Lección 20
Isaías 29:11–12
Antiguo Testamento
11 Y os será toda visión como palabras de libro sellado, el cual darán al que sabe leer y le dirán: Lee ahora esto, y él dirá: No puedo, porque está sellado.
12 Y si se da el libro al que no sabe leer, diciéndole: Lee ahora esto, él dirá: No sé leer.
José Smith—Historia 1:55–67
Perla de Gran Precio
55 Debido a que las condiciones económicas de mi padre se hallaban sumamente limitadas, nos veíamos obligados a trabajar manualmente, a jornal y de otras maneras, según se presentaba la oportunidad. A veces estábamos en casa, a veces fuera de casa; y trabajando continuamente podíamos ganarnos un sostén más o menos cómodo.
56 En el año 1823 sobrevino a la familia de mi padre una aflicción muy grande con la muerte de mi hermano Alvin, el mayor de la familia. En el mes de octubre de 1825 me empleó un señor de edad llamado Josiah Stoal, del condado de Chenango, estado de Nueva York. Él había oído algo acerca de una mina de plata que los españoles habían explotado en Harmony, condado de Susquehanna, estado de Pensilvania; y antes de ocuparme ya había hecho algunas excavaciones para ver si le era posible descubrir la mina. Después que fui a vivir a la casa de él, me llevó con el resto de sus trabajadores a excavar en busca de la mina de plata, en lo cual estuve trabajando cerca de un mes sin lograr el éxito en nuestra empresa; y por fin convencí al anciano señor que dejase de excavar. Así fue como se originó el tan común rumor de que yo había sido buscador de dinero.
57 Durante el tiempo que estuve en ese trabajo, me hospedé con el señor Isaac Hale, de ese lugar. Fue allí donde por primera vez vi a mi esposa (su hija), Emma Hale. Nos casamos el 18 de enero de 1827 mientras yo todavía estaba al servicio del señor Stoal.
58 Por motivo de que continuaba afirmando que había visto una visión, la persecución me seguía acechando, y la familia del padre de mi esposa se opuso muchísimo a que nos casáramos. Por tanto, me vi obligado a llevarla a otra parte, de modo que nos fuimos y nos casamos en la casa del señor Tarbill, en South Bainbridge, condado de Chenango, en Nueva York. Inmediatamente después de mi matrimonio dejé el trabajo del señor Stoal, me trasladé a la casa de mi padre y con él labré la tierra esa temporada.
59 Por fin llegó el momento de obtener las planchas, el Urim y Tumim y el pectoral. El día veintidós de septiembre de mil ochocientos veintisiete, habiendo ido al fin de otro año, como de costumbre, al lugar donde estaban depositados, el mismo mensajero celestial me los entregó, con esta advertencia: que yo sería responsable de ellos; que si permitía que se extraviaran por algún descuido o negligencia mía, sería desarraigado; pero que si me esforzaba con todo mi empeño por preservarlos hasta que él (el mensajero) viniera por ellos, entonces serían protegidos.
60 Pronto supe por qué había recibido tan estrictos mandatos de guardarlos, y por qué me había dicho el mensajero que cuando yo terminara lo que se requería de mí, él vendría por ellos. Porque no bien se supo que yo los tenía, comenzaron a hacerse los más tenaces esfuerzos por privarme de ellos. Se recurrió a cuanta estratagema se pudo inventar para realizar ese propósito. La persecución llegó a ser más severa y enconada que antes, y grandes números de personas andaban continuamente al acecho para quitármelos, de ser posible. Pero mediante la sabiduría de Dios permanecieron seguros en mis manos hasta que cumplí con ellos lo que se requirió de mí. Cuando el mensajero, de conformidad con el acuerdo, llegó por ellos, se los entregué; y él los tiene a su cargo hasta el día de hoy, dos de mayo de mil ochocientos treinta y ocho.
61 Sin embargo, la agitación continuaba, y el rumor con sus mil lenguas no cesaba de hacer circular calumnias acerca de la familia de mi padre y de mí. Si me pusiera a contar la milésima parte de ellas, llenaría varios tomos. Sin embargo, la persecución llegó a ser tan intolerable que me vi obligado a salir de Manchester y partir con mi esposa al condado de Susquehanna, estado de Pensilvania. Mientras nos preparábamos para salir —siendo muy pobres, y agobiándonos de tal manera la persecución que no había probabilidad de que se mejorase nuestra situación— en medio de nuestras aflicciones hallamos a un amigo en la persona de un caballero llamado Martin Harris, que vino a nosotros y me dio cincuenta dólares para ayudarnos a hacer nuestro viaje. El señor Harris era vecino del municipio de Palmyra, condado de Wayne, en el estado de Nueva York, y un agricultor respetable.
62 Mediante esta ayuda tan oportuna, pude llegar a mi destino en Pensilvania, e inmediatamente después de llegar allí, comencé a copiar los caracteres de las planchas. Copié un número considerable de ellos, y traduje algunos por medio del Urim y Tumim, obra que efectué entre los meses de diciembre —fecha en que llegué a la casa del padre de mi esposa— y febrero del año siguiente.
63 En este mismo mes de febrero, el antedicho señor Martin Harris vino a nuestra casa, tomó los caracteres que yo había copiado de las planchas, y con ellos partió rumbo a la ciudad de Nueva York. En cuanto a lo que aconteció, respecto de él y los caracteres, deseo referirme a su propio relato de las circunstancias, cual él me lo comunicó a su regreso, y que es el siguiente:
64 “Fui a la ciudad de Nueva York y presenté los caracteres que habían sido traducidos, así como su traducción, al profesor Charles Anthon, célebre caballero por motivo de sus conocimientos literarios. El profesor Anthon manifestó que la traducción era correcta y más exacta que cualquiera otra que hasta entonces había visto del idioma egipcio. Luego le enseñé los que aún no estaban traducidos, y me dijo que eran egipcios, caldeos, asirios y árabes, y que eran caracteres genuinos. Me dio un certificado en el cual hacía constar a los ciudadanos de Palmyra que eran auténticos, y que la traducción de los que se habían traducido también era exacta. Tomé el certificado, me lo eché en el bolsillo, y estaba para salir de la casa cuando el Sr. Anthon me llamó, y me preguntó cómo llegó a saber el joven que había planchas de oro en el lugar donde las encontró. Yo le contesté que un ángel de Dios se lo había revelado.
65 “Él entonces me dijo: ‘Permítame ver el certificado’. De acuerdo con la indicación, lo saqué del bolsillo y se lo entregué; y él, tomándolo, lo hizo pedazos, diciendo que ya no había tales cosas como la ministración de ángeles, y que si yo le llevaba las planchas, él las traduciría. Yo le informé que parte de las planchas estaban selladas, y que me era prohibido llevarlas. Entonces me respondió: ‘No puedo leer un libro sellado’. Salí de allí, y fui a ver al Dr. Mitchell, el cual confirmó todo lo que el profesor Anthon había dicho, respecto de los caracteres, así como de la traducción”.
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Oliver Cowdery sirve de escribiente en la traducción del Libro de Mormón — José y Oliver reciben el Sacerdocio Aarónico de manos de Juan el Bautista — Son bautizados y ordenados, y reciben el espíritu de profecía. (Versículos 66–75).
66 El día 5 de abril de 1829, vino a mi casa Oliver Cowdery, a quien yo jamás había visto hasta entonces. Me dijo que había estado enseñando en una escuela que se hallaba cerca de donde vivía mi padre y, siendo este uno de los que tenían niños en la escuela, había ido a hospedarse por un tiempo en su casa; y que mientras estuvo allí, la familia le comunicó el hecho de que yo había recibido las planchas y, por consiguiente, había venido para interrogarme.
67 Dos días después de la llegada del señor Cowdery (siendo el día 7 de abril), empecé a traducir el Libro de Mormón, y él comenzó a escribir por mí.
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68 El mes siguiente (mayo de 1829), encontrándonos todavía realizando el trabajo de la traducción, nos retiramos al bosque un cierto día para orar y preguntar al Señor acerca del bautismo para la remisión de los pecados, del cual vimos que se hablaba en la traducción de las planchas. Mientras en esto nos hallábamos, orando e implorando al Señor, descendió un mensajero del cielo en una nube de luz y, habiendo puesto sus manos sobre nosotros, nos ordenó, diciendo:
69 Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en rectitud.
70 Declaró que este Sacerdocio Aarónico no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo, pero que se nos conferiría más adelante; y nos mandó bautizarnos, indicándonos que yo bautizara a Oliver Cowdery, y que después me bautizara él a mí.
71 Por consiguiente, fuimos y nos bautizamos. Yo lo bauticé primero, y luego me bautizó él a mí —después de lo cual puse mis manos sobre su cabeza y lo ordené al Sacerdocio de Aarón, y luego él puso sus manos sobre mí y me ordenó al mismo sacerdocio— porque así se nos había mandado.*
72 El mensajero que en esta ocasión nos visitó y nos confirió este sacerdocio dijo que se llamaba Juan, el mismo que es conocido como Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, y que obraba bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan, quienes poseían las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, sacerdocio que nos sería conferido, dijo él, en el momento oportuno; y que yo sería llamado el primer Élder de la Iglesia, y él (Oliver Cowdery) el segundo. Fue el día quince de mayo de 1829 cuando este mensajero nos ordenó, y nos bautizamos.
73 Inmediatamente después de salir del agua, tras haber sido bautizados, sentimos grandes y gloriosas bendiciones de nuestro Padre Celestial. No bien hube bautizado a Oliver Cowdery, cuando el Espíritu Santo descendió sobre él, y se puso de pie y profetizó muchas cosas que habían de acontecer en breve. Igualmente, en cuanto él me hubo bautizado, recibí también el espíritu de profecía y, poniéndome de pie, profeticé concerniente al desarrollo de esta Iglesia, y muchas otras cosas que se relacionaban con ella y con esta generación de los hijos de los hombres. Fuimos llenos del Espíritu Santo, y nos regocijamos en el Dios de nuestra salvación.
74 Encontrándose ahora iluminadas nuestras mentes, empezamos a comprender las Escrituras, y nos fue revelado el verdadero significado e intención de sus pasajes más misteriosos de una manera que hasta entonces no habíamos logrado, ni siquiera pensado. Mientras tanto, nos vimos obligados a guardar en secreto las circunstancias relativas al haber recibido el sacerdocio y el habernos bautizado, por motivo del espíritu de persecución que ya se había manifestado en la región.
75 De cuando en cuando habían amenazado golpearnos, y esto por parte de los profesores de religión; y lo único que contrarrestó sus intenciones de atropellarnos fue la influencia de los familiares de mi esposa (mediante la divina Providencia), los cuales se habían vuelto muy amigables conmigo, y se oponían a los populachos, y deseaban que se me permitiera continuar sin interrupción la obra de la traducción. Por consiguiente, nos ofrecieron y prometieron protección, hasta donde les fuera posible, de cualquier acto ilícito.
Oliver Cowdery sirve de escribiente en la traducción del Libro de Mormón — José y Oliver reciben el Sacerdocio Aarónico de manos de Juan el Bautista — Son bautizados y ordenados, y reciben el espíritu de profecía. (Versículos 66–75).
66 El día 5 de abril de 1829, vino a mi casa Oliver Cowdery, a quien yo jamás había visto hasta entonces. Me dijo que había estado enseñando en una escuela que se hallaba cerca de donde vivía mi padre y, siendo este uno de los que tenían niños en la escuela, había ido a hospedarse por un tiempo en su casa; y que mientras estuvo allí, la familia le comunicó el hecho de que yo había recibido las planchas y, por consiguiente, había venido para interrogarme.
67 Dos días después de la llegada del señor Cowdery (siendo el día 7 de abril), empecé a traducir el Libro de Mormón, y él comenzó a escribir por mí.
Jeffrey R. Holland, “Seguridad para el alma”, Liahona, noviembre de 2009, págs. 88–90.
Seguridad para el alma
Élder Jeffrey R. Holland
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Quiero que quede absolutamente claro cuando esté ante el tribunal del juicio de Dios que he declarado al mundo… que el Libro de Mormón es verdadero.
Las profecías sobre los últimos días a menudo hacen referencia a calamidades de gran escala tales como terremotos, hambre e inundaciones; éstas, a la vez, pueden estar relacionadas con las vasta agitación económica o política de uno u otro tipo.
Pero existe una clase de destrucción de los últimos días que siempre me ha sonado más personal que pública, más individual que colectiva, una advertencia que quizá se aplique más dentro de la Iglesia que fuera de ella. El Salvador advirtió que en los últimos días aun los que son “del convenio”, los escogidos mismos, podrían ser engañados por el enemigo de la verdad. Si pensamos en ello como una forma de destrucción espiritual, eso podría arrojar luz sobre otra profecía de los últimos días. Piensen en el corazón como el centro figurativo de nuestra fe, el lugar poético de nuestras lealtades y valores; entonces, consideren la declaración de Jesús de que en los últimos días “[desfallecerían] los hombres”.
Lo alentador es, desde luego, que nuestro Padre Celestial conoce todos esos peligros de los últimos días, esos problemas del corazón y del alma, y nos ha dado consejo y protección con respecto a ellos.
En vista de ello, siempre ha sido significativo para mí que el Libro de Mormón, una de las poderosas piedras clave del Señor en este contraataque frente a las dificultades de los últimos días, comience con una gran parábola de la vida, una amplia alegoría de la esperanza contra el temor, de la luz contra la oscuridad, de la salvación contra la destrucción, una alegoría a la que, de modo conmovedor, se refirió la hermana Ann Dibb esta mañana.
En el sueño de Lehi, una jornada que ya era difícil, se complica más cuando surge un vapor de tinieblas que nubla toda la vista del seguro pero estrecho camino que su familia y otros habían de seguir. Es imperativo notar que ese vapor de tinieblas desciende sobre todos los viajeros, sobre los fieles y los resueltos (hasta podríamos decir los escogidos), y sobre los débiles y los que no tienen cimientos. El punto principal del relato es que los viajeros que tienen éxito resisten todas las distracciones, incluso la tentación de caminos prohibidos y las burlas provocadoras de los vanos y orgullosos que han seguido dichos caminos. El registro dice que los que estaban protegidos “siguieron hacia adelante, asidos constante y tenazmente” a la barra de hierro que sigue infaliblemente el curso del camino verdadero. Sin importar la obscuridad de la noche o del día, la barra señala el camino de ese sendero solitario y redentor.
Nefi dice después: “vi que la barra de hierro… representaba la palabra de Dios, la cual conducía… al árbol de la vida;… una representación del amor de Dios”. Al ver esa manifestación del amor de Dios, Nefi dice: “…vi al Redentor del mundo… quien salió, ejerciendo su ministerio entre el pueblo…
“…Y vi a multitudes de personas que estaban enfermas y afligidas con toda clase de males, y con demonios y con espíritus impuros;… Y fueron sanadas por el poder del Cordero de Dios; y los demonios y los espíritus impuros fueron echados fuera”.
Amor. Curación. Ayuda. Esperanza. El poder de Cristo para combatir toda dificultad en todo momento, incluso el final de los tiempos. Ése es el puerto seguro al que Dios quiere que acudamos en nuestros días de desesperación personal o pública. Ése es el mensaje con el que el Libro de Mormón comienza y es el mensaje con el que acaba, llamándonos a todos a “venir a Cristo, y perfeccionarnos en él”. Esa frase que proviene del testimonio final de Moroni, escrito mil años después de la visión de Lehi, es el testimonio sobre el único verdadero camino de un hombre moribundo.
Permítanme referirme a un testimonio moderno “de los últimos días”. Cuando José Smith y su hermano Hyrum partieron hacia Carthage para enfrentar lo que ellos sabían que sería su inminente martirio, Hyrum leyó estas palabras para consolar el corazón de su hermano:
“Tú has sido fiel; por tanto… serás fortalecido, aun hasta sentarte en el lugar que he preparado en las mansiones de mi Padre.
“Y ahora yo, Moroni, me despido… hasta que nos encontremos ante el tribunal de Cristo”.
Esos son unos pocos versículos del capítulo 12 de Éter del Libro de Mormón. Antes de cerrar el libro, Hyrum dobló la esquina de la hoja de la que había leído, marcándola como parte del testimonio sempiterno por el cual esos dos hermanos estaban a punto de morir. Tengo en mi mano ese libro, el mismo ejemplar del que leyó Hyrum, y aún se ve la misma esquina doblada de la página. Más tarde, cuando estaba en la cárcel de Carthage, José el Profeta se volvió hacia los guardias que lo tenían cautivo y dio un poderoso testimonio de la autenticidad divina del Libro de Mormón. Poco después, las pistolas y las balas acabarían con la vida de esos dos testadores.
Como uno de los miles de elementos de mi propio testimonio de la divinidad del Libro de Mormón, presento esto, como una evidencia más de su veracidad. En ésa, su más apremiante y última hora de necesidad, yo les pregunto: ¿blasfemarían esos hombres ante Dios y continuarían basando su vida, su honor y su propia búsqueda de la salvación eterna en un libro (y por ende en una iglesia y un ministerio) que ellos hubieran inventado de la nada?
Olvídense por un momento de que las esposas de ellos están a punto de convertirse en viudas y sus hijos a punto de quedarse huérfanos; olvídense de que el pequeño grupo de sus seguidores quedarán “sin casa, sin hogares y sin amigos” y que sus hijos dejarán huellas de sangre sobre ríos congelados y desoladas praderas; olvídense que legiones perecerán y otras vivirán declarando en los cuatro cabos de la tierra que saben que el Libro de Mormón y la Iglesia que lo proclama son verdaderos. Descarten todo eso y díganme si en esta hora de muerte, ¿entrarían estos dos hombres en la presencia de su Juez Eterno, hallando solaz y citando un libro, el cual, si no fuera la mismísima palabra de Dios, los tildaría de impostores y charlatanes por la eternidad? ¡Ellos no harían eso! Estaban dispuestos a morir antes que negar el origen divino y la veracidad eterna del Libro de Mormón.
Durante 179 años este libro ha sido examinado y atacado, negado y fragmentado, estado bajo el escrutinio y la crítica, quizá como ningún otro libro de la historia religiosa moderna, o quizá como ningún otro libro en la historia de la religión; pero todavía permanece firme. Fallidas teorías sobre sus orígenes han surgido, se han diseminado y han desaparecido, desde las de Ethan Smith y Solomon Spaulding, hasta las de obsesivos paranoicos y genios muy astutos; pero ninguna de esas francamente patéticas respuestas sobre el libro ha resistido el análisis, porque no hay ninguna otra respuesta como la que dio José que era un joven traductor indocto. En esto me uno a mi propio bisabuelo que dijo bien llanamente: “Ningún hombre inicuo podría escribir un libro como éste, y ningún hombre bueno lo escribiría, a menos que fuera verdad y que Dios le hubiera mandado hacerlo”.
Testifico que nadie puede llegar a la fe cabal en esta obra de los últimos días, y por lo tanto hallar la medida plena de paz y consuelo en nuestros días, hasta que acepte la divinidad del Libro de Mormón y del Señor Jesucristo de quien éste testifica. Si alguien fuera tan insensato o se le hubiera engañado tanto, al punto de rechazar las 531 páginas [en inglés] de un texto previamente desconocido, repleto de complejidad literaria y semítica, sin intentar sinceramente hallar una explicación del origen de esas páginas, en especial sin tomar en cuenta el poderoso testimonio de Jesucristo y el impacto espiritual tan profundo que ese testimonio ha tenido en los que hoy llegan a millones de lectores, entonces, esa persona, ya sea un escogido o no, ha sido engañada; y si se va de esta Iglesia, tendrá que hacerlo esquivando el Libro de Mormón para poder salir. En este sentido, el libro es exactamente lo que se dijo que era Cristo: “piedra de tropiezo y roca de escándalo”, una barrera en el camino de los que no desean creer en esta obra. Testigos, incluso testigos que fueron hostiles a José, testificaron hasta la muerte que habían visto un ángel y que habían palpado las planchas; ellos dijeron: “[Las planchas] se nos han mostrado por el poder de Dios y no por el de ningún hombre…” y afirmaron “por tanto, sabemos con certeza que la obra es verdadera”.
Ahora, yo no navegué con el hermano de Jared cuando cruzó el océano para establecerse en un mundo nuevo; no escuché al rey Benjamín decir ese sermón angelical; no prediqué con Alma ni Amulek, ni fui testigo de la muerte en la hoguera de los inocentes que creyeron; no estuve en medio de la multitud de nefitas que tocaron las heridas del Señor resucitado, ni lloré con Mormón ni con Moroni por la destrucción de toda una civilización; pero mi testimonio de este registro y de la paz que trae al corazón humano es tan vinculante y claro como fue el testimonio de ellos. Al igual que ellos: “Doy [mi nombre] al mundo para testificar al mundo lo que [he] visto. Al igual que ellos: No [miento], pues Dios es [mi] testigo”.
Pido que mi testimonio del Libro de Mormón y todo lo que ello implica, que comparto aquí bajo mi propio juramento y oficio, sea registrado por los hombres en la tierra y los ángeles en el cielo. Espero tener algunos años más en mis “últimos días”, pero los tenga o no, quiero que quede absolutamente claro cuando esté ante el tribunal del juicio de Dios que he declarado al mundo, con el lenguaje más directo que pueda expresar, que el Libro de Mormón es verdadero, que salió a la luz de la forma que José dijo que salió y que fue dado para traer felicidad y esperanza a los fieles durante las tribulaciones de estos últimos días.
Mi testimonio hace eco al de Nefi, quien escribió parte del libro en sus “últimos días”:
“…escuchad estas palabras y creed en Cristo; y si no creéis en estas palabras, creed en Cristo. Y si creéis en Cristo, creeréis en estas palabras, porque son las palabras de Cristo… y enseñan a todos los hombres que deben hacer lo bueno.
“Y si no son las palabras de Cristo, juzgad; porque en el postrer día Cristo os manifestará con poder y gran gloria que son sus palabras”.
Hermanos y hermanas, Dios siempre brinda seguridad para el alma y, con el Libro de Mormón, Él también lo ha hecho en nuestra época. Recuerden esta declaración del mismo Jesús: “El que atesore mi palabra, no será engañado”, entonces, en los últimos días ni el corazón ni la fe de ustedes desfallecerán. De esto testifico fervientemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.
Ezra Taft Benson, “El Libro de Mormón: La [piedra] clave de nuestra religión”, Liahona, octubre de 2011, págs. 53–58.
El Libro de Mormón: La [piedra] clave de nuestra religión
Por el presidente Ezra Taft Benson (1899–1994)
Ezra Taft Benson pasó a ser el decimotercer Presidente de la Iglesia el 10 de noviembre de 1985. Se le recuerda por su firme testimonio del poder del Libro de Mormón y por recalcar su importancia en el estudio diario de las Escrituras, la obra misional y la enseñanza del Evangelio. Este año se conmemora el vigésimo quinto aniversario de ese discurso que pronunció en la conferencia general de octubre de 1986.
Mis amados hermanos y hermanas, hoy quisiera hablar sobre uno de los dones más importantes que se han dado al mundo en tiempos modernos. El don al que me refiero es más importante que cualquiera de las invenciones que han surgido de la revolución industrial y tecnológica. Éste es un don de aun mayor valor para el género humano que los muchos adelantos maravillosos que hemos visto en la medicina moderna. Es de mayor valor para el género humano que la evolución de los vuelos y viajes espaciales. Hablo del don del Libro de Mormón, dado al género humano hace ya ciento cincuenta y seis años.
Ese don fue preparado por la mano del Señor durante un período de más de mil años, luego Él mismo lo escondió a fin de preservarlo en su pureza para nuestra generación. Quizá no haya nada que testifique más claramente de la importancia de este libro moderno de Escrituras que lo que el Señor mismo ha dicho sobre él.
Por Su propia boca ha dado testimonio de que (1) es verdadero (D. y C. 17:6), (2) contiene la verdad y Sus palabras (D. y C. 19:26), (3) se tradujo por el poder de lo alto (D. y C. 20:8), (4) contiene la plenitud del evangelio de Jesucristo (D. y C. 20:9; 42:12), (5) fue dado por inspiración y confirmado por el ministerio de ángeles (D. y C. 20:10), (6) da evidencia de que las santas Escrituras son verdaderas (D. y C. 20:11), y (7) aquellos que lo reciban con fe recibirán la vida eterna (D. y C. 20:14).
Un poderoso segundo testimonio de la importancia del Libro de Mormón es notar el momento de la cronología de la Restauración en que el Señor indicó que saliera a luz. Lo único que lo precedió fue la Primera Visión. En esa maravillosa manifestación, el profeta José Smith aprendió sobre la verdadera naturaleza de Dios y supo que Dios tenía una obra que encomendarle. La salida a luz del Libro de Mormón fue el paso siguiente.
Piensen en eso y en lo que implica. La salida a luz del Libro de Mormón precedió a la restauración del sacerdocio. Se publicó unos pocos días antes de que se organizara la Iglesia. A los santos se les dio el Libro de Mormón para que lo leyeran antes de que se les dieran las revelaciones que detallaban importantes doctrinas tales como los tres grados de gloria, el matrimonio celestial y la obra por los muertos. Apareció antes de la organización de los quórumes del sacerdocio y de la Iglesia. ¿No nos dice esto algo sobre cómo considera el Señor esta obra sagrada?
Una vez que nos demos cuenta de cómo se siente el Señor con respecto a este libro, no debería sorprendernos que también nos dé advertencias solemnes sobre cómo recibirlo. Después de indicar que aquellos que reciban el Libro de Mormón con fe, obrando con rectitud, recibirán una corona de vida eterna (véase D. y C. 20:14), el Señor continúa con esta exhortación: “mas para quienes endurezcan sus corazones en la incredulidad y [lo] rechacen, se tornará para su propia condenación” (D. y C. 20:15).
En 1829, el Señor advirtió a los santos que no trataran con liviandad las cosas sagradas (véase D. y C. 6:12). Ciertamente, el Libro de Mormón es sagrado y, sin embargo, muchos lo tratan con liviandad o, en otras palabras, lo toman a la ligera y lo tratan como si fuera de poca importancia.
En 1832, cuando algunos de los primeros misioneros regresaban de sus campos de labor, el Señor los reprendió por tratar el Libro de Mormón a la ligera. Les dijo que, como resultado de esa actitud, sus mentes se habían ofuscado. El tratar ese libro sagrado a la ligera no solamente los había dejado en tinieblas a ellos mismos, sino que también había traído condenación a toda la Iglesia, aun a los hijos de Sión. Y luego el Señor dijo: “y permanecerán bajo esta condenación hasta que se arrepientan y recuerden el nuevo convenio, a saber, el Libro de Mormón” (D. y C. 84:54–57).
¿Es el hecho de que hemos tenido el Libro de Mormón por más de un siglo y medio razón para que hoy nos parezca menos importante? ¿Recordamos el nuevo convenio, a saber, el Libro de Mormón? En la Biblia tenemos el Antiguo y el Nuevo Testamento. La palabra testamento es el equivalente en inglés de una palabra griega que se puede traducir como convenio. ¿Es esto lo que quiso decir el Señor cuando llamó al Libro de Mormón el “nuevo convenio”? Realmente es otro testamento o testigo de Jesús; ésa es una de las razones por las que recientemente hemos agregado las palabras “Otro Testamento de Jesucristo” al título del Libro de Mormón.
Si a los primeros santos se les reprendió por tratar el Libro de Mormón a la ligera, ¿acaso estamos nosotros bajo menor condenación si hacemos lo mismo? El Señor mismo da testimonio de que es de importancia eterna. ¿Puede un pequeño grupo de nosotros traer condenación a toda la Iglesia por jugar con cosas sagradas? ¿Qué diremos en el día del juicio, cuando nos enfrentemos a Él y encontremos Su mirada indagante, si nos encontramos entre aquellos que han olvidado el nuevo convenio?
Existen tres grandes razones por las cuales los Santos de los Últimos Días deberían hacer del estudio del Libro de Mormón un esfuerzo de toda la vida.
La primera es que el Libro de Mormón es la piedra clave de nuestra religión. Así lo declaró el profeta José Smith. Él testificó que “el Libro de Mormón era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la [piedra] clave de nuestra religión”. Una piedra clave es la piedra central o angular de un arco; sostiene a todas las demás piedras en su lugar, y si se quita, el arco se derrumba.
Hay tres formas en que el Libro de Mormón es la piedra clave de nuestra religión. Es la piedra clave de nuestro testimonio de Jesucristo; es la piedra clave de nuestra doctrina y es la piedra clave del testimonio en general.
El Libro de Mormón es la piedra clave de nuestro testimonio de Jesucristo, quien a la vez es la piedra angular de todo lo que hacemos. Con poder y claridad testifica de Su realidad. A diferencia de la Biblia, que pasó por generaciones de copistas, traductores y religiosos corruptos que manipularon indebidamente el texto, el Libro de Mormón vino de escritor a lector en un solo paso inspirado de traducción; por lo tanto, su testimonio del Maestro es claro, puro y lleno de poder. Pero hace más aún. Gran parte del mundo cristiano actual rechaza la divinidad del Salvador, pone en tela de juicio Su nacimiento milagroso, Su vida perfecta y la realidad de Su gloriosa resurrección. El Libro de Mormón enseña en términos claros e inequívocos la autenticidad de tales hechos. También proporciona la explicación más completa de la doctrina de la Expiación. En verdad, este libro divinamente inspirado es una piedra clave al dar testimonio al mundo de que Jesús es el Cristo.
El Libro de Mormón es también la piedra clave de la doctrina de la resurrección. Como mencioné anteriormente, el Señor mismo ha declarado que el Libro de Mormón contiene “la plenitud del evangelio de Jesucristo” (D. y C. 20:9). Eso no quiere decir que contiene todas las enseñanzas, ni toda la doctrina que se haya revelado. Más bien, quiere decir que en el Libro de Mormón encontraremos la plenitud de las doctrinas necesarias para nuestra salvación; y se enseñan de manera clara y sencilla a fin de que aun los niños puedan aprender los senderos de la salvación y la exaltación. El Libro de Mormón ofrece muchas cosas que ensanchan nuestro conocimiento de las doctrinas de salvación; sin él, mucho de lo que se enseña en otras Escrituras no sería tan claro y precioso.
Finalmente, el Libro de Mormón es la piedra clave del testimonio. Al igual que el arco se derrumba si se le quita la piedra clave, así también toda la Iglesia permanece o cae en base a la veracidad del Libro de Mormón. Los enemigos de la Iglesia entienden esto claramente, y ésa es la razón por la que luchan tan arduamente para tratar de desacreditar el Libro de Mormón, porque si pueden hacerlo, también descalificarían al profeta José Smith, así como nuestra afirmación de que poseemos las llaves del sacerdocio, revelación y la Iglesia restaurada. Asimismo, si el Libro de Mormón es verdadero —y millones ya han testificado que han recibido la confirmación del Espíritu de que en realidad es verdadero— entonces uno debe aceptar las afirmaciones de la restauración y todo lo que la acompaña.
Sí, mis amados hermanos y hermanas, el Libro de Mormón es la piedra clave de nuestra religión, la piedra clave de nuestro testimonio, la piedra clave de nuestra doctrina y la piedra clave del testimonio en cuanto a nuestro Señor y Salvador.
La segunda gran razón por la que debemos hacer del Libro de Mormón el centro de nuestro estudio es porque fue escrito para nuestros días. Los nefitas nunca tuvieron el libro, ni tampoco los lamanitas de la antigüedad. Fue escrito para nosotros. Mormón escribió cerca del fin de la civilización nefita. Bajo la inspiración de Dios, quien ve todas las cosas desde el principio, compendió siglos de registros, escogiendo las historias, los discursos y los acontecimientos que más nos serían de provecho.
Cada uno de los escritores principales del Libro de Mormón testificó que escribía para generaciones futuras. Nefi dijo: “…el Señor Dios me ha prometido que estas cosas que escribo serán guardadas, y preservadas y entregadas a los de mi posteridad, de generación en generación” (2 Nefi 25:21). Su hermano Jacob, quien lo sucedió, escribió palabras similares: “Porque [Nefi] dijo que la historia de su pueblo debería grabarse sobre sus otras planchas, y que yo debía conservar estas planchas y transmitirlas a mi posteridad, de generación en generación” (Jacob 1:3). Tanto Enós como Jarom indicaron que ellos tampoco estaban escribiendo para su propia gente, sino para generaciones futuras (véase Enós 1:15–16; Jarom 1:2).
Mormón mismo dijo: “…sí, os hablo a vosotros, un resto de la casa de Israel” (Mormón 7:1). Y Moroni, el último de los inspirados autores, realmente vio nuestros días y época. “He aquí”, dijo, “el Señor me ha mostrado cosas grandes y maravillosas concernientes a lo que se realizará en breve, en ese día en que aparezcan estas cosas entre vosotros.
“He aquí, os hablo como si os hallaseis presentes, y sin embargo, no lo estáis. Pero he aquí, Jesucristo me os ha mostrado, y conozco vuestras obras” (Mormón 8:34–35).
Si ellos vieron nuestros días y eligieron aquellas cosas que serían de máximo valor para nosotros, ¿no es pensando en ello que deberíamos estudiar el Libro de Mormón? Constantemente deberíamos preguntarnos: “¿Por qué inspiró el Señor a Mormón (o a Moroni o a Alma) para que incluyera esto en su registro? ¿Qué lección puedo aprender de esto que me ayude a vivir en este día y en esta época?” .
Y hay ejemplo tras ejemplo de cómo se contesta esa pregunta. Por ejemplo, en el Libro de Mormón encontramos un modelo para prepararnos para la Segunda Venida. Una gran parte del libro se centra en las pocas décadas antes de la venida de Cristo a América. Por medio de un estudio cuidadoso de ese período, podemos determinar por qué algunos fueron destruidos en los terribles juicios que precedieron a Su venida y qué indujo a otros a pararse ante el templo, en la tierra de Abundancia, y meter sus manos en las heridas de las manos y los pies del Señor.
Del Libro de Mormón aprendemos cómo viven los discípulos de Cristo en tiempos de guerra. Por el Libro de Mormón vemos las iniquidades de las combinaciones secretas expuestas en una gráfica y fría realidad. En el Libro de Mormón encontramos lecciones en cuanto a enfrentar la persecución y la apostasía. Aprendemos mucho sobre cómo hacer la obra misional. Y más que en cualquier otro lugar, en el Libro de Mormón vemos los peligros del materialismo y de poner nuestro corazón en las cosas del mundo. ¿Puede alguien dudar de que este libro sea para nosotros y de que en él encontramos gran poder, consuelo y protección?
La tercera razón por la cual el Libro de Mormón es de tanto valor para los Santos de los Últimos Días se da en la misma declaración del profeta José Smith, citada anteriormente. Él dijo: “Declaré a los hermanos que el Libro de Mormón era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la [piedra] clave de nuestra religión; y que un hombre se acercaría más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro”. Ésa es la tercera razón para estudiar el Libro de Mormón. Nos ayuda a acercarnos a Dios. ¿No hay algo profundo en nuestro corazón que añora acercarse más a Dios, ser más como Él en nuestra vida diaria, sentir Su presencia constantemente? Si es así, el Libro de Mormón nos ayudará a lograrlo más que ningún otro libro.
No es sólo que el Libro de Mormón nos enseña la verdad, aunque en realidad así lo hace; no es sólo que el Libro de Mormón da testimonio de Cristo, aunque de hecho también lo hace; hay algo más que eso. Hay un poder en el libro que empezará a fluir en la vida de ustedes en el momento en que empiecen a estudiarlo seriamente. Encontrarán mayor poder para resistir la tentación, encontrarán el poder para evitar el engaño, encontrarán el poder para mantenerse en el camino estrecho y angosto. A las Escrituras se las llama “las palabras de vida” (véase D. y C. 84:85), y en ningún otro caso es eso más verdadero que en el caso del Libro de Mormón. Cuando ustedes empiecen a tener hambre y sed de esas palabras, encontrarán vida en mayor abundancia.
Nuestro amado hermano, el presidente Marion G. Romney… testificó sobre las bendiciones que pueden llegar a la vida de aquellos que lean y estudien el Libro de Mormón. Él dijo:
“Tengo la certeza de que si, en el hogar, los padres leen el Libro de Mormón en forma regular y con oración, tanto solos como con sus hijos, el espíritu de ese gran libro reinará en nuestros hogares así como en los que moren allí. El espíritu de reverencia aumentará, el respeto y la consideración mutuos crecerán, el espíritu de contención se alejará; los padres aconsejarán a sus hijos con más amor y sabiduría. Los hijos serán más receptivos y sumisos al consejo de sus padres. Aumentará la rectitud. La fe, la esperanza y la caridad —el amor puro de Cristo— abundarán en nuestros hogares y en nuestra vida, trayendo consigo paz, gozo y felicidad”.
Esas promesas —el aumento del amor y de la armonía en el hogar, un mayor respeto entre padres e hijos, mayor espiritualidad y rectitud— no son promesas vanas, sino es exactamente lo que el profeta José Smith quiso decir cuando declaró que el Libro de Mormón nos ayudará a acercarnos más a Dios.
Hermanos y hermanas, les imploro de todo corazón que consideren con gran solemnidad la importancia del Libro de Mormón para ustedes personalmente y para la Iglesia colectivamente.
Hace más de diez años hice la siguiente declaración acerca del Libro de Mormón:
“¿Habrá consecuencias eternas que dependan de nuestra reacción a este libro? Sí, ya sea para nuestra bendición o para nuestra condenación.
“Todo Santo de los Últimos Días debería hacer del estudio de este libro un empeño de toda la vida. De otro modo, está poniendo en peligro su alma, descuidando aquello que puede darle unidad espiritual e intelectual a toda su vida. Hay una diferencia entre un converso edificado en la roca de Cristo a través del Libro de Mormón y que permanece aferrado a esa barra de hierro y otro que no lo está”.
Hoy día les reafirmo esas palabras. No permanezcamos bajo condenación, con sus castigos y juicios, por el hecho de tratar ligeramente este gran y maravilloso don que el Señor nos ha concedido. Más bien, obtengamos las promesas relacionadas con el atesorarlo en nuestro corazón.
En Doctrina y Convenios, sección 84, versículos 54 al 58, leemos:
“Y en ocasiones pasadas vuestras mentes se han ofuscado a causa de la incredulidad, y por haber tratado ligeramente las cosas que habéis recibido,
“y esta incredulidad y vanidad han traído la condenación sobre toda la iglesia.
“Y esta condenación pesa sobre los hijos de Sión, sí, todos ellos;
“y permanecerán bajo esta condenación hasta que se arrepientan y recuerden el nuevo convenio, a saber, el Libro de Mormón y los mandamientos anteriores que les he dado, no sólo de hablar, sino de obrar de acuerdo con lo que he escrito,
“a fin de que den frutos dignos para el reino de su Padre; de lo contrario, queda por derramarse un azote y juicio sobre los hijos de Sión”.
Desde la última conferencia general he recibido muchas cartas de los santos, tanto jóvenes como adultos, de todas partes del mundo, que han aceptado el compromiso personal de leer y estudiar el Libro de Mormón.
Me han emocionado sus relatos de la forma en que el libro ha cambiado su vida y de cómo se han acercado más al Señor como resultado de su dedicación. Esos gloriosos testimonios han reafirmado a mi alma las palabras del profeta José Smith de que el Libro de Mormón es verdaderamente “la [piedra] clave de nuestra religión” y de que un hombre y una mujer “se acercaría[n] más a Dios por seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro”.
Ése es mi ruego, que el Libro de Mormón se convierta en la piedra clave de nuestra vida.
Neal A. Maxwell, “By the Gift and Power of God”, Ensign, enero de 1997, págs. 36–41.
"Por el don y el poder de Dios"
Por el élder Neal A. Maxwell
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Una mirada a la traducción del Libro de Mormón y a la naturaleza milagrosa de la obra realizada por el profeta José Smith.
La aparición del Libro de Mormón es un episodio maravilloso no sólo en la historia de la Iglesia sino también en la historia de la humanidad. Ustedes y yo estamos en deuda con muchas personas por el papel que desempeñaron para traernos el Libro de Mormón, un libro lleno de verdades salvíficas claras y preciosas que surgió por "el don y el poder de Dios" (página del título del Libro de Mormón). Por medio de las labores y los sacrificios de muchos, la "obra maravillosa y un prodigio" prevista por Isaías (Isa. 29:14) restauró verdades vitales que se habían perdido para la humanidad durante siglos. La mejor manera de expresar nuestra gratitud es leyendo y aplicando las enseñanzas del Libro de Mormón.
Un regalo divino
Después de todo, el propósito declarado del Libro de Mormón es "convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo" (página del título), lo que lo convierte en un regalo divino para toda la familia humana.
De hecho, Nefi nos dice que Dios "no hace nada si no es para el beneficio del mundo" (2 Ne. 26:24). El conocimiento relativo al plan de salvación de Dios, repetida y cuidadosamente expuesto en el Libro de Mormón, puede contrarrestar la desesperanza y la desesperación de algunos que lamentan el predicamento humano en el que sienten que los mortales son "concebidos sin consentimiento" y "arrancados lloriqueando a un universo ajeno" (Morris L. West, The Tower of Babel [1968], 183). Muchos mortales necesitan desesperadamente saber que existe un diseño divino. No es de extrañar que el Señor le dijera a José Smith que la Restauración vino para aumentar la fe en la tierra. (véase D&C 1:21).
Originalmente traducido del egipcio reformado al inglés, las palabras del Libro de Mormón están ahora disponibles en 88 idiomas. Es probable que en los próximos años se llegue a los 100 idiomas. Desde su primera edición de 5.000 ejemplares en 1830 y hasta 1995, se calcula que se han distribuido casi 78.000.000 de ejemplares.
Sabemos que la influencia del libro seguirá creciendo. "Por lo tanto, estas cosas pasarán de generación en generación mientras la tierra permanezca en pie; y pasarán según la voluntad y el deseo de Dios; y las naciones que las posean serán juzgadas por ellas según las palabras que están escritas" (2 Ne. 25:22). Entre otras palabras que predicen la creciente influencia del libro se encuentran éstas: "Viene el día en que las palabras del libro que fueron selladas se leerán en las azoteas de las casas" (2 Ne. 27:11). Por lo tanto, ¡los mejores días del Libro de Mormón aún están por venir!
Perspectiva del proceso de traducción
El profeta José Smith trabajó por el don y el poder de Dios en medio de numerosas interrupciones, amargas persecuciones e incluso los "esfuerzos más denodados" para arrancarle las planchas reales (JS-H 1:60). La suya no era la vida tranquila de un erudito aislado en algún santuario protegido donde podía trabajar en su tiempo libre ininterrumpido. Había que hacer las tareas. Había que cuidar a su familia. José era tan concienzudo que el Señor le aconsejó: "No corras más deprisa ni trabajes más de lo que te permitan las fuerzas y los medios para traducir; pero sé diligente hasta el fin" (D. y C. 10:4).
Muchos de los que leen el Libro de Mormón comprensiblemente desean saber más sobre su aparición, incluyendo el proceso real de traducción. Esto fue ciertamente así con el fiel y leal Hyrum Smith. Al preguntar, el profeta José le dijo a Hyrum que "no se pretendía contar al mundo todos los detalles de la aparición del Libro de Mormón" y que "no era conveniente que contara estas cosas" (Historia de la Iglesia, 1:220). Por lo tanto, lo que sabemos sobre la aparición real del Libro de Mormón es adecuado, pero no es exhaustivo.
Nuestro enfoque principal al estudiar el Libro de Mormón debe ser en los principios del evangelio de todos modos, no en el proceso por el cual el libro surgió. Sin embargo, debido a que su aparición cumplió tan ampliamente la profecía de Isaías de una "obra maravillosa y un prodigio", podemos encontrar una fe fortalecida al considerar cuán maravillosa y prodigiosa fue realmente la traducción.
"Vista y poder para traducir"
Sólo el profeta José conocía el proceso completo, y fue deliberadamente reacio a describir los detalles. Tomamos nota de pasada de las palabras de David Whitmer, Joseph Knight y Martin Harris, que eran observadores, no traductores. David Whitmer indicó que a medida que el Profeta usaba los instrumentos divinos provistos para ayudarlo, "los jeroglíficos aparecían, y también la traducción en el idioma inglés... en letras luminosas brillantes". Entonces José le leía las palabras a Oliver (citado en James H. Hart, "About the Book of Mormon", Deseret Evening News, 25 mar. 1884, 2). Martin Harris relató sobre la piedra vidente: "Aparecían frases que eran leídas por el Profeta y escritas por Martin" (citado en Edward Stevenson, "One of the Three Witnesses: Incidents in the Life of Martin Harris", Latter-day Saints' Millennial Star, 6 de febrero de 1882, 86-87). Joseph Knight hizo observaciones similares (véase Dean Jessee, "Joseph Knight's Recollection of Early Mormon History", BYU Studies 17 [otoño de 1976]: 35).
Se informa que Oliver Cowdery testificó en la corte que el Urim y el Tumim permitieron a José "leer en inglés, los caracteres egipcios reformados, que estaban grabados en las planchas" ("Mormonites", Evangelical Magazine and Gospel Advocate, 9 de abril de 1831). Si estos informes son exactos, sugieren un proceso que indica que Dios le dio a José "vista y poder para traducir" (D&C 3:12).
Si por medio de estos instrumentos divinos el Profeta veía las palabras antiguas traducidas al inglés y luego dictaba, no estaba necesariamente y constantemente escudriñando los caracteres de las planchas -el proceso de traducción habitual de ir y venir entre la ponderación de un texto antiguo y la interpretación moderna.
Al parecer, el proceso de revelación no requería que el Profeta se convirtiera en un experto en la lengua antigua. La constancia de la revelación era más crucial que la presencia constante de las planchas abiertas, que, por instrucción, debían mantenerse de todos modos fuera de la vista de ojos no autorizados.
Aunque el uso de instrumentos divinos también podría explicar la rapidez de la traducción, es posible que el Profeta utilizara a veces un procedimiento menos mecánico. Simplemente no conocemos los detalles.
Sin embargo, sí sabemos que este proceso lleno de fe no fue fácil. Este hecho quedó claramente demostrado en el propio intento de traducción de Oliver Cowdery. Oliver fracasó porque "no continuó como [comenzó]" y porque, al carecer de fe y de obras, "no pensó más que en pedir" (D. y C. 9:5, 7). No estaba debidamente preparado para hacerlo. Aun así, le debemos mucho a Oliver Cowdery por su servicio especial como escriba.
Cualesquiera que sean los detalles del proceso, éste requirió los esfuerzos intensos y personales de José junto con la ayuda de los instrumentos reveladores. El proceso puede haber variado a medida que crecían las capacidades de José, incluyendo el Urim y el Tumim, pero tal vez con menos dependencia de tales instrumentos en la obra posterior de traducción del Profeta. El élder Orson Pratt, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo que José Smith le dijo que usaba el Urim y Tumim cuando no tenía experiencia en la traducción, pero que más tarde no lo necesitaba, lo cual fue el caso en la traducción de José de muchos versículos de la Biblia (véase Latter-day Saints' Millennial Star, 11 de agosto de 1874, 498-99).
Algunas cosas adicionales que sabemos sobre el proceso de traducción califican aún más al Libro de Mormón como una "obra maravillosa y un prodigio".
Una maravillosa hazaña de inspiración
Una maravilla es la gran rapidez con la que José traducía -¡a un ritmo promedio estimado de ocho páginas impresas por día! El tiempo total de traducción fue de unos 65 días laborables. (Véase "¿Cuánto tiempo le tomó a José Smith traducir el Libro de Mormón?" Ensign, enero de 1988, 47.) En comparación, un hábil traductor SUD en Japón, rodeado de libros de referencia, diccionarios de idiomas y colegas traductores listos para ayudar si es necesario, indicó que consideraba productiva la producción de una cuidadosa página final al día. Y eso que está retraduciendo del japonés antiguo al moderno. Más de 50 eruditos ingleses capaces trabajaron durante siete años, utilizando traducciones anteriores, para producir la versión King James de la Biblia, con un promedio de una página preciosa por día.
¡El profeta José Smith a veces producía 10 páginas por día! (ver el boletín Insights: An Ancient Window [Provo, Utah: Foundation for Ancient Research and Mormon Studies (F.A.R.M.S.), febrero de 1986], 1).
Una segunda maravilla del proceso de traducción del Libro de Mormón es que, por lo que sabemos, rara vez José volvía atrás, repasaba o revisaba lo que ya se había hecho. Había un flujo constante en la traducción. El dictado del Profeta resultó -tal como lo recordaba el compositor, John H. Gilbert- en la ausencia de párrafos.
Emma Smith dijo del proceso inspirado: "Después de las comidas, o después de las interrupciones, [José] comenzaba de inmediato donde lo había dejado, sin ver el manuscrito ni que se le leyera ninguna parte" ("Last Testimony of Sister Emma", Saints' Herald, 1 de octubre de 1879, 290). Uno que ha dictado y ha sido interrumpido, generalmente debe reanudar preguntando: "Ahora, ¿en qué estábamos?" . No es el caso del Profeta.
Si uno estuviera fabricando un texto, necesitaría constantemente cotejarlo, editarlo y revisarlo para mantener la coherencia. Si el Profeta hubiera dictado y revisado ampliamente, habría más pruebas de ello. Pero no había necesidad de revisar el texto suministrado por Dios. Cualesquiera que sean los detalles del proceso de traducción, estamos hablando de un proceso que fue realmente sorprendente.
Con respecto a las circunstancias físicas del profeta José Smith y su escriba, se citó a Martin Harris diciendo que había una manta o cortina colgada entre él y José durante el proceso de traducción. Si se cita a Martin con exactitud, tal vez esto ocurrió cuando el Profeta estaba copiando caracteres directamente de las planchas en la muestra que se llevaría al profesor Charles Anthon, ya que las fechas mencionadas son varios meses antes de que comenzaran las breves tareas de escriba de Martin Harris. Digo esto porque, aunque David Whitmer menciona que se utilizó una manta, sólo fue para separar la zona de estar con el fin de mantener tanto al traductor como al escriba lejos de los ojos de los visitantes (véase David Whitmer Interviews: A Restoration Witness, ed. Lyndon W. Cook, [1991], 173).
De hecho, Elizabeth Anne Whitmer Cowdery, la esposa de Oliver, dijo: "José nunca tuvo una cortina cerrada entre él y su escriba" (citado en John W. Welch y Tim Rathbone, "The Translation of the Book of Mormon: Basic Historical Information," F.A.R.M.S. report WRR-86, p. 25). Emma también dijo de sus días como escriba, al principio, que José dictaba "hora tras hora sin nada entre nosotros" ("Last Testimony of Sister Emma", 289).
Por supuesto, el verdadero proceso de revelación implicaba la mente y la fe de José, que no podían ser vistas por otros en ningún caso.
Una tercera maravilla del proceso de traducción es que, a pesar de estar intensamente involucrado en la traducción de un registro antiguo, el propio profeta José era claramente inculto en las cosas antiguas. Por ejemplo, al principio del trabajo se encontró con palabras relativas a una muralla alrededor de Jerusalén y le preguntó a Emma si la ciudad realmente tenía murallas. Ella afirmó lo que José simplemente no sabía. (Véase E. C. Briggs, "Interview with David Whitmer", Saints' Herald, 21 de junio de 1884, 396.)
Tampoco sabía nada de la forma literaria llamada quiasmo, que aparece en la Biblia en varios lugares y, significativamente, también aparece en el Libro de Mormón.
Sin embargo, Emma menciona, al igual que David Whitmer, que el Profeta deletrea nombres desconocidos, letra por letra, especialmente si se lo pide el escriba. Por ejemplo, Oliver Cowdery primero escribió el nombre Coriantumr fonéticamente. Luego tachó inmediatamente su deletreo fonético y deletreó el nombre como lo tenemos ahora en el Libro de Mormón. Coriantumr con su terminación "-mr" claramente habría requerido una deletreación letra por letra por parte del Profeta.
Cuarto, nos maravillamos de que el Profeta José Smith trabajó completamente sin referirse a ninguna otra fuente. Ninguna de las 12 personas que participaron o simplemente observaron mencionaron que José tuviera algún material de referencia presente. (Las 12 personas eran Emma Smith, Martin Harris, Oliver Cowdery, Elizabeth Ann Whitmer Cowdery, David Whitmer, William Smith, Lucy Mack Smith, Michael Morse, Sarah Hellor Conrad, Isaac Hale, Reuben Hale y Joseph Knight Sr.) Dado que el Profeta dictaba abiertamente, estas personas habrían estado al tanto de cualquier comportamiento o procedimiento sospechoso. Emma fue enfática en este mismo punto: "No tenía ni manuscrito ni libro para leer, [y] si tuviera algo de ese tipo no podría habérmelo ocultado" ("Last Testimony of Sister Emma", 289, 290).
Así que el Libro de Mormón vino a través de José Smith, pero no de él.
Es necesario ser cauteloso al suponer o sugerir que el Profeta tenía gran flexibilidad en cuanto a la doctrina y a la sustancia del lenguaje que utilizaba. Esto puede medirse por sus enfáticas palabras sobre la portada del Libro de Mormón. En una ocasión dijo que "la portada del Libro de Mormón es una traducción literal, tomada de la última hoja, en el lado izquierdo de la colección o libro de planchas, que contenía el registro que ha sido traducido; el lenguaje del conjunto es el mismo que el de toda la escritura hebrea en general; y que, dicha portada no es de ninguna manera una composición moderna ni mía ni de ningún otro hombre que haya vivido o viva en esta generación" (Times and Seasons, 15 de octubre de 1842, 943; énfasis añadido).
Nuestra observación de que el Profeta no estaba dando forma a la doctrina no es un descrédito para José Smith. Por el contrario, algunas de las palabras del rey Benjamín tampoco eran únicamente suyas, sino que "le habían sido entregadas por el ángel del Señor" (Mosíah 4:1). Del mismo modo, Nefi dijo que sus palabras "son las palabras de Cristo, y él me las ha dado" (2 Ne. 33:10).
Oliver Cowdery, el testigo más constante e involucrado en la traducción milagrosa, siempre afirmó la divinidad del proceso. Aunque más tarde se desvinculó durante un tiempo de la Iglesia, sin embargo regresó humildemente. Habló con franqueza sobre cómo "escribí con mi propia pluma el libro íntegro de Mormón (salvo algunas páginas) tal como cayó de los labios del profeta" (diario de Reuben Miller, octubre de 1848, Archivos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días). Oliver no habría regresado humildemente a la Iglesia en absoluto, especialmente sin buscar ningún puesto, si hubiera habido algún tipo de fraude.
En cambio, al acercarse la muerte, Oliver no podría haber sido más dramático en cuanto a su testimonio sobre el Libro de Mormón. La media hermana de Oliver, Lucy P. Young, informó: "Justo antes de exhalar su último aliento, pidió que lo levantaran en la cama para poder hablar con la familia y los amigos, y les dijo que vivieran de acuerdo con las enseñanzas del [Libro de Mormón] y que se encontrarían con él en el cielo; luego dijo que me acostaran y me dejaran dormir en los brazos de Jesús, y se quedó dormido sin luchar" (Carta de Lucy Cowdery Young, 7 de marzo de 1887, Archivos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días).
¡Qué aprobación de salida!
La importancia espiritual del libro, por supuesto, radica en su capacidad para "convencer ... al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo". Esta es la misma razón que dio el apóstol Juan con respecto a un texto que escribió: "Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Juan 20:31; énfasis añadido). Esta es la razón por la que los profetas escriben, ya sea Juan, Nefi, Mormón o Moroni.
¿Por qué no tenemos más información sobre el proceso de traducción del Libro de Mormón? Tal vez no se reveló el proceso completo porque no estaríamos preparados para entenderlo, incluso si se nos diera. Tal vez, también, el Señor quiso dejar el Libro de Mormón en el ámbito de la fe, aunque está empapado de evidencia intrínseca. Después de todo, Cristo instruyó a Mormón, que estaba revisando las propias enseñanzas del Salvador entre los nefitas, a no registrarlas todas en las planchas porque "probaré la fe de mi pueblo" (3 Ne. 26:11). Tal vez los detalles de la traducción se ocultan también porque se pretende que nos sumerjamos en la sustancia del libro en lugar de preocuparnos excesivamente por el proceso por el que lo recibimos.
"No hay error en las revelaciones que he enseñado"
En cualquier caso, tan pronto como se completó el proceso de traducción, fue necesario que el profeta José siguiera adelante rápidamente en lo que sería un ministerio muy ocupado y muy comprimido. Este ministerio incluía la retraducción de cientos de versículos de la Biblia; el establecimiento pleno de la Iglesia; la recepción de varias llaves del sacerdocio, con cada una de las cuales venían nuevos deberes y nuevas preocupaciones, de parte de los mensajeros celestiales; la dirección de la marcha del Campamento de Sión; y el llamado y la capacitación de muchos de los líderes de la Iglesia, incluyendo el Quórum de los Doce Apóstoles y otros, como en la Escuela de los Profetas. (Cabe destacar que el Profeta envió a nueve de los Doce a Inglaterra cuando menos podía enviarlos). También siguió recibiendo revelaciones; supervisó grandes reuniones de miembros de la Iglesia en Kirtland, el condado de Jackson y Nauvoo. Experimentó una terrible y severa apostasía entre los miembros, especialmente en el período de Kirtland y en Nauvoo. En una ocasión ilustrativa, cuando Wilford Woodruff se encontró con José en Kirtland, el Profeta lo escudriñó por un momento, y luego dijo: "Hermano Woodruff, me alegro de verte. Apenas sé, cuando me encuentro con los que han sido mis hermanos en el Señor, quiénes son mis amigos. Se han vuelto tan escasos" (citado en Matthias F. Cowley, Wilford Woodruff [1964], 68). A medida que su ministerio progresaba, se concentró en la construcción del templo y en las ordenanzas del templo, en muchos sentidos, el logro más importante de su vida.
El profeta José hizo todo esto y mucho más mientras servía simultáneamente como padre y esposo. Él y Emma perdieron a seis de sus hijos por una muerte temprana.
Finalmente, por supuesto, vinieron los eventos envolventes que condujeron al Martirio.
¡Tantas empresas grandes se comprimieron en un período de tiempo tan pequeño! El ministerio del Profeta casi desafía la descripción. No es de extrañar que José dijera una vez que si no hubiera experimentado su propia vida, él mismo no lo habría creído (véase Historia de la Iglesia, 6:317).
Casi al final de su ministerio, con tanta traición a su alrededor, el profeta José dijo a los miembros: "Nunca os dije que fuera perfecto; pero no hay ningún error en las revelaciones que he enseñado" (Teachings of the Prophet Joseph Smith, sel. Joseph Fielding Smith [1976], 368). Su declaración resumida incluye el maravilloso Libro de Mormón, cuya aparición hemos examinado brevemente. Aunque no fue su libro, José fue su notable traductor. En realidad era el libro de los profetas que le habían precedido durante mucho tiempo. Sus intensas labores de traducción permitieron que estos profetas hablaran tan elocuentemente por sí mismos, ¡a millones de nosotros! De hecho, más páginas impresas de las escrituras han llegado a través de José Smith que de cualquier otro ser humano.
El mío es un testimonio apostólico de Jesús, el gran Redentor de la humanidad. Fue Él quien llamó al profeta José Smith, lo tuteló y lo nutrió a través de sus adversidades, que iban a ser "sólo un pequeño momento" (D. y C. 121:7). En una ocasión, el profeta José esperaba en voz alta poder vivir de tal manera en medio de su propio sufrimiento que un día pudiera ocupar su lugar entre Abraham y los "antiguos", con la esperanza de "sostener un peso parejo en la balanza con ellos" (The Personal Writings of Joseph Smith, ed. Dean C. Jessee [1984], 395). Atestiguo que José triunfó así, por lo que cantamos con razón que fue "coronado en medio de los profetas de la antigüedad" (Himnos, nº 27).
Texto original: https://abn.churchofjesuschrist.org/study/ensign/1997/01/by-the-gift-and-power-of-god?lang=eng
*** Translated with www.DeepL.com/Translator (free version) ***
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¿Cómo inició nuestro testimonio sobre el Libro de Mormón?
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