bautizara él a mí.
71 Por consiguiente, fuimos y nos bautizamos. Yo lo bauticé primero, y luego me bautizó él a mí —después de lo cual puse mis manos sobre su cabeza y lo ordené al Sacerdocio de Aarón, y luego él puso sus manos sobre mí y me ordenó al mismo sacerdocio— porque así se nos había mandado.*
72 El mensajero que en esta ocasión nos visitó y nos confirió este sacerdocio dijo que se llamaba Juan, el mismo que es conocido como Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, y que obraba bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan, quienes poseían las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, sacerdocio que nos sería conferido, dijo él, en el momento oportuno; y que yo sería llamado el primer Élder de la Iglesia, y él (Oliver Cowdery) el segundo. Fue el día quince de mayo de 1829 cuando este mensajero nos ordenó, y nos bautizamos.
73 Inmediatamente después de salir del agua, tras haber sido bautizados, sentimos grandes y gloriosas bendiciones de nuestro Padre Celestial. No bien hube bautizado a Oliver Cowdery, cuando el Espíritu Santo descendió sobre él, y se puso de pie y profetizó muchas cosas que habían de acontecer en breve. Igualmente, en cuanto él me hubo bautizado, recibí también el espíritu de profecía y, poniéndome de pie, profeticé concerniente al desarrollo de esta Iglesia, y muchas otras cosas que se relacionaban con ella y con esta generación de los hijos de los hombres. Fuimos llenos del Espíritu Santo, y nos regocijamos en el Dios de nuestra salvación.
74 Encontrándose ahora iluminadas nuestras mentes, empezamos a comprender las Escrituras, y nos fue revelado el verdadero significado e intención de sus pasajes más misteriosos de una manera que hasta entonces no habíamos logrado, ni siquiera pensado. Mientras tanto, nos vimos obligados a guardar en secreto las circunstancias relativas al haber recibido el sacerdocio y el habernos bautizado, por motivo del espíritu de persecución que ya se había manifestado en la región.
75 De cuando en cuando habían amenazado golpearnos, y esto por parte de los profesores de religión; y lo único que contrarrestó sus intenciones de atropellarnos fue la influencia de los familiares de mi esposa (mediante la divina Providencia), los cuales se habían vuelto muy amigables conmigo, y se oponían a los populachos, y deseaban que se me permitiera continuar sin interrupción la obra de la traducción. Por consiguiente, nos ofrecieron y prometieron protección, hasta donde les fuera posible, de cualquier acto ilícito.
DUPLICADO
Oliver Cowdery sirve de escribiente en la traducción del Libro de Mormón — José y Oliver reciben el Sacerdocio Aarónico de manos de Juan el Bautista — Son bautizados y ordenados, y reciben el espíritu de profecía.
(Versículos 66–75).
66 El día 5 de abril de 1829, vino a mi casa Oliver Cowdery, a quien yo jamás había visto hasta entonces. Me dijo que había estado enseñando en una escuela que se hallaba cerca de donde vivía mi padre y, siendo este uno de los que tenían niños en la escuela, había ido a hospedarse por un tiempo en su casa; y que mientras estuvo allí, la familia le comunicó el hecho de que yo había recibido las planchas y, por consiguiente, había venido para interrogarme.
66 El día 5 de abril de 1829, vino a mi casa Oliver Cowdery, a quien yo jamás había visto hasta entonces.
Me dijo que había estado enseñando en una escuela que se hallaba cerca de donde vivía mi padre y, siendo este uno de los que tenían niños en la escuela, había ido a hospedarse por un tiempo en su casa; y que mientras estuvo allí, la familia le comunicó el hecho de que yo había recibido las planchas y, por consiguiente, había venido para interrogarme.
67 Dos días después de la llegada del señor Cowdery (siendo el día 7 de abril), empecé a traducir el Libro de Mormón, y él comenzó a escribir por mí.
Presidents of the Church Student Manual (Church Educational System manual, 2013), 7.
Se enviaron tutores celestiales a José
El Presidente Joseph F. Smith escribió: "José Smith era un joven inculto, en lo que respecta al aprendizaje del mundo. Fue enseñado por el ángel Moroni. Recibió su educación de lo alto, de Dios Todopoderoso, y no de instituciones hechas por el hombre; pero acusarlo de ser ignorante sería injusto y falso; ningún hombre o combinación de hombres poseía mayor inteligencia que él, ni la sabiduría y astucia combinadas de la época podrían producir un equivalente para lo que él hizo. No era ignorante, porque fue enseñado por aquel de quien fluye toda inteligencia. Poseía un conocimiento de Dios y de su ley, y de la eternidad" (Doctrina del Evangelio [1939], 484).
La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos, Manual del alumno, págs. 15–27.
Después que José Smith salió del bosque, en aquella hermosa mañana de la primavera de 1820, nunca volvería a ser el mismo. Sabía de la existencia real del Padre y del Hijo, y por el resto de su vida iba a testificar de ello. Sin embargo, pasaron tres años desde el momento de tener esa grandiosa visión de Dios antes de que recibiera más instrucciones con respecto a la gran obra que había sido llamado a realizar.
Durante ese período el jovencito pasó por sus años de adolescencia, una época en que podría haber recibido fortaleza y apoyo de buenos maestros y de coterráneos amables; pero tuvo escasa instrucción escolar y, como ya hemos visto, su testimonio provocó hostilidad en sus conciudadanos; hasta algunos amigos íntimos se volvieron en contra de él. No obstante, siempre contó con el cariñoso apoyo de su familia.
Más tarde, José Smith reconoció que en esos días “cometía muchas imprudencias y manifestaba las debilidades de la juventud”; una de las razones por las cuales, según él mismo dijo, se juntaba a veces “con compañeros joviales” y era “culpable de levedad” puesto que tenía un “jovial temperamento natural” (véase José Smith—Historia 1:28). Pero no era “culpable de cometer pecados graves o malos” (ibíd). De acuerdo con su madre, en esa época no hubo ningún suceso realmente importante en la vida del joven; él continuó trabajando en la granja de sus padres, plantando, cortando árboles y extrayendo jarabe de los arces; de vez en cuando, trabajaba como empleado de otra persona, por ejemplo, cavando para hacer los cimientos de un edificio y en tareas agrícolas en los sembrados de maíz de Martin Harris. Ese período de tres años le dio tiempo para crecer y desarrollarse, madurar, obtener experiencia y recibir preparación espiritual.
LA PRIMERA APARICIÓN DE MORONI
En 1822, José Smith empezó a ayudar a su hermano Alvin en la construcción de una casa de madera para la familia; en septiembre de 1823, el edificio ya tenía dos pisos pero todavía le faltaba el techo, por lo que la familia continuaba residiendo en la pequeña cabaña de troncos.
Fue allí que el domingo 21 de septiembre de 1823, ya bastante avanzada la noche, el jovencito de diecisiete años se retiró a descansar. Encontrándose preocupado por su “condición y posición ante” el Señor, empezó a orar fervientemente pidiéndole perdón por sus pecados y “con la más absoluta confianza de obtener una manifestación divina” otra vez (José Smith—Historia 1:29). De pronto, el cuarto se llenó de luz y apareció junto a su cama un mensajero celestial como parte del cumplimiento de la gran profecía de Juan el Apóstol (véase Apocalipsis 14:6–7). José Smith describió con estas palabras a aquel ser resucitado:
“Llevaba puesta una túnica suelta de una blancura exquisita. Era una blancura que excedía a cuanta cosa terrenal jamás había visto yo; y no creo que exista objeto alguno en el mundo que pueda presentar tan extraordinario brillo y blancura. Sus manos estaban desnudas, y también sus brazos, un poco más arriba de las muñecas; y de igual manera sus pies, así como sus piernas, poco más arriba de los tobillos. También tenía descubiertos la cabeza y el cuello, y pude darme cuenta de que no llevaba puesta más ropa que esta túnica, porque estaba abierta de tal manera que podía verle el pecho.
“No sólo tenía su túnica esta blancura singular, sino que toda su persona brillaba más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo relámpago. El cuarto estaba sumamente iluminado, pero no con la brillantez que había en torno de su persona. Cuando lo vi por primera vez, tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí” (José Smith—Historia 1:31–32).
El mensajero se presentó diciendo que se llamaba Moroni y que había sido Profeta y había vivido en el continente americano. Por tener en su poder las llaves “del palo de Efraín” (véase D. y C. 27:5), apareció en el momento oportuno para revelar la existencia de un registro escrito en planchas de oro que había estado enterrado durante catorce siglos. Era “una relación de los antiguos habitantes de este continente… También declaró que en él se encerraba la plenitud del Evangelio eterno cual el Salvador lo había comunicado a los antiguos habitantes” (José Smith—Historia 1:34). Le dijo, además, que debía traducir y publicar esos anales y que, por ese y otros motivos, su nombre sería conocido para bien y para mal entre todo pueblo (véase el vers. 33).
Moroni recitó varios pasajes de la Biblia, citando palabras de Malaquías, Isaías, Joel y Pedro concernientes a los preparativos que debían hacerse en los últimos días para el reino milenario de Cristo. Con esa visita comenzó la enseñanza del Evangelio impartida por Moroni a José Smith.
El mensaje y la importancia de grabarlo en la mente del joven Profeta eran tan fundamentales que el mensajero celestial volvió otras dos veces esa noche y le repitió las mismas instrucciones, agregando más datos cada vez. Durante la primera visita se le mostró en una visión el lugar donde estaban las planchas (véase el vers. 42), que se hallaban enterradas en un cerro, a unos cinco kilómetros de su casa. En la segunda visita, se le habló de los “grandes juicios que vendrían sobre la tierra” (vers. 45); y la tercera vez que apareció, Moroni le previno que Satanás trataría de tentarlo a obtener las planchas por el valor monetario que tenían, puesto que su familia vivía en la pobreza, pero le advirtió al jovencito de diecisiete años que el único propósito que debía tener para conseguirlas era el de glorificar a Dios y que sólo un motivo debía impulsarlo: el de edificar el Reino de Dios (véase el vers. 46). Por algunos de los sucesos que tuvieron lugar después, el Profeta entendió por qué había recibido esos consejos y amonestaciones de Moroni. Las visitas del mensajero llevaron casi toda aquella noche, y al terminar la última el joven oyó el canto de un gallo. Por cierto, estaba por amanecer también un nuevo día de luz espiritual, el día al que Isaías se refirió diciendo que en él ocurriría “un prodigio grande y espantoso” (Isaías 29:14).
LA PRIMERA VISITA AL CERRO DE CUMORAH
Al llegar la mañana, José Smith se fue a trabajar en el campo con el padre y los hermanos, como de costumbre; pero la falta de sueño y la emoción de haber estado en presencia de un ser resucitado y glorificado lo habían debilitado mucho, por lo que tuvo dificultad para desempeñar sus labores. Cuando se dio cuenta de la condición de su hijo, el padre, pensando que estaría enfermo, lo mandó a la casa. En el camino, el joven se desvaneció; al volver en sí, oyó una voz que lo llamaba, nombrándolo y, cuando se dio cuenta de dónde estaba, vio a Moroni de pie junto a él. Éste le repitió lo que le había dicho antes y le mandó que le contara a su padre la visión y los mandatos que había recibido.
Por lo tanto, regresó a donde estaba el padre y le explicó todo lo que había pasado; éste le aseguró que todo provenía de Dios y le aconsejó que hiciera lo que se le había mandado. José Smith contó lo siguiente: “…Salí del campo y fui al lugar donde el mensajero me había dicho que estaban depositadas las planchas; y debido a la claridad de la visión que había visto tocante al lugar, en cuanto llegué allí, lo reconocí” (José Smith–Historia 1:50). Cerca de la cima del cerro encontró una piedra grande, “gruesa y redonda, pero más delgada hacia los extremos” (vers. 51), que resultó ser la tapa de una caja de piedra. Es de imaginar la emoción que habrá sentido al abrirla. Allí, escondidas durante siglos, estaban las planchas, el Urim y Tumim y el pectoral, tal como Moroni se lo había dicho.
“La caja en que se hallaban estaba hecha de piedras, colocadas en una especie de cemento. En el fondo de la caja había dos piedras puestas transversalmente, y sobre éstas descansaban las planchas y los otros objetos que las acompañaban” (José Smith—Historia 1:52).
Mientras se encontraba en la tierra, Moroni había profetizado que las planchas no podrían utilizarse con fines de lucro por el mandamiento de Dios, que lo prohibía, pero que un día serían “de gran valor” para llevar a las generaciones futuras al conocimiento de Dios (véase Mormón 8:14–15).
Al encaminarse al cerro de Cumorah, José Smith pensaba en la humilde condición económica de la familia y en la posibilidad de que las planchas o la buena reputación que le daría la traducción pudiera producir suficiente dinero para “elevarlo a un nivel económico similar al de los hombres de fortuna de su época y aliviar así la pobreza de su familia”. Cuando extendió la mano para tomar las planchas, recibió un choque y no las pudo sacar; dos veces más lo intentó y en ambos intentos le pasó lo mismo. Con desesperación, exclamó: “¿Por qué no puedo obtener este libro?” Moroni apareció de nuevo y le contestó que le había sucedido eso por haber desobedecido el mandamiento que se le había dado y haber cedido a la tentación de Satanás de obtener las planchas con fines de lucro, en lugar de tener su mira puesta en la gloria de Dios como se le había mandado.
Arrepentido, el joven José oró humildemente al Señor y recibió Su Espíritu en abundancia; una visión se abrió ante sus ojos y “la gloria del Señor lo rodeó de resplandor y descansó sobre él… [También] contempló al príncipe de las tinieblas… El mensajero celestial [Moroni] le dijo: ‘Se te muestra todo esto, lo bueno y lo malo, lo santo y lo impuro, la gloria de Dios y el poder de las tinieblas, para que de aquí en adelante reconozcas ambos poderes y nunca te dejes influir ni vencer por aquel maligno… Ahora ves por qué no pudiste sacar el registro y sabes que el mandamiento era estricto, y que si alguien va a obtener estas cosas sagradas, tendrá que ser por la oración y la fidelidad en obedecer al Señor. No están depositadas aquí con el objeto de producir ganancia y acumulación de fortuna para la gloria del mundo, sino que fueron selladas por la oración de fe y, por el conocimiento que contienen, no tienen otro valor entre los hijos de los hombres que su contenido mismo’”. Moroni concluyó advirtiéndole a José Smith que no se le permitiría obtener las planchas “hasta que hubiera aprendido a obedecer los mandamientos de Dios; y no sólo hasta que estuviera dispuesto sino hasta que fuera capaz de hacerlo…
“Esa noche, cuando la familia se había reunido, les relató todo lo que le había dicho a su padre en el campo así como el hallazgo de los anales y lo que había sucedido entre él y el ángel mientras se encontraba en el lugar donde estaban depositadas las planchas”.
CONTINÚA LA PREPARACIÓN DE JOSÉ SMITH
La obra monumental de sacar a luz el Libro de Mormón fue predicha por los Profetas de la antigüedad (véase Isaías 29; Ezequiel 37:15–20; Moisés 7:62). Una tarea de tal magnitud exige una preparación concienzuda; en este caso, la preparación llevó cuatro años de enseñanza. Durante ese período, José Smith se reunía una vez por año con Moroni en el cerro de Cumorah con el fin de recibir las instrucciones que habrían de prepararlo para obtener las planchas. En esa preparación también tuvieron una función muy importante otros profetas nefitas para quienes era vital que se publicara el Libro de Mormón. Nefi, Alma, los Doce Discípulos que el Salvador escogió en América y Mormón, todos ellos le impartieron enseñanzas. La educación que recibió en esos años fue intensiva.
Lucy Smith, la madre del Profeta, describió de esta manera las conversaciones que tenían por las noches: “De vez en cuando, José nos hacía los relatos más interesantes que se puedan imaginar; nos describía los antiguos habitantes de este continente, su manera de vestir, los sistemas de transporte que tenían y los animales que utilizaban; también las ciudades, los edificios, todo con detalles; las formas de guerrear que empleaban y sus adoraciones religiosas. Y lo hacía con tanta naturalidad como si hubiera pasado toda su vida entre ellos”.
OTROS ACONTECIMIENTOS DE ESE PERÍODO
Entre la primera aparición de Moroni y el momento en que José Smith recibió las planchas, hubo varios acontecimientos importantes en la vida de la familia. En noviembre de 1823, los Smith sufrieron una tragedia: Alvin, el mayor de los hijos, cayó enfermo y el padre no pudo hallar al médico de la familia; el doctor que por fin encontró le administró al joven calomel (protocloruro de mercurio), un purgante que en esa época se utilizaba para tratar diversas dolencias. Pero el medicamento se le quedó en el estómago, causándole grandes sufrimientos y, finalmente, la muerte, que ocurrió cuatro días después, el 19 de noviembre de 1823. Alvin era un joven serio y fiel, y su hermano José lo adoraba; lo consideraba una persona totalmente cándida y sincera que llevaba una vida elevada. Él también sentía gran amor por José y estaba sumamente interesado en los anales sagrados. Al aproximarse la muerte, le aconsejó a su hermano: “Quiero que seas un buen muchacho y que hagas todo lo posible por obtener esos anales. Sé fiel al recibir las instrucciones y también para obedecer todo mandamiento que se te dé”. Años más tarde, José Smith supo por una revelación que Alvin era uno de los herederos del Reino Celestial (véase D. y C. 137:1–6).
Después de la muerte de Alvin, los Smith enfrentaron algunos problemas económicos, y el Profeta y sus hermanos se vieron obligados a trabajar como jornaleros en cualquier ocupación que se les presentara. En esa época, en los Estados Unidos, estaba muy en boga andar en busca de tesoros escondidos. En octubre de 1825, Josiah Stowell, de South Bainbridge, estado de Nueva York, que era granjero, propietario de un aserradero y diácono de la Iglesia Presbiteriana, fue a hablar con José Smith para que le ayudara en sus búsquedas. Stowell tenía parientes en Palmyra, a quienes posiblemente les habría oído hablar del joven, y andaba en busca de una legendaria mina de plata que, según se decía, los españoles habían descubierto en el norte de Pensilvania. Había oído decir que José Smith era capaz de discernir lo que resultaba invisible para otros, y quería que el joven le ayudara en su proyecto. El Profeta no quería hacerlo, pero Stowell insistió, y como la familia de los Smith estaba necesitada, él aceptó y fue con su padre y unos vecinos. Aquella fue una decisión que iba a tener gran importancia en la vida del joven y en el futuro de la Iglesia.
José Smith y los demás se alojaron en la casa de un señor llamado Isaac Hale, en el municipio de Harmony, estado de Pensilvania; el pueblecito de Harmony se hallaba a varios kilómetros de distancia, junto a un recodo del río Susquehanna, en el noreste del estado, no lejos del lugar donde se suponía estaba la mina. Mientras se encontraba en casa de los Hale, el Profeta se sintió atraído hacia Emma, una hija de éstos; ella le correspondió, aunque el joven era un año y medio menor. Pero la incipiente relación entre los jóvenes no recibió la aprobación de Hale, que criticaba a los buscadores de tesoros y despreciaba la falta de instrucción de José Smith. Su hija era maestra, una persona educada, y él aspiraba a que consiguiera un buen partido para formar su hogar. Entretanto, la búsqueda de la mina no daba ningún resultado y, después de un mes de trabajo, José Smith logró convencer a Stowell de que sus esfuerzos eran vanos; por lo tanto, al fin se abandonó la empresa.
Desde esa época, los enemigos del Profeta han utilizado esa “búsqueda de tesoros” para atacar su reputación, poner en tela de juicio los motivos que lo impulsaban y cuestionar la autenticidad de la Iglesia que organizó. Las circunstancias se entienden mejor si se colocan en el marco de la época y el lugar en que se presentaron. En esos días, en las regiones de Nueva Inglaterra y del oeste del estado de Nueva York, dichas operaciones no se consideraban acciones censurables como empezaron a considerarse más adelante. Años después, José Smith admitió con absoluta sinceridad que había participado en esas aventuras pero indicó que su participación había sido insignificante.
Cuando se hallaba trabajando en las tierras limítrofes de los estados de Nueva York y Pensilvania, estableció otro contacto que también fue de importancia para él y para el comienzo de la Iglesia en Nueva York. Joseph Knight, humilde granjero y molinero que vivía en Colesville, Condado de Broome, Nueva York, era amigo de Josiah Stowell; José Smith había trabajado un tiempo para él también y se había hecho muy amigo suyo y de sus hijos, Joseph, hijo, y Newel, los cuales aceptaron su testimonio cuando él les contó las sagradas experiencias que había tenido.
Mientras trabajaba con Stowell, con Knight, y entre visita y visita a su familia en Manchester, el Profeta continuó cortejando a Emma Hale. Al fin, debido a la gran oposición del padre de ella a estas relaciones, los jóvenes se fueron a South Bainbridge, localidad del estado de Nueva York, y allí se casaron en secreto el 18 de enero de 1827; un juez de paz los unió en matrimonio. Inmediatamente, los recién casados se trasladaron a Manchester, a la casa de la familia Smith, donde él trabajó con su padre el verano siguiente; los Smith recibieron muy bien a la joven esposa y, con el tiempo, se desarrolló una estrecha amistad entre ella y Lucy Mack Smith, la madre del Profeta.
SE CONFÍAN LAS PLANCHAS A JOSÉ SMITH
No se sabe casi nada sobre las conversaciones que tuvo José Smith con Moroni entre 1824 y 1827. Una noche, poco antes de que empezara el otoño de 1827 [que en el hemisferio norte comienza en septiembre], regresó bastante tarde a su casa; la familia estaba preocupada, pero él explicó que su tardanza se debía a que había recibido una severa reprimenda de Moroni. Les dijo que, al pasar por el cerro de Cumorah, “el ángel salió a mi encuentro y me dijo que no me había ocupado bastante en la obra del Señor, que había llegado el momento de sacar los anales, y que yo debía poner manos a la obra y prepararme para hacer lo que Dios me había mandado”.
Durante esos cuatro años de preparación deben de haber ocurrido muchos sucesos. El Profeta pasó los años de la adolescencia casi sin mancharse con los conceptos de los hombres; durante ese período tuvo el apoyo emocional de su familia; después, aceptó las responsabilidades del matrimonio. Los ángeles lo prepararon para traducir el registro inspirado por el Señor y le enseñaron la importancia de la autodisciplina y de la obediencia. Sin duda, estaría ansioso por comenzar la traducción del Libro de Mormón. En esa época, Joseph Knight y Josiah Stowell se encontraban en Manchester, visitando a los Smith, en previsión quizás del momento en que José Smith recibiría las planchas.
El 22 de septiembre de 1827, mucho antes del amanecer, José y Emma Smith engancharon el caballo de Joseph Knight a la carreta de Josiah Stowell y recorrieron los cinco kilómetros que los separaban del cerro de Cumorah. Al llegar, él dejó a su esposa al pie del cerro y subió hasta la cima para reunirse con Moroni por última vez; allí, el ángel le entregó las planchas, el Urim y Tumim y el pectoral, al mismo tiempo que le hacía una promesa y una advertencia muy claras con respecto a sus responsabilidades. Le explicó que lo hacía responsable de esos objetos sagrados, que si era descuidado o los trataba con negligencia y los perdía, sería desarraigado; por otra parte, se le aseguró que gozaría de protección si empleaba todos sus esfuerzos en preservarlos hasta que Moroni volviera a buscarlos (véase José Smith—Historia 1:59).
Por primera vez en más de mil cuatrocientos años, los registros tan preciados se habían confiado a un ser mortal. José Smith escondió las planchas cuidadosamente en un tronco hueco que había cerca de su casa. Pero los amigos del Profeta no eran los únicos que esperaban con gran expectativa que él recibiera las planchas; había otras personas en la vecindad que habían oído decir que él estaba por llevar a su casa unas valiosas planchas de metal; quizás algunas de ellas hubieran estado entre el grupo que había ido en busca de la mina de plata y hayan pensado que tenían derecho a tener una parte de cualquier tesoro que él encontrara. No pasó mucho tiempo antes de que el Profeta se diera cuenta del motivo por el cual Moroni le había encomendado tan encarecidamente que cuidara las planchas. “Cuanta estratagema se pudo inventar” se llevó a cabo para quitárselas (véase José Smith—Historia 1:60). Por ejemplo, Willard Chase, que era un granjero de las inmediaciones, se juntó con otros buscadores de fortuna y mandaron por un adivino que fuera a encontrar el lugar donde se hallaban escondidas las planchas. Cuando los Smith se enteraron, enviaron a buscar al Profeta, que estaba trabajando en Macedon, a unos cuantos kilómetros hacia el oeste de Palmyra; él regresó de inmediato, sacó las planchas, las envolvió en una camisa y se internó con ellas en el bosque, seguro de que estaría más a salvo allí que en el camino transitado. Al saltar sobre un tronco caído, alguien lo golpeó por la espalda con un arma; no obstante, pudo derribar a su asaltante y huir; a menos de un kilómetro de allí, lo volvieron a asaltar y otra vez se las arregló para escapar. Lo atacaron de nuevo antes de llegar a su casa, pero también esa vez se libró. Su madre comentó después que cuando llegó, “estaba mudo de temor y de la fatiga de la carrera”.
Los esfuerzos por robar las planchas se intensificaron, pero también se cumplió la promesa de protección especial que Moroni le había hecho; muchas veces las sacó de su escondite minutos antes de que llegaran los que procuraban robarlas. Una vez en que las había escondido debajo del piso de piedra del fogón, un grupo numeroso de hombres se juntó enfrente a su casa; pero José Smith y sus hermanos salieron corriendo por la puerta del frente al mismo tiempo que gritaban en todas direcciones para hacerles creer que detrás de ellos iba otro grupo grande de hombres que los defendía, y los atacantes huyeron. Otro día en que el Profeta escondió el cofre de las planchas bajo las tablas del piso del depósito de barricas de la granja, recibió la inspiración de esconder los anales en la troja, debajo del lino; esa noche, sus enemigos levantaron todo el piso del depósito buscándolas, pero las planchas permanecieron a salvo.
SE CUMPLE LA PROFECÍA DE ISAÍAS
Durante ese período la vida de José Smith estaba constantemente en peligro, por lo que decidió llevar a su esposa de regreso a Harmony, donde esperaba poder comenzar en paz la traducción. Antes de su partida, Martin Harris, prominente ciudadano de Palmyra que había de tener una función muy importante en la Restauración, se presentó a ofrecerle ayuda. Era una persona próspera, fabricante de tejidos, hombre de negocios y granjero, que había conocido a los Smith cuando éstos llegaron a Palmyra, y que a través de los años había dado empleo a varios miembros de la familia. Él le dio dinero a José Smith para liquidar sus deudas y también algo para el viaje. Un helado día del mes de diciembre de 1827, la pareja partió con destino a Harmony, llevando las planchas escondidas en un barril de frijoles (porotos) que iba en la parte de atrás de la carreta; ya habían hecho arreglos para alojarse por un tiempo en la casa de los padres de Emma.
Después de una breve estadía en casa de los Hale, los Smith le compraron una casa al hermano mayor de ella, Jesse; era una pequeña casita de dos pisos, situada en unas cinco hectáreas de tierra de cultivo, a orillas del río Susquehanna. Por primera vez en mucho tiempo, el Profeta pudo trabajar en paz. Entre diciembre de 1827 y febrero de 1828, copió muchos caracteres de las planchas y tradujo algunos utilizando el Urim y Tumim. En las primeras etapas de su labor, dedicó considerable tiempo y esfuerzo a familiarizarse con el idioma de las planchas y a aprender cómo traducir.
Según lo que habían acordado previamente, Martin Harris fue a visitar a José Smith en Harmony, en febrero de 1828; para esa época, el Señor ya lo había preparado con el fin de que ayudara al Profeta en su misión. De acuerdo con lo que él mismo testificó, en 1818 el Señor le había comunicado que no debía afiliarse a ninguna religión hasta que viera cumplirse las palabras de Isaías. Más tarde, se le reveló que el Señor tenía una obra para él. En 1827, tuvo varias manifestaciones que lo convencieron de que José Smith era un Profeta y que él tenía el deber de ayudarle a sacar a luz el Libro de Mormón para su generación. Por lo tanto, Harris fue a Harmony a fin de obtener una copia de caracteres de las planchas para mostrárselos a varios lingüistas distinguidos de esa época, lo cual cumplió la profecía de Isaías 29:11–12 para ayudar a convencer a un mundo incrédulo.
Martin Harris fue a ver a por lo menos tres hombres que tenían buena reputación de lingüistas. En Albany, estado de Nueva York, habló con Luther Bradish, diplomático, hombre de estado, viajero experimentado y erudito en lenguajes; en la ciudad de Nueva York, fue a hablar con el Dr. Samuel Mitchill, vicepresidente de la Facultad de Medicina de Rutgers; fue a ver también a un hombre que hablaba varios idiomas extranjeros, incluso hebreo y babilonio, Charles Anthon, profesor del Colegio Universitario Columbia, de Nueva York. Entre las personas con quienes habló Harris, quizás ésta última haya sido la mejor calificada para emitir un juicio acerca de los caracteres del documento. Cuando Martin Harris lo visitó, Charles Anthon era profesor adjunto de griego y latín; sabía, además, francés y alemán, y, según lo evidencian los libros de su biblioteca, estaba familiarizado con los últimos descubrimientos sobre el idioma de los egipcios, incluso con las obras de Juan Francisco Champollion.
Según Martin Harris, el profesor Anthon examinó los caracteres y la traducción de los mismos y por iniciativa propia le entregó un documento en el que certificaba a los habitantes de Palmyra que los escritos eran auténticos; además, le dijo que los caracteres se asemejaban al egipcio, el caldeo, el asirio y el árabe, y le expresó la opinión de que la traducción era correcta. Harris metió en papel en el bolsillo y se disponía a salir cuando Anthon lo llamó y le preguntó cómo había obtenido José Smith las planchas de oro que estaban en el cerro; él le explicó que un ángel de Dios le había revelado el lugar al Profeta; al oír esto, Anthon le pidió que le diera otra vez el certificado, lo cual Harris hizo. “…Él, tomándolo, lo hizo pedazos, diciendo que ya no había tales cosas como la ministración de ángeles, y que si yo le llevaba las planchas, él las traduciría. Yo le informé que parte de las planchas estaban selladas, y que me era prohibido llevarlas. Entonces me respondió: ‘No puedo leer un libro sellado’ ”.
El viaje de Martin Harris fue importante por varias razones: Primero, demostró que los eruditos tenían interés en los caracteres y que estaban dispuestos a estudiarlos seriamente, siempre que no se mencionara la intervención de un ángel; segundo, en la opinión de José Smith y Martin Harris se cumplió así la profecía relacionada con la aparición del Libro de Mormón; tercero, fue una demostración de que para traducir el registro no era suficiente la inteligencia humana sino que se iba a necesitar la ayuda de Dios (véase Isaías 29:11–12; 2 Nefi 27:15–20). Y, por otra parte, hizo aumentar la fe de Harris y, al regresar, iba confiado en que tenía evidencias para convencer a sus vecinos de la veracidad de la obra que estaba realizando José Smith y llevaba la determinación de dedicarse por entero y de emplear sus medios para la publicación del Libro de Mormón.
EL MANUSCRITO PERDIDO
Lucy, la esposa de Harris, desconfiaba de José Smith. Le había hecho preguntas sobre las planchas y le exigió que se las mostrara. Él le dijo que no podía hacerlo “porque no le estaba permitido mostrarlas a nadie, excepto aquellos a quienes el Señor nombrara para testificar de ellas”.
Esa misma noche Lucy Harris tuvo un sueño: “Se le apareció un personaje que le dijo que, al haber desconfiado del siervo del Señor… había hecho algo que no era correcto ante la vista de Dios, después de lo cual agregó: ‘He aquí las planchas; míralas y cree’ ”.
Lamentablemente, el sueño no resolvió sus dudas. Estaba enojada porque su marido pasaba mucho tiempo alejado de ella y temía que los Smith estuvieran tratando de estafarlo, por lo que insistió en ir a Harmony otra vez. Al llegar, le dijo a José Smith que no tenía intención de irse hasta haber visto las planchas y se puso a registrar toda la casa buscándolas, pero no las encontró. A partir de ese día, afirmó que su marido había sido engañado por “un gran impostor”. Después de dos semanas, Martin Harris la llevó de regreso a la casa, y, a pesar de los intentos que ella hizo por disuadirlo, volvió a Harmony. En su ausencia, Lucy Harris continuó expresando sus críticas en Palmyra.
Entretanto, en Pensilvania, José Smith y Martin Harris continuaron en su labor de la traducción hasta el 14 de junio de 1828. Para esa fecha, la traducción llenaba ya 116 páginas grandes, y Martin Harris le pidió permiso al Profeta para llevar el manuscrito a su casa y mostrárselo a su mujer y a algunos amigos; tenía la esperanza de que con eso la convencería de que la obra era auténtica y ella dejaría de oponerse. El Profeta consultó al Señor por medio del Urim y Tumim y recibió una negativa; no contento con esto, Martin Harris continuó insistiendo hasta que José Smith volvió a preguntarle al Señor; otra vez la respuesta fue “no”. A pesar de ello, las súplicas y la insistencia de Martin Harris persistieron. El Profeta era muy joven e inexperto, quería complacer a su benefactor y confiaba en la edad y la madurez de éste; más aún, entre las personas que él conocía, Martin Harris era la única dispuesta a desempeñar la labor de escriba y a solventar los gastos de publicación del libro. Esas circunstancias lo llevaron a volver a preguntarle al Señor, que finalmente consintió con ciertas condiciones: Martin Harris acordó por escrito en que mostraría el manuscrito sólo a cuatro o cinco personas, entre ellas su mujer, uno de sus hermanos, Preserved Harris, sus padres y su cuñada, Polly Cob. Luego, partió en dirección a Palmyra llevando consigo las únicas páginas de manuscrito que tenían.
Poco después de haberse ido Martin Harris, Emma Smith dio a luz un niño, Alvin, que murió el mismo día de nacer; la joven madre estuvo también a punto de morir, y durante dos semanas enteras el Profeta estuvo constantemente junto a ella. Al mejorar su esposa, él volvió la atención al manuscrito, que para entonces había estado tres semanas en manos de Martin Harris, de quien no había sabido ni una palabra. Durante ese tiempo, Martin Harris no había permanecido ocioso: había estado con su esposa, había atendido a algunos negocios en Palmyra y había sido miembro de un jurado.
Emma Smith animó a su marido a que tomara la diligencia y se fuera a Palmyra para ver qué pasaba. Después de viajar de Harmony hasta la región de Palmyra y recorrer a pie, durante la noche, una distancia de más de treinta kilómetros, José Smith llegó a Manchester; ya en la casa de sus padres, envió de inmediato a buscar a Martin Harris; como él acostumbraba a acudir en seguida que se le llamaba, prepararon el desayuno y lo esperaron para comer juntos. Pero pasaron muchas horas antes de que lo vieran aparecer por el camino, andando lentamente y con la cabeza gacha; al llegar se subió a la cerca y se quedó allí sentado, con el sombrero sobre los ojos. Por fin, se decidió a entrar en la casa y sentarse a la mesa, pero no pudo probar bocado. Lucy Mack Smith, la madre del Profeta, escribió lo siguiente: “Tomó el cuchillo y el tenedor, como si los fuera a utilizar, pero de inmediato los dejó caer. Al ver eso, Hyrum le preguntó: ‘Martin, ¿por qué no come? ¿Está usted enfermo?’, a lo cual él, oprimiéndose las sienes con las manos, exclamó con un tono de profunda angustia: ‘¡Oh, he perdido mi alma! ¡He perdido mi alma!’
“José, que hasta ese momento no había expresado sus sospechas, se levantó de un salto y le preguntó con gran aflicción: ‘Martin, ¿ha perdido el manuscrito? ¿Ha quebrantado su juramento, acarreando condenación sobre mí y sobre usted mismo?’
‘Sí, ha desaparecido’, contestó él. ‘Y no sé dónde está’”
El Profeta se quedó abrumado por el remordimiento y el temor, y exclamó: “‘¡Todo está perdido! ¡Todo está perdido! ¿Qué haré? ¡He pecado! Soy yo quien ha atraído la ira de Dios. Debía haberme quedado satisfecho con la primera respuesta que recibí del Señor, pues Él me dijo que el registro no estaría seguro si salía de mis manos.’ Y así continuó sollozando y lamentándose mientras se paseaba incesantemente de un lado a otro del cuarto.
“Al fin, le dijo a Martin que volviera a buscar el manuscrito.
‘No’, le respondió éste; ‘es en vano. Hasta he abierto colchones y almohadas [buscándolo] y sé que no está en ninguna parte’.
“‘Entonces’, le dijo José, ‘¿quiere decir que debo volver con esta historia? No me atrevo a hacerlo. ¿Cómo podré presentarme ante el Señor? ¿Y qué reprobación merezco del ángel del Altísimo?’…
“A la mañana siguiente, se puso en camino y nos separamos con el corazón lleno de pesar, pues parecía que todo aquello que habíamos esperado con tanto afán y que había sido la fuente de tanto gozo secreto se había desvanecido en un momento, y desaparecido para siempre”.
Después de regresar a Harmony sin las ciento dieciséis páginas de manuscrito, José Smith comenzó inmediatamente a orar suplicándole al Señor que lo perdonara por haber obrado contrario a Su voluntad. Moroni apareció y le pidió que devolviera las planchas y el Urim y Tumim, pero le prometió que los recibiría de nuevo si demostraba humildad y arrepentimiento. Poco tiempo después, recibió una revelación en la que se le reprendía por su negligencia y por haber “[despreciado] los consejos de Dios”, pero en la que también se le consolaba diciéndole que todavía era el escogido para llevar a cabo la obra de la traducción si se arrepentía (véase D. y C. 3:4–10). José Smith se arrepintió y recibió nuevamente las planchas y el Urim y Tumim, junto con la promesa de que el Señor le enviaría un escriba para ayudarle en la traducción. También se le comunicó un mensaje especial: “El ángel pareció complacido conmigo… y me dijo que el Señor me amaba por mi fidelidad y humildad”.
Una vez que se le restauró el don divino, el Profeta supo por revelación que unos hombres malvados, tratando de hacerlo caer en una trampa, habían alterado la redacción del manuscrito; si lo traducía de nuevo y lo publicaba, ellos afirmarían que era incapaz de traducir igual por segunda vez y que, por lo tanto, aquella no debía de ser una obra inspirada (véase D. y C. 10). No obstante, Dios estaba preparado para esa situación; el documento perdido era la traducción del Libro de Lehi, tomado del compendio hecho por Mormón de las planchas mayores de Nefi; pero Mormón había recibido la inspiración de agregar a su registro las planchas menores de Nefi “para un sabio propósito” que él mismo no entendía en ese momento (véase Palabras de Mormón 1:3–7). Esas planchas menores contenían una historia similar a la que había en el Libro de Lehi. José Smith recibió instrucciones de no volver a traducir lo que se había perdido, sino de seguir adelante e incluir, en el momento debido, lo que estaba escrito en las planchas menores de Nefi, las cuales eran el relato de Nefi que, según el Señor dijo, hablaba “más particularmente de las cosas que en mi sabiduría quisiera traer al conocimiento del pueblo” (D. y C. 10:40).
LA PREPARACIÓN DEL PROFETA
Los cinco años y medio que transcurrieron entre septiembre de 1823 y abril de 1829 fueron importantes para la preparación de José Smith para traducir el Libro de Mormón y dirigir a la Iglesia en la dispensación del cumplimiento de los tiempos. En 1829, él tenía veintitrés años y era alto y fornido; había trabajado en la granja, en los campos y en empleos temporarios. A pesar de no haber recibido una instrucción escolar completa, tenía una mente inquisitiva y un apetito insaciable de conocimiento; le gustaba descubrir él mismo las cosas y buscar la respuesta en las Escrituras (véase José Smith—Historia 1:11–12). Esa sed de conocimiento, especialmente de conocimiento espiritual, nunca lo abandonó.
En junio de 1843, el Profeta les dijo lo siguiente a los santos: “Soy como una piedra áspera. El martillo y el cincel nunca habían dejado oír sus golpes en mí hasta que el Señor me tomó en Sus manos”. El valor, el optimismo y la fe eran características destacadas de su personalidad. Siendo todavía un niño, había demostrado gran valor al soportar una dolorosa operación en una pierna. De hombre, había tenido que enfrentarse a una pandilla de vecinos que trataron de robarle las planchas. Apesar de su pobreza y su falta de educación académica, era optimista al pensar en sí mismo y en la vida en general; habiendo sufrido reprimendas del Señor y correcciones de Moroni, siempre se mostró sumiso, arrepentido y lleno de energía. Al perderse las ciento dieciséis páginas de manuscrito, se enfrentó a la desesperación, pero con esa experiencia aprendió a ser obediente y más tarde pudo decir: “De esto he hecho la regla por la que me rijo: Cuando el Señor lo manda, hazlo”. También aprendió invalorables lecciones para el dominio de sus motivos y propósitos y, de esa manera, pudo “tener la mira puesta únicamente en la gloria de Dios” (D. y C. 4:5) y concentrar todos sus pensamientos y energías en la edificación del reino.
Cuando llegó ese momento, ya había obtenido considerable experiencia con diversas formas de revelación; había estado en comunión con Dios, con Su Hijo y con mensajeros celestiales; había tenido visiones, sentido la inspiración del Espíritu y aprendido a manejar con destreza el Urim y Tumim. No debemos pensar que le fue fácil recibir revelación, pues otra lección que aprendió en esa época fue que, a fin de tener comunicación con Dios, debía pagar un alto precio en fe, diligencia, persistencia, dignidad y obediencia.
EXPLICACIÓN SOBRE LA DIVISIÓN GEOGRÁFICA DEL ESTE DE LOS ESTADOS UNIDOS
Algunos nombres de lugares relacionados con la historia inicial de la Iglesia en el Este de los Estados Unidos confunden frecuentemente a los lectores modernos. Lo que ocurre es que muchas personas no están familiarizadas con la terminología de la subdivisión política de la mayoría de los estados del Este ni con el significado diferente que se da a algunas palabras. Si logramos entender esa terminología, se aclara la confusión y la lectura de la historia de la Iglesia se vuelve más comprensible.
La palabra municipio, no hace referencia a una aldea, a un pueblo ni a una ciudad, sino a la subdivisión de un condado (distrito geográfico), el cual puede estar dividido en varios municipios. Por ejemplo, el condado de Windsor, estado de Vermont, se compone de veinticuatro municipios, entre ellos el de Sharon; cuando leemos en la historia de la Iglesia que José Smith nació en Sharon, no se refiere a un pueblo ni una comunidad, sino al municipio de Sharon.
Los nombres de estos municipios se utilizaban en documentos tales como testamentos o escrituras de propiedades. Además, dichos municipios tenían sus propios gobernantes locales, los cuales difieren de los de sus aldeas o pueblos.
Muchas veces las aldeas o los pueblos tienen el mismo nombre del municipio, lo que hace confundir más al lector; en algunos casos, una comunidad tiene el mismo nombre que un municipio pero no está situada en ese municipio o subdivisión. Por ejemplo, si suponemos que José y Emma Smith vivían en el pueblo de Harmony, Pensilvania, y lo buscamos en un mapa, encontraremos esa comunidad en otro condado que está en la parte oeste del estado; pero ese no era el lugar donde vivían, sino que su casa estaba en el municipio de Harmony, que se halla en el condado de Susquehanna, en el extremo noreste de Pensilvania.
Para evitar la confusión al referirse a estas comunidades del este de los Estados Unidos, se han hecho ciertas distinciones: cuando una población es muy pequeña y no tiene ninguna organización gubernamental, se dice que es una “aldea”; si tiene algún tipo de gobierno local, se le llama “pueblo”; y cuando la población llega a unos diez mil habitantes, se le llama “ciudad”.
Con estos antecedentes, haremos un breve análisis de algunas localidades que se destacan en la historia de la Iglesia y que se mencionan en los primeros capítulos de este manual. Los mapas de las lecciones también contribuyen a la aclaración de estos puntos geográficos:
Los progenitores de José Smith no vivían en el pueblo de Massachusetts llamado Topsfield, sino en el municipio de Topsfield.
José Smith nació en el municipio de Sharon, condado de Windsor, estado de Vermont. La casa de sus padres estaba a cierta distancia del pueblo de Sharon, sobre la línea divisoria de dos municipios, y se cree que el único motivo por el cual su nacimiento se registró en el municipio de Sharon fue que el cuarto en el que nació se hallaba del lado de ese municipio.
La granja de Joseph Smith y la Arboleda Sagrada están en el municipio de Manchester, condado de Ontario, estado de Nueva York, y no en el pueblo de Palmyra; sin embargo, la dirección postal ha estado y continúa estando en dicho pueblo.
En la época de Isaac Hale (el padre de Emma Smith) y de Joseph Smith (el padre del Profeta), no había ninguna población llamada Oakland, pero había una llamada Harmony en lo que entonces era el municipio de Harmony. La comunidad de Oakland apareció más tarde, y el municipio de Oakland resultó de una división del antiguo municipio de Harmony. La población que en esa época se llamaba Harmony ha desaparecido en la actualidad.
La granja de Joseph Knight no estaba en una comunidad llamada Colesville, sino en el municipio de Colesville, y quedaba a cierta distancia del mencionado pueblo; la población más cercana a la granja era un pueblecito llamado Ninive.
José Smith y Emma Hale se casaron en la casa de Squire Tarbell, en el pueblo de South Bainbridge (que ahora se llama Afton), que se hallaba en el municipio de Bainbridge, condado de Chenango, estado de Nueva York.
La Iglesia no se organizó en la aldea de Fayette, que se encuentra en el condado de Seneca, estado de Nueva York, sino en la cabaña de troncos de Peter Whitmer, que estaba en el municipio de Fayette.
Added November 09, 2021 at 3:06pm
by Rafael Treviño
Title: Escritura 1
José Smith—Historia 1:27–54
Perla de Gran Precio
27 Seguí con mis ocupaciones comunes de la vida hasta el veintiuno de septiembre de mil ochocientos veintitrés, sufriendo continuamente severa persecución de toda clase de individuos, tanto religiosos como irreligiosos, por motivo de que yo seguía afirmando que había visto una visión.
28 Durante el tiempo que transcurrió entre la ocasión en que vi la visión y el año mil ochocientos veintitrés —habiéndoseme prohibido unirme a las sectas religiosas del día, cualquiera que fuese, teniendo pocos años, y perseguido por aquellos que debieron haber sido mis amigos y haberme tratado con bondad; y que si me creían engañado, debieron haber procurado de una manera apropiada y cariñosa rescatarme— me vi sujeto a toda especie de tentaciones; y, juntándome con toda clase de personas, frecuentemente cometía muchas imprudencias y manifestaba las debilidades de la juventud y las flaquezas de la naturaleza humana, lo cual, me da pena decirlo, me condujo a diversas tentaciones, ofensivas a la vista de Dios. Esta confesión no es motivo para que se me juzgue culpable de cometer pecados graves o malos, porque jamás hubo en mi naturaleza la disposición para hacer tal cosa. Pero sí fui culpable de levedad, y en ocasiones me asociaba con compañeros joviales, etc., cosa que no correspondía con la conducta que había de guardar uno que había sido llamado por Dios como yo. Mas esto no le parecerá muy extraño a cualquiera que se acuerde de mi juventud y conozca mi jovial temperamento natural.
29 Como consecuencia de estas cosas, solía sentirme censurado a causa de mis debilidades e imperfecciones. De modo que, por la noche del ya mencionado día veintiuno de septiembre, después de haberme retirado a la cama, me puse a orar, pidiéndole a Dios Todopoderoso perdón de todos mis pecados e imprudencias; y también una manifestación para saber de mi condición y posición ante él; porque tenía la más absoluta confianza de obtener una manifestación divina, como previamente la había tenido.
30 Encontrándome así, en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía una luz en mi cuarto, y que siguió aumentando hasta que la habitación quedó más iluminada que al mediodía; cuando repentinamente se apareció un personaje al lado de mi cama, de pie en el aire, porque sus pies no tocaban el suelo.
31 Llevaba puesta una túnica suelta de una blancura exquisita. Era una blancura que excedía a cuanta cosa terrenal jamás había visto yo; y no creo que exista objeto alguno en el mundo que pueda presentar tan extraordinario brillo y blancura. Sus manos estaban desnudas, y también sus brazos, un poco más arriba de las muñecas; y de igual manera sus pies, así como sus piernas, poco más arriba de los tobillos. También tenía descubiertos la cabeza y el cuello, y pude darme cuenta de que no llevaba puesta más ropa que esta túnica, porque estaba abierta de tal manera que podía verle el pecho.
32 No solo tenía su túnica esta blancura singular, sino que toda su persona era gloriosa más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo relámpago. El cuarto estaba sumamente iluminado, pero no con la brillantez que había en torno de su persona. Cuando lo vi por primera vez, tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí.
33 Me llamó por mi nombre, y me dijo que era un mensajero enviado de la presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía una obra para mí, y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría mi nombre para bien y para mal, o sea, que se iba a hablar bien y mal de mí entre todo pueblo.
34 Dijo que se hallaba depositado un libro, escrito sobre planchas de oro, el cual daba una relación de los antiguos habitantes de este continente, así como del origen de su procedencia. También declaró que en él se encerraba la plenitud del evangelio eterno cual el Salvador lo había comunicado a los antiguos habitantes.
35 Asimismo, que junto con las planchas estaban depositadas dos piedras, en aros de plata, las cuales, aseguradas a un pectoral, formaban lo que se llamaba el Urim y Tumim; que la posesión y uso de estas piedras era lo que constituía a los “videntes” en los días antiguos, o anteriores, y que Dios las había preparado para la traducción del libro.
36 Después de decirme estas cosas, empezó a citar las profecías del Antiguo Testamento. Primero citó parte del tercer capítulo de Malaquías, y también el cuarto y último capítulo de la misma profecía, aunque variando un poco de la forma en que se halla en nuestra Biblia. En lugar de citar el primer versículo cual se halla en nuestros libros, lo hizo de esta manera:
37 Porque, he aquí, viene el día que arderá como un horno, y todos los soberbios, sí, todos los que obran inicuamente, arderán como rastrojo; porque los que vienen los quemarán, dice el Señor de los Ejércitos, de modo que no les dejará ni raíz ni rama.
38 Entonces citó el quinto versículo en esta forma: He aquí, yo os revelaré el sacerdocio por medio de Elías el Profeta, antes de la venida del grande y terrible día del Señor.
39 También expresó el siguiente versículo de otro modo: Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres. De no ser así, toda la tierra sería totalmente asolada a su venida.
40 Aparte de estos, citó el undécimo capítulo de Isaías, diciendo que estaba por cumplirse; y también los versículos veintidós y veintitrés del tercer capítulo de los Hechos, tal como se hallan en nuestro Nuevo Testamento. Declaró que ese profeta era Cristo, pero que aún no había llegado el día en que “toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo”, sino que pronto llegaría.
41 Citó, además, desde el versículo veintiocho hasta el último, del segundo capítulo de Joel. También indicó que todavía no se cumplía, pero que se realizaría en breve; y declaró, además, que pronto entraría la plenitud de los gentiles. Citó muchos otros pasajes de las Escrituras y expuso muchas explicaciones que no pueden mencionarse aquí.
42 Por otra parte, me manifestó que cuando yo recibiera las planchas de que él había hablado —porque aún no había llegado el tiempo para obtenerlas— no habría de enseñarlas a nadie, ni el pectoral con el Urim y Tumim, sino únicamente a aquellos a quienes se me mandase que las enseñara; si lo hacía, sería destruido. Mientras hablaba conmigo acerca de las planchas, se manifestó a mi mente la visión de tal modo que pude ver el lugar donde estaban depositadas; y con tanta claridad y distinción, que reconocí el lugar cuando lo visité.
43 Después de esta comunicación, vi que la luz en el cuarto empezaba a juntarse en derredor del personaje que me había estado hablando, y así continuó hasta que el cuarto una vez más quedó a obscuras, exceptuando alrededor de su persona inmediata, cuando repentinamente vi abrirse algo como un conducto que iba directamente hasta el cielo, y él ascendió hasta desaparecer por completo, y el cuarto quedó tal como había estado antes de aparecerse esta luz celestial.
44 Me quedé reflexionando sobre la singularidad de la escena, y maravillándome grandemente de lo que me había dicho este mensajero extraordinario, cuando en medio de mi meditación, de pronto descubrí que mi cuarto empezaba a iluminarse de nuevo, y, en lo que me pareció un instante, el mismo mensajero celestial apareció una vez más al lado de mi cama.
45 Empezó, y otra vez me dijo las mismísimas cosas que me había relatado en su primera visita, sin la menor variación; después de lo cual me informó de grandes juicios que vendrían sobre la tierra, con gran desolación causada por el hambre, la espada y las pestilencias; y que esos penosos juicios vendrían sobre la tierra en esta generación. Habiéndome referido estas cosas, de nuevo ascendió como lo había hecho anteriormente.
46 Ya para entonces eran tan profundas las impresiones que se me habían grabado en la mente, que el sueño había huido de mis ojos, y yacía dominado por el asombro de lo que había visto y oído. Pero cual no sería mi sorpresa al ver de nuevo al mismo mensajero al lado de mi cama, y oírlo repasar y repetir las mismas cosas que antes; y añadió una advertencia, diciéndome que Satanás procuraría tentarme (a causa de la situación indigente de la familia de mi padre) a que obtuviera las planchas con el fin de hacerme rico. Esto él me lo prohibió, y dijo que, al obtener las planchas, no debía tener presente más objeto que el de glorificar a Dios; y que ningún otro motivo había de influir en mí sino el de edificar su reino; de lo contrario, no podría obtenerlas.
47 Después de esta tercera visita, de nuevo ascendió al cielo como antes, y otra vez me quedé meditando en lo extraño de lo que acababa de experimentar; cuando casi inmediatamente después que el mensajero celestial hubo ascendido la tercera vez, cantó el gallo, y vi que estaba amaneciendo; de modo que nuestras conversaciones deben de haber durado toda aquella noche.
48 Poco después me levanté de mi cama y, como de costumbre, fui a desempeñar las faenas necesarias del día; pero al querer trabajar como en otras ocasiones, hallé que se me habían agotado a tal grado las fuerzas, que me sentía completamente incapacitado. Mi padre, que estaba trabajando cerca de mí, vio que algo me sucedía y me dijo que me fuera a casa. Partí de allí con la intención de volver a casa, pero al querer cruzar el cerco para salir del campo en que estábamos, se me acabaron completamente las fuerzas, caí inerte al suelo y por un tiempo no estuve consciente de nada.
49 Lo primero que pude recordar fue una voz que me hablaba, llamándome por mi nombre. Alcé la vista y, a la altura de mi cabeza, vi al mismo mensajero, rodeado de luz como antes. Entonces me relató otra vez todo lo que me había referido la noche anterior, y me mandó ir a mi padre y hablarle acerca de la visión y los mandamientos que había recibido.
50 Obedecí; regresé a donde estaba mi padre en el campo, y le declaré todo el asunto. Me respondió que era de Dios, y me dijo que fuera e hiciera lo que el mensajero me había mandado. Salí del campo y fui al lugar donde el mensajero me había dicho que estaban depositadas las planchas; y debido a la claridad de la visión que había visto tocante al lugar, en cuanto llegué allí, lo reconocí.
51 Cerca de la aldea de Manchester, condado de Ontario, estado de Nueva York, se levanta una colina de tamaño regular, y la más elevada de todas las de la comarca. Por el costado occidental del cerro, no lejos de la cima, debajo de una piedra de buen tamaño, yacían las planchas, depositadas en una caja de piedra. En el centro, y por la parte superior, esta piedra era gruesa y redonda, pero más delgada hacia los extremos; de manera que se podía ver la parte céntrica sobre la superficie del suelo, mientras que alrededor de la orilla estaba cubierta de tierra.
52 Habiendo quitado la tierra, conseguí una palanca que logré introducir debajo de la orilla de la piedra, y con un ligero esfuerzo la levanté. Miré dentro de la caja, y efectivamente vi allí las planchas, el Urim y Tumim y el pectoral, como lo había dicho el mensajero. La caja en que se hallaban estaba hecha de piedras, colocadas en una especie de cemento. En el fondo de la caja había dos piedras puestas transversalmente, y sobre estas descansaban las planchas y los otros objetos que las acompañaban.
53 Intenté sacarlas, pero me lo prohibió el mensajero; y de nuevo se me informó que aún no había llegado la hora de sacarlas, ni llegaría sino hasta después de cuatro años, a partir de esa fecha; pero me dijo que fuera a ese lugar precisamente un año después, y que él me esperaría allí; y que siguiera haciéndolo así hasta que llegara el momento de obtener las planchas.
54 De acuerdo con lo que se me había mandado, acudía al fin de cada año, y en cada ocasión encontraba allí al mismo mensajero, y en cada una de nuestras entrevistas recibía de él instrucciones e inteligencia concernientes a lo que el Señor iba a hacer, y cómo y de qué manera se conduciría su reino en los últimos días.
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