Lección 22
La Restauración continúa: Escrituras adicionales, el sacerdocio y mensajeros con llaves de dispensaciones antiguas
Perla de Gran Precio
68 El mes siguiente (mayo de 1829), encontrándonos todavía realizando el trabajo de la traducción, nos retiramos al bosque un cierto día para orar y preguntar al Señor acerca del bautismo para la remisión de los pecados, del cual vimos que se hablaba en la traducción de las planchas. Mientras en esto nos hallábamos, orando e implorando al Señor, descendió un mensajero del cielo en una nube de luz y, habiendo puesto sus manos sobre nosotros, nos ordenó, diciendo:
69 Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en rectitud.
70 Declaró que este Sacerdocio Aarónico no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo, pero que se nos conferiría más adelante; y nos mandó bautizarnos, indicándonos que yo bautizara a Oliver Cowdery, y que después me bautizara él a mí.
71 Por consiguiente, fuimos y nos bautizamos. Yo lo bauticé primero, y luego me bautizó él a mí —después de lo cual puse mis manos sobre su cabeza y lo ordené al Sacerdocio de Aarón, y luego él puso sus manos sobre mí y me ordenó al mismo sacerdocio— porque así se nos había mandado.*
72 El mensajero que en esta ocasión nos visitó y nos confirió este sacerdocio dijo que se llamaba Juan, el mismo que es conocido como Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, y que obraba bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan, quienes poseían las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, sacerdocio que nos sería conferido, dijo él, en el momento oportuno; y que yo sería llamado el primer Élder de la Iglesia, y él (Oliver Cowdery) el segundo. Fue el día quince de mayo de 1829 cuando este mensajero nos ordenó, y nos bautizamos.
Por el élder Dallin H. Oaks
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Las llaves del sacerdocio guían tanto a las mujeres como a los hombres, y las ordenanzas y la autoridad del sacerdocio atañen tanto a las mujeres como a los hombres.
I.
En esta conferencia hemos visto el relevo de algunos hermanos fieles, y hemos sostenido a otros en sus llamamientos. En esta rotación, tan común en la Iglesia, no se nos “degrada” al ser relevados, y no se nos “asciende” cuando se nos llama; no hay “ascensos ni descensos” en el servicio del Señor. Únicamente se da marcha “hacia adelante o hacia atrás”, y esa diferencia radica en la forma en que aceptamos y actuamos con respecto a nuestros relevos y llamamientos. En una ocasión presidí en el relevo de un joven presidente de estaca que había prestado servicio diligente durante nueve años, y ahora se regocijaba por el nuevo llamamiento que él y su esposa acababan de recibir; se los llamó como líderes de la guardería de su barrio. ¡Únicamente en esta Iglesia se consideraría eso como algo igualmente honorable!
II.
En una conferencia de mujeres, Linda K. Burton, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, dijo: “Esperamos inculcar en cada una de nosotras un mayor deseo de entender mejor el sacerdocio”. Eso se aplica a todos nosotros, y para ello, hablaré sobre las llaves y la autoridad del sacerdocio. Debido a que esos temas son de igual interés para hombres y mujeres, me complace que esta reunión se transmita y se publique para todos los miembros de la Iglesia. El poder del sacerdocio nos bendice a todos. Las llaves del sacerdocio guían tanto a las mujeres como a los hombres, y las ordenanzas y la autoridad del sacerdocio atañen tanto a las mujeres como a los hombres.
III.
El presidente Joseph F. Smith describió el sacerdocio como “…el poder de Dios delegado al hombre mediante el cual éste puede actuar en la tierra para la salvación de la familia humana”. Otros líderes nos han enseñado que el sacerdocio “Es el poder supremo de la tierra. Es el poder por el que la tierra fue creada”. Las Escrituras enseñan que “este mismo Sacerdocio que existió en el principio, existirá también en el fin del mundo” (Moisés 6:7). Por consiguiente, el sacerdocio es el poder mediante el cual seremos resucitados y continuaremos hacia la vida eterna.
El entendimiento que procuramos empieza al adquirir conocimiento de las llaves del sacerdocio. “Las llaves del sacerdocio son la autoridad que Dios ha dado a los líderes del sacerdocio para dirigir, controlar y gobernar el uso de Su sacerdocio en la tierra”. Todo acto u ordenanza que se efectúa en la Iglesia se hace bajo la autorización, directa o indirecta, de uno que posea las llaves para dicha función. Tal como lo ha explicado el élder M. Russell Ballard: “Quienes poseen llaves del sacerdocio… literalmente hacen posible que todos los que sirven fielmente bajo su dirección ejerzan la autoridad del sacerdocio y tengan acceso al poder del mismo”.
En cuanto al control del uso de la autoridad del sacerdocio, la función de las llaves del sacerdocio ensancha y a la vez limita; ensancha al hacer posible que la autoridad y las bendiciones del sacerdocio estén al alcance de todos los hijos de Dios, y limita al indicar a quién se concederá la autoridad del sacerdocio, quién poseerá sus oficios y cómo se conferirán sus derechos y poderes. Por ejemplo, una persona que posea el sacerdocio no puede conferir su oficio o autoridad a otra, a menos que lo autorice alguien que posea las llaves. Sin esa autorización, la ordenación no tendría validez. Eso explica por qué un poseedor del sacerdocio, pese al oficio que tenga, no puede ordenar a un miembro de su familia ni bendecir la Santa Cena en su propio hogar sin tener la autorización de aquél que posea las llaves apropiadas.
Con excepción de la obra sagrada que las hermanas llevan a cabo en el templo bajo las llaves que posee el presidente del templo, las cuales describiré a continuación, únicamente aquél que posea un oficio en el sacerdocio puede oficiar en una ordenanza del mismo. Y todas las ordenanzas autorizadas del sacerdocio se asientan en los registros de la Iglesia.
Al final, todas las llaves del sacerdocio las posee el Señor Jesucristo, de quien es este sacerdocio. Él es quien determina qué llaves se delegan a los mortales y la forma en que habrán de utilizarse. Estamos acostumbrados a pensar que a José Smith se le confirieron todas las llaves del sacerdocio en el Templo de Kirtland, pero en las Escrituras dice que lo único que se confirió allí fueron “las llaves de esta dispensación” (D. y C. 110:16). Hace muchos años en una conferencia general, el presidente Spencer W. Kimball nos recordó que hay otras llaves del sacerdocio que no se han dado al hombre en la tierra, entre ellas las llaves de creación y resurrección.
La naturaleza divina de las limitaciones que se imponen en el uso de las llaves del sacerdocio, explica un contraste fundamental entre las decisiones sobre asuntos de la administración de la Iglesia y las decisiones que atañen al sacerdocio. La Primera Presidencia y el Consejo de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce, quienes presiden la Iglesia, han sido investidos con poder para tomar muchas decisiones que tienen que ver con las normas y los procedimientos de la Iglesia, asuntos tales como la ubicación de edificios de la Iglesia y la edad para prestar servicio misional; pero a pesar de que esas autoridades que presiden poseen y ejercen todas las llaves que se han delegado al hombre en esta dispensación, no están autorizados para alterar el modelo divinamente diseñado de que sólo los hombres poseerán oficios en el sacerdocio.
IV.
Ahora trato el tema de la autoridad del sacerdocio; empiezo con los tres principios de los que acabamos de hablar: (1) el sacerdocio es el poder de Dios delegado al hombre para actuar en beneficio de la salvación de la familia humana, (2) la autoridad del sacerdocio la gobiernan los poseedores del sacerdocio que poseen llaves del sacerdocio y, (3) ya que en las Escrituras dice que “Todas las otras autoridades [y] oficios de la iglesia son dependencias de este sacerdocio” [de Melquisedec] (D. y C. 107:5), todo lo que se haga bajo la dirección de esas llaves del sacerdocio se hace con la autoridad de dicho sacerdocio.
¿Cómo se aplica esto a la mujer? En un discurso dirigido a la Sociedad de Socorro, el presidente Joseph Fielding Smith, que en aquel tiempo era Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo lo siguiente: “El que no se haya dado el sacerdocio a las hermanas… no significa que el Señor no les haya dado autoridad… Se puede dar autoridad a una persona, a un hermano o una hermana, para que realice ciertas cosas en la Iglesia que son válidas y absolutamente indispensables para nuestra salvación, tal como la obra que efectúan nuestras hermanas en la Casa del Señor. Se les da autoridad para llevar a cabo cosas grandes y maravillosas, que son sagradas para el Señor, y tan válidas como lo son las bendiciones que se dan a los hombres que poseen el sacerdocio”.
En ese extraordinario discurso, el presidente Smith dijo una y otra vez que a las mujeres se les ha dado autoridad; a ellas les dijo: “Pueden hablar con autoridad, porque el Señor les ha conferido autoridad”. También dijo que a la Sociedad de Socorro “se [le] ha dado poder y autoridad para llevar a cabo muchas cosas grandiosas. La obra que realizan se efectúa mediante autoridad divina”. Y naturalmente, la obra de la Iglesia que efectúan las mujeres o los hombres, ya sea en el templo o en el barrio o las ramas, se lleva a cabo bajo la dirección de aquellos que poseen las llaves del sacerdocio. Por tanto, dirigiéndose a la Sociedad de Socorro, el presidente Smith explicó: “[El Señor] les ha dado esta gran organización en la que ellas tienen la autoridad para servir bajo la dirección de los obispos de los barrios… procurando el bienestar tanto espiritual como temporal de nuestro pueblo”.
Por eso, ciertamente se dice que para las mujeres, la Sociedad de Socorro no es sólo una clase, sino algo a lo que pertenecen: una dependencia divinamente establecida del sacerdocio.
No estamos acostumbrados a hablar de que las mujeres tengan la autoridad del sacerdocio en sus llamamientos de la Iglesia, pero, ¿qué otra autoridad puede ser? Cuando a una mujer, joven o mayor, se la aparta para predicar el Evangelio como misionera de tiempo completo, se le da la autoridad del sacerdocio para efectuar una función del sacerdocio. Ocurre lo mismo cuando a una mujer se la aparta para actuar como oficial o maestra en una organización de la Iglesia bajo la dirección de alguien que posea las llaves del sacerdocio. Quienquiera que funcione en un oficio o llamamiento recibido de alguien que posea llaves del sacerdocio, ejerce autoridad del sacerdocio al desempeñar los deberes que se le hayan asignado.
Quienquiera que ejerza autoridad del sacerdocio se debe olvidar de sus derechos y concentrarse en sus responsabilidades. Éste es un principio que necesita la sociedad en general. Estas palabras se adjudican al famoso escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn: “Es hora… de defender no tanto los derechos como las obligaciones humanas”. Los Santos de los Últimos Días ciertamente reconocen que el hacerse acreedores de la exaltación no tiene que ver con defender derechos, sino con cumplir responsabilidades.
V.
El Señor ha indicado que únicamente se ordenarán hombres a los oficios en el sacerdocio; no obstante, como han recalcado varios líderes de la Iglesia, los hombres no son “el sacerdocio”. Los hombres poseen el sacerdocio, con el sagrado deber de utilizarlo para bendición de todos los hijos de Dios.
El poder más grandioso que Dios ha dado a Sus hijos no se puede ejercer sin la compañía de una de Sus hijas, porque Dios ha dado sólo a ellas el poder de “ser creadora de cuerpos… de modo que pudiese cumplirse el designio y el gran plan de Dios”. Ésas son las palabras del presidente J. Reuben Clark.
Dijo además: “Ése es el lugar de nuestra esposa y nuestra madre en el Plan Eterno. Ellas no son poseedoras del sacerdocio; no se las manda desempeñar los deberes y las funciones del sacerdocio, ni tampoco se las agobia con sus responsabilidades; son edificadoras y organizadoras bajo su poder, y partícipes de sus bendiciones, poseyendo el complemento de los poderes del sacerdocio y poseyendo un deber divinamente llamado, así como eternamente importante en su lugar como el sacerdocio mismo”.
En esas inspiradas palabras, el presidente Clark se refería a la familia. Tal como se afirma en la proclamación sobre la familia, el padre la preside, y él y la madre tienen responsabilidades diferentes, pero “como compañeros iguales, están obligados a ayudarse el uno al otro”. Unos años antes de que se emitiera la proclamación sobre la familia, el presidente Spencer W. Kimball dio esta inspirada explicación: “Cuando decimos que el matrimonio es una sociedad, debemos recalcar que el matrimonio es una sociedad total. No queremos que las mujeres SUD sean socias silenciosas o limitadas en su función eterna. Les rogamos que contribuyan en forma total”.
Ante los ojos de Dios, ya sea en la Iglesia o en la familia, las mujeres y los hombres son iguales, con responsabilidades diferentes.
Concluyo con algunas verdades acerca de las bendiciones del sacerdocio. A diferencia de las llaves y de las ordenanzas del sacerdocio, las bendiciones de dicho sacerdocio están al alcance de hombres y mujeres bajo las mismas condiciones. El don del Espíritu Santo y las bendiciones del templo son ilustraciones comunes de esta verdad.
En el excelente discurso que pronunció en la Semana de la Educación en la Universidad Brigham Young, el élder M. Russell Ballard enseñó lo siguiente:
“La doctrina de nuestra Iglesia ubica a la mujer en una posición igual, y a la vez diferente, a la del hombre. Dios no considera a un sexo mejor o más importante que el otro…
“Cuando el hombre y la mujer van al templo, ambos son investidos con el mismo poder, a saber, el poder del sacerdocio… el acceso al poder y a las bendiciones del sacerdocio está al alcance de todos los hijos de Dios”.
Testifico del poder y de las bendiciones del sacerdocio de Dios que están al alcance de Sus hijos así como de Sus hijas. Testifico de la autoridad del sacerdocio, el cual funciona en todos los oficios y las actividades de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Testifico de la divina función de las llaves del sacerdocio, las cuales posee y ejerce en su plenitud nuestro profeta y presidente, Thomas S. Monson. Por último, y de mayor importancia, testifico de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, de quien es este sacerdocio y cuyos siervos somos, en el nombre de Jesucristo. Amén.
Visiones manifestadas a José Smith el Profeta y a Oliver Cowdery en el Templo de Kirtland, Ohio, el 3 de abril de 1836. La ocasión fue un servicio dominical. En la historia de José Smith se indica: “Por la tarde, ayudé a los otros presidentes a repartir la Santa Cena del Señor a los de la Iglesia, recibiéndola de los Doce, a quienes correspondía el privilegio de oficiar en la mesa sagrada ese día. Después de haber realizado ese servicio a mis hermanos, me retiré al púlpito, estando los velos tendidos, y me arrodillé con Oliver Cowdery en solemne y silenciosa oración. Al levantarnos, después de orar, se nos manifestó a los dos la siguiente visión”.
1–10, El Señor Jehová se aparece en su gloria y acepta el Templo de Kirtland como Su casa; 11–12, Aparecen, primero, Moisés y, después, Elías, cada uno, y entregan sus llaves y dispensaciones; 13–16, Vuelve Elías el Profeta y entrega las llaves de su dispensación de acuerdo con lo prometido por Malaquías.
1 El velo fue retirado de nuestras mentes, y los ojos de nuestro entendimiento fueron abiertos.
2 Vimos al Señor sobre el barandal del púlpito, delante de nosotros; y debajo de sus pies había un pavimento de oro puro del color del ámbar.
3 Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante brillaba más que el resplandor del sol; y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía:
4 Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre.
5 He aquí, vuestros pecados os son perdonados; os halláis limpios delante de mí; por tanto, alzad la cabeza y regocijaos.
6 Regocíjese el corazón de vuestros hermanos, así como el corazón de todo mi pueblo, que con su fuerza ha construido esta casa a mi nombre.
7 Porque he aquí, he aceptado esta casa, y mi nombre estará aquí; y me manifestaré a mi pueblo en misericordia en esta casa.
8 Sí, apareceré a mis siervos y les hablaré con mi propia voz, si mi pueblo guarda mis mandamientos y no profana esta santa casa.
9 Sí, el corazón de millares y decenas de millares se regocijará en gran manera como consecuencia de las bendiciones que han de ser derramadas, y la investidura con que mis siervos han sido investidos en esta casa.
10 Y la fama de esta casa se extenderá hasta los países extranjeros; y este es el principio de la bendición que se derramará sobre la cabeza de los de mi pueblo. Así sea. Amén.
11 Después de cerrarse esta visión, los cielos nuevamente nos fueron abiertos; y se apareció Moisés ante nosotros y nos entregó las llaves del recogimiento de Israel de las cuatro partes de la tierra, y de la conducción de las diez tribus desde el país del norte.
12 Después de esto, apareció Elías y entregó la dispensación del evangelio de Abraham, diciendo que en nosotros y en nuestra descendencia serían bendecidas todas las generaciones después de nosotros.
13 Concluida esta visión, se nos desplegó otra visión grande y gloriosa; porque Elías el Profeta, que fue llevado al cielo sin gustar la muerte, se apareció ante nosotros, y dijo:
14 He aquí, ha llegado plenamente el tiempo del cual se habló por boca de Malaquías, testificando que él [Elías el Profeta] sería enviado antes que viniera el día grande y terrible del Señor,
15 para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres, para que el mundo entero no fuera herido con una maldición.
16 Por tanto, se entregan en vuestras manos las llaves de esta dispensación; y por esto sabréis que el día grande y terrible del Señor está cerca, sí, a las puertas.
Gordon B. Hinckley, “El Cuórum de la Primera Presidencia”, Liahona, diciembre de 2005, págs. 36–40.
Por El Presidente Gordon B. Hinckley
Desde la época de la organización de la Iglesia se ha designado una autoridad presidente para todo su conjunto.
El 6 de abril de 1830 le fue dado a “José Smith, hijo, el cual fue llamado por Dios y ordenado apóstol de Jesucristo, para ser el primer élder de esta Iglesia” (D. y C. 20:2).
Menos de dos años después, el 25 de enero de 1832, fue ordenado “a la presidencia del sumo sacerdocio” (D. y C. 81:2; véase también D. y C. 82).
A medida que la Iglesia maduraba, revelaciones posteriores definieron el oficio del Presidente y del Quórum de la Primera Presidencia:
“Además, el deber del presidente del oficio del sumo sacerdocio es presidir a toda la iglesia y ser semejante a Moisés… ser vidente, revelador, traductor y profeta, teniendo todos los dones de Dios, los cuales él confiere sobre el cabeza de la Iglesia” (D. y C. 107:91–92).
Y de nuevo:
“Os nombro a mi siervo José para ser élder presidente de toda mi iglesia, para ser traductor, revelador, vidente y profeta.
“Le doy a él por consejeros a mis siervos Sidney Rigdon y William Law, para que constituyan un quórum y Primera Presidencia, a fin de recibir los oráculos para toda la iglesia” (D. y C. 124:125–126).
“Del Sacerdocio de Melquisedec, tres Sumos Sacerdotes Presidentes, escogidos por el cuerpo, nombrados y ordenados a ese oficio, y sostenidos por la confianza, fe y oraciones de la iglesia, forman un quórum de la Presidencia de la Iglesia” (D. y C. 107:22).
Establecido por revelación
El lugar que ocupan el Presidente de la Iglesia y el Quórum de la Primera Presidencia en cuanto a la responsabilidad que tienen por toda la Iglesia en todo el mundo está claramente definido en estas revelaciones registradas en Doctrina y Convenios.
A la vez, se dice que el Quórum de los Doce Apóstoles es “igual en autoridad y poder que los tres presidentes ya mencionados” (D. y C. 107:24).
De igual modo, los Setenta “constituyen un quórum, igual en autoridad que el de los doce testigos especiales o apóstoles antes nombrados” (D. y C. 107:26).
Surge la pregunta: ¿Cómo pueden ser iguales en autoridad? A este respecto, el presidente Joseph F. Smith (1838–1918) enseñó: “Deseo corregir la impresión que ha ido creciendo entre nosotros respecto a que los Doce Apóstoles poseen igual autoridad que la Primera Presidencia de la Iglesia. Eso es correcto cuando no haya otra Presidencia, sólo los Doce Apóstoles; pero mientras haya tres élderes presidentes que posean la autoridad para presidir en la Iglesia, la autoridad de los Doce Apóstoles no es igual a la de ellos. De ser así, habría dos autoridades iguales y dos quórumes iguales en el sacerdocio, obrando paralelamente, y eso no podría ser, porque debe haber una cabeza” (Elders’ Journal, 1 de noviembre de 1906, pág. 43).
Asimismo, los Setenta, que sirven bajo la dirección de los Doce, serían iguales en autoridad sólo en el caso de que la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce llegaran a desaparecer por alguna razón.
Ha habido largos periodos en los que no ha habido Quórum de la Primera Presidencia. Tras la muerte del profeta José, la autoridad presidente descansó en el Quórum de los Doce Apóstoles, con Brigham Young en calidad de Presidente, durante tres años y medio. Tras la muerte de Brigham Young, la autoridad recayó nuevamente sobre el Quórum de los Doce y así lo fue por tres años y dos meses. Después de la muerte de John Taylor, transcurrió un año y nueve meses antes de que se reorganizara la Primera Presidencia.
Desde entonces, la reorganización de la Presidencia se ha producido a los pocos días del fallecimiento del Presidente. En cada caso, el miembro de más antigüedad del Quórum de los Doce Apóstoles ha llegado a ser Presidente de la Iglesia. La antigüedad la determina la fecha de ordenación al apostolado.
La delegación de responsabilidades
Es evidente que si bien la Primera Presidencia preside todos los elementos de la Iglesia y tiene jurisdicción sobre todos ellos, se debe delegar autoridad y responsabilidad a otras personas para llevar a cabo las enormes tareas que la Iglesia tiene por todo el mundo.
“Los Doce son un Sumo Consejo Presidente Viajante, para oficiar en el nombre del Señor bajo la dirección de la Presidencia de la iglesia, de acuerdo con la institución del cielo; para edificar la iglesia y regular todos los asuntos de ella en todas las naciones, primero a los gentiles y luego a los judíos.
“Los Setenta”, de igual modo, “obrarán en el nombre del Señor bajo la dirección de los Doce, o sea, el sumo consejo viajante, edificando la iglesia y regulando todos los asuntos de ella en todas las naciones” (D. y C. 107:33–34).
Por lo tanto, desde un punto de vista práctico, a los Doce y a los Setenta se les da gran parte de la responsabilidad, bajo la dirección de la Primera Presidencia, para atender los asuntos eclesiásticos de la Iglesia. Esto incluye la proclamación del Evangelio a todas las naciones de la tierra y la gestión de los diversos programas relacionados con los miembros de la Iglesia.
A fin de lograr esto, es necesario llevar a cabo otras cosas. Hay que construir y mantener casas de adoración, es necesario traducir los documentos que genera la Iglesia, hay que imprimir sus publicaciones, así como atender muchos otros asuntos de naturaleza temporal. Al Obispado Presidente se le otorga la responsabilidad de todo esto. De nuevo, bajo la dirección de la Presidencia, el Obispado determina los métodos y los medios para recaudar los diezmos y las ofrendas de los miembros, atiende las necesidades de bienestar del pobre y del necesitado y gestiona muchas otras funciones.
Así que, con esta estructura administrativa relativamente sencilla y clara, la Iglesia lleva a cabo su vasto programa en todo el mundo. Su organización está diseñada de tal manera que se pueda dar cabida al crecimiento mediante la ampliación del cuerpo de los Setenta como oficiales eclesiásticos y la incorporación de empleados que se encarguen de los asuntos temporales.
Además, un artículo de fe declara: “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” (Artículos de Fe 1:9).
En otras palabras, creemos en la revelación continua. El Presidente de la Iglesia tiene la responsabilidad singular de recibir revelación para toda la Iglesia. Todos los demás oficiales tienen derecho a recibir revelación en lo que respecta a sus responsabilidades y obligaciones concretas, mas la revelación que afecta a toda la Iglesia sólo se da al Presidente y por medio de él.
Dirección mediante la revelación
Contamos con las obras canónicas que han sido aprobadas como Escritura por los miembros de la Iglesia. Entonces, de manera natural, surge la pregunta: ¿Se ha recibido más revelación desde entonces y se sigue recibiendo hoy en día?
No tengo la menor duda.
Mi servicio en la Iglesia incluye tres años y medio como Ayudante de los Doce, grupo que se incorporó al Primer Quórum de los Setenta; 20 años como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles; y 24 años como miembro del Quórum de la Primera Presidencia, de los cuales los últimos 10 he sido Presidente de la Iglesia. He presenciado muchos cambios que, estoy convencido, se produjeron por revelación.
De vez en cuando, he sido entrevistado por representantes de los medios de comunicación que, casi siempre me han preguntado: “¿Cómo recibe revelación el profeta de la Iglesia?” .
Yo contesto que se recibe hoy como en el pasado. Entonces les relato la experiencia que tuvo Elías tras el altercado con los sacerdotes de Baal:
“Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.
“Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:11–12).
Así sucede; mediante un silbo apacible y delicado, como respuesta a la oración, mediante los susurros del Espíritu, o en el silencio de la noche.
¿Tengo alguna duda al respecto? Ninguna. Lo he visto una y otra vez. Tal vez la revelación más ampliamente publicada en años recientes fue la que se dio al presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) respecto al derecho que tiene todo varón digno de ser ordenado al sacerdocio (véase Declaración Oficial—2). Los resultados de esa revelación han sido de gran magnitud.
Un desarrollo constante
Ha habido muchas otras cosas que no han sido tan ampliamente reconocidas, como por ejemplo la financiación de las operaciones locales de la Iglesia. Durante muchos años, los miembros de la Iglesia no sólo pagaron sus diezmos y ofrendas de ayuno, sino que también contribuyeron generosamente al presupuesto de sus respectivos barrios. Participaron en el costo de la compra de terrenos y en la edificación de centros de reuniones, pero entonces se produjo un cambio muy significativo. Se decidió que todos esos costos provendrían de los fondos de los diezmos de la Iglesia. Ese cambio supuso un gran acto de fe basado en la revelación.
Hoy día, todo ese tipo de financiación procede de los diezmos, y lo mejor y más maravilloso es que la Iglesia se encuentra en la mejor condición económica de su historia. El Señor ha guardado Su antigua promesa al mismo tiempo que ha dado revelación moderna.
El concepto de los templos pequeños provino, creo yo, como una revelación directa. Ya he mencionado en diversas ocasiones cómo se produjo, pero la bendición consiguiente para nuestro pueblo, con la edificación de estos templos, ha sido extraordinaria.
Otro ejemplo. Hace años, era obvio que el Tabernáculo de Salt Lake no podía acomodar a todas las personas que deseaban asistir a las conferencias generales. ¿Qué podíamos hacer?
Estoy convencido de que la construcción del gran Centro de Conferencias fue el resultado de la expresa voluntad del Señor dada mediante revelación. La construcción de este edificio fue una osada tarea que requirió derribar una estructura histórica y reemplazarla con este vasto y complejo auditorio, que costó millones de dólares.
Y bien, actualmente, hemos tenido que cerrar el Tabernáculo para adecuarlo a los temblores sísmicos y realizar otras reformas inherentes a su edad. Yo me pregunto: “¿Qué haríamos sin el Centro de Conferencias?” .
Así están las cosas. Podría mencionar otros ejemplos, pero no es necesario. El meollo de la cuestión es que Dios está revelando Su voluntad como lo hacía antiguamente; Él está guiando a Su Iglesia mediante Sus siervos escogidos.
La Primera Presidencia lleva sobre sus hombros una carga grande y pesada, y ello sólo es posible debido a una organización grande y eficiente. No debemos temer al futuro. Contamos con la estructura bajo la cual la obra seguirá adelante. Podrá haber modificaciones en los programas, pero es la obra de Dios y su destino es claro. Seguirá adelante “como la piedra cortada del monte, no con mano, ha de rodar hasta que llene toda la tierra” (D. y C. 65:2).
Nunca duden de ese destino.
Boyd K. Packer, “Los Doce”, Liahona, mayo de 2008, págs. 83–87.
Presidente Boyd K. Packer
Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles
Para que la Iglesia sea Su Iglesia, debe haber un Quórum de los Doce que posea las llaves.
Poco después de la muerte del presidente Gordon B. Hinckley, los catorce hombres, los Apóstoles, a quienes se habían conferido las llaves del reino, se congregaron en el cuarto superior del templo para reorganizar la Primera Presidencia de la Iglesia.
No había duda ni vacilación en cuanto a lo que debía hacerse.
Sabíamos que el apóstol de más antigüedad era el Presidente de la Iglesia; y en esa sagrada reunión, Thomas Spencer Monson fue sostenido por el Quórum de los Doce Apóstoles como Presidente de la Iglesia. Él nominó y nombró a sus consejeros, quienes, de igual modo, fueron sostenidos, y a cada uno se ellos se le ordenó y se le dio autoridad.
Al presidente Monson específicamente se le dio la autoridad para ejercitar todas las llaves de autoridad del sacerdocio.
Ahora bien, como se estipula en las Escrituras, él es el único hombre sobre la tierra que tiene el derecho de ejercitar todas las llaves, aunque todos las poseemos en calidad de Apóstoles.
Entre nosotros, hay un hombre llamado y ordenado, y él llega a ser el Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Él ya era y había sido sostenido durante años como profeta, vidente y revelador.
Habiendo sido llamado el presidente Uchtdorf a la Primera Presidencia, se creó una vacante en los Doce, de modo que ayer sostuvimos a un nuevo miembro del Quórum de los Doce, el élder D. Todd Christofferson, quien ahora se une a esa sagrada hermandad en ese sagrado círculo que ahora se ha llenado. El llamamiento de un apóstol se remonta a la época del Señor Jesucristo.
También sostuvimos a varios Setentas; ellos ya han ocupado su lugar. En las Escrituras se estipula que el Quórum de los Doce tiene la responsabilidad de dirigir todos los asuntos de la Iglesia, y que cuando necesiten ayuda, deben “llamar a los Setenta, en lugar de otros”. En la actualidad tenemos ocho Quórumes de Setentas diseminados por todo el mundo, más de 300 Setentas que poseen la autoridad necesaria para hacer cualquier cosa que les indiquen los Doce.
El Señor mismo puso en marcha este modelo de administración:
“…él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios.
“Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles”.
Al oír las palabras de Juan, Andrés corrió hasta su hermano, Simón, y le dijo: “Hemos hallado al Mesías…
“Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)”.
Simón y su hermano Andrés estaban pescando con sus redes en el mar; Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, estaban reparando sus redes de pesca; Felipe y Bartolomé; Mateo, un publicano o recaudador de impuestos; Tomás, Jacobo el hijo de Alfeo, Simón el cananita, Judas el hermano de Santiago y Judas Iscariote; ellos constituían el Quórum de los Doce.
Él les dijo a todos: “Venid en pos de mí”.
Le dijo a Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”.
Y a los Doce dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”.
Dio a Sus apóstoles “poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos… por todas partes”.
Y también dijo: “[Los Doce] tienen las llaves para abrir la autoridad de mi reino en los cuatro ángulos de la tierra, y para enviar, después de eso, mi palabra a toda criatura”.
En una ocasión, Jesús preguntó a Sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?…
“Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.
Cuando Jesús enseñó en la sinagoga, muchos discípulos dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?…
“Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.
“Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?
“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Después de la crucifixión, los apóstoles recordaron que Él había dicho que debían permanecer en Jerusalén. Entonces llegó el día de Pentecostés y aquel gran acontecimiento cuando recibieron el Espíritu Santo. Recibieron “la palabra profética más segura” y “hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”. Así es como fueron completos.
Poco sabemos de sus viajes y apenas de unos pocos sabemos dónde y cómo murieron. Santiago fue muerto en Jerusalén por Herodes. Pedro y Pablo murieron en Roma. La tradición mantiene que Felipe fue a oriente. Al margen de esto, nada más sabemos.
Se dispersaron; enseñaron y testificaron; establecieron la Iglesia. Murieron por sus creencias y con su muerte llegaron los oscuros siglos de la apostasía.
Lo más valioso que se perdió durante la apostasía fue la autoridad de los Doce (las llaves del sacerdocio). Para que la Iglesia sea Su Iglesia, debe haber un Quórum de los Doce que posea las llaves y pueda conferirlas a otras personas.
Con el tiempo, ocurrieron la Primera Visión y la restauración del Sacerdocio de Melquisedec a cargo de Pedro, Santiago y Juan.
Más tarde, se dijo a la Primera Presidencia y al Quórum de los Doce:
“De cierto os digo, las llaves de la dispensación, las cuales habéis recibido, han descendido desde los padres, y por último, se han enviado del cielo a vosotros.
“…cuán grande es vuestro llamamiento. Purificad vuestro corazón y vuestros vestidos, no sea que la sangre de esta generación sea requerida de vuestras manos”.
La Iglesia restaurada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estaba en sus comienzos cuando se organizó la Primera Presidencia, seguida del Quórum de los Doce Apóstoles, constituido por hombres comunes, y más tarde los Quórumes de los Setenta. El término medio de las edades de ese primer Quórum de los Doce era de 28 años.
Ha existido una línea de autoridad ininterrumpida. Las llaves del sacerdocio conferidas a los apóstoles han estado siempre en manos de los miembros de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce.
Ayer el élder D. Todd Christofferson se convirtió en el apóstol número 96 que sirve en los Doce en esta dispensación. Será ordenado Apóstol y se le darán todas las llaves del sacerdocio conferidas sobre los otros catorce profetas, videntes y reveladores, es decir, los Apóstoles del Señor Jesucristo.
En 1976 se realizó una conferencia general de área en Copenhague, Dinamarca. Al concluir la última sesión, el presidente Spencer W. Kimball deseó visitar la Iglesia de Vor Frue, que exhibe las estatuas del Christus y los Doce Apóstoles creadas por Thorvaldsen. Él había visitado el lugar unos años antes, y deseaba que todos fuésemos a ese lugar a verla.
En el interior de la iglesia, detrás del altar, se encuentra la conocida estatua del Christus con los brazos levemente hacia adentro y un tanto extendidos; en las manos se aprecian las marcas de los clavos, y el costado denota claramente su herida. A cada lado están las estatuas de los apóstoles; Pedro es el primero por la derecha, y los demás le siguen por orden.
La mayoría de los que integrábamos aquel grupo estábamos en la parte posterior de la capilla, con el conserje del edificio. Yo me hallaba al frente con el presidente Kimball, ante la estatua de Pedro, acompañados por el élder Rex D. Pinegar y Johan Helge Benthin, Presidente de la Estaca Copenhague.
En la mano de Pedro, esculpido en mármol, hay un juego de gruesas llaves. El presidente Kimball señaló esas llaves y explicó su simbolismo. Entonces, en una acción que jamás olvidaré, se volvió hacia el presidente Benthin y, con una firmeza poco habitual, le apuntó con el dedo y le dijo: “¡Quiero que les diga a todos en Dinamarca que yo poseo las llaves! Nosotros poseemos las llaves verdaderas y las utilizamos todos los días”.
Jamás olvidaré esa declaración, ese testimonio del Profeta. La influencia fue espiritualmente fuerte y la impresión dejó una huella física.
Volvimos a la parte posterior de la capilla donde se encontraba el resto del grupo y, señalando a las estatuas, el presidente Kimball le dijo al amable conserje: “Éstos son los apóstoles muertos”. Señalándome a mí, dijo: “Aquí están los Apóstoles vivientes. El élder Packer es un Apóstol, el élder Thomas S. Monson y el élder L. Tom Perry son Apóstoles, y yo soy un Apóstol. Somos los Apóstoles vivientes.
“En el Nuevo Testamento se habla de los Setenta, y éstos son dos de los Setenta vivientes: el élder Rex D. Pinegar y el élder Robert D. Hales”.
El conserje, que hasta entonces no había mostrado emoción alguna, de repente estaba llorando.
Yo sentí que había tenido una experiencia de toda una vida.
“Creemos en la misma organización que existió en la Iglesia Primitiva, esto es, apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas, etc.” .
Cuando se ordena a los Setenta, aunque no son ordenados Apóstoles ni poseen llaves, sí tienen autoridad y los Doce deben “llamar a los Setenta, en lugar de otros, para atender a los varios llamamientos de predicar y administrar el Evangelio”.
En la actualidad hay 308 Setentas en ocho quórumes; ellos representan a 44 países y 30 idiomas.
No oímos que en otras iglesias cristianas se ejerciten las llaves del sacerdocio, por lo que resulta extraño que se diga que no somos cristianos, cuando somos los únicos que tienen la autoridad y la organización que Cristo estableció.
Los Doce de la actualidad son personas comunes y corrientes. No son, como tampoco lo fueron los primeros Doce, espectaculares individualmente; mas su poder reside en su unión.
Provenimos de una variedad de ocupaciones. Entre nosotros hay científicos, abogados y maestros.
El élder Nelson fue un pionero de la cirugía cardíaca y realizó miles de intervenciones quirúrgicas. Me dijo que a cada paciente que había tenido cirugía del corazón le garantizaba de por vida el trabajo que le había hecho.
Varios miembros de este Quórum fueron militares: hay un marinero, varios infantes de marina y pilotos.
Todos han desempeñado diversos cargos en la Iglesia: maestros orientadores, maestros, misioneros, presidentes de quórum, obispos, presidentes de estaca, presidentes de misión y, de mayor importancia, esposos y padres.
Todos son alumnos y maestros del evangelio de Jesucristo. Nos une nuestro amor por el Salvador y por los hijos de Su Padre, así como nuestro testimonio de que Él está a la cabeza de la Iglesia.
Casi todos los integrantes de los Doce tienen orígenes humildes, como ocurrió cuando Cristo estuvo aquí. Los Doce actuales están unidos en el ministerio del evangelio de Jesucristo y cuando llegó el llamado, cada uno dejó sus redes, por así decirlo, y siguió al Señor.
Al presidente Kimball se le recuerda por esta declaración: “Mi vida es como mis zapatos: hay que gastarlos al servicio de los demás”. Eso mismo se aplica a todos los miembros de los Doce, pues estamos gastando nuestra vida en el servicio del Señor, y lo hacemos de buen grado. No es una vida fácil para nosotros ni para nuestras familias.
Resulta imposible describir con palabras la aportación, el servicio y el sacrificio que rinden las esposas de los líderes del sacerdocio de todo el mundo.
Hace algún tiempo, mi esposa y la hermana Ballard se sometieron a una dolorosa intervención quirúrgica de la espalda. Ambas se encuentran bien y ninguna se ha quejado. Lo más cerca que mi esposa estuvo de quejarse fueron las palabras: “¡No es divertido!” .
“Es el deber de los Doce”, bajo la dirección de la Primera Presidencia, “ordenar y organizar a todos los otros oficiales de la iglesia, de acuerdo con la revelación”.
Ahora disponemos de medios para enseñar y testificar a los líderes y a los miembros de todo el mundo electrónicamente, pero para conferir a los líderes del sacerdocio las llaves de autoridad, mediante esa línea ininterrumpida, “por… la imposición de manos”, dondequiera que estén en el mundo, uno de nosotros siempre debe estar allí presente.
El Señor dijo: “Y además, te digo que a quienesquiera que envíes en mi nombre, por la voz de tus hermanos los Doce, debidamente recomendados y autorizados por ti, tendrán el poder para abrir la puerta de mi reino en cualquier nación a donde los mandes”.
Las Escrituras describen a los Doce como “consejeros viajantes”.
Yo no soy diferente de los hermanos de los Doce, ni de los Setenta ni del Obispado con quienes he servido durante estos 47 años cuando les diga que los registros indican que he estado en México, en Centroamérica y en Sudamérica más de 75 veces, en Europa más de 50, en Canadá 25, en las islas del Pacífico 10 veces, en Asia 10 veces, y cuatro en África; además, en China dos veces; también he viajado a Israel, Arabia Saudita, Bahrein, la República Dominicana, India, Pakistán, Egipto, Indonesia y muchísimos sitios más de todo el mundo. Otros incluso han viajado más que eso.
Si bien los apóstoles poseen todas las llaves del sacerdocio, todos los líderes y miembros por igual pueden recibir revelación personal. De hecho, se espera que la busquen por medio de la oración y que actúen en cuanto a ella por medio de la fe.
“Porque por medio de él… tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,
“edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”.
Puede que el élder Christofferson se pregunte, tal y como yo lo hice, ¿cómo puede una persona como yo ser ordenada al santo apostolado?
Carezco de tanta preparación; mi esfuerzo por servir deja tanto que desear. Hay sólo una cosa, un único requisito que pueda explicarlo. Al igual que Pedro y todos los que han sido ordenados desde entonces, yo poseo ese testimonio.
Sé que Dios es nuestro Padre. Él presentó a Su Hijo Jesucristo a José Smith. Les declaro que sé que Jesús es el Cristo. Sé que Él vive; que nació en el meridiano de los tiempos; que impartió Su Evangelio y fue probado. Padeció y fue crucificado, y resucitó al tercer día. Él, así como Su Padre, tiene un cuerpo de carne y hueso. Él llevó a cabo Su Expiación. Testifico de Él. Soy un testigo Suyo, y lo dejo en el nombre de Jesucristo. Amén.
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Este parece ser un punto importante de la lección, que el Señor continúa guiando a su Iglesia a través de su profeta.
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