Lección 21
Gordon B. Hinckley, “Cuatro piedras angulares de la fe”, Liahona, febrero de 2004, págs. 2–7.
Cuatro piedras angulares de la fe
Por el Presidente Gordon B. Hinckley
Presidente en funciones del Quórum de los Doce Apóstoles
Durante los últimos veinte años he tenido el privilegio de oficiar en la dedicación o rededicación de más de 80 templos. Estos edificios han estado abiertos al público antes de la dedicación, con lo que decenas y decenas de miles de personas han podido visitarlos. Al sentir el espíritu de esas estructuras sagradas y aprender los propósitos por los que se han construido, aquellos que han sido nuestros invitados han entendido la razón por la que, después de la dedicación, consideramos esos edificios como lugares santos, reservados para fines sagrados y cerrados al público.
Al tomar parte en esos servicios dedicatorios, se percibe la verdadera fortaleza de la Iglesia, una fortaleza que reside en el corazón de sus miembros, los cuales se hallan unidos por el vínculo de haber reconocido a Dios como nuestro Padre Eterno y a Jesucristo como nuestro Salvador. Sus testimonios individuales están firmemente establecidos en un cimiento de fe en cuanto a lo que es divino.
La antigua ceremonia de la piedra angular
En cada nuevo templo hemos realizado una ceremonia de colocación de la piedra angular, siguiendo una tradición que se remonta a tiempos antiguos. Antes de que se utilizara extensamente el hormigón, los muros de los cimientos se construían con piedras grandes. Se cavaba una zanja en la que se depositaban piedras para formar una base. Tomando de referencia un punto de inicio, se levantaba la pared en dirección hacia una piedra angular, donde se cambiaba el sentido y se continuaba la pared hasta la siguiente esquina, donde procedía a colocarse otra piedra angular para continuar con otra pared hasta la esquina siguiente y desde ésta hacia el punto de partida. En muchos casos, entre ellos la construcción de los primeros templos de la Iglesia, las piedras angulares se empleaban en cada punto de unión de las paredes y se procedía a su colocación con una ceremonia. A la piedra final se la denominaba la “piedra angular principal”, y su colocación se convirtió en motivo de celebración. Con esa piedra angular en su sitio, el cimiento estaba preparado para recibir la estructura superior. De ahí la analogía que Pablo empleó para describir la Iglesia verdadera:
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,
“edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
“en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor” (Efesios 2:19–21).
Las piedras angulares de nuestra fe
Existen piedras angulares básicas sobre las que se sostiene esta gran Iglesia de los últimos días establecida por el Señor y edificada de una manera bien coordinada.
Éstas son absolutamente necesarias para esta obra: son su cimiento, los anclajes que la mantienen. Me referiré brevemente a cada una de estas cuatro piedras angulares básicas que sostienen a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Menciono la primera piedra angular, a quien reconocemos y honramos como el Señor Jesucristo. La segunda es la visión concedida al profeta José Smith cuando se le aparecieron el Padre y el Hijo. La tercera es el Libro de Mormón, que habla como una voz desde el polvo con las palabras de antiguos profetas que declaran la divinidad y la realidad del Salvador de la humanidad. La cuarta es el sacerdocio con todos sus poderes y autoridad, por medio del cual el hombre puede obrar en el nombre de Dios y administrar los asuntos de Su reino. Quisiera comentar brevemente sobre cada una de éstas.
La principal piedra del ángulo
Un elemento absolutamente básico de nuestra fe es el testimonio de Jesucristo como el Hijo de Dios, que según el plan divino nació en Belén de Judea. Creció en Nazaret como hijo del carpintero, recibiendo los elementos de la mortalidad y la inmortalidad, respectivamente, de Su madre terrenal y de Su Padre Celestial. En el curso de Su breve ministerio terrenal, caminó por los polvorientos senderos de la Tierra Santa, sanando al enfermo, haciendo que los ciegos vieran, levantando a los muertos y enseñando doctrinas trascendentales y hermosas. Fue, como profetizó Isaías, “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). Tendió Su mano a aquellos cuyas cargas eran pesadas y les invitó a descargarlas sobre Él, declarando: “porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:30). “…anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38) y lo odiaron por ello. Sus enemigos lo acosaron, lo apresaron, lo juzgaron con falsos cargos, lo declararon culpable para satisfacer los gritos de la turba y lo condenaron a morir en la cruz del Calvario.
Los clavos atravesaron Sus manos y pies mientras colgaba agonizante y adolorido, entregándose como rescate por los pecados de todos los hombres. Y murió exclamando: “…Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Fue sepultado en una tumba prestada y al tercer día se levantó del sepulcro; salió triunfante, en una victoria sobre la muerte, primicias de los que durmieron. Con Su resurrección vino la promesa a todos los hombres de que la vida es eterna, que así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados (véase 1 Corintios 15:20–22). No hay nada en toda la historia de la humanidad que iguale la maravilla, el esplendor, la magnitud y los frutos de la incomparable vida del Hijo de Dios, que murió por cada uno de nosotros. Él es nuestro Salvador, nuestro Redentor. Como predijo Isaías: “…se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6).
Él es la principal piedra del ángulo de la Iglesia que lleva Su nombre: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No hay otro nombre dado a los hombres por el que puedan ser salvos (véase Hechos 4:12). Él es el autor de nuestra salvación, el dador de la vida eterna (véase Hebreos 5:9). No hay nadie como Él. Nunca lo ha habido y nunca lo habrá. Demos gracias a Dios por la dádiva de Su Hijo Amado que dio Su vida para que pudiéramos vivir y que es la piedra angular principal e inamovible de nuestra fe y de Su Iglesia.
La Primera Visión de José Smith
La segunda piedra angular es la Primera Visión del profeta José Smith. Fue en el año 1820, en primavera. Un joven que tenía preguntas entró en una arboleda en la granja de su padre y allí, estando a solas, suplicó en oración por la sabiduría que Santiago promete que se dará liberalmente a todo el que pida a Dios con fe (véase Santiago 1:5). Allí, en circunstancias que él ha descrito con gran detalle, contempló al Padre y al Hijo, al gran Dios del universo y al Señor resucitado, y ambos le hablaron.
Esa experiencia trascendental introdujo la maravillosa obra de la restauración e inició la largamente esperada dispensación del cumplimiento de los tiempos.
Durante más de siglo y medio, enemigos, críticos y algunos que se consideran eruditos han malgastado su vida intentando desacreditar la validez de aquella visión. Claro que no pueden entenderla. Las cosas de Dios se entienden por el Espíritu de Dios. No había habido nada de semejante magnitud desde que el Hijo de Dios había caminado sobre la tierra durante Su vida terrenal. Sin ello como piedra angular de nuestra fe y de nuestra organización, no tenemos nada. Con ello, lo tenemos todo.
Se ha escrito mucho y aún mucho se escribirá en un esfuerzo por desmentir esa visión. La mente finita no puede entenderla, mas el testimonio del Espíritu Santo, que han experimentado gran cantidad de personas desde que ocurrió, testifica que es verdad, que sucedió tal como José Smith dijo que sucedió, que fue tan real como el amanecer sobre Palmyra, que es una piedra fundamental esencial, una piedra angular, sin la cual la Iglesia no podría estar bien cimentada.
El Libro de Mormón
La tercera piedra angular es el Libro de Mormón. Es real; tiene peso y sustancia que pueden medirse físicamente. Abro sus páginas y leo, y tiene un idioma hermoso y edificante. El antiguo registro del que se tradujo salió de la tierra como una voz que habla desde el polvo. Llegó como testimonio de generaciones de hombres y mujeres que vivieron sobre la tierra, que lucharon contra la adversidad, que discutieron y pelearon, que en varias ocasiones vivieron la ley divina y prosperaron, y en otras ocasiones olvidaron a su Dios y descendieron al abismo de la destrucción. Contiene lo que se ha descrito como el quinto Evangelio, un conmovedor testamento del Nuevo Mundo acerca de la visita del Redentor resucitado en este hemisferio.
La evidencia de su veracidad y validez en un mundo que tiende a exigir evidencias, no yace en la arqueología ni en la antropología, aunque el conocimiento de estas ciencias podría ser de ayuda para algunos, ni en la investigación lingüística ni el análisis histórico, aunque éstos podrían servir para confirmarla. La evidencia de su veracidad y validez yace dentro del libro mismo. La prueba de su veracidad yace en la lectura del libro mismo. Es un libro de Dios. Los hombres razonables pueden sentir dudas sinceras con respecto a su origen, pero aquellos que lo han leído con oración han llegado a saber, por un poder que sobrepasa sus sentidos naturales, que es verdadero, que contiene la palabra de Dios, que traza las verdades salvadoras del Evangelio sempiterno, que apareció “por el don y el poder de Dios… para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo” (Portada del Libro de Mormón).
Aquí está, y es imposible negar su existencia. La única explicación posible de su origen es la que relató su traductor. Es un tomo compañero de la Biblia, y se yergue como otro testimonio a una generación incrédula de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Es una piedra angular irrefutable de nuestra fe.
La restauración del sacerdocio
La piedra angular número cuatro es la restauración en la tierra del poder y la autoridad del sacerdocio. Esa autoridad se concedió a los hombres en la antigüedad. La autoridad menor fue dada a los hijos de Aarón para ministrar en las cosas temporales así como en algunas ordenanzas eclesiásticas sagradas. El sacerdocio mayor lo dio el Señor mismo a Sus apóstoles, en consonancia con la declaración de Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mateo 16:19).
La restauración total del sacerdocio incluyó la venida de Juan el Bautista —precursor del Cristo, quien fue decapitado para satisfacer los caprichos de una mujer malvada— y de Pedro, Santiago y Juan —quienes anduvieron fielmente con el Maestro antes de Su muerte y proclamaron Su resurrección y divinidad tras la misma. Incluyó a Moisés, Elías y Elías el profeta, cada uno de los cuales restauró ciertas llaves del sacerdocio para completar la restauración de todos los hechos y ordenanzas de las dispensaciones anteriores a ésta, la gran y última dispensación del cumplimiento de los tiempos.
El sacerdocio está aquí; se nos ha conferido y actuamos bajo esa autoridad. Hablamos como hijos de Dios en el nombre de Jesucristo y como poseedores de este don divino. Conocemos el poder de este sacerdocio, pues hemos sido sus testigos, al ver sanar a los enfermos y caminar a los cojos, y al ver la luz, el conocimiento y la comprensión que invaden a los que antes vivían en la oscuridad.
Pablo escribió respecto del sacerdocio: “…nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (Hebreos 5:4). No lo hemos adquirido por compra ni por regateo; el Señor se lo ha otorgado a hombres que se han probado dignos de recibirlo, sin importar su posición social, el color de su piel o la nación en la que vivan. Es el poder y la autoridad para gobernar los asuntos del reino de Dios. Se confiere solamente por ordenación, por la imposición de manos por aquellos que tienen la autoridad para hacerlo. El requisito para ser digno de él es la obediencia a los mandamientos de Dios.
No hay poder en la tierra semejante a él. Su autoridad se extiende más allá de esta vida, atraviesa el velo de la muerte y perdura en las eternidades. Sus consecuencias son sempiternas.
Refugio de las tormentas
Estos cuatro dones de Dios constituyen las inamovibles piedras angulares que afianzan La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, así como los testimonios y convicciones personales de sus miembros: 1) la realidad y la divinidad del Señor Jesucristo como el Hijo de Dios; 2) la sublime visión en la que el profeta José Smith vio al Padre y al Hijo, la cual introdujo la dispensación del cumplimiento de los tiempos; 3) el Libro de Mormón como la palabra de Dios, el cual declara la divinidad del Salvador; y 4) el sacerdocio de Dios divinamente conferido, el cual se ejerce en rectitud para la bendición de los hijos de nuestro Padre.
Cada una de estas piedras angulares se relaciona con las otras, conectada mediante el fundamento de apóstoles y profetas, todas unidas a la principal piedra angular, que es Jesucristo. Sobre estas bases se ha establecido Su Iglesia, “bien coordinada” para la bendición de todos los que participen de Su ofrenda (véase Efesios 2:20–21).
Esta fundación está ceñida por debajo y bien coordinada por arriba, y es la creación del Todopoderoso. Es un refugio contra las tormentas de la vida, un santuario de paz para los que sufren, una casa de auxilio para los afligidos, una casa de socorro para los necesitados, la conservadora de la vida eterna, el maestro de la voluntad divina. Es la Iglesia verdadera y viviente del Maestro.
De estas cosas doy solemne testimonio, afirmando a todos los que estén dentro del alcance de mi voz que Dios ha hablado de nuevo para iniciar esta gloriosa dispensación final, que Su Iglesia está aquí, la iglesia que lleva el nombre de Su Hijo Amado, que de la tierra ha salido el registro de un pueblo antiguo que da testimonio a esta generación de la obra del Todopoderoso, que el sacerdocio sempiterno se encuentra entre los hombres para bendecirlos y para gobernar Su obra, que somos miembros de la Iglesia verdadera y viviente de Jesucristo, la cual ha salido a la luz para bendición de todo el que reciba su mensaje, que está inamoviblemente establecida sobre el fundamento de apóstoles y profetas, con piedras angulares firmes, colocadas en su lugar por el Señor mismo para lograr Sus propósitos eternos, siendo Jesucristo su principal piedra angular.
Revelación dada por medio de José Smith el Profeta, el 1º de noviembre de 1831, durante una conferencia especial de los élderes de la Iglesia, efectuada en Hiram, Ohio. Antes de esta ocasión, se habían recibido muchas revelaciones del Señor, y la compilación de ellas para publicarse en forma de libro fue uno de los asuntos principales que se aprobaron en la conferencia. Esta sección constituye el prefacio del Señor de las doctrinas, los convenios y los mandamientos que se han dado en esta dispensación.
1–7, La voz de amonestación se dirige a todo pueblo; 8–16, La apostasía y la maldad preceden a la Segunda Venida; 17–23, José Smith es llamado para restaurar en la tierra las verdades y los poderes del Señor; 24–33, Sale a luz el Libro de Mormón y se establece la Iglesia verdadera; 34–36, La paz será quitada de la tierra; 37–39, Escudriñad estos mandamientos.
1 Escuchad, oh pueblo de mi iglesia, dice la voz de aquel que mora en las alturas, y cuyos ojos están sobre todos los hombres; sí, de cierto digo: Escuchad, pueblos lejanos; y vosotros los que estáis sobre las islas del mar, oíd juntamente.
2 Porque, en verdad, la voz del Señor se dirige a todo hombre, y no hay quien escape; ni habrá ojo que no vea, ni oído que no oiga, ni corazón que no sea penetrado.
3 Y los rebeldes serán traspasados de mucho pesar; porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas, y sus hechos secretos serán revelados.
4 Y la voz de amonestación irá a todo pueblo por boca de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.
5 E irán y no habrá quien los detenga, porque yo, el Señor, los he mandado.
6 He aquí, esta es mi autoridad y la autoridad de mis siervos, así como mi prefacio para el libro de mis mandamientos que les he dado para que os sea publicado, oh habitantes de la tierra.
7 Por tanto, temed y temblad, oh pueblo, porque se cumplirá lo que yo, el Señor, he decretado en ellos.
8 Y de cierto os digo, que a los que salgan para llevar estas nuevas a los habitantes de la tierra, les es dado poder para sellar, tanto en la tierra como en el cielo, al incrédulo y al rebelde;
9 sí, en verdad, sellarlos para el día en que la ira de Dios sea derramada sin medida sobre los malvados;
10 para el día en que el Señor venga a recompensar a cada hombre según sus obras, y medir a cada cual con la medida con que haya medido a su prójimo.
11 Por tanto, la voz del Señor habla hasta los extremos de la tierra, para que oigan todos los que quieran oír:
12 Preparaos, preparaos para lo que ha de venir, porque el Señor está cerca;
13 y la ira del Señor está encendida, y su espada es limpiada en el cielo y caerá sobre los habitantes de la tierra.
14 Y será revelado el brazo del Señor; y vendrá el día en que aquellos que no oyeren la voz del Señor, ni la voz de sus siervos, ni prestaren atención a las palabras de los profetas y apóstoles, serán desarraigados de entre el pueblo;
15 porque se han desviado de mis ordenanzas y han violado mi convenio sempiterno.
16 No buscan al Señor para establecer su justicia, antes todo hombre anda por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio dios, cuya imagen es a semejanza del mundo y cuya substancia es la de un ídolo que se envejece y perecerá en Babilonia, sí, Babilonia la grande que caerá.
17 Por tanto, yo, el Señor, sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, y le hablé desde los cielos y le di mandamientos;
18 y también a otros di mandamientos de proclamar estas cosas al mundo; y todo esto para que se cumpliese lo que escribieron los profetas:
19 Lo débil del mundo vendrá y abatirá lo fuerte y poderoso, para que el hombre no aconseje a su prójimo, ni ponga su confianza en el brazo de la carne;
20 sino que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo;
21 para que también la fe aumente en la tierra;
22 para que se establezca mi convenio sempiterno;
23 para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra, y ante reyes y gobernantes.
24 He aquí, soy Dios, y lo he declarado; estos mandamientos son míos, y se dieron a mis siervos en su debilidad, según su manera de hablar, para que alcanzasen entendimiento;
25 y para que cuando errasen, fuese manifestado;
26 y para que cuando buscasen sabiduría, fuesen instruidos;
27 y para que cuando pecasen, fueran disciplinados para que se arrepintieran;
28 y para que cuando fuesen humildes, fuesen fortalecidos y bendecidos desde lo alto, y recibieran conocimiento de cuando en cuando.
29 Y para que mi siervo José Smith, hijo, después de haber recibido los anales de los nefitas, tuviera el poder para traducir el Libro de Mormón mediante la misericordia y el poder de Dios.
30 Y también, para que aquellos a quienes se dieron estos mandamientos tuviesen el poder para establecer los cimientos de esta iglesia y de hacerla salir de la obscuridad y de las tinieblas, la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual yo, el Señor, estoy bien complacido, hablando a la iglesia colectiva y no individualmente,
31 porque yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia.
32 No obstante, el que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado;
33 y al que no se arrepienta, le será quitada aun la luz que haya recibido; porque mi Espíritu no luchará siempre con el hombre, dice el Señor de los Ejércitos.
34 Y de nuevo, de cierto os digo, oh habitantes de la tierra: Yo, el Señor, estoy dispuesto a hacer saber estas cosas a toda carne;
35 porque no hago acepción de personas, y quiero que todo hombre sepa que el día viene con rapidez; la hora no es aún, mas está próxima, cuando la paz será quitada de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio.
36 Y también el Señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará en medio de ellos, y bajará en juicio sobre Idumea, o sea, el mundo.
37 Escudriñad estos mandamientos porque son verdaderos y fidedignos, y las profecías y promesas que contienen se cumplirán todas.
38 Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo.
39 Porque he aquí, el Señor es Dios, y el Espíritu da testimonio, y el testimonio es verdadero, y la verdad permanece para siempre jamás. Amén.
Revelación sobre la organización y el gobierno de la Iglesia, dada por medio de José Smith el Profeta en Fayette, Nueva York, o cerca de allí. Ciertas partes de esta revelación pueden haberse dado incluso en el verano de 1829. Es probable que la revelación completa, conocida en esa época como los Artículos y los Convenios, se haya registrado poco después del 6 de abril de 1830 (el día en que la Iglesia fue organizada). El Profeta escribió: “Recibimos de Él [Jesucristo] lo siguiente, por el espíritu de profecía y revelación, lo que no solamente nos dio mucha información, sino que también nos señaló el día preciso en el cual, de acuerdo con Su voluntad y mandamiento, habíamos de proceder a organizar Su Iglesia una vez más aquí sobre la tierra”.
1–16, El Libro de Mormón demuestra la divinidad de la obra de los últimos días; 17–28, Se afirman las doctrinas de la Creación, la Caída, la Expiación y el bautismo; 29–37, Se declaran las leyes que rigen el arrepentimiento, la justificación, la santificación y el bautismo; 38–67, Se hace un resumen de los deberes de los élderes, de los presbíteros, de los maestros y de los diáconos; 68–74, Se revelan los deberes de los miembros, la bendición de los niños y el modo de bautizar; 75–84, Se dan las oraciones para la Santa Cena y los reglamentos para dirigir a los miembros de la Iglesia.
1 El origen de la Iglesia de Cristo en estos últimos días, habiendo transcurrido mil ochocientos treinta años desde la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la carne; habiendo sido debidamente organizada y establecida de acuerdo con las leyes del país, por la voluntad y el mandamiento de Dios, en el cuarto mes y el sexto día del mes que es llamado abril,
2 mandamientos que fueron dados a José Smith, hijo, el cual fue llamado por Dios y ordenado apóstol de Jesucristo, para ser el primer élder de esta iglesia;
3 y a Oliver Cowdery, también llamado por Dios, apóstol de Jesucristo, para ser el segundo élder de esta iglesia, y ordenado bajo su mano;
4 y esto de acuerdo con la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea toda la gloria, ahora y para siempre. Amén.
5 Después de habérsele manifestado verdaderamente a este primer élder que había recibido la remisión de sus pecados, de nuevo se vio envuelto en las vanidades del mundo;
6 pero después de arrepentirse y de humillarse sinceramente, mediante la fe, Dios le ministró por conducto de un santo ángel, cuyo semblante era como relámpago, y cuyos vestidos eran puros y blancos, más que cualquiera otra blancura;
7 y le dio mandamientos que lo inspiraron;
8 y le dio poder de lo alto para traducir el Libro de Mormón, por los medios preparados de antemano,
9 el cual contiene la historia de un pueblo caído, y la plenitud del evangelio de Jesucristo a los gentiles y también a los judíos;
10 el cual se dio por inspiración, y se confirma a otros por la ministración de ángeles, y por ellos se declara al mundo;
11 probando al mundo que las Santas Escrituras son verdaderas, y que Dios inspira a los hombres y los llama a su santa obra en esta edad y generación, así como en las antiguas;
12 demostrando por este medio que él es el mismo Dios ayer, hoy y para siempre. Amén.
13 Teniendo, pues, tan grandes testigos, por ellos será juzgado el mundo, sí, cuantos desde ahora en adelante lleguen a tener conocimiento de esta obra.
14 Y los que la reciban con fe, y obren con rectitud, recibirán una corona de vida eterna;
15 mas para quienes endurezcan sus corazones en la incredulidad y la rechacen, se tornará para su propia condenación.
16 Porque el Señor Dios lo ha hablado; y nosotros, los élderes de la iglesia, hemos oído y damos testimonio de las palabras de la gloriosa Majestad en las alturas, a quien sea la gloria para siempre jamás. Amén.
17 Por estas cosas sabemos que hay un Dios en el cielo, infinito y eterno, de eternidad en eternidad el mismo Dios inmutable, el organizador de los cielos y de la tierra, y de todo cuanto en ellos hay;
18 y que creó al hombre, varón y hembra, según su propia imagen, y a su propia semejanza él los creó;
19 y les dio mandamientos de que lo amaran y lo sirvieran a él, el único Dios verdadero y viviente, y que él fuese el único ser a quien adorasen.
20 Pero por transgredir estas santas leyes, el hombre se volvió sensual y diabólico, y llegó a ser hombre caído.
21 Por tanto, el Dios Omnipotente dio a su Hijo Unigénito, como está escrito en esas Escrituras que de él se han dado.
22 Sufrió tentaciones pero no hizo caso de ellas.
23 Fue crucificado, murió y resucitó al tercer día;
24 y ascendió al cielo, para sentarse a la diestra del Padre, para reinar con omnipotencia de acuerdo con la voluntad del Padre;
25 a fin de que fueran salvos cuantos creyeran y se bautizaran en su santo nombre, y perseveraran con fe hasta el fin;
26 no solo los que creyeron después que él vino en la carne, en el meridiano de los tiempos, sino que tuviesen vida eterna todos los que fueron desde el principio, sí, todos cuantos existieron antes que él viniese, quienes creyeron en las palabras de los santos profetas, que hablaron conforme fueron inspirados por el don del Espíritu Santo y testificaron verdaderamente de él en todas las cosas,
27 así como los que vinieran después y creyeran en los dones y llamamientos de Dios por el Espíritu Santo, el cual da testimonio del Padre y del Hijo;
28 los cuales, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son un Dios, infinito y eterno, sin fin. Amén.
29 Y sabemos que es preciso que todos los hombres se arrepientan y crean en el nombre de Jesucristo, y adoren al Padre en su nombre y perseveren con fe en su nombre hasta el fin, o no podrán ser salvos en el reino de Dios.
30 Y sabemos que la justificación por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y verdadera;
31 y también sabemos que la santificación por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y verdadera, para con todos los que aman y sirven a Dios con toda su alma, mente y fuerza.
32 Pero existe la posibilidad de que el hombre caiga de la gracia y se aleje del Dios viviente;
33 por lo tanto, cuídese la iglesia y ore siempre, no sea que caiga en tentación;
34 sí, y cuídense aun los que son santificados.
35 Y sabemos que estas cosas son verdaderas y concuerdan con las revelaciones de Juan, no añadiendo ni quitando a la profecía de su libro, ni a las Santas Escrituras, ni a las revelaciones de Dios que de aquí en adelante vendrán por el don y el poder del Espíritu Santo, la voz de Dios o la ministración de ángeles.
36 Y el Señor Dios lo ha hablado; y honra, poder y gloria sean dados a su santo nombre, hoy y para siempre. Amén.
37 Además, por vía de mandamiento a la iglesia concerniente a la manera del bautismo: Todos los que se humillen ante Dios, y deseen bautizarse, y vengan con corazones quebrantados y con espíritus contritos, y testifiquen ante la iglesia que se han arrepentido verdaderamente de todos sus pecados, y que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de Jesucristo, con la determinación de servirle hasta el fin, y verdaderamente manifiesten por sus obras que han recibido del Espíritu de Cristo para la remisión de sus pecados, serán recibidos en su iglesia por el bautismo.
38 El deber de los élderes, presbíteros, maestros, diáconos y miembros de la Iglesia de Cristo: Un apóstol es un élder, y es suyo el llamamiento de bautizar;
39 y ordenar a otros élderes, presbíteros, maestros y diáconos;
40 y administrar el pan y el vino, emblemas de la carne y sangre de Cristo,
41 y confirmar por la imposición de manos a los que se bautizan en la iglesia, para que reciban el bautismo de fuego y del Espíritu Santo, de acuerdo con las Escrituras;
42 y enseñar, exponer, exhortar, bautizar y velar por la iglesia;
43 y confirmar a los miembros de la iglesia por la imposición de manos y el otorgamiento del Espíritu Santo;
44 y hacerse cargo de todas las reuniones.
45 Los élderes han de dirigir las reuniones según los guíe el Espíritu Santo, de acuerdo con los mandamientos y revelaciones de Dios.
46 El deber del presbítero es predicar, enseñar, exponer, exhortar, bautizar y administrar la santa cena,
47 y visitar la casa de todos los miembros, y exhortarlos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares.
48 Y también puede ordenar a otros presbíteros, maestros y diáconos.
49 Y ha de hacerse cargo de las reuniones cuando no esté presente ningún élder;
50 mas cuando esté presente un élder, solamente ha de predicar, enseñar, exponer, exhortar y bautizar;
51 y visitar la casa de todos los miembros, exhortándolos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares.
52 En todos estos deberes, el presbítero debe ayudar al élder, si la ocasión lo requiere.
53 El deber del maestro es velar siempre por los miembros de la iglesia, y estar con ellos y fortalecerlos;
54 y cuidar de que no haya iniquidad en la iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias;
55 y ver que los miembros de la iglesia se reúnan con frecuencia, y también ver que todos los miembros cumplan con sus deberes.
56 Y se hará cargo de las reuniones si está ausente el élder o presbítero,
57 y los diáconos le ayudarán siempre en todos sus deberes en la iglesia, si la ocasión lo requiere.
58 Pero ni los maestros ni los diáconos tienen la autoridad para bautizar, administrar la santa cena, ni imponer las manos;
59 deben, sin embargo, amonestar, exponer, exhortar, enseñar e invitar a todos a venir a Cristo.
60 Todo élder, presbítero, maestro y diácono será ordenado de acuerdo con los dones y llamamientos de Dios para él; y será ordenado por el poder del Espíritu Santo que está en aquel que lo ordena.
61 Los varios élderes que componen esta Iglesia de Cristo deben reunirse en conferencia cada tres meses, o de cuando en cuando, de conformidad con lo que determine y señale dicha conferencia;
62 y las referidas conferencias han de atender a cualquier asunto de la iglesia que fuere necesario en esa ocasión.
63 Los élderes recibirán su licencia de otros élderes, por el voto de la iglesia a la que pertenezcan, o de las conferencias.
64 Todo presbítero, maestro o diácono que fuere ordenado por un presbítero, puede pedirle un certificado en esa ocasión, el cual certificado, al presentarse a un élder, le dará el derecho de recibir una licencia que lo autorizará para desempeñar los deberes de su llamamiento, o la puede recibir de una conferencia.
65 No se ordenará a ninguna persona a oficio alguno en esta iglesia, donde exista una rama de ella debidamente organizada, sin el voto de dicha iglesia;
66 pero donde no haya una rama de la iglesia en donde pueda pedirse el voto, los élderes presidentes, los obispos viajantes, los del sumo consejo, los sumos sacerdotes y los élderes pueden tener el privilegio de ordenar.
67 Todo presidente del sumo sacerdocio (o élder presidente), obispo, miembro del sumo consejo y sumo sacerdote debe ser ordenado bajo la dirección de un sumo consejo o conferencia general.
68 El deber de los miembros después de ser recibidos por el bautismo: Los élderes o los presbíteros deben disponer de tiempo suficiente para explicar al entendimiento de los miembros todas las cosas concernientes a la Iglesia de Cristo, antes que estos tomen la santa cena y sean confirmados por la imposición de las manos de los élderes, a fin de que se hagan todas las cosas en orden.
69 Y los miembros manifestarán ante la iglesia, así como ante los élderes, por su andar y conversación piadosos, que son dignos de ello, andando en santidad delante del Señor, para que haya obras y fe, de acuerdo con las Santas Escrituras.
70 Todo miembro de la Iglesia de Cristo que tenga hijos deberá traerlos a los élderes ante la iglesia, quienes les impondrán las manos en el nombre de Jesucristo y los bendecirán en su nombre.
71 Nadie puede ser recibido en la Iglesia de Cristo a no ser que haya llegado a la edad de responsabilidad ante Dios, y sea capaz de arrepentirse.
72 El bautismo se debe administrar de la siguiente manera a todos los que se arrepientan:
73 El que es llamado por Dios y tiene autoridad de Jesucristo para bautizar, entrará en el agua con la persona que se haya presentado para el bautismo, y dirá, llamándola por su nombre: Habiendo sido comisionado por Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
74 Entonces la sumergirá en el agua, y saldrán del agua.
75 Conviene que la iglesia se reúna a menudo para tomar el pan y el vino en memoria del Señor Jesús;
76 y el élder o presbítero lo administrará; y de esta manera lo hará: Se arrodillará con la iglesia e invocará al Padre en solemne oración, diciendo:
77 Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que participen de él, para que lo coman en memoria del cuerpo de tu Hijo, y testifiquen ante ti, oh Dios, Padre Eterno, que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de tu Hijo, y a recordarle siempre, y a guardar sus mandamientos que él les ha dado, para que siempre puedan tener su Espíritu consigo. Amén.
78 La manera de administrar el vino: Tomará también la copa y dirá:
79 Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este vino para las almas de todos los que lo beban, para que lo hagan en memoria de la sangre de tu Hijo, que por ellos se derramó; para que testifiquen ante ti, oh Dios, Padre Eterno, que siempre se acuerdan de él, para que puedan tener su Espíritu consigo. Amén.
80 Cualquier miembro de la Iglesia de Cristo que transgrediere o fuere sorprendido en alguna falta, será tratado según las Escrituras.
81 Será el deber de las varias iglesias, que componen la Iglesia de Cristo, mandar a uno o más de sus maestros para que asistan a las diversas conferencias efectuadas por los élderes de la iglesia,
82 con una lista de los nombres de los varios miembros que se hayan unido a la iglesia desde la última conferencia, o mandarla por conducto de algún presbítero, para que uno de los élderes, nombrado de cuando en cuando por los otros élderes, guarde en un libro una lista formal de los nombres de todos los miembros de la iglesia;
83 y también, para que se borren del registro general de nombres de la iglesia los de aquellos que hayan sido expulsados de esta.
84 Todos los miembros que se trasladen de la iglesia donde residan a una iglesia en donde no sean conocidos, pueden llevar una carta que haga constar que son miembros inscritos y dignos; y puede firmar dicho certificado cualquier élder o presbítero que conozca personalmente al miembro a quien se expida la carta, o pueden firmarlo los maestros o diáconos de la iglesia.
Por Donald Q. Cannon, Larry E. Dahl y John W. Welch
Donald Q. Cannon, Larry E. Dahl y John W. Welch, “The Restoration of Major Doctrines through Joseph Smith: The Godhead, Mankind, and the Creation”, Ensign, enero de 1989, págs. 27–33.
Aunque el ministerio mortal del profeta José Smith fue relativamente breve -poco más de quince años- sus logros e influencia son eternos. No sólo restauró el Evangelio y la Iglesia de Jesucristo, como lo ordenó el Señor, sino que también introdujo, mediante las revelaciones que recibió y a través de sus enseñanzas, la mayoría de las principales doctrinas, prácticas y ordenanzas que caracterizan a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Pocas cosas son más cruciales para la "restitución de todas las cosas" (Hechos 3:21) que las doctrinas que José Smith enseñó. Él habló definitiva y claramente sobre cada una de ellas, aunque su conocimiento creció progresivamente. A veces llegaba a pasos agigantados, como cuando él y Sidney Rigdon vieron al Señor y los grados de gloria (véase D. y C. 76); otras veces, llegaba "línea tras línea, precepto tras precepto, aquí un poco y allí un poco" (2 Ne. 28:30).
A veces las doctrinas le llegaban tranquilamente; otras veces se le clavaban en la mente mediante tribulaciones galvanizantes y manifestaciones notables. A veces venían en una secuencia lógica, ampliando su conocimiento de año en año; otras veces venían en segmentos aparentemente inconexos. Por lo general, vinieron en respuesta a las preguntas que José Smith y sus compañeros hacían. Independientemente de la forma en que llegó la inspiración, es una obra maravillosa y una maravilla la coherencia con que encajan todas las piezas.
Las doctrinas que José Smith enseñó hacen varias cosas. Aclaran las escrituras; restauran el conocimiento que había sido revelado hace años pero que se había perdido o corrompido; proporcionan nuevos conocimientos; y organizan sus muchas percepciones en una amplia visión de la eternidad.
Muchas de las enseñanzas del Profeta asombraron y sorprendieron a otros, revelando cosas que nunca antes habían supuesto. Brigham Young, por ejemplo, señaló cómo sus ideas se transformaron por el conocimiento que José Smith recibió y registró en Doctrina y Convenios 76:
"Pueden comprender, por las pocas observaciones que hago con respecto al Evangelio, que muchas cosas que fueron reveladas por medio de José entraron en contacto con nuestros propios prejuicios: No sabíamos cómo entenderlas. Me refiero a mí mismo, por ejemplo. ... Mis tradiciones eran tales, que cuando la Visión vino por primera vez a mí, era directamente contraria y opuesta a mi educación anterior".
Los efectos del tiempo y la familiaridad nos llevan a olvidar cuán "directamente contrarias y opuestas a" las nociones prevalecientes eran algunas de las revelaciones. Sin embargo, José Smith percibió su profunda importancia. Dijo: "Calculo ser uno de los instrumentos para establecer el reino de Daniel por la palabra del Señor, y me propongo poner un fundamento que revolucionará el mundo entero". (Véase Dan. 2:44-45.)
Una muestra de seis enseñanzas de José ilustrará estos puntos. Este artículo tratará los tres primeros: la naturaleza de Dios y la Divinidad, la naturaleza del hombre y su existencia premortal, y la Creación. En un artículo posterior se analizarán las tres siguientes: el sacerdocio de Dios, las escrituras y los templos y sus ordenanzas. Se resumirán brevemente las doctrinas en cada una de estas importantes áreas, y se explicará el desarrollo de estas doctrinas en la vida y las palabras de José Smith y se comparará con las ideas y actitudes de su época. En algunos casos, las ideas que recibió José fueron muy originales para su época; en otros casos, reformuló o validó ideas comunes. En los casos en los que sabemos algo sobre estas enseñanzas en dispensaciones anteriores, encontramos similitudes significativas. Es evidente que la vida del Profeta se dedicó a aprender más sobre estas doctrinas. No salieron completamente explicadas el día de la Primera Visión -ni en ninguna otra ocasión-.
La naturaleza personal de Dios y la Divinidad
Aunque la mayoría de las personas que creen en la Biblia aceptan la idea de una Divinidad compuesta por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, José Smith reveló una comprensión de la Divinidad que difería de los puntos de vista encontrados en los credos de su época. Las principales sectas cristianas del siglo XIX enseñaban de "un Dios en la Trinidad, y la Trinidad en la Unidad, sin confundir las personas: ni dividir la Sustancia" y de "un solo Dios vivo y verdadero, ... un espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, partes o pasiones, inmutable, inmenso, eterno, incomprensible". Aunque otras iglesias e individuos sostenían que el Padre y el Hijo son entidades separadas, José Smith enseñó de manera única que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personajes distintos, teniendo el Padre y el Hijo cuerpos de "carne y huesos tan tangibles como los del hombre", y siendo el Espíritu Santo un "personaje de Espíritu". (D&C 130:22.)
Dios el Padre. Las verdades sobre Dios que José Smith restauró son de suma importancia. En 1844, enseñó que "es el primer principio del Evangelio conocer con certeza el carácter de Dios, y saber que podemos conversar con él como un hombre conversa con otro". Diez años antes, las Conferencias sobre la Fe, que José Smith dirigió y aprobó, enseñaron que para adquirir la fe para la salvación se necesita una idea correcta del carácter, las perfecciones y los atributos de Dios, y que se necesita saber que el curso de vida que se sigue está de acuerdo con la voluntad de Dios. También añadió: "Si los hombres no comprenden el carácter de Dios, no se comprenden a sí mismos".
El Profeta explicó que "Dios mismo fue una vez como nosotros ahora, y es un hombre exaltado, y se sienta entronizado en aquellos cielos"; que "fue una vez un hombre como nosotros; sí, que Dios mismo, el Padre de todos nosotros, habitó en una tierra, lo mismo que Jesucristo mismo"; y que "trabajó en su reino con temor y temblor". Por medio del Profeta, aprendemos que "somos hijos engendrados para Dios" y que Cristo es el Primogénito. (D. y C. 76:24; véase D. y C. 93:21-22; Heb. 12:7-9.) Como hijos de Dios, podemos llegar a ser dioses nosotros mismos mediante la expiación de Cristo y el plan de salvación, siendo coherederos de Cristo de "todo lo que [el] Padre tiene". (D&C 84:38; véase también Rom. 8:17; D&C 76:58-60; D&C 132:19-21.) Junto con estos conceptos está el concepto de padres divinos, incluyendo una Madre exaltada que está al lado de Dios el Padre.
La doctrina SUD del Padre Celestial ha llevado a un comentarista reciente a escribir: "Los mormones adoptan una concepción radical y antropomórfica de Dios que los distingue mucho de otras religiones". Ese concepto incluye la verdad de que el hombre y la mujer son creados a imagen de Dios. (Véase Moisés 6:9; Génesis 1:27.) Estas verdades atraen a todos los hombres y mujeres a una relación con Dios basada en el amor familiar, la confianza, los sentimientos de autoestima, la esperanza y la humildad, todo ello en un equilibrio adecuado.
Jesucristo. José Smith aprendió muy pronto la diferencia entre Jesucristo y Dios el Padre. En la Arboleda Sagrada, José, de catorce años, vio "dos Personajes, cuyo brillo y gloria desafían toda descripción, de pie sobre [él] en el aire". Supo de su relación cuando uno de los personajes declaró: "Este es Mi Hijo Amado. Escúchalo". (JS-H 1:17; cursiva en el original.) Vio que el Padre y el Hijo eran dos seres separados. Experimentó el hecho de que un hombre podía realmente conversar con Jesucristo "como un hombre conversa con otro". No sabemos todo lo que aprendió durante esa maravillosa visión; más tarde testificó: "Me dijo muchas otras cosas, que no puedo escribir en este momento". (JS-H 1:20.)
De sus muchas traducciones y revelaciones de Dios, el Profeta recibió mucha más información sobre el Salvador. Aunque la Biblia está llena de información sobre Cristo, el conocimiento revelado a José Smith afirma, aclara y ofrece aún más. Las siguientes enseñanzas del Profeta describen al Señor en el contexto de la historia y el plan de salvación.
Existencia premortal. Jesús estaba en el principio con el Padre y era el hijo espiritual primogénito del Padre. (Véase D. y C. 93:21; Juan 17:1, 4-5; Col. 1:15-16.) Él se ofreció como voluntario y fue elegido, sostenido y preordenado en la existencia premortal para ser el Salvador del mundo. (Véase Éter 3:14; Moisés 4:1-4; Abr. 3:22-28; 1 P. 1:20.) Creó la tierra y por ello se le llama el "mismísimo Padre Eterno del cielo y de la tierra". (Mosíah 15:4; véase también Mosíah 3:8; Hel. 14:12; Juan 1:1-3.) Era Jehová, el Dios del Antiguo Testamento, el Santo de Israel. Como Jehová, "dio la ley" de Moisés y "pactó con [su] pueblo Israel". (3 Ne. 15:5; véase también 2 Ne. 25:29; D&C 110:1-4; 1 Cor. 10:1-4.)
Existencia mortal. Era el Hijo de Dios, el "Unigénito del Padre" en la carne. (D. y C. 76:20-23.) Cumplió toda la rectitud al demostrar su obediencia a su Padre y al dar un ejemplo al resto de la humanidad. (Véase 2 Ne. 31:5-9; Heb. 5:8-9. ) Al llevar a cabo la expiación, Cristo tomó sobre sí los pecados de toda la humanidad, sufriendo "más de lo que el hombre puede sufrir, si no es hasta la muerte" (Mosíah 3:7), temblando por el dolor y sangrando por cada poro (véase D. y C. 19:18; Lucas 22:44), para "saber según la carne cómo socorrer a su pueblo según sus dolencias" (Alma 7:12; Heb. 4:8-9). Él entregó su vida y la volvió a tomar. Estas cosas las hizo para que "no padezcamos si [nos] arrepentimos" (D. y C. 19:16), y para que pueda "llevar a cabo la resurrección de los muertos" (2 Ne. 2:8). Debido a estas cosas, él es nuestro abogado, que defiende nuestra causa ante el Padre. (Véase D. y C. 38:3-5; 1 Jn. 2:1.)
Existencia postmortal. Entre su muerte y su resurrección, el Salvador visitó el mundo de los espíritus difuntos. Allí enseñó a los espíritus justos y autorizó a los espíritus fieles a predicar el Evangelio a todos los muertos, incluidos los inicuos, para que todos tuvieran la oportunidad de aceptar el Evangelio completo de la salvación. Ahora está exaltado y perfeccionado como su Padre. (Ver 3 Ne. 12:48; Hechos 7:55.) Finalmente, él tomará el papel del Padre como el Padre "tomará una exaltación más alta," y Dios será "así glorificado y exaltado en la salvación y exaltación de todos sus hijos."
El Espíritu Santo. La Biblia da pocos detalles sobre el personaje del Espíritu Santo. El Profeta, sin embargo, nos dio una serie de ideas sobre ese ser espiritual y su oficio. En varias ocasiones, especialmente en Nauvoo en 1842-43, el Profeta habló del Espíritu Santo como un ser "en forma de personaje", como un "espíritu sin tabernáculo", separado y distinto de los personajes del Padre y del Hijo. Según el diario de George Laub, en otra ocasión José enseñó que "el Espíritu Santo es todavía un cuerpo espiritual y está esperando tomar para sí un cuerpo".
José Smith también explicó la diferencia entre un testimonio del Espíritu Santo y el don o derecho a la compañía constante del Espíritu Santo. Al traducir el Libro de Mormón, describió el significado del bautismo de fuego y del Espíritu Santo. (Véase 2 Ne. 31:13-14; Mosíah 27:24-26; Mateo 3:11.) Al hablar a los santos, José distinguió entre las funciones del Primer Consolador -el Espíritu Santo- y el Segundo Consolador -el Salvador mismo-. (Véase Juan 14:15-21.)
En el principio, Adán, Set y otros antiguos patriarcas conocían estas verdades sobre la Divinidad porque el Evangelio les fue declarado "por santos ángeles enviados de la presencia de Dios, y por su propia voz, y por el don del Espíritu Santo". (Moisés 5:58.) José Smith testificó que profetas como Isaías, Ezequiel, Juan y Pablo se encontraban entre aquellos a quienes se les enseñó "cara a cara", que se les abrieron los cielos, que tuvieron "el personaje de Jesucristo para asistir [a ellos]... de vez en cuando", e incluso que el Padre se les manifestó.
No sólo Pablo, sino también los primeros cristianos comprendieron la verdadera naturaleza de Dios. Por ejemplo, a menudo se les acusó de abandonar el monoteísmo y adorar a dos dioses. Ellos no negaban esto. "Adoramos razonablemente a Jesús", escribió Justino Mártir en el siglo II d.C., "habiendo aprendido que es el Hijo del Dios verdadero mismo, y manteniéndolo en segundo lugar, y al espíritu profético en el tercero".
Con la apostasía y la pérdida de muchas verdades claras y preciosas que una vez fueron parte del evangelio (ver 1 Ne. 13:26), el verdadero conocimiento de Dios se perdió. Los fragmentos de verdad que sobrevivieron fueron posteriormente interpretados como un misterio, y aquellos que continuaron creyendo en las verdades básicas sobre Dios fueron denunciados como herejes. Hacia el siglo IV d.C., poco quedaba de la comprensión original de Dios por parte de la humanidad.
No es sorprendente que el verdadero conocimiento de Dios fuera uno de los principales objetivos de Satanás y una de las primeras doctrinas fundamentales en perderse. Con la pérdida del sacerdocio de los Apóstoles originales, la "llave del conocimiento de Dios" (D&C 84:19), o "la plenitud de las Escrituras" (JST, Lucas 11:53), desapareció. Esa llave fue restaurada por medio de José Smith.
La naturaleza eterna del hombre y la existencia premortal
Otra doctrina importante que José Smith restauró nos habla de nuestras raíces eternas. Todas las personas son diferentes entre sí, con diversos talentos, intereses e inclinaciones. ¿Por qué existen estas diferencias? ¿Pueden explicarse adecuadamente en términos de factores biológicos y ambientales? La doctrina de la existencia premortal del hombre responde a estas preguntas.
Desde 1829 hasta 1844, el Profeta aprendió mucho sobre la vida preterrenal. Ya en 1830, mientras trabajaba en la traducción inspirada de la Biblia, se le reveló que "todos los hijos de los hombres" fueron creados "espiritualmente, antes de estar naturalmente sobre la faz de la tierra". (Moisés 3:5.) Algunos años más tarde, mientras traducía el Libro de Abraham, se enteró de que Abraham vio en visión "las inteligencias que estaban organizadas antes de que el mundo fuera" -los espíritus que estaban en la presencia de Dios en esa existencia anterior a la tierra. Abraham vio que "había muchos de los nobles y grandes" entre esos espíritus. (Abr. 3:22-23.)
Hablando de estas cosas, José Smith dijo: "En la primera organización en el cielo, todos estábamos presentes y vimos al Salvador elegido y designado y el plan de salvación hecho, y lo sancionamos".
Hubo otros, sin embargo, que fueron menos nobles. Muchos de los espíritus, ejerciendo su albedrío, eligieron seguir a Lucifer en rebelión contra Dios. (Véase D. y C. 29:36; Judas 1:6.) Lucifer, como el Señor reveló a José Smith, fue una vez "un ángel de Dios que tenía autoridad en la presencia de Dios, que se rebeló contra el Hijo Unigénito" y "trató de tomar el reino de nuestro Dios y de su Cristo". (D. y C. 76:25, 28; véase Isa. 14:12-15.) Se rechazaron las propuestas de Lucifer de que "no se pierda ni un alma" (por tentador que parezca, no obstante suspendería nuestro albedrío para elegir) y de que se le diera el lugar y la gloria de Dios. (Véase Moisés 4:1-3.) Siguió la guerra, y debido a su rebelión, Lucifer "fue arrojado de la presencia de Dios y del Hijo, y fue llamado Perdición". (D&C 76:25-26; véase Apocalipsis 12:7-9.)
Algunos espíritus que sancionaron el plan de nuestro Padre Celestial fueron preordenados a llamamientos especiales en la tierra. Tales espíritus vienen a la tierra no predeterminados sino predispuestos a reconocer y obedecer la voz de la verdad. No sólo Abraham y Jeremías fueron llamados de esta manera (véase Abr. 3:23; Jer. 1:5), sino también, como enseñó José Smith, "todo hombre que tiene un llamamiento para ministrar a los habitantes del mundo fue ordenado para ese mismo propósito en el gran Concilio del Cielo antes de que este mundo fuera -supongo que yo fui ordenado para este mismo oficio en ese gran concilio".
José Smith enseñó que "todos los espíritus que Dios ha enviado a este mundo son susceptibles de ampliación". En Doctrina y Convenios, dijo que el Espíritu da luz a todo el que nace y que ilumina a todo el que escucha su voz. (Véase D. y C. 84:46; Juan 1:9.) Los que continúan en obediencia a Dios reciben más luz, y esa luz puede crecer "más y más brillante hasta el día perfecto". (D. y C. 50:24; véase también Alma 12:9-11; Juan 8:12.) Con esa ayuda, los hombres y las mujeres pueden elevarse por encima de los aspectos negativos de su formación y entorno terrenales. Así, es posible que todos reciban las bendiciones del cielo.
La vida eterna también es posible, en parte, porque un elemento de cada ser humano es divino y eterno. José Smith utilizó varios términos diferentes para referirse a esa esencia eterna: espíritu, alma, mente e inteligencia. Recibió el conocimiento de que "el hombre también estaba en el principio con Dios". La inteligencia, o la luz de la verdad, no fue creada ni hecha, ni puede serlo". (D. y C. 93:29.) Enseñó que "la mente del hombre es tan inmortal como Dios mismo" y que "el Espíritu del Hombre [es decir, la inteligencia] no es un ser creado".
Sin embargo, no definió la forma y la sustancia de este elemento, ni identificó sus atributos, aparte de su naturaleza eterna. Este elemento eterno de inteligencia o luz de la verdad es algo distinto a los cuerpos espirituales que Dios creó más tarde; estas entidades posteriores eran "las inteligencias que estaban organizadas" y eran los espíritus que vio Abraham.
Por las revelaciones dadas a José Smith (véase D&C 131-32) y por sus propios comentarios sobre ellas, además de las declaraciones posteriores de los profetas, sabemos que los cuerpos espirituales son procreados por parejas resucitadas y exaltadas que tienen "una plenitud y una continuación de las semillas por los siglos de los siglos." (D&C 132:19.) Los espíritus son "engendrados y nacidos de padres celestiales, y criados hasta la madurez en las mansiones eternas del Padre". En nuestros propios nacimientos primitivos, la parte de la inteligencia eterna que hay en nosotros fue "organizada" y se le dio la oportunidad de formar parte del plan de salvación de Dios, con el potencial de llegar a ser como él. Esta doctrina es ennoblecedora e intrigante-un tema que esperamos que esté entre las muchas cosas grandes e importantes sobre las que Dios aún revelará más. (Véase A de F 1:9.)
Es evidente que los antiguos profetas conocían la doctrina de la existencia premortal del hombre. (Véase Abr. 3; Moisés 3-4; Gn. 2:4-5; Jer. 1:5.) La doctrina también circulaba entre los primeros cristianos, pero fue declarada anatema en el siglo V d.C. Un poema cristiano temprano conocido como "La Perla", por ejemplo, comienza: "En mi primera infancia primigenia ... fui criado en la casa real de mi Padre. ... Luego mis padres me enviaron desde nuestro hogar en el Oriente (la fuente de luz), provisto de todas las necesidades. ... Quitaron de mí la vestimenta de luz ... e hicieron un Convenio conmigo, y escribieron en mi corazón, para que no me extraviara".
Sin embargo, en la época de José Smith, poco rastro de la doctrina había sobrevivido. Se pensaba que ninguna parte del hombre había existido eternamente, pues se decía que Dios había creado todas las cosas de la nada. La mayoría de las iglesias cristianas de hoy no enseñan que los mortales existían como espíritus antes de su nacimiento mortal. En general, reconocen que Cristo existía antes de su nacimiento y que Dios creó otros seres que existen en el universo pero que no llegan a ser mortales. La opinión más común es que Dios crea el espíritu de una persona en el momento de su nacimiento mortal. Este punto de vista interpreta los pasajes bíblicos que sugieren la existencia premortal como refiriéndose a Cristo o diciendo que todas las cosas existían sólo en la mente y los planes de Dios antes de su creación real.
Sin embargo, José Smith restauró la doctrina de la existencia premortal del hombre. La doctrina puede ser tanto reconfortante como inquietante: reconfortante porque nos dice que somos literalmente de la familia de Dios con un potencial ilimitado; inquietante porque nos dice que somos responsables de lo que somos ahora y de lo que llegaremos a ser.
Abrazar la materialidad: La creación
De la mano de la doctrina de que el hombre es eterno vinieron las enseñanzas de José Smith sobre la creación del mundo. Mientras otros enseñaban que Dios creó el mundo ex nihilo (de la nada), él enseñaba que Dios formó la tierra a partir de material que ya existía. Al definir la creación como "organización", el Profeta hizo una clara contribución a nuestra comprensión de la naturaleza de la materia física y los cuerpos, los atributos de Dios y los propósitos de esta existencia mortal. La comprensión de la creación nos ayuda a ver que Dios es un Dios de orden y de leyes que no es caprichoso. El universo tiene verdaderamente un sistema y un orden.
Un examen de las enseñanzas de José Smith sobre la Creación muestra que él aprendió gradualmente mucho entre 1820 y 1844. En 1820, en la Arboleda Sagrada, recibió una nueva comprensión del hecho de que "Dios creó al hombre a su propia imagen". (Génesis 1:27; véase JS-H 1:16-17.) El hombre fue creado literalmente a imagen de Dios. En 1830, el número infinito de las creaciones de Dios se hizo evidente cuando el Señor le dijo a José: "He creado mundos sin número". (Moisés 1:33.) Ese año, en otra revelación, José también fue informado de que todas las cosas fueron creadas dos veces por el Señor: la primera vez espiritualmente, la segunda vez físicamente. (Véase D. y C. 29:31-32; Moisés 3:5.)
En 1830, José Smith había aprendido claramente que Dios el Padre creó "este cielo y esta tierra" por medio de su Hijo Unigénito, Jesucristo. (Véase Moisés 2:1; Juan 1:10-14.) Pero en 1835, el Profeta tradujo un registro que revelaba más sobre quién creó la tierra y cómo lo hizo. Aprendió del libro de Abraham que Jesucristo actuó en concierto con otros dioses para crear nuestro mundo: "Entonces el Señor dijo: Bajemos. Y descendieron al principio, y ellos, es decir, los Dioses, organizaron y formaron los cielos y la tierra". (Abr. 4:1.)
Lamentablemente, la literatura cristiana hasta el siglo III d.C. no se refiere mucho a la Creación. Sin embargo, la tradición de la participación de seres divinos en la obra de la creación estaba bien establecida entre los cristianos gnósticos. Es imposible discernir si se trataba de una extrapolación o una perversión de la creencia cristiana más ortodoxa sobre la Creación. Sin embargo, está claro que José Smith estaba transmitiendo algo conocido por Abraham pero perdido desde entonces.
José Smith también descubrió que la Creación era el resultado de la organización. Durante el período de Nauvoo, continuó hablando de la Creación en términos de organización. William Clayton, el secretario privado del Profeta, informó que José Smith dijo en 1841: "Esta tierra se organizó o formó a partir de otros planetas que se rompieron y remodelaron y se convirtieron en el que vivimos". En el famoso discurso de King Follett, pronunciado en la conferencia general de abril de 1844, José Smith presentó un extenso tratado sobre la creación como organización. Dijo a los santos que la palabra crear viene de la palabra hebrea baurau [bara], que significa organizar, y que "Dios tenía materiales para organizar el mundo a partir del caos ... [que] puede ser organizado y reorganizado pero no destruido".
Aunque estas enseñanzas eran nuevas para su época, las ideas de Joseph Smith recibieron poca atención de sus contemporáneos no santos. Los miembros de otras sectas del siglo XIX aceptaban sin reservas la idea de la creación ex nihilo. En consecuencia, los cristianos descartaron cualquier alternativa como irrelevante. La mayoría aceptaba la Confesión de Fe de Westminster, que afirmaba que Dios hizo el mundo "de la nada". Para la gente de su época, impregnada de tales tradiciones, las ideas de José Smith sobre la creación debían parecer inverosímiles.
A diferencia de los cristianos del siglo XIX, los primeros cristianos creían en un concepto de creación por medio de la organización similar al que enseñaba José Smith. Los cristianos de los dos primeros siglos después de Cristo creían, en efecto, que Dios creó la tierra organizándola a partir de material que había existido eternamente. Justino Mártir, por ejemplo, escribió alrededor del año 165 d.C. que "[Dios] en el principio creó todas las cosas a partir de materia no formada".
Dos corrientes de pensamiento pueden ser responsables en gran medida del cambio en la doctrina cristiana tradicional: las ideas gnósticas y la filosofía griega. Tanto los gnósticos como los filósofos griegos enseñaban que sólo el espíritu es puro, y que el cuerpo y la materia son corruptos. Por lo tanto, era inconcebible para ellos creer que las cosas materiales pudieran proceder de las espirituales. Debido a estas ideas, la creación ex nihilo se convirtió en un pilar de la fe en el cristianismo tradicional. Esta visión comúnmente aceptada de la creación fue lo que José Smith desafió al iniciar un retorno a la visión de los primeros cristianos.
Desde la época de Pedro, los santos han esperado "los tiempos de la restitución de todas las cosas". (Hechos 3:21.) Durante siglos, la humanidad fue sacudida de un lado a otro entre la multitud de doctrinas diferentes sobre la naturaleza y el ser de Dios y del hombre. Tenemos una enorme deuda de gratitud con el Señor Jesucristo y su profeta de los últimos días, José Smith, por revelarnos en el mundo actual la verdadera naturaleza de Dios, del hombre y de la Creación, para que podamos saber a quién y qué adoramos y cuál es nuestra relación con Dios.
Primeras fuentes que contienen las enseñanzas doctrinales del profeta José Smith
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La forma en que se realizaría cada ordenanza vino del cielo.
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